Y de pronto... te conocí.

2707 Words
Cerré la maleta y me la quedé mirando sin poder creer lo que estaba haciendo. Ese no era yo. No podía creer que caí en un juego tan tonto con una chica de la que no sabía absolutamente nada. Suspiré y tomé el iPad de la mesa. Envié una solicitud de videollamada al correo de mi padre y respondió a los pocos segundos. —Hola, hijo. —Su rostro apareció en la pantalla, el escenario detrás de él era el interior del auto—. Vengo llegando a casa, fue un día muy tranquilo. Decidí llegar temprano para sorprender a tu mamá. ¿Cómo estás? ¿A qué hora sale tu vuelo? —Papá… ¿Puedes quedarte en el auto un par de minutos? Todo está bien —agregué al ver que de inmediato comenzaba a poner esa expresión de sobreprotección que siempre había tenido—. Sólo… no quiero hablar con mamá, siempre hace muchas preguntas y estoy un poco apurado. — ¿Está todo bien, Logan? —Sí, todo está bien. Ayer arreglé todo con los japoneses y ya me puse en contacto con los abogados, te harán llegar los papeles mañana por la mañana para que los revises. —Logan, sé que todo está bien con el trabajo —interrumpió con amabilidad—. Pero… ¿qué es lo que está mal contigo? —Nada —mentí—. Sólo que hubo un cambio de planes y voy a ver a unos amigos en Atenas. Estaré allá una semana, pero regresaré a ponerme al corriente con todo y… —Logan —interrumpió una vez más, pero de forma más tajante—, está bien, hijo. Mereces unas vacaciones y no tienes que justificarlas conmigo. Viaja todo el tiempo que quieras, no hay ningún problema. Asentí, algo culpable por mentirle. Sin embargo, no quería contarle que Ginebra me había chantajeado para trabajar conmigo, porque se hacía sentir un niño explicándole a su papá cómo lo molestaba una niña del colegio. Ya no era ese niño, nunca lo fui. —Y… guardaré tu secreto, sea cual sea —dijo mi papá. Lo miré fingiendo que no entendía de qué hablaba, pero él sólo se rio—. Dame un poco de crédito, ¿quieres? Tu mamá no es la única que puede saber cuando sus hijos mienten. Tengo cuatro hijos desde hace veintiocho años y, a estas alturas, reconozco las mentiras de cada uno. —Iré a Atenas —aseguré tras un suspiro—, pero es… complicado. —Arqueó las cejas y contuvo una sonrisa burlona. Maldición, no quería que se hiciera falsas ideas—. Volveré en una semana, sólo… ¿Puedes mantener tranquila a mamá? —No creo, pero haré mi mejor intento. Lo entendía; mi mamá era imparable. —Tengo que irme —dije—. Gracias, papá. Nos vemos pronto. —Diviértete y haz alguna tontería por ahí —recomendó con burla—. Les diré a todos que estás con unos amigos. Adiós, Logan. —Adiós, papá. Colgué la videollamada justo al tiempo en el que alguien tocaba mi puerta. Al dejar que entrara la gente del servicio ordené que tomaran mis maletas y las llevaran al auto. Salí a buscar a Ginebra, pero no estaba lista aún, para variar. Así que tuve que presionarla y tocar la puerta de su habitación varias veces. Qué horrible costumbre la suya de no tener respeto por el itinerario. —Basta, basta, ya estoy aquí —dijo con fastidio—. ¿Cuál es la prisa? —Tenemos un horario, es importante ser responsables con el tiempo de los demás. —Indiqué a los botones que tomaran las cosas de Ginebra y las llevaran con las mías—. Al menos ¿Estás lista? —Casi. —Me dio la espalda—. ¿Puedes subirme la cremallera? Hubo un momento cuando mis dedos tocaron su suave piel que tuve una sensación extraña en la punta de mis dedos, como una descarga eléctrica tras su contacto; pero… no estaba listo para admitirlo ni para reconocer lo que se avecinaba en ese momento. —Gracias. —Me sonrió—. Podemos irnos porque al parecer el tiempo es muy importante cuando se tiene un avión privado a tu disposición. Tomó su bolso de mano y cerró la puerta de su