—Mi cuarto es el de al lado —le informé a Ginebra cuando entramos a la habitación que renté para ella—. Pide lo que quieras de cenar y lo cargarán a mi cuenta; si necesitas cualquier cosa, pídelo. ¿Esto es lo único que traes?
Señalé la maleta de diez kilos que me hizo cargar y una mochila en sus hombros ¿En serio planeaba viajar a Atenas sólo con eso?
—Viajo muy ligero —explicó—, casi como mochilera. Además, conozco cómo acomodar mi ropa para que ocupe menos espacio, el truco está en doblar la ropa como si fuera un taquito y...
— ¡Vaya! ¡Eso es…! Algo que no me interesa —aclaré; aún estaba molesto con ella por meterme en ese loco trato. Aunque recordé algo:— ¿Qué pasó con eso de arreglarte bien como una inversión?
—Soy guapa incluso con un pañuelo como vestido —aseguró; arqueé las cejas ante su seguridad, pero no pude evitar tener ciertos pensamientos—. ¿Estos chocolates son gratis? —Tomó uno de los que ponía el hotel en un tazón; asentí—. Están deliciosos. ¿Quieres uno?
—No, gracias. —Dejé su maleta junto al sofá—. Sé que no quieres preguntas personales, pero… ¿Quién eres, Ginebra? Un día de pronto te encuentro y pones mi vida de cabeza.
—Ginny —corrigió—. Nadie me dice Ginebra.
— ¿Por qué? Es un bonito nombre, es extraño —dije de forma sincera—. Y también es difícil de olvidar. Como tú, por más fastidiosa que seas.
Ginebra sonrió y se sentó en el sofá.
—Le restaré tu ironía y lo tomaré como un cumplido. ¿De qué parte de Canadá vienes?
—Esperaba ser yo quien hiciera las preguntas —me quejé. Pero ella no iba a dar marcha atrás—. De Montreal, Quebec.
—Nunca he estado allá. Soy de Washington, Estados Unidos, y es todo lo que sabrás de mí.
Esperaba que bromeara, pero no. Ginebra era todo un misterio y a mí no me gustaban los misterios ni andar con rodeos. Me molestaba toda la intriga que se escondía detrás de esa mirada.
Aunque también estaba muy cansado de ese día (y eso que no llegaba ni la noche) y no me apetecía pelar con ella, sobre todo, porque era como hablar con la pared; así que lo único que quería era alejarme un buen rato y pensar en mis siguientes movimientos.
—Te veré luego —me despedí.
Salí de su habitación y fui directo a la mía. Quité la corbata anudada a mi cuello, desabotoné tres botones de la camisa y recogí mis mangas. Sólo pensaba en si estaba haciendo lo correcto.
Ginebra no lucía como alguien de quien debería temer, pero, siendo tan controlador y perfeccionista como era, me preocupaba involucrarla en un proyecto tan grande y que no diera el ancho. Así que me puse a investigarla por internet.
No fue difícil, su nombre no se escuchaba muchas veces y, para mi sorpresa, también era reconocido en el mundo de la publicidad. Resultó que encontré varios de los trabajos de diseño que había realizado tiempo atrás y todos eran muy buenos, incluso siendo estudiante universitaria había trabajado con algunas marcas reconocidas de Estados Unidos. Me quedé más tranquilo luego de eso. La verdad es que quería leer más sobre ella, investigar quién era y ver si había algo interesante, quizá hasta encontraba sus r************* , pero me detuve porque eso no era algo que yo haría.
Enfoqué mi energía a revisar la contabilidad de AeroTokio y que todos sus papeles estuvieran en orden legalmente. Iba apenas por el primer vaso con coñac cuando tocaron la puerta de mi dormitorio.
Me levanté a ver de quién se trataba. Oh, vaya, qué sorpresa. Ginebra.
— ¡Hola! —saludó al entrar a mi habitación sin esperar una invitación—. ¿Qué haces?
—Estaba pensando si beber alcohol etílico o simplemente hundirme en la bañera para ya no tener que vivir esta pesadilla.
—Oh, entonces estás libre. Vámonos…
— ¿De qué hablas? —pregunté confundido.
—Vamos a pasear —explicó—. Hay un parque que no pude ir a ver antes, pero ahora tengo tiempo en lo que volamos a Atenas. Anda. —Sonrió y esperó a que dijera algo.
—No voy a ir —aseguré—. Tengo mucho trabajo que hacer. Pero puedes ir tú si quieres, pondré el auto a tu disposición.
Se cruzó de brazos con una expresión audaz y se paró de forma en que su pierna estaba doblada, la cadera salida y el pecho le sobresalía. ¿Cómo se veía tan endemoniadamente sexy cuando pretendía obligarme a hacer algo que no quería?
—No iré —repetí.
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—Llegamos.
Ginebra saltó fuera del auto y tomó la comida que habíamos pasado a comprar antes. También me había obligado a dejar mi teléfono y venir sin chofer. Apagué el auto y eché la cabeza para atrás, cansado y humillado. Ginebra: 2; Logan: 0.
