En una hora aproximadamente Elizabeth y Harald llegaron al castillo. Cuando el rubio dejó a la pelinegra en el suelo, comenzó a estirar su cuerpo y a saltar, parecía exaltado como si estuviese bajo los efectos de alguna droga. Elizabeth lo único que hacia era mirarlo con duda porque conforme mas se acercaba a la verdad, mas extraño le parecía a ese hombre. —¿Se encuentra bien? ¿No está cansado? Corrió a la velocidad de un auto ¿No le duelen las piernas? Harald luego de oír sus preguntas lo que hizo fue reírse. —No estoy cansado, pero si tengo hambre. Anda a la cocina a prepararme algo de carne, mujer hechicera—ordena entrando a su castillo, mientras Elizabeth lo queda observando con cierta molestia, porque la forma en la que le hablaba, le resultaba irritante. —Le dije que