habitación para comenzar a caminar por el pasillo hasta el elevador. Y la vi, de nuevo estaba muy guapa, con un vestido azul cielo con flores, sandalias doradas y el cabello amarrado en una trenza a lo alto de su cabeza. —No se trata de lo que tengo o no a mi disposición —dije, molesto con ella, y sin querer cerrar el tema—. Se trata del tiempo de las personas que trabajan para mí, no viven sólo para servirme. ¿Crees que por ser rico soy un tipo irresponsable y narcisista que sólo piensa en sí mismo? — ¿La verdad? Sí, lo creía. —Apreté la mandíbula al ver que todavía tenía el cinismo de sonreír—. Pero luego te conocí. No creo que seas esa clase de hombre —respondió de forma amable—. En realidad, creo que eso habla de lo buen jefe que eres y, supongo que si la vida laboral aún me importara, sería igual que tú. Lo siento. —Sonrió de forma tierna y se encogió de hombros—. Mi problema no eres tú, es… el tiempo. — ¿Qué? Por más que me esforzaba, no la entendía. —Estoy… cansada de que las personas quieran vivir a mil por segundo, que no se detengan a… respirar, simplemente a respirar. Parece que no tenemos tiempo de nada y aun así siempre vamos corriendo de un lado a otro. Y lo peor es que a veces sólo corremos por cosas que no valen la pena. —Tú también corres —observé. Íbamos dentro del ascensor y parecía un espacio demasiado pequeño para los dos—. Eres como un relámpago, no te detienes en un solo lugar y sí, destruyes todo a tu paso. Pero… ¿Por qué corres? —Para que no me alcance. — ¿Quién? Ginebra sonrió de forma misteriosa y me observó con atención. Sus ojos eran tan grises que podrían confundirse con un azul si no los conocías bien. —Sólo te diré que vale la pena, pero tú, Logan Cavanagh, ¿Corres por algo que valga la pena o sólo corres con los ojos cerrados? --------------- La mañana era perfecta para viajar y, si todo salía bien, llegaríamos a Atenas a las siete de la noche. Un vuelo demasiado largo para compartir con Ginebra. — ¡No puedo creer que voy a viajar en un avión privado! —exclamó al ver al personal de vuelo esperando por nosotros. Se giró hacia mí y sonrió de forma sincera—. Gracias. Algo se removió dentro de mi pecho; ver la gratitud que tenía por aquello tan simple para mí, me hizo sentir… bien. Sin embargo, como seguía molestándome la pregunta que me hizo al salir del hotel, dije: — ¿Gracias? Vaya, había olvidado que fue mi idea volar contigo a Atenas, no sé cómo no se me ocurrió hacerlo antes en todos estos años de amistad ¡Ah, sí! No somos amigos. Ginebra rodó los ojos y no le importó mi acertado comentario. Volvió a centrar su atención en la azafata que nos daba la bienvenida y dio unos saltitos de emoción. Una diminuta sonrisa se me escapó. — ¿Puedo ofrecerle algo de beber, señor Cavanagh? —preguntó la azafata tras tomar nuestros lugares. —No por el momento, gracias. — ¿Y usted, señorita Bouchard? — ¡Sí! —respondió—. Un poco de champaña no estaría mal. —Arqué mis cejas, sorprendido porque quisiera beber a las siete de la mañana—. ¿Qué? Supongo que tienen champaña, ¿no? Me imagino que tienen todo lo fino. La azafata se aguantó la risa y le prometió que le llevaría una copa de champaña en seguida. Sólo tardó un par de minutos. —Pueden despertarme a las tres para la hora de la comida —pedí a la misma azafata. —Como desee, señor Cavanagh. Recliné mi asiento una vez que fue seguro durante el vuelo y cerré los ojos con la intención de dormir, aunque sabía que Ginebra había dejado de ver por la ventanilla y me miraba intensamente. Mi intención era ignorarla por completo, pero comenzó a tocar la copa con su uña varias veces para provocar un ruido molesto. Ginebra era como dormir directamente bajo el Sol; aunque cierras los ojos, te sigue molestado. — ¿Qué? —terminé