Capitulo 13

2383 Words
Luego que estiró la mano para tomar otra prenda simplemente la exhibición no estaba. Cuando su mano retrocedía; todo volvía aparecer, así lo hice tres veces hasta que entendió. Se despojo de su pantalón y estiró la mano para tomar un abrigo que se encontraba guindando en el lugar. El pantalón desapareció del suelo y quedo doblado perfectamente como si hubiese sido usado. —¡Doce segundos! —anunció la voz —no muy impresionante. —¿Dónde estoy? —preguntó Kevin. —Se encuentra dentro de las instalaciones del Proyecto Explorer. —¿Qué significa Proyecto Explorer? —preguntó Kevin con algo de curiosidad. —Me temo que no estoy autorizada para responder. —¿Eres mujer? —Mi nombre es Laya —me programaron con voz y nombre de mujer, entonces sí, puedo decir que soy una mujer, no tengo cuerpo, pero puedo moverme por el resto de las instalaciones. —¿Dónde Estamos? —Estamos en un lugar clasificado. No estoy autorizada para dar ese tipo de información, según mi bloque 2 3 4 3 2 A B, protocolo único. —¿Qué puedes responder? —Estoy aquí, para analizar tu nivel de conciencia modular, tu razonamiento espacial, y medir las pulsaciones de tus latidos. —¿Hay algún humano a cargo? Kevin se volteó para ver las cámaras que se movían a cada paso que daba. Y comenzó a gritar. —¿Es él? —dijo una voz al otro lado de las cámaras —un hombre alto y redondo, que sostenía un tabaco en su mano, de cabello rubio y lentes oscuros. —Si señor, yo mismo lo analicé por años. —Muy bien Rogers encárgate de él. —¿Alguien me escucha? —seguía gritando Kevin, mientras el frío se iba esparciendo en la habitación, sus pies descalzos ya se estaban viendo algo rojos —¡necesito salir! —gritó algo desesperado y una puerta continúa se abrió. Al pasar la puerta, sintió la calidez, el frío de su cuerpo desapareció en cuestión de segundos. —¿Qué es esto? —dijo Kevin al ver cientos de frascos en los estantes, etiquetados con fechas y nombres. —Son los que ves, son pruebas de sangre, de todos nuestros participantes —dijo el hombre que Kevin había visto en el mercado —si, soy yo, Rogers. —¿Qué hago aquí? Señor Rogers —preguntó Kevin algo confundido. El señor Rogers caminó hacia los estantes, y tomó una de las muestras en la mano. Kevin vio un nombre, Sally Molls, y algo de tristeza apareció en la cara de este hombre. —Esto es el Proyecto Explorer, un lugar, dónde damos nuestra vida a la ciencia. Todos en la vida sacrificamos algo, en algún momento de nuestras vidas —dijo, dejando el frasco de vuelta en su sitio —es por eso que estamos aquí, para cambiar el mundo, de una u otra forma. —¿Qué necesitan de mí? —¡En su momento lo sabrás, mi joven amigo! —dijo pasando a su lado y tocando su hombro. —¿Y si me niego? —Ja, ja, ja, solo trata de intentarlo. Kevin miró a su alrededor y vio una puerta, en la oportunidad que vio sin pensarlo, salió corriendo. —¡Atrápenlo! —digo la voz del señor Rogers. Kevin nunca había sido hábil en los deportes, pero ese día corrió, ya que su vida dependía de ello. No quiso mirar hacia atrás. Al salir del lugar, se veía la luz de la mañana a lo lejos a través de los grandes ventanales. Parecía que había un gran terreno, hasta llegar a una cerca, por la lejanía, podría medir al menos tres metros, era imposible saltar ese lugar. Detrás de Kevin, venía un grupo de hombres corriendo. Kevin abrió una de las ventanas; estaba a unos siete metros de altura, su cabeza estaba dudando un poco; sin embargo, volvió a mirar y los hombres estaban cada vez más cerca. Sus pies golpearon el suelo, y rodo en el suelo, para compartir el impacto en todo su cuerpo, eso lo había visto en física hace unos años. Los hombres lo veían a través de las ventanas y uno de ellos sacó un arma apuntando al muchacho. Un hombre que estaba a su lado, bajó el rifle con su mano, pues al parecer querían vivo al muchacho. Kevin corrió como pudo, dejando una gran ventaja entre él y sus perseguidores, parecía que lo había logrado, no había sido tan difícil, lo único que se interponía entre él y su libertad era el enorme muro. Todo dependía en que su visión no le fallara en ese momento, pues desde lejos había visto unos huecos en la pared, podía ver sido solo un ilusión. El profesor de gimnasia de Kevin si lo hubiese visto en ese momento se le hubiese salido