Ginebra salió del auto sin importarle nada; la seguí porque seguro se rompería una pierna o quemaría el mundo si nadie la detenía.
—Eres muy fácil de convencer —se burló mientras caminábamos—. ¿Hay muchas mujeres en tu vida?
Arqueé las cejas y reprimí una risa.
—Un desfile entero. Por las noches soy gigolo.
Ginebra se rio con suavidad, pero yo me mantuve impasible.
—Me refiero a… si te rodeas de mujeres de forma común, ya sabes, mamá, abuela, hermanas, hijas…
Desde el inicio comprendí a qué se refería, pero me daba un poco de gracia cómo lo había dicho.
—Tengo una mamá y dos hermanas —le conté. Se detuvo frente a un lago de agua cristalina rodeado de árboles de cerezo y se sentó en el pasto; me senté a su lado—. Y sí, son igual de molestas que tú, pero no puedo decirles que no.
—Nunca decir que no tiene sus ventajas. —Me pasó la comida que había pedido y ella tomó la suya, empezando a comer—. Te lleva a cometer locuras y esas locuras te llevan a aventuras que nunca olvidas.
—Si te pido que te cases conmigo, ¿no me dirás que no? —pregunté en burla—. Porque, según tu lógica, es una locura que lleva a una aventura que crea un gran recuerdo.
—Consígueme un anillo con diamantes y nos casamos —bromeó.
Resoplé; eso no iba a pasar nunca.
— ¿A qué te dedicas? —preguntó—. Además de comprar aerolíneas de forma despiadada y tener novias ficticias.
Reprimí una sonrisa.
—Dirijo la empresa de mi padre, pero a estas alturas soy igual de importante que él —dije con obvio orgullo; aunque Ginebra me miró sin más, no parecía impresionada—. Compro muchas empresas. Algunas están en quiebra y otras necesitan un inversor, a veces las liquido y hago algo mejor y otras aprovecho su potencial para mejorarlas. Soy realmente bueno.
— ¿Esto es lo que querías ser cuando tenías diez años? —Su entrecejo se frunció.
Lo pensé, pero no pude darle una respuesta porque no la conocía.
— ¿Tú soñabas con viajar por el mundo? —pregunté en cambio.
—Absolutamente no —confesó; lo cual me sorprendió mucho porque no me la imaginaba de otro modo como aquel en el que la conocí—. Tenía algo muy diferente planeado para mi vida, pero… me di cuenta de que era algo vacía y cambié. Y ahora soy feliz.
No volvió a hablar después de eso, pero me dediqué a observarla. La curiosidad llegó a mí por primera vez. No sólo quería saber quién era Ginebra por el hecho de controlar lo que estaba pasando, sino porque quería saber qué era de su vida, qué lugares había conocido y qué era lo que pasaba por esa peculiar mente.
Después de todo, quizá no sería una mala amiga. Aunque no quería meterme mucho en eso, no debería, Gin y yo sólo teníamos un trato profesional, uno muy loco.
La comida era muy buena, me concentré tanto en comer que no me di cuenta de que Ginebra no comía, en cambio, miraba el paisaje con una fijeza y concentración que nunca había visto. Incluso me pregunté si había algo más de lo que yo veía, pero no, para mí era un simple lago y unos cuantos árboles.
— ¿Estás bien?
—Mejor que nunca —respondió con voz soñadora—. Es hermoso este lugar, ¿puedes verlo?
—Lo veo.
—No, no lo ves —negó. Se quitó los zapatos y se puso de pie, luego estiró la mano hacia mí—. Daremos un paseo para que lo veas realmente. No, no… —Puso su delgada mano sobre mi abdomen cuando me puse de pie frente a ella, resignado—. Quítate los zapatos.
— ¿Querías una excusa para tocar mi abdomen? —la molesté, medio divertido.
Rodó los ojos y ni se sonrojó.
—Anda, quítate los zapados.
Miré a mi alrededor. Había unas cuantas personas, pero no iba a hacer el ridículo andando descalzo por ese lugar público.
—No me quitaré los zapatos. —Volvió a sonreír, como siempre hacía; se inclinó hasta desatar los cordones de mis zapatos ella misma y esperó con paciencia a que me los quitara. Maldita sea. Lo hice—. Definitivamente no sé cómo fue que tú y yo terminamos juntos aquí.
—Creo firmemente que fue el destino. ¡Hey! Ahí deja los zapatos ¿Quién se robará unos zapatos?
Ginebra comenzó a caminar descalza por el pasto, aparentemente sin rumbo alguno, así que la seguí medio metro por detrás.
—No creo en el destino —dije, retomando el comentario que había hecho—. La vida sólo es estadística y probabilidad.
—La vida es más que eso —aseguró—. La vida tiene una fórmula que las matemáticas no pueden explicar, y no importa, sólo… gózalo. Cierra los ojos. —Esperó en vano—. Por favor.
