Eran las siete de la mañana en Tokio de la mañana del miércoles, las ocho de la noche en Quebec, Canadá, cuando me reuní con mi papá por videollamada. Después, claro está, de que mi mamá me preguntara qué había hecho esos dos días fuera y si estaba comiendo bien.
—Hoy iré a la celebración de su aniversario —le comenté—, estoy seguro de que aceptarán mi propuesta muy pronto.
—Sé que así será —dijo con seguridad—, no hay nadie que te gane, Logan. —Una risa se le escapó y me sentí orgulloso de mí mismo—. Volverás a casa con esa compañía, estoy seguro.
Fue total su confianza en mí lo que me dio un poco de miedo porque me hizo recordar a “Lily” asegurando que los japoneses no harían ningún negocio conmigo a menos que les mostrara que era un hombre con los mismos valores familiares y lazos de amistad como los de ellos.
Mi papá y yo discutimos un rato más sobre los detalles de la transacción que queríamos hacer y luego me preguntó si la ciudad me estaba gustando, no le dije mucho porque no había tenido la oportunidad de pasear; principalmente fui por negocios, así que no me gustaba desviarme de mi objetivo.
Terminé la plática con mi papá y fui al gimnasio del hotel donde tenían una alberca techada; nadé una hora hasta que mi desayuno estuvo listo en el pent-house, revisé los documentos del contrato para tenerlos listos cuando fuera necesario e invertí mi energía en algo productivo. Sin embargo, no podía sacarla de mi cabeza. Sí, a ella.
Esa chica que tuve que llevar a casa la noche pasada no dejaba mis pensamientos, pero no por una buena razón, sino porque su gran boca había dejado una sensación de preocupación en mí. Temía que tuviera razón sobre los japoneses, temía perder la oportunidad de adquirir su compañía sólo por sus detalles insignificantes. Sin embargo, ¿cómo podría tener razón? Ella no sabía nada de negocios y no conocía mi forma de hacer las cosas; no sabía que cuando yo quiero algo, lo tengo. Aunque... ahí estaba, esa espinita de la duda clavada en mí por su culpa.
Pero… tampoco quería llevarla a la cena, no iba a caer en ese juego estúpido. No era la clase de persona que actuaba irracionalmente o se dejaba llevar sin saber lo que le esperaba. No, no iría a buscar a esa chica.
---------------
Me tragué mis palabras un par de horas después cuando toqué a la puerta de la habitación de su hotel. Aunque me estaba retorciendo por dentro, era un jodido golpe a mi orgullo.
Ella abrió la puerta y me miró con una gran sonrisa, no parecía sorprendida de verme, y eso me hizo enfadar más porque significaba que estaba segura de que iría a buscarla.
—Pasa —dijo.
Entré al lugar, frustrado y molesto por esa ridícula situación. Le ordené a los empleados de mi hotel que entraran conmigo y se quedaron de pie a un lado.
—Pueden dejarlos en… —miré alrededor, pero no había mucho— donde sea, sólo que no se arruguen. Pueden irse, gracias. —Saqué varios billetes para ellos—. Que el chofer me espere abajo.
Ellos salieron y Lily empezó a revisar las cosas que le había llevado.
— ¿Cómo supiste cuál era mi habitación?
—En la recepción te describí como una chica molesta, parlanchina y con la actitud de una niña. Resulta que sí sabían quién eras.
—Ah, sí, todo el mundo me conoce pronto —respondió sin importancia—. ¿Qué es todo esto?
—Pedí varios vestidos para ti, alguno debe quedarte y gustarte, también algo para que puedas maquillarte o lo que sea. —Me miró con una gran superioridad, lo que me molestó de igual forma—. Te llevaré a la celebración y fingirás que eres mi novia, les dirás a los japoneses que dejar su empresa en mis manos será lo mejor que hagan y luego… desaparecerás de mi vida para siempre.
— ¿Y por qué habría de ir contigo? —preguntó con astucia.
—Porque tú eres la culpable de que estemos en esta ridícula situación. Tú fuiste la que inició el juego y lo vas a acabar.
—Parece que no te agrada mucho mi compañía y ya tenía otros planes. —Miró con curiosidad todos los vestidos que pedí y los ojos le brillaron al ver el vestido verde oscuro de seda—. ¿Qué ganó con ir y hacerte ese favor?
—Te pagaré. Muy bien.
Ya había pensado en esa posibilidad y estaba preparado, no me preocupaba el dinero.
—No quiero dinero —se apresuró a decir—. Quiero un favor tuyo.
Resoplé.
—Mi idea es mejor.
—No la acepto. —Se cruzó de brazos.
La imité para dejar en claro que no me intimidaba.
— ¿Qué favor?
—Aún no lo sé, sólo me deberás un favor.
Me reí sin poder contenerme.
—Estás bromeando, ¿cierto? —Ella ni siquiera parpadeó—. No puedes esperar que acepte deberte un favor cuando no sé qué es lo que vas a pedirme y no sé quién demonios eres. Yo no debo favores, la gente me los debe a mí.
—Entonces… —se sentó en una vieja silla y cruzó sus largas piernas con elegancia—. Que te vaya bien.
