No te enamorarás de mí.

2335 Words
La junta con los japoneses iba muy bien, habíamos establecido los términos generales del contrato y nuestros abogados se pondrían en contacto después. Nos veríamos en dos semanas para hacer la transacción oficial de la empresa y ver los cambios que les había planteado realizar. Todo iba tan bien hasta que el señor Takahashi dijo: —Sobre la fusión de las empresas, queremos que el nuevo diseño y eslogan lo haga la señorita Lily. Por un momento no supe a quién se refería, pero luego capté que era Ginebra, la mujer de la que ellos creían que estaba completamente enamorado. Y también, la chica que no planeaba volver a ver nunca más. —Seguramente Lily se sentirá muy feliz al saber que la tuvieron en cuenta —comenté con diplomacia—, por desgracia, ella y yo tenemos la regla de no trabajar juntos. Creemos que no es bueno para la relación. Pero no se preocupen, tengo un equipo de diseño fantástico que… —Queremos a la señorita Lily, señor Cavanagh —insistió el señor Takahashi—. Mire, al verlos recordamos los inicios de la empresa, nuestros abuelos trabajaron juntos y queremos eso. Además, la señorita Lily es la persona más creativa que hemos conocido. La queremos. —Lo siento, pero… —Es una de nuestras condiciones, señor Cavanagh —sentenció. Pero ¡¿Qué demonios?! Sólo habían conocido a Ginebra por cinco minutos ¡Igual yo! Y ahora me querían obligar a trabajar con ella sólo porque les parecía creativa. No podía permitir que me condicionaran de esa forma, debía salir victorioso de aquella reunión. Dialogué, negocié, incluso amenacé sutilmente a los japoneses, pero al final… —Llévame al aeropuerto, de inmediato —le pedí al chofer. Miré el reloj en mi muñeca, faltaban treinta minutos para el mediodía, la hora en la que Ginebra me habían dicho que salía su vuelo a Atenas. Tenía que detenerla antes de que se fuera y no volviera a verla. Maldita sea la hora en la que la atropellé. El tráfico estaba horrible y el tiempo seguía corriendo; ni siquiera tenía el número telefónico de Ginebra, por lo que no había forma de contactarla antes de que se fuera. Lo único a mí alcance fue llamar a una de las empleadas de SkyAir para que investigara cuál era el vuelo más próximo a Atenas y lo detuviera. Al llegar al aeropuerto faltaban sólo cinco minutos para que el vuelo despegara, la gerente con la que me había comunicado me esperaba en la entrada con una tableta electrónica y toda la información del vuelo más próximo a Atenas. —Sale de la puerta seis, señor Cavanagh —informó—. Los pasajeros ya han abordado, pero detuvimos el cierre de puertas. El asiento de la persona registrada como Ginebra Bouchard es el 32A, pero... —Pero ¿qué? —pregunté impaciente mientras hacía toda una caminata por el aeropuerto. —No encontramos a nadie en el lugar, estaba vacío y no registró su abordaje. Esa chica iba a matarme. —La buscaré yo mismo —dije. Casi corrí hasta las puertas de abordar y subí al avión de prisa; los empleados, que no sabían quién era yo, intentaron detenerme en varias ocasiones, pero la mujer que me había proporcionado la información les comunicó quién era para que me dejar andar tranquilamente. Pasé por el pasillo del avión y me detuve a mirar el rostro de cada mujer que había, esperando encontrar a Ginebra entre ellas. — ¡Oiga! —gritó uno de los pasajeros—. ¡Nos está atrasando a todos! ¡Tenemos un itinerario! —Siento mucho los inconvenientes —dije. Seguí pasando la mirada entre los pasajeros, pero no había rastro de ella—. SkyAir les hará un descuento del treinta por ciento la siguiente vez que viajen con nosotros. —Cuarenta —retó el mismo hombre. Lo miré perdiendo la paciencia, pero no precisamente por él, se cruzó de brazos y continuó llamando la atención de todos—. O daremos malas reseñas de la aerolínea. Todo eso estaba sucediendo por Ginebra, todo era su culpa. —Cuarenta por ciento —accedí—. Gracias por volar con nosotros, lamento los inconvenientes. Ella no estaba en ese vuelo, así que me di la vuelta, frustrado, y comencé a descender del avión. Quizá Ginebra se había equivocado, o quizá se había arrepentido de viajar ese