el corazón de alegría de ver a su peor hombre, trepando una pared. Nadie parecía perseguirlo, pero sin embargo no podía esperar que eso ocurriera. Fue subiendo el muro, a como él podía, de vez en cuando miraba hacia atrás, pero al parecer todo está bien. Al llegar a la cima del muro, el corazón de Kevin se sobresaltó, era lo mismo que verse a un espejo lo que ocurrió, pues al trepar al otro lado del muro, cuando bajó, estaba en el mismo sitio. —¡Vaya, si que tienes espíritu! —dijo el señor Rogers dando un par de aplausos. —¿Qué es esto? ¿Quienes son ustedes? ¿Que harán conmigo? —Son muchas preguntas, para el poco tiempo que nos conocemos. Kevin cayó en el suelo, pues uno de los hombres del señor Rogers había colocado una jeringa en su cuello. —Señor ¿Qué hacemos con él? —preguntó uno de los hombres. —De nuevo a la capsula —respondió él y un fuerte viento apareció en el lugar levantando la arena del suelo, los hombres se cubrieron los ojos para no verse afectados; cuando la arena se dispersó; había desaparecido. Nadie en el lugar le importo que el señor Rogers hubiese desaparecido en medio del árido terreno. Kevin se encontraba inconsciente. Solo un hombre bastó para levantarlo del piso. Una camioneta parecida a una ambulancia llegó, y se bajaron dos sujetos, por la contextura de su cuerpo: uno de ellos era una mujer. Sus rostros estaban completamente cubiertos con un traje especial blanco, que empezaba desde sus pies, hasta llegar a su rostro. Bajaron una camilla del vehículo, y el sujeto que sujetaba a Kevin lo dejó caer como si fuera un bulto o un saco de papas. —Oye ¡ten cuidado! —dijo la mujer. —¿O si no qué? —dijo el hombre fornido, señalando su cintura donde llevaba dos pistolas marca glock. El hombre que la acompañaba hizo un gesto en el viento como deteniendo el torbellino que estaba por desatarse. La mujer lo pensó varias veces antes de emitir una palabra, inhalo oxigeno con fuerzas. El hombre de Rogers se quedó viendo la escena y nada paso, se apartó del lugar. —¡Vamos! —le gritó al resto de los hombres, los cuales hicieron una formación de cuatro filas. Daba la impresión que fueran un ejército armado. —Un día de estos, vas a terminar tu también como parte del proyecto, recuerda para qué estamos aquí. —Si lo siento sargento Jonhson. —dijo la mujer. —No me llames así, te lo he dicho —dijo el sargento Jonhson, mirando a todos lados. —Lo siento, lo siento doctor —dijo la joven tapándose la boca rápidamente. —¡Vamos a subirlo! Uno, dos, tres. Las puertas se cerraron dentro de la camioneta, y el hombre se montó en el asiento del conductor, moviendo la camioneta. —¡Revísalo! ¿Cómo está? —dijo ordenándole desde el retrovisor. —Estoy en eso, setenta siento diez, sus pulsaciones están algo elevadas, pero se puede acreditar a su reciente corrida. —Fue una descarga total de adrenalina. El muchacho parece tener penitencial. —¿Crees que sea él? —No podemos presumir nada doctoro Tamara, se ve algo fuerte, pese a su esquelético cuerpo. —Todo cambiaría si supiéramos que es él, nuestra misión terminaría y podríamos irnos a casa, podría ver a mis… —No digas esas cosas, no sabemos cuando nos pueden estar vigilando. —Pero Rogers confía ciegamente en ti —dijo la chica. —Aquí nadie confía en nadie, esa es la verdad. Todo es fantasía en un mundo de mentiras. La doctora Tamara dio un gran suspiro, viendo a Kevin, el cual parecía estar dormido. —Es simpático —dijo, luego se recostó. —No se como hace para envolverlos, y traerlos aquí. Y no sé cómo hacen para caer todos en sus trampas. —Son niños, es por eso. La mayoría son niños. —Debemos darnos prisa, porque esto se esta convirtiendo en una carnicería. Kevin despertó de nuevo, estaba metido en la capsula, sus pies y manos se encontraban sujetos. Pero esta vez parecía estar en una sala diferente, solo habían allí aparte de él, seis capsulas más. El joven que estaba a su lado, comenzó a sangrar por la nariz; luego comenzó a temblar, agitando el agua, sus manos y pies reventaron las correas que lo sujetaban. Entraron unas personas vestidas de médicos, y empezaron a tocar varios botones en unos paneles, corriendo. —No dejes que se vaya doctora Tamara —dijo uno de ellos. —¡no permitiré que se vaya uno más! —dijo la voz de ella. La capsula empezó a vaciarse, dejando