Maldita sea la hora en la que la conocí.
—Escúchame, si no fuera por tu imprudencia nada de esto estaría pasando. —Me acerqué a ella para que viera que no estaba jugando—. Mis socios no pensarían que tengo una novia y, sin duda, los podría convencer de firmar el contrato. Pero ahora me has metido en esto y no puedo fallar porque ellos esperan verte. —Siguió con la misma expresión desesperante—. Además, piénsalo, no nos volveremos a ver después de esta noche.
— ¿Entonces por qué te da tanto miedo?
Odié su expresión triunfadora.
—No tengo miedo —afirmé. Era verdad, sólo no quería tener más relación con ella—. De acuerdo, te deberé el maldito favor —concedí de mala gana—. Pero tengo condiciones: uno, te vas a comportar a la altura de la celebración y no podrás salirte de esto; dos, no hagas nada para arruinar mis planes; tres, esto termina a las doce de la noche, ni un minuto más, pero sí puede ser antes.
—Acepto. Siempre y cuando me debas un favor que puedo cobrar en cualquier momento. —Extendió su mano hacia mí y la tomé para sellar el acuerdo; volvió a sonreír; creo que nunca dejaba de hacerlo—. Espérame en lo que me cambio.
—Date prisa —pedí tras mirar el reloj en mi muñeca.
Se metió al cuarto de baño con todas las cosas que le llevé y me dejó solo, otra vez era demasiado confiada respeto a mí.
Di un vistazo rápido a la habitación donde me encontraba, sólo para distraerme en lo que el tiempo corría; sin embargo, no había mucho. Su hotel era muy sencillo, apenas el espacio básico; quizá no estaría en Tokio mucho tiempo porque tampoco había colocado nada personal.
Volví a pensar si esto era una buena idea, pero me recordé que ya estaba ahí y que haría lo que fuera para conseguir mi objetivo. Si por algo me caracterizaba, era por mi determinación y perseverancia cuando algo me importaba.
El tiempo corrió y corrió; ella de verdad se había tardado demasiado en arreglarse y lo único que me decía que seguía en el baño era que hacía un ruido horrible con lo que fuera que hacía dentro.
—Para ser una persona a la que no le gusta desperdiciar el tiempo, pasas demasiado arreglándote —me quejé.
Pasaron unos segundos y luego la puerta del baño se abrió. Por fin salió y resultó que todo había valido la pena. Ella lucía espectacular; pude reconocer aquello. Se había puesto el vestido verde oscuro ceñido a toda su perfecta figura, su cuello parecía muy largo y delgado, el cabello bien arreglado y un perfecto maquillaje, y… ¡mierda! Esas piernas eran asombrosas, parecían infinitas por la abertura del vestido y no pude evitar tener pensamientos que quizá no le gustaran mucho. Si no hubiera estado tan molesto y apático con ella, quizá hasta hubiera intentado seducirla.
—Me gusta pensar que es una inversión. —Su voz me trajo de vuelta a la realidad, porque me había quedado mirándola de forma descarada, aunque creo que no le importó—. Cada mañana me levanto y todo puede pasar; puedo conocer un chico lindo y seducirlo —Arqueé una ceja— o pueden... atropellarme y entonces... morir, pero pienso que, si es mi último día, quiero lucir bien. Voy a pasar el resto de la eternidad con la misma ropa y no quiero presentarme ante el gran jefe con un pantalón deportivo o unas chanclas.
La miré sin tener idea por qué fui a buscarla. Estaba volviéndome loco.
—Vaya, me pregunto por qué nadie piensa en la ropa más que en el hecho de que se va a morir. Qué idiotas somos todos. —Sonreí falsamente y añadí:— Recuérdame no volver a preguntarte nada. Si estás lista, nos vamos.
—Logan —me detuvo—. ¿Me subes el cierre, por favor?
Se dio la vuelta y me dejó ver el escote pronunciado en su espalda; al cierre sólo le faltaban un par de centímetros, pero me acerqué a ella y me llegó el olor a fresa de su cabello. Era muy guapa, pero no la clase de chica que podría llamar mi atención. Tenía una alta dosis de irresponsabilidad y falta de seriedad, cualidades que no soportaba.
—Listo —dije; volvió a darse la vuelta y me sonrió—. ¿Quién eres? Realmente.
—Soy una incógnita —respondió.
Rodé los ojos con fuerza.
— ¿Puedes decir algo real por un minuto? Te llevaré con personas que necesitan confiar en mí y yo ni siquiera sé si confiar en ti.
—No siempre tienes que saber todo. —Tomó una cartera y echó un par de cosas a ella; luego tomó mi mano como si de verdad fuéramos amantes y sonrío, pero también me tranquilizó—. Puedes confiar en mí, no haré nada para dañar tu empresa. Y mi nombre es casi como Lily, así que bien acertado —se rio—. Soy Ginny Bouchard. Ginebra, en realidad. Lily, Ginny ¿Lo ves?
—Bien, Ginebra Bouchard, soy Logan Cavanagh —dije un poco más relajado, sólo un poco—. Hay que irnos, la noche es larga.