día. Esperaba que estuviera en su hotel aún o, de lo contrario, no tendría ninguna otra forma de contactarla. Lo peor era que ya les había dado mi palabra a los japoneses. —Asegúrense de que tengan el descuento que les dije —pedí a mi empleada—. Gracias por detener el vuelo. No necesito nada más, gra… — ¡Ay, por favor! ¡Ahí sigue el avión! —Esa, sin duda alguna, era la voz de Ginebra. Miré al primer filtro de seguridad, donde ella, con una maleta de mano, señalaba a los ventanales frente a ambos donde se divisaba el avión que debía abordar—. Por favor. Sé que llegué un poquito tarde, pero ¡Ahí está el avión! Llegué tarde porque llegar con dos horas de anticipación es demasiado ¿Sabe cuántas cosas puedo hacer en dos horas? —Pueden cerrar las puertas —ordené, deteniéndome junto a Ginebra. Alzó sus ojos con sorpresa y sonrió lentamente—. La señorita ya no abordará. —Ah, ¿no? —preguntó Ginebra, también se cruzó de brazos—. ¿Se puede saber por qué decidiste eso? —Porque es mi avión —sentencié. Rodó los ojos y no se impresionó por mis palabras, pero tampoco estaba enojada ni asustada, más bien interesada por lo que tenía que decirle—. Y porque tengo una propuesta para ti. Pondré un avión privado a tu disposición después de que me escuches. No rompí el contacto visual con sus grises ojos, ella también sostuvo mi mirada y, poco a poco, su sonrisa se fue haciendo más ancha. Negó con la cabeza como si fuera un chiste que sólo ella entendiera. —De acuerdo —aceptó—. Tú traes mi maleta. Su cabello ondeó cuando me dio la espalda y comenzó a caminar. Ordené a los empleados que llevaran su maleta a mi auto y fui tras Ginebra. No se detuvo hasta llegar a la salida del aeropuerto a una banca vacía y se sentó. Me senté a su lado. — ¿Y bien? —apremió. —Quiero que trabajes para mí. Soltó una corta carcajada que me irritó más de lo que ya estaba. Además, se —Creí que tendrías una propuesta menos decorosa y más entretenida. —Y bostezó para cabrearme todavía más—. No trabajo para personas que desprecian mi compañía, Logan Cavanagh. Ni para nadie, en realidad. —Escucha. —Me incliné y hablé seriamente, no pensaba dejar que se fuera—. Necesito que trabajes para mí. Los japoneses quieren que te encargues del nuevo diseño y publicidad de la fusión de nuestras empresas. Les agradas mucho, supongo, aunque no entiendo por qué. Pero es una de sus condiciones. —Vaya, resulta que soy más encantadora de lo que pensaba. —No lo eres —desmentí; entrecerré la mirada hacia ella y la apunté con mi dedo—. ¿Qué les dijiste? No hablaste mucho con ellos, no es posible que incluso pongan de condición que trabajes con nosotros. ¿Fue un plan? Me miró con extrañeza y volvió a reírse de un chiste privado. —Recientemente descubrí que no necesitas un gran currículum o un muro lleno de reconocimientos para que la gente te recuerde —dijo con voz suave—, a veces sólo se necesita ser genuino y sonreír. —Sí, sí, muy linda tu frase de Pinterest. Esta es mi propuesta: en dos semanas volveremos a Tokio para terminar el proyecto con los japoneses, mi equipo de diseño hará todo el trabajo y tú sólo fingirás que es tuyo ¿De acuerdo? Te pagaré como si de verdad fueras la diseñadora. Y luego, te vas. Ginebra desde un principio me miró de una forma peculiar, como si estuviera haciendo cuentas mentales o descubriendo un gran secreto, incluso fue un poco intimidante que me mirara con tal intensidad. — ¿Sabías que tengo una lista de deseos? —preguntó de forma casual, obviamente, eso no me importaba ni era relevante, pero al parecer para ella sí—. Tengo muchos deseos y uno de ellos, quizá de los más ambiciosos, es cambiar la vida de alguien. —No veo cómo eso… —Cambiaré tu vida —interrumpió; y sonrió. Me reí, harto de que se burlara de mí. — ¿Qué te hace pensar que deseo cambiar mi vida? O peor, que tú me la cambies. —Que jamás te he oído reír de verdad. —Su respuesta fue tan sincera y simple que tragué saliva por la vergüenza y la conmoción de no saber qué responderle—. La vida es más que trabajo, Logan Cavanagh. Esto es lo que te ofrezco: dos semanas. — ¿Dos semanas de qué? —Estaré dos semanas contigo—propuso. Eso