Viaja para vivir.

2636 Words
La celebración de los cincuenta años de AeroTokio era en un gran y prestigioso hotel, así que me pregunté cómo habían tenido el presupuesto para costear tal fiesta si estaban en quiebra. Resulta que todo fueron donaciones de diferentes empresas; banquete, bebidas, música, luces, decoración, todo era un regalo a los anfitriones. Y ahí comprobé que ellos sí eran más que una compañía, eran una familia. Ginebra (o Lily, porque debía pensar en ella de esa forma) estaba impresionada con todo lo que veía, con las elegantes personas y la música clásica en vivo; para mí era una reunión más, pero ella sonreía de manera brillante, como si estuviera en un sueño. Tomé una copa de un mesero que pasaba por ahí, y rogué para mis adentros que esa noche saliera bien. —Oye, ¿cómo me dijiste que te llamas? —me preguntó Ginebra. Maldita. Sea—. Estoy bromeando, relájate un poco. —Está noche es muy importante y tenemos un trato… Un hombre se acercó a mí y dijo algo en japonés que no entendí, señalaba mi copa y seguía hablando. —No quiero más, gracias —dije, pensando que era un mesero. Evidentemente, me equivoqué. Y Ginebra se rio muy fuerte de mí, luego le explicó algo al hombre en el idioma que ambos entendían. —Te estaba preguntando dónde conseguiste el trago —me explicó—, no si querías más. —Como sea. Mira, busquemos a mis futuros socios para que vean la feliz pareja que somos. —Comencé a caminar, pero no sentí que me siguiera. Lily seguía en la misma posición y me miraba con sus ojos tiernos y mentirosos—. ¿Ahora qué? —Quieres que sea tu novia, entonces debes ser un caballero conmigo. Con delicadeza extendió su mano hacia mí y esperó a que la tomara; no me quedaba de otra más que seguirle el juego, así que entrelacé mis dedos con los de ella y le otorgué una mueca de resignación. —No sabía que el sentido de la caballerosidad estaba en tomarte la mano como si fuéramos unos niños. —Logan, deberías sonreír más —sugirió, ignorando lo que le había dicho de manera mordaz—. En serio, tienes una linda sonrisa, pero esa expresión te aumenta varios años. ¿Cuántos años tienes? Yo tengo veinticuatro. —Veinticinco —dije, resignado a contestar sus preguntas o de lo contrario la noche sería más difícil porque sabía que no se iba a callar hasta obtener una respuesta. —Vaya, pues a esa edad no deberías ser tan despiadado en los negocios —expresó; fingí no escucharla y seguí caminando en busca de los anfitriones de la noche—. Aunque te entiendo ¿Sabes? La perfección es adictiva, un trabajo bien hecho da una satisfacción que no se compara. Y, claro, siempre está el hecho de saber que eres el mejor en lo que haces. —La miré con curiosidad genuina, ella de verdad lo entendía—. ¡Señor Takahashi! ¡Hola! Me distraje por un segundo y reaccioné hasta que Ginny, o Lily, saludaba animadamente a mis socios y éstos estaban felices de ver a mi novia. Intenté que en mi expresión no se notara que quería morirme en ese preciso momento. —Muchas gracias por invitarnos —dijo ella—, es una fiesta maravillosa. —Gracias por la invitación, señor Takahashi —estuve de acuerdo; en el papel de un socio que se la pasaba muy bien en la fiesta—. Me encanta conocer su empresa de esta forma. —Me recuerda un poco al evento de los Smith, ¿lo recuerdas, mi amor? —mintió Ginny; y cómo odiaba que me pusiera en ese tipo de situaciones que me dejaban en jaque—. Fue una fiesta muy hermosa y bailamos toda la noche. Logan siempre está ocupado, y yo también —le contó al japonés, sonriendo—, pero siempre intentamos pasar el mayor tiempo posible juntos. ¿No es así, cariño? —Por supuesto, nada es mejor que estar con Lily. —Siempre le digo que somos jóvenes —continuó inventando ella— y que debemos disfrutar estos momentos. ¿No lo cree, señor Takahashi? —Estás en lo correcto, hija —dijo él con cariño—. Mi esposa y yo siempre vamos a todos lados juntos. Me encanta pasar el tiempo con ella porque es como un respiro de tanto trabajo y personas que buscan algo de ti. ¿Me entiende, señor Cavanagh? —Totalmente —mentí—. No sabe cuánto me gusta escuchar a Lily, ella habla y habla y habla y yo… estoy encantando. —Sonreí y traté que mi sarcasmo no se notara—. En serio, al final de un día estresante, lo que más quiero es estar con ella. —Ay, mi amor… —Por eso creo que es buen momento para que pase más tiempo con su esposa, señor Takahashi —insistí, porque yo iba ahí para negociar, no otra cosa—. Tomarse unas vacaciones y… — ¡Ay! ¡Logan! —expresó Ginny con entusiasmo, se tomó de mi brazo y, como siempre, no tenía idea de qué mosca le había picado—. Es nuestra canción. Nos encanta. Se lo robo un momento, señor Takahashi. —Adelante, querida. Ginebra me llevó a rastras hacia la pista de baile y el señor Takahashi siguió en el mismo sitio creyendo que nosotros de verdad estábamos enamorados. O eran muy crédulos o yo era mejor actor de lo que creía. —Dijiste que te comportarías —me quejé—. Estaba a punto de retomar el tema de la empresa. —Lo sé —dijo con voz cantarina; se posicionó delante de mí y puso sus manos alrededor de mi cuello. Estábamos justo al centro de la pista cuando me vi obligado a rodear su cintura con mis brazos—. Pero no te la iba a dar, aún no parece que seas algo más que un adicto al trabajo. Resoplé, molesto con ella y conmigo por confiar en Ginebra. Comenzamos a balancearnos al ritmo de la música y Ginny cerró los ojos con una expresión muy relajada, recargó su cabeza sobre mi hombro y no volvió a hablar. Estaba confundido porque no sabía si eso era parte del juego o qué era lo que pretendía. Sin embargo, sentí algo más que confusión. Fue algo muy fugaz, pero ahí estaba. Mientras Gin, de forma sencilla y natural se acercaba a mí, mi corazón dio un salto durante una milésima de segundo y luego siguió latiendo a un ritmo lento, pausado, en calma. Observé las largas pestañas de Gin y el puente recto de su nariz, y una sensación de paz me invadió. No era normal que algo o alguien causara tanta paz en mí, la conocía sólo de un día atrás y lo único que hizo fue darme problemas. Y, a pesar de eso, ahí estaba esa fugaz sensación. No quise volver a bailar con ella porque no me gustaba lo que estaba sintiendo, así que dejé que me llevara a la barra libre del lugar y me tomé algo lo bastante fuerte como para soportar la noche y dormir aquello que no quería sentir. No quería que nuestra ficticia relación se prolongara por más tiempo o la situación podría volverse complicada, por lo que volví a buscar a alguno de los dueños de la empresa y, afortunadamente, encontré al señor Takahashi y al señor Watanabe con sus respectivas esposas. —Tienen una hermosa familia —me adelantó Ginny al hablar con nuestros anfitriones; señaló toda la sala y sonrió como si ver un montón de personas presentes por puro compromiso fuera maravilloso—. Trabajar es bueno, nos hace personas de bien, personas responsables, pero cuando trabajas con cariño, el trabajo se vuelve mucho mejor. Eso es lo que han hecho. —Nos alegra tanto que sea lo que perciben —dijo el señor Watanabe—, porque es eso lo que más queríamos. Las empresas van y vienen, pero se queda el legado y no sólo son las cifras, sino los corazones de todos aquellos que tocaste. —Sabemos que le parecemos una empresa anticuada, señor Cavanagh —adivinó el señor Takahashi. —No, no creo que… —No intente negarlo —me interrumpió con una sonrisa; fue un momento incómodo para mí, pero al menos no parecería molesto—, sabemos que SkyAir tiene lo último en tecnologías y que es la líder de las aerolíneas en todo Norteamérica. Fácilmente usted podría convertir a AeroTokio en algo impresionante, pero… —No quiere perder el legado que han dejado —terminé por él. Ambos hombres asintieron y luego miraron a sus esposas con cariño. Y, sorprendiéndome, el señor Watanabe continuó hablando. —Le venderemos nuestra empresa, señor Cavanagh. Pero… —agregó, limitando mi sensación de triunfo— ¿Puede prometernos que la compañía seguirá igual? —No estaría haciendo un buen trabajo si la empresa siguiera igual —respondí—. Pero le prometo que nadie será despedido si puedo evitarlo, que mantendremos los lazos que hayan formado y que llevaré a cabo una fusión entre SkyAir y AeroTokio con lo mejor de ambas. — ¿Puedo decir algo? —preguntó Ginny. Yo quería ponerle cinta en la boca, pero los anfitriones asintieron, encantados—. Creo que los cambios no son malos, a veces nos muestran cosas que no esperábamos y nos hacen vivir una mejor vida, descubrir nuevas pasiones o conocer nuevas personas. —Me miró con diversión en los ojos, pero pronto regresó su atención a los japoneses—. Logan puede parecer un hombre muy serio y adicto al trabajo, pero en el fondo… está abierto al cambio. No sabía si se estaba burlando de mí o lo decía en serio, pero al menos funcionó para que los japoneses se relajaran más. De hecho, me pidieron que nos viéramos en la oficina al siguiente día para poner las condiciones del trato. Sonreí, mucho más relajado que antes, porque mi trabajo estaba hecho. Comenzaron a hablar sobre los cambios y qué era lo que le hacía falta a la empresa en primer lugar, claro está que yo me hubiera inclinado a estabilizar la contabilidad, pero Ginny, viendo la vida desde un ángulo totalmente diferente, dijo que le cambiaría el eslogan. —Una vez escuché a alguien decir que la vida comienza