1 semana atrás
—¡Hey fea, apresúrate, no tenemos todo el día! —exclama viendo como la chica se tardaba más de la cuenta.
La joven al escuchar esos gritos, aceleró su paso como pudo con mucha dificultad, porque en ese momento, ella cargaba tres enormes tablas de madera que necesitaban en la construcción de la vivienda, en donde se encontraba trabajando. A la joven no le importaba que ese trabajo fuera principalmente para mano de obra masculina, porque lo único que ella deseaba, era cobrar su jornada laboral a final del día. Es por ese motivo, que la muchacha no se quejaba, a pesar que las tablas de madera que ahora cargaba sobre sus hombros eran bastante pesadas, y el resto del trabajo era terrible, principalmente porque lo único que pasaba por la mente de la joven, era el dinero que tendría al final por todo su esfuerzo. Y así, cuando finalmente las llevó al lugar donde requerían esas tablas, las dejó ahí para ir por más.
Horas más tarde
Eran exactamente las 5 de la tarde, cuando todos los jornaleros culminaron su horario laboral. Los cansados trabajadores estaban en una fila, en completo silencio pasando de a poco para recibir su paga diaria. Entre ellos se encontraba la muchacha, la cual cuando llegó su turno extendió su mano para recibir los billetes. Ella no esperó ni un segundo, cuando comenzó a contar su salario, dándose cuenta que le faltaba dinero, es por eso que, sintiéndose muy molesta, exclamó diciendo:
—¡Oiga! Me faltan setenta dólares dijeron que me iban a pagar cien, y solo me ha dado treinta, ¿qué le sucede? ¿por qué no está completo? —exclama la chica con mucha molestia.
De inmediato el dueño de esa construcción, la mira de pies a cabeza y con una sonrisa algo burlona le responde diciendo:
—Los trabajadores fijos ganan cien dólares, tu apenas llegaste hoy y muchos me dijeron que eras demasiado lenta y entorpecías la producción ¿Qué haces aquí?, este no es un trabajo para chiquillas flacas como tú. Agradece que te pagué, ahora lárgate y no regreses mañana —ordena el hombre, empujando a la muchacha que, de inmediato le devuelve el empujón.
—¡Que le pasa! ¡No me vuelva a tocar!—grita la joven sintiéndose completamente molesta.
De inmediato, el hombre que estaba detrás de ella, la sujeta por su brazo para empujarla y sacarla de ahí, porque estaba atrasando el p**o de todos y ellos ya querían irse a casa. La joven desea seguir peleando, pero comprende la situación, es por eso que prefiere irse en paz, mientras se guarda la paga en el bolsillo de su pantalón, pensando que ese dinero no era suficiente para vivir una semana, a menos que durmiera en la calle, o regresara del lugar donde escapó.
«Dormiré en la calle, ni loca regresaré con esos hijos de puta nunca más. Mañana puedo encontrar otro trabajo, debe haber más construcciones por estos alrededores, o quizás necesiten un ayudante en algún taller mecánico, o lo que sea». Piensa la joven, mientras camina con las manos escondidas en los bolsillos de su pantalón.
El nombre de esa joven era Elizabeth Hunter, y a sus 20 años podía decir que ya lo había visto todo. Actualmente ella era huérfana, porque nunca conoció a su padre, y su madre murió cuando ella tenía ocho años en extrañas circunstancias. Su vida siempre había sido lamentable, pero sin duda alguna todo empeoró cuando quedó completamente sola en el mundo que ella consideraba un infierno. Desde la muerte de su madre, Elizabeth vivió con su madrina, la única persona que su progenitora consideró amiga cuando ella estaba con vida. Es por eso que, para cumplirle el último deseo a la moribunda mujer, esta se quedó con la chiquilla, solamente para convertirla en su sirvienta durante todos esos años.
Como si se tratase de una cenicienta moderna, la desdichada joven se convirtió en la esclava de la casa de su madrina, la cual tenía tres hijos varones y una chica de la misma edad que Elizabeth. El hombre de la casa, es decir, el esposo de la madrina de Elizabeth, tenía un taller mecánico, el cual les servía de sustento para el hogar. Aquella familia trataba terriblemente mal a la joven quien conforme pasaron los años, le impidieron ir al colegio, alegando que no era necesario que estudiara, después de todo, a ella no le serviría de nada tener una instrucción académica avanzada, era ridículo pensar que iría a la universidad, es por ese motivo que, solamente con saber lo básico era más que suficiente para una chica como ella, ya que, la única forma que tenía para salir de su miseria, era en el instante que algún hombre cercano a la familia se enamorara de ella, le pidiera matrimonio, y luego la sacara de ahí para así, formar una familia. Por lo tanto, mientras eso no ocurriera, ella permanecería en la casa siendo una simple sirvienta.
Elizabeth hubiese aceptado ese terrible y aburrido destino sin problemas, sin embargo, ya estaba cansada de recibir maltratos por parte de esas personas que, la trataban como si ella fuese una basura; abusando de la joven tanto física como verbalmente, al grado que ella ya estaba comenzando a pensar que todo eso se lo tenía merecido por ser la hija de una horrible bruja. Así es, aquella muchacha suponía que toda la fuente de sus desgracias pasadas y futuras, se debían a causa de su progenitora, y esos poderes ocultos con los cuales ella también había nacido. Esa “magia” que tenía Elizabeth y su madre en vida, siempre los habían mantenido en secreto de todos, incluyendo de su misma madrina, la cual no tenía idea que la pelinegra podía ver cosas que nadie más veía.
Desde muy pequeña, Elizabeth sabía que el mundo no era como se mostraba a simple vista. Ella sabía que había muchos secretos ocultos que no todos podían distinguir. Como por ejemplo, la joven podía ver las almas de las personas que habían acabado de morir, y las cuales todavía se encontraban vagando por los lugares donde fallecieron. En pocas palabras, Elizabeth podía ver fantasmas. Cuando era más pequeña, ella sentía temor de los esos seres no vivientes, incluso lloraba durante las noches en el momento que estos se le aparecían para molestarla. Sin embargo, conforme pasó el tiempo ella se dio cuenta que los seres más aterradores y más peligrosos para ella, eran los humanos, más que el alma errante de una persona muerta.
Además de eso, ella podía “percibir” cuando alguien estaba poseído por alguna entidad o por algo no humano, solamente con verlo a los ojos. Normalmente no ocurría todo el tiempo, pero en algunas ocasiones las percibía sin que ella lo controlara o deseara. Esas tan solo eran algunas de sus habilidades, ya que la joven si le apetecía podía hacer que las cosas que anhelaba, se cumplieran con tan solo pensarlo. No obstante, como nada en la vida es gratis, sus deseos tenían un precio muy alto, y si estos se cumplían, venían cargados con una ola de calamidad sobre ella, al punto que socavaba por completo lo que la magia le había favorecido.
Y en ocasiones, la calamidad podía ser tanta que podía acabar con tu propia vida, así como le sucedió a su madre, la cual ella sospechaba que debido al uso de sus poderes paranormales, terminó arrastrándola a la muerte ¿Qué habría pedido su madre? Posiblemente fue algo muy grande, suponía la joven, porque no tenía idea como su muerte había llegado de esa forma tan repentina. Posiblemente Elizabeth contaba con otras destrezas extraordinarias que ella no tenía la intensión de conocer, porque ya tenía suficiente con su vida de infierno, como para empeorarla descubriendo más aptitudes mágicas que solo le traerían más problemas. Es por ese motivo que ella detestaba la magia, incluso odiaba ver en la televisión, como romantizaban a la hechiceras, y el “tener poderes”, porque ella se decía que nadie podía entender lo horrible que era haber nacido con esas habilidades que ella ni siquiera pidió.
Y ahora bien, regresando al punto inicial, Elizabeth se había escapado de casa hace dos días, luego de que se cansara de ser usada como una esclava por su madrina, ya que la gota que derramó el vaso, fue cuando le pidió al esposo de su madrina, que le enseñara mecánica, para así ella a futuro trabajar en su taller y tener un sueldo. El hombre sorprendentemente accedió y durante dos años, le enseñó todo lo que él sabía a la jovencita, alegando que cuando estuviera lista, podría comenzar a trabajar oficialmente como su ayudante, mientras tanto, no le daría ni un centavo porque de momento era una aprendiz. Elizabeth lo aceptó tranquilamente, soportando la doble explotación, porque ahora trabajaba en el taller, y de sirvienta en la casa. Pero a pesar de eso, lo hacía con la esperanza de tener un empleo oficial muy pronto, porque aunque no lo parecía, a ella le estaba comenzando a encantar la mecánica, porque si bien es necesario agregar, la joven nunca había sido una chica muy femenina.
Elizabeth usaba la ropa de los hijos varones de su madrina, incluso la ropa interior, porque estos nunca le habían comprado absolutamente nada. Jamás en su vida había usado un vestido, o algún adorno femenino, ni siquiera cuando vivió con su madre, y hasta ahora no sabía lo que significaba tener algo nuevo. A pesar de todo, la joven no le prestaba atención usar ropa masculina, a fin de cuentas ella solo necesitaba ropa para vestirse, sin embargo en el fondo de su ser, si deseaba ser una chica “como el resto” tener ropa linda, verse bonita, lucir limpia, pero sabía que actualmente eso era imposible. Así es, era imposible porque ella admitía que jamás iba ser una chica normal, y lo más probable era que ningún muchacho se iba a fijar en ella, es por eso que su plan era trabajar en el taller mecánico a tiempo completo, y así tener el dinero suficiente, para después irse de ahí y buscar la independencia.
Pero después de dos años trabajando en el taller, Elizabeth comprendió que el esposo de su madrina nunca tuvo intensiones de pagarle, porque el día que decidió huir, este contrató a un joven, ofreciéndole un salario decente como asistente de mecánico, mientras que a ella ni siquiera la tomaba en cuenta, usándola solamente para hacer los trabajos que nadie más quería dentro del taller. Fue en ese momento cuando la joven decidió hablar con él en privado, aprovechando que en ese momento el hombre regordete y de barba graciosa, se encontraba en su oficina sin que nadie más los molestara. Y así, en medio de esa privacidad que los rodeaba, Elizabeth se llenó de valor para decirle lo que tanto le inquietaba.