Exhalé lentamente y cerré los ojos como tanto quería. Sentí su mano tomar la mía con seguridad y comenzó a conducirme.
—Siente el pasto debajo de tus pies ¿Lo sientes? No hay una sensación igual, todo mundo sabe cómo se siente, así que no puedes confundirlo. Y ¿sabes dónde estamos? Sólo presta atención a lo que sientes.
Silencio. Silencio. Silencio.
—Al pie del lago —respondí luego de pensarlo un poco—. Siento menos cantidad de pasto y tierra húmeda, debemos estar junto al lago. Y no hay Sol, bueno, aquí no hay mucho, pero aun así creo que estamos debajo de un árbol.
—Y en aire sopla con fuerza, te eriza los vellos de cuello y mueve ligeramente su camisa, por eso se pega más a tu cuerpo. Sabes que hay un pájaro en la copa del árbol porque escuchas su piar con atención, y te lo imaginas… ¿amarillo, verde, azul? Sus plumas deben ser muy suaves y te encantaría tocarlo. Y mi voz… la escuchas detrás de ti, susurrando, y la reconoces… ya nunca la olvidarás porque justo ahora eres más consciente que nunca y eres capaz de reconocer lo maravilloso de cada aspecto que te rodea. Y lo valoras porque respiras, porque tu pecho sube y baja sincronizadamente, lo valoras porque estás vivo.
Y fue tal cual Gin dijo, sentí cada una de esas palabras y, cuando abrí los ojos, ella estaba de nuevo frente a mí con una sonrisa desinteresada y el brillo en sus ojos. Inevitablemente, una sonrisa fue apareciendo en mi rostro, no me pude contener porque ver la vida como ella la veía era un trago de frescura.
— ¿Ahora ves lo maravilloso de este lugar?
Sus ojos destellaban, su sonrisa mostraba unos dientes muy blancos y rectos, el viento agitó su cabello y un mechón rubio le obstruyó su mirada; tenía un lunar diminuto en el lado izquierdo de su barbilla, su ceja derecha estaba arqueada a la perfección, pero tenía una cicatriz vieja y pequeña.
—Lo veo —respondí.
Y mi buen humor se fue tan rápido como llegó. Una enorme gota de lluvia cayó sobre el puente de mi nariz. Luego le siguieron otras pocas gotas hasta que, en cuestión de segundos, comenzó un tormentón. Justo lo que me faltaba.
—Tenemos que irnos —dije. Comencé a caminar de prisa porque nos habíamos alejado bastante del lugar donde estábamos en un principio, pero luego miré hacia atrás para asegurarme de que Ginebra estaba bien y la encontré mirando al cielo en medio de esa tormenta—. ¿Qué rayos haces?
— ¡Es sólo agua! —gritó. Caminó hasta mí con una sonrisa, estábamos empapados de pies a cabeza y a ella no le importaba, parecía pasarla bomba—. Disfrútala.
— ¡Estamos arruinando nuestra ropa!
Se echó a reír.
—Eres millonario, no puedes preocuparte por cosas así. —Tomó mi mano y se dio una vuelta, bailando—. Logan, es sólo agua, no entiendo por qué las personas le temen. Mira, huele a lluvia.
Hasta ese momento no sabía que la lluvia podía oler, no sabía que la gente corre sin razón cuando comienza la llovizna; pero esa tarde con Ginebra entendí que la lluvia era gotas cayendo por tu cuerpo que te ponían la piel chinita por el frío; que eran charcos en el piso donde una joven podía saltar con una sonrisa llenando todo su rostro; que la lluvia olía a diversión, esperanza, juventud y… amor. Pero no lo supe hasta tiempo después.
Todavía me negaba a ver la vida como lo hacía Ginebra, todavía me negaba a abrir los ojos y mirar a mi alrededor, porque en mi cabeza siempre podía más la lógica. Así que tomé su mano y la obligué a dejar de saltar, no la solté hasta llegar a donde en un principio nos sentamos a comer. Y cuando llegamos a ese lugar, me giré hacia ella intentando controlar mi molestia.
—Dijiste que nadie se robaba unos zapatos —recordé con los dientes tan apretados que me dolían.
Ni sus zapatos ni los míos estaban donde los habíamos dejado, mucho menos las bolsas con lo que quedaba de comida.
Ginebra miró a todos lados en medio de la lluvia, como si esperara encontrar nuestras cosas en algún lugar seguro; alzó la mirada hacia mí con los ojos entrecerrados por la lluvia y soltó una carcajada.
—En serio, ¿quién podría robar unos zapatos?
—Date prisa —ordené; volví a tomar su mano para que no se le ocurriera correr o hacer otra tontería y fui directo al auto—. Contigo siempre quedo en ridículo.
— ¿Y qué importa? —Retiró su mano con brusquedad, pero su mirada permaneció brillante y amable—. No le debes nada al mundo, Logan, sólo a ti. No te avergüences por ser feliz haciendo el ridículo, porque a las personas que te quieren eso no les va a importar.