con un viaje, así que me gusta cómo suena... Vive para viajar, viaja para vivir —sugirió con aire soñador. Lo peor fue que a los japoneses les encantó y le preguntaron cómo se le había ocurrido, por lo que terminó contándoles que era diseñadora y publicista, y le encantaba pensar en las mejores frases publicitarias. Luego no entendí cómo es que llegaron a platicar de una película infantil. Me aguanté un par de minutos y soporté que Ginny olvidara nuestro propósito principal sólo porque ya me había ayudado a conseguirlo, pero no dejé pasar mucho tiempo para decirle que teníamos que regresar al hotel. Nos despedimos de nuestros anfitriones y salimos a la fresca noche del mes de junio. —Bueno, nuestro trabajo está hecho —dije al entrar al auto y pedirle al chófer que lo echara a andar—. Te llevo a tu casa y no nos volvemos a ver. —No olvides que me debes un favor —mencionó de forma distraída. Miró su teléfono con el brillo reflejado en sus ojos, luego se inclinó entre los asientos y habló con el conductor en japonés, regresó a su asiento y miró por la ventana. Su sonriente rostro se reflejó en el cristal y, no por primera vez, me pregunté quién rayos era esa chica. Una incógnita, justo como había dicho. — ¿Qué le pediste al conductor? —pregunté con desconfianza. —Le di la dirección de mi destino. —Te dije que te llevaría a tu casa —recordé extrañado. —No voy a casa —me informó de forma casual—. Te lo dije antes: ya tenía planes. Hay un club nocturno en una zona muy exclusiva. Resulta que no me dejaron entrar hace unos días, pero le hablé a un mesero y he estado mandando mensajes aquí y allá, así que me invitó esta noche. —Confías demasiado en la gente, ¿no lo crees? —Está es mi última noche en Tokio —continuó como si no me hubiera oído—, así que pienso aprovecharla a lo grande. Mañana al mediodía parto a Atenas, nada más y nada menos que con SkyAir —dijo riendo—. Tremenda coincidencia, ¿no lo crees? —No lo es, simplemente es la mejor aerolínea. —Tantita modestia no te caería mal. —Me guiñó un ojo—. ¿Tú que harás? —Ya lo sabes, tengo una junta mañana por la mañana. —Qué aburrido —gruñó. Se giró hacia mí y me dio un leve golpe en el hombro—. Eres joven, guapo, millonario y buena onda, más o menos, pero, bueno, el punto es que debes aprovecharlo. Ven conmigo al club. Resoplé sin creer que lo propusiera. Ginebra no parecía mala persona, pero sí demasiado alocada, imprudente, irresponsable y un montón de cosas más que no iban conmigo. Nuestro trato había terminado y no quería prolongar nuestra convivencia innecesariamente. —No, gracias —respondí sin darle importancia—. Tengo mucho que preparar para mañana. —Tú te lo pierdes. Oye, ¿tengo que devolverte este vestido? —Humm…, no —respondí confundido. —Excelente, gracias. —Acto seguido, sacó unas pequeñas tijeras de su cartera y comenzó a romper el vestido para que no fuera tan largo—. No puedo ir tan elegante al club, estás de acuerdo, ¿no? Había convivido con personas extrañas porque yo mismo consideraba a mis hermanas unas lunáticas, pero Ginebra era de otro nivel. Con ella la vida pasaba de forma tan acelerada que no sabías lo que ocurría. El conductor se detuvo frente a un club de letras gigantes, una elegante terraza al aire libre y varias personas formadas en la puerta. —Bueno, al parecer este es el fin de nuestro candente noviazgo —dijo Ginebra; se despeinó el cabello y luego sonrió con alegría—. ¿Seguro no vienes? Podría ser la mejor noche de tu vida, lo digo en serio. — ¿Tú estás segura de que quieres entrar sola a ese lugar? —pregunté en cambio, un poco desconcertado y otro tanto preocupado por las decisiones que pudiera tomar—. No siento que sea correcto dejarte sola aquí. —No te preocupes tanto por mí. Y bueno, como ya no nos volveremos a ver —susurró. Pasó por encima y se sentó sobre mis piernas de frente a mí y, de la nada, me besó. Puso su mano en mi mejilla y me besó suavemente con mucha familiaridad. Ginny podría estar loca, pero ¿Quién era yo para negarle un beso? Tomé sus caderas y la acerqué a mí, le di pleno paso a mi boca cuando su vivaz lengua buscaba la mía. Algunas partes de mi cuerpo estaban respondiendo a la sensualidad con la que Ginny se movía encima de mí, así que la tomé con más firmeza. Pero tan rápido como empezó, terminó. Ginny sonrió y me guiñó un ojo, tomó su bolso y abrió la puerta del auto para salir como si nada hubiera pasado. Por un segundo, quise seguirla. De hecho, coloqué mi mano en la manija de la puerta, pero mi sensatez me mantuvo en el auto y me recordó que Ginebra y yo no teníamos nada en común y nunca nos volveríamos a ver.
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