—Señor Rogers, ¿por qué no me paga? Me conformaría con la mitad del sueldo que les paga a sus trabajadores oficiales, estaría bien para mí. Ya tengo los conocimientos necesarios para ser pertenecer a su equipo de trabajo. Creo que ya me lo merezco, he trabajado muy duro hasta ahora, y quisiera ganar algo de dinero para comenzar a ahorrar —dijo la joven, con una pequeña sonrisa en sus labios rosas.
Elizabeth se sentía algo nerviosa por haber solicitado un p**o salarial, pero a pesar de todo, se sintió en la necesidad de hacer lo que ella creía justo. Sin embargo, el hombre cuando escuchó esa propuesta de la joven, hizo una evidente expresión de indignación en su rostro, porque desde su punto de vista las palabras de Elizabeth eran una ofensa para él, ¿cómo esa mocosa podría atreverse a pedirle un salario si ella vivía gratis en su casa?, pensaba el señor Rogers con mucha molestia.
—¿Dices que te lo mereces? ¿cómo te atreves a cuestionar mis decisiones? Tú no tienes que decirme lo que tengo que hacer ¡Te pagaré cuando yo lo crea necesario! ¿Comprendes? ¡Ahora regresa a trabajar! —exclamó el hombre con un tono de voz furioso.
Elizabeth al escuchar esas palabras se sintió muy molesta. Es por esa razón, que ella frunció el ceño mientras apretaba sus manos con tanta fuerza, que sus nudillos se tornaron blancos, porque al comprender que todo su esfuerzo jamás seria recompensado, la llenaba de una frustración increíble.
«Ya lo entiendo todo él no me quiere pagar. Nunca ha tenido intensiones de hacerlo. Solamente me ha estado usando como lo han venido haciendo desde que era pequeña». Piensa Elizabeth, mientras frunce sus labios con aprensión.
La joven de cabello n***o era lo suficientemente inteligente, para darse cuenta como el esposo de su madrina, solamente la veía como una esclava que no tenía derecho a nada. Quizás ella había estado en negación durante todo ese tiempo, y no quiso ver la realidad que se presentaba muy clara frente a sus ojos, la cual en ese instante se mostraba ante ella, en aquella sonrisa que ahora tenía ese hombre dibujada en sus labios. Es por ese motivo que, envuelta en una ola de rabia la joven gritó diciendo:
—¡Jódete viejo imbécil! ¡Eres un imbécil hijo de puta! —gritó Elizabeth a todo pulmón.
Y así, al instante de exclamar aquellas palabras, el Señor Rogers se levantó de su asiento, acercándose a ella para darle una bofetada con el reverso de su mano. Luego de aquel semejante golpe la chica de inmediato cae al suelo, sin embargo, ella sin importarle nada se levanta con rapidez cogiendo la primera herramienta que vio a su alcance, para lanzársela a ese hombre que, para su mala suerte, no contó con que la chica tuviera una puntería envidiable, porque la herramienta de mecánica que ahora se había convertido en un arma letal, le cayó directo en la cabeza, lastimándole al grado que su frente comenzó a sangrar, mientras él se quejaba por el dolor causado del ataque.
—¡Estúpida mocosa! —gritó el señor Rogers, mientras se cubría la herida sangrante con una de sus manos.
Después de eso, Elizabeth salió corriendo de la oficina huyendo de la escena, y así salir a toda prisa del taller mecánico, sabiendo que si se quedaba ahí, lo único que iba a recibir era una paliza por el acto que había cometido, y más castigos en cuanto llegara a casa. Es por esa razón, que la joven en ese instante tomó la apresurada decisión de escapar para siempre de las garras de su madrina, sabiendo que aunque no tenía a donde ir, era lo mejor para ella de momento.
No obstante, ese incidente había ocurrido hace una semana atrás, y ahora la joven de ojos azules, sabía que las calles no eran el mejor lugar para vivir, luego de haber pasado ya siete días en la intemperie. Su cuerpo se encontraba muy sucio, no había comido mucho desde entonces, y los trabajos que conseguía eran terriblemente mal pagados, como el que hizo horas atrás, donde solamente le dieron treinta dólares luego de todo el esfuerzo que hizo, la llevó a pensar que lo más sensato era regresar a la casa de su madrina, porque no podía continuar así.
—No me queda otra opción… tendré que regresar. No lo puedo evitar porque todo esto me sucede por haber nacido con la magia de una bruja, que solo me trae mala suerte —murmura Elizabeth con una expresión triste en su rostro.
Ella sabía que esa decisión le iba a costar muy caro, pero justamente como había susurrado, de momento no tenía más opción, a menos que deseara ser una indigente por un largo tiempo.
«Ya se me ocurrirá que hacer». Piensa la muchacha, sin dejar de caminar.