no era lo que quería, mi plan era mucho mejor—. Haré el diseño y la campaña para la fusión de tu empresa, será excelente. Con mis condiciones de trabajo, obviamente. —Ni siquiera sé si eres buena diseñadora —solté, sincero, sin pena—. Yo no contrato a alguien sin haber visto su trabajo antes, como mínimo. ¿Cómo sé que no es un riesgo contratarte? —La vida se trata de tomar riesgos —respondió—. Aun así, no te preocupes, haré un buen trabajo. Tómalo o déjalo. Porque no le diré a los japoneses que hice algo que no hice, son una persona decente. Me barrió de arriba abajo con sarcasmo y ojo crítico. Mantuve mi expresión en blanco para que no fuera más obvio que me tenía en sus manos, pero por dentro estaba explotando de rabia al caer en su juego. —De acuerdo. Estás contratada para esta campaña, pero tienes que volar a Canadá conmigo y… —Después —interrumpió. No entendí a lo que se refería—. Estaba a punto de abordar un vuelo a Atenas ¿recuerdas? He estado esperando esto por mucho tiempo y no lo voy a cambiar por nada. Vendrás conmigo una semana a Atenas y luego, si no queda de otra, iremos a Canadá. —Eso nunca. —Entonces no hay trato. — ¿Y yo por qué debo ir? —pregunté fastidiado—. Ve tú y te veo en una semana. —Te lo dije antes, voy a cambiar tu vida —aseguró. Toqué mi sien con los dedos—. Tienes que ir una semana conmigo a Atenas. En dos semanas volveremos a Tokio y sellarás el contrato. — ¡Ni siquiera me conoces! —le recordé—. Podría ser un psicópata y tú quieres que vaya contigo a un país desconocido. ¿No tienes ni un poco de recelo? —No tienes cara de psicópata. —Es completamente absurdo que quieras que te acompañe en este viaje, no somos ni amigos. —Podemos serlo, si quieres. —Tengo trabajo que no pienso dejar por ti. —Entonces… olvídate de mi ayuda. Me puse de pie, frustrado y enojado con Ginebra por ponerme en esa ridícula situación. Yo no era la clase de hombre que hacía una locura como esta, no dejaba que nadie me diera órdenes; yo las daba, y nadie condicionaba mi trabajo. Sin embargó, en contra de toda lógica y probabilidad, dije: —Tenemos que estar aquí dos días más, tengo cosas que resolver y luego… volamos a Atenas. —Dios, cómo me costó decir aquellas palabras—. Pero al terminar el plazo debes tener el mejor diseño y una campaña que haga que todas las demás aerolíneas se vean ridículas, o en serio lo vas a lamentar. Soy un buen hombre, pero, como dijiste, soy despiadado en los negocios. —Estarás feliz al final —prometió. Se puso de pie también y se detuvo frente a mí, era pocos centímetros más baja que yo—. Pero tengo otras condiciones… —Qué sorpresa. Me mostró su dedo índice para señalar el primer puntos de sus locas condiciones. —No vas a cuestionar mis decisiones. —Esperó a que dijera algo, sólo me encogí de hombros con pereza y resignación porque en los cinco minutos que llevaba conociéndola, ya sabía que al final hacía lo que le daba su tremenda gana—. No preguntarás sobre mi vida personal. —No te emociones, no me importa tu vida —mascullé. —Y tres —continuó con mucha dignidad—, no te enamorarás de mí, todo será profesional. —La miré sin poder creer lo que decía—. Ya sabes… ayer… te besé y no quiero que pienses que pretendo algo más. No me malentiendas, fue un excelente beso, pero… Parecía contrariada, pero también era ridículo lo que decía. —Te voy a detener ahí porque, aunque es interesante ver cómo hablas y hablas antes de procesar las palabras, quiero decirte que estamos en el mismo canal —aseguré. El beso que me había dado Ginebra fue muy bueno, caliente y sexy, pensé en él un par de veces después de que salió de mi auto, pero definitivamente no iba a pasar nada más allá de eso—. No voy a mantener una relación contigo y, mucho menos, enamorarme de ti. —Entonces, creo que tenemos un trato. Te daré un trabajo bien hecho y… cambiaré tu vida. Estiró su mano hacia mí con una sonrisa en el rostro. Esperaba no arrepentirme de aquella decisión, pero ya no había marcha atrás y yo no era un hombre que huía de los problemas. Así que tomé su mano y sellamos el trato.
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