escapar el líquido, el cual había adquirido un tono grisáceo. El cuerpo se dejo caer conforme el agua se iba escapando, el cuerpo adquirió un color violeta: como si su nivel de saturación hubiese bajado por completo de un momento a otro. La doctora tocó un botón y la capsula hizo un sonido de abertura. —¡NO! —el hombre saltó de donde estaba, como si fuera un arquero en un partido de futbol soccer. —¡Hay que ayudarlo! ¡es solo un niño! —gritó la doctora, dejándose caer al suelo, de rodillas. El doctor se puso a sus espaldas, estiró su mano, con la intención de dar unos golpes suaves en el hombro de la doctora, pero se detuvo. —Lo siento, pero es parte del trabajo bien lo sabes. —¡NO ENTIENDO, PORQUE NO TE DUELE ESTO! ¿acaso eres parte? ¡solo son niños! —el llanto era tan fuerte que Kevin imaginó a una mujer, una humana detrás de ese traje, llorando, con sentimientos. —Baja la voz, nos están viendo por las cámaras, recuerda, debes ser fría, no te puedes dejar llevar, ahora levántate y ve al baño, y sécate esas lagrimas que seguramente tendrás. —Lo… siento —dijo la mujer, y su voz sonaba algo agitada. —yo me encargaré de revisar a los demás, ahora vete. El doctor caminó con una tableta en la mano, llegando a Kevin. La doctora salió del lugar. —Muy bien Kevin Borns, nuestro corredor estrella, veo que ya estas despierto: así aprovecho de decirte todo lo que no puedes hacer. Desde ahora formas parte del Proyecto Explorer, y tu cuerpo queda bajo nuestra responsabilidad. Oh, lo siento, déjame colocarme esto para escucharte —dijo el doctor colocándose una especie de audífono diminuto en el oído. Kevin quedó algo anonadado al escuchar lo que el doctor había dicho «¿Cómo podía hablar, si su boca estaba envuelta en unos tubos, también estaba el detalle de que estaba metido en líquido, y por último sin contar que seguramente la capsula era insonora») —Claro que puedes hablar —contestó el doctor. Kevin sintió que estaba escuchando sus pensamientos. —¿Podría ayudarme a salir de aquí? —pensó Kevin. —Es lo más frecuente que me piden, la repuesta la sabes, siguiente pregunta por favor. —Necesito enviar un mensaje. —No eso tampoco, lo puedo lograr, y la doctora, aunque la hayas visto vulnerable tampoco servirá tu manipulación. Pasaron los días y uno a uno iban cayendo sus compañeros de habitación, la doctora se había calmado un poco, quizás su colega la había convencido, porque no se vio más un berrinche de parte de ella. —Kevin se encontraba débil, su mente ya no era la misma, no sabía cuanto tiempo había pasado allí metido en ese lugar afable. Todos los días los doctores iban y median en sus computadoras los signos vitales y le suministraban un tipo de medicina. Ese día en especial hubo una visita, se trataba del señor Rogers, el cual producía un poco de escalofríos solo escucharlo. —¿Cómo va? —preguntó él, mas como si estuviese regañando que otra cosa. —Bueno, creo que al igual que los demás. —Necesito que le des más Rivoflafilixina, para que pueda soportar la otra dosis. —Pero señor… —Si señor, contestó el otro médico. —Pero… —Doctora Tamara, por favor, haga lo que se le ordeno. La joven doctora fue directo a un cajón bajo llave, y saco una gran jeringa, la cual introdujo en unas mangueras que estaban en la parte externa, que seguramente llegarían a su torrente sanguíneo. Kevin empezó a vibrar de una forma horrorosa. Moviéndose, rompiendo las ataduras que llevaba, era lo que las otras personas experimentaban antes de morir. Los niveles de presión se incrementaron, un fuerte pitido sonó, haciendo eco en toda la habitación. La doctora se quedó paralizada. —¿Qué haces? —le dijo agarrándola por los brazos batiéndola un poco —morfina apresúrate. La doctora pareció recobrar la cordura y busco otra jeringa, Kevin se quedó paralizado al leve contacto de la sustancia con su cuerpo. Por un momento su semblante había cambiado, se veía bastante relajado, como si estuviese soñando; pero sus signos vitales fueron cayendo, hasta que su ritmo cardiaco se detuvo. —¿Qué sucedió? —preguntó el señor Rogers. —¡Ha muerto! —dijo el doctor. —¡Me dijiste que este si serviría! —dijo el señor Rogers, su aspecto había cambiado: era una mezcla entre miedo, desesperación e incredulidad.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD