Capítulo 14

1318 Words
—Bueno, no haya más nada que se pueda hacer —dijo el doctor, quitándose los guantes de sus manos. —¿Qué le voy a decir? Todo el proyecto se fue al caño, está era nuestra última oportunidad, ciertamente acabará con mi vida —el señor Rogers caminaba hablando solo, lo cual era algo más intimidante de lo que se pensaba. —Doctora Tamara, ya todo acabó, debemos irnos. La doctora también se quitó los guantes, y parte de ella se sintió aliviada, que ya todo había acabado. Los dos médicos salieron primero, el señor Rogers se quedó viendo al muchacho algo incrédulo. —Pensé sin duda alguna, que eras él ¿Ahora que voy hacer? El señor Rogers fue el último en golpear la puerta cerrándola completa. Una chispa quedaba aún allí de Kevin, el recuerdo de Bárbara vino a su mente, su sonrisa era como una luz que lo llevaba de la mano, ya todo había acabado, pero parte de él sentía paz. En el momento que Bárbara pasó una barrera invisible. Kevin no pudo atravesarla, con sus dos manos la tocó y era como una barrer fuerte y gelatinosa. Los ojos de Kevin se llenaron de ira, y cambiaron de un color rojo. Todo su cuerpo se cubrió con un manto. No era la hora de Kevin, no era su hora de morir; no podía alejarse de Bárbara: era lo único que la había mantenido con vida todo ese tiempo. Un grito ahogado se escuchó en la nada; el volumen de su voz había desaparecido, pero la ira se apoderaba de su torrente sanguíneo. —¡Es hora! —dijo la voz de una mujer dentro de la cabeza de Kevin. Kevin miró a su lado, y la silueta de Bárbara lo llamaba, pero una nueva imagen se fue dibujando: era una mujer guapa, sus ojos eran color café. Bárbara seguía llamando a Kevin con su dedo, mientras que caminaba. Kevin la seguía como si las respuestas a sus movimientos se encontrará ligado a sus emociones. —Despierta Kevin por favor —la voz audible agobiada de la mujer llamó el interés de Kevin, el cual estaba a punto de cruzar una puerta, por dónde Bárbara se había ido, y lo estaba llamando sin emitir sonido alguno. —Estas yendo por la puerta equivocada, si de verdad quieres recuperarla escucha mi voz, yo te puedo guiar. Ven a mí, no tengo mucho tiempo, el señor Rogers está a punto de llegar. Cuando Kevin escuchó hablar del obeso hombre: esto llamó su atención. —Eres la doctora Tamara. —Si eso es, ven, eres la única esperanza que nos queda. Ven conmigo, te sacaré de ese lugar. No te di el médicamente, solo frené tu corazón por unos minutos, para simular una muerte instantáneo, pero tú cuerpo está aún débil, y si cruzas esa puerta, ya no habrá una segunda oportunidad. —Vamos ven, eso es —decía la voz, al ver que Kevin se había dado la vuelta —ahhh —dijo la doctora. —¿Que pasó? —preguntó Kevin. —Nada, solo continúa. La voz de la joven, sonaba, como si estuviese ahogando un llanto: ya Kevin la había escuchado llorar por otros, no era una fantasía, pensar que en ese momento, lo estaría haciendo por él; esto sin imaginar que todo podía haberse tratado de una ilusión post mortem. Kevin caminaba por varias puertas, el lugar donde él estaba, era como un castillo abandonado, el polvo y las telarañas, eran parte de la decoración. Una luz espectacular y melancólica se asomaba a través de la ventana. —Apresúrate, corre, sal de allí. La doctora Tamara, hablaba con mucha insistencia, como si su vida, o la de los demás dependieran de lo qué Kevin hiciera. Kevin corrió lo más que pudo, no quiso mirar atrás, él sabía que si había algo que lo frenará todo habría acabado. —¿Qué está pasando? —preguntó Kevin, pues el sonido de la voz de la doctora sonaba alterado de alguna forma. —No pasa nada, tu solo salde allí, te necesito. Había una puerta enorme, la cual algo hizo que el corazón de Kevin se alterara; una parte de él, quería quedarse en el lugar. No quería traspasar esa puerta. Volteó hacía atrás y allí estaba Bárbara, la cual lo llamaba sin emitir ni una palabra, ella se sentía algo triste. Se dio la vuelta a donde estaba Bárbara y con una gran tristeza siguió caminando hacia la puerta como si no hubiese un mañana. La puerta estaba atascada, el picaporte no se movía para nada, la mano de Kevin parecía que se iba a partir, la fuerza que estaba haciendo era sobrenatural para su cuerpo. De pronto todo su cuerpo se puso caliente, haciendo un grito, y sintió que miles de cristales estallaron por todos lados, cuando abrió los ojos, había roto la capsula. La doctora se encontraba de rodillas sobre el suelo, un hombre la estaba apuntando con un arma. .Kevin movió los ojos en diferentes ángulos, parecía que su cerebro podía procesar todo más rápido. —No se te ocurra moverte —dijo uno de los hombres del señor Rogers. En total eran cuatro hombres, que tenían a la doctora Tamara en el piso arrodillada. Las lágrimas se resbalaban por su mejilla, pero su expresión sin embargo era de consuelo. —¡Confió en ti! —la voz de la doctora sonó dentro de su cabeza. —¿Solo yo puedo escucharla? —preguntó Kevin. —Si. —¿Y ellos saben que usted me escucha? —No. —¿Por qué? —Si preguntas porque te salve la vida, es porque no podía permitir ver a uno más morir, y ahora yo moriré feliz, sabiendo que pude salvar a uno, no purga mis pecados, pero al menos me voy con el alma algo tranquila, que todo esto, está a punto de acabar. —No, vas a morir, no lo permitiré. —Gracias —dijo ella y, una mueca se dibujó en su rostro. —¿Qué están esperando? ¡Vayan por él! —bramó uno de los hombres de Rogers. —Pero… —dijo uno de los hombres. —El más alto de todos, y el que parecía tener el control absoluto, desenfundó el arma y la accionó en contra de su propio hombre, liquidándolo pro completo y cayendo al suelo, como si fuera un viejo tapete; del cual le empezó a sangrar la cabeza, dejando un gran estanque. —¿Alguien más que quiere contradecir una orden? —dijo. Nadie dijo nada. —Ahora vayan Cuando los hombres de Rogers se acercaron lo suficiente Kevin desapareció, apareciendo a las espaldas de los hombres, estaba pegado a la pared, como si fuese una animal, parecía que la gravedad no hacía ningún efecto en él. Nadie en la habitación parecía estar sorprendido por el reciente evento. Todos comenzaron a disparar sus grandes ametralladores, llenando de huecos las paredes, mientras Kevin corría sobre ellas de lado, sin caer al suelo, las balas le pasaban por un lado, y el las veía lentas, era como si el tiempo se hubiese detenido, o simplemente el fuese muy rápido para ellas. —¡Alto! —gritó el hombre y todas las balas se detuvieron en sincronía —es hora de llamarlo. Todos parecían muy alterados por las recientes declaraciones. Hasta a la doctora le cambió el semblante. —Es hora de que te vayas —dijo la doctora. —No puedo abandonarte. —Es parte mi culpa que estuviese aquí, así que ahora vete, no me debes nada. —No puedo irme solo, lo siento, me voy con ustedes. —Eso va a ser tu destrucción, tu apego emocional —dijo la doctora. Una fuerte sombra se formó en uno de los muros. Los dos hombres restantes los había abandonado la coloración de su cuerpo.
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