preguntando, irritado, ya que sabía que quería decirme algo. — ¿Estás enojado conmigo? —preguntó. Además, ¿estaba triste?; me pregunté. No estaba realmente enojado con ella, al menos eso creo, pero Ginebra me hacía sentir como un niño con una lección que no entiende y no me gustaba. Ella parecía tan llena, tan viva, y cada vez que pasaba más tiempo a su lado me hacía sentir como el humo, demasiado efímero. —No —respondí, pero no me creyó—. ¿Por qué te importa? Creí que sólo te importaba divertirte y hacer locuras. —Sí, es cierto —admitió; se encogió de hombros y se reclinó sobre el asiento con el semblante cabizbajo—. Pero… no me gusta estar molesta con las personas. Nunca… sabes si será la última vez. Ya me ocurrió una vez. Me quedé en silencio lamentando haberle hecho aquella pregunta. Ella había perdido a alguien y por eso actuaba así. Normalmente, no era muy bueno empatizando con los sentimientos ajenos que no entendía, pero en ese momento sólo quería que Ginebra volviera a tener ese molesto brillo en los ojos. —No estoy enojado —dije de forma sincera—. Olvídalo ¿quieres? Sólo… bebe champaña o duerme un poco. Volví a cerrar los ojos para intentar dormir, aunque era falso, sabía que Ginebra no lo permitiría y ya estaba resignado a ello. — ¿Cuántos países has conocido? —preguntó—. Vamos, Logan, abre los ojos. Platica conmigo. Suspiré de forma teatral y abrí los ojos. —Creí que no querías preguntas personales, pero ahora veo que las reglas sólo se aplican contigo. —Está bien… —Suspiró—. Te daré cinco preguntas para que me hagas y puedo elegir no responder una de ellas, pero no es necesario que hagas todas las preguntas ahora. —Ladeó su sonrisa—. ¿Te parece? —No mucho, pero contigo no importa lo que yo quiera ¿verdad? —No lo negó, sólo se encogió de hombros. No la entendía, Ginebra era todo un misterio y no me gustaba, no me sentía cómodo andando a ciegas con ella—. ¿Por qué me obligaste a venir contigo? Y quiero la verdad. — ¡Te dije la verdad! —aseguró, divertida—. Porque tengo una lista de deseos, uno de ellos es cambiar la vida de alguien. La verdad, no planeaba que fueras tú. Pensaba algo así como regalarle tres mil dólares a un vagabundo o algo de ese estilo, pero… apareciste. — ¿Y qué se supone que deba cambiar de mi vida? —pregunté, molesto de nuevo; aunque intenté calmarme tras ver su expresión—. Y no cuenta como pregunta, antes de que me descuentes otra más —aclaré—. Sólo… me parece absurdo que quieras cambiar mi vida cuando soy muy feliz con ella. No me conoces, y no pretendo ser pretencioso, pero lo tengo todo, incluso lo que no debería. — ¿Y cuál es tu definición de todo? —me preguntó curiosa. —Tengo una familia grande y, aunque es molesta muchas veces, es muy amorosa, soy independiente y me mantengo de mi propio trabajo desde los veinte. El año pasado fui nombrado el empresario más joven del año. —Ajá, y ¿eres feliz con eso? Espera. —Me detuvo con una mano arriba y se puso más seria—. Piensa en la respuesta antes de contestar. Es muy fácil decir que sí, pero ¿qué tan sincero es eso? ¿Te digo algo? Creo que la felicidad no se trata de cuántos reconocimientos tengas en una pared, la felicidad es muy simple. Detente a respirar un momento y luego sé consciente de lo que te rodea. De la azafata hermosa que no te ha quitado los ojos de encima. —Fruncí el ceño, pero Ginebra sonrió triunfante al corroborar que no me había dado cuenta de ello—. De las nubes sobre las que ahora mismo volamos desafiando la gravedad. Del Sol que está saliendo. De mí, una nueva amiga frente a ti. La felicidad es sólo disfrutar el momento. Ginebra siempre me hacía cuestionarme hasta de mi propia existencia y me hacía quedar como un chiquillo de cinco años. En ese momento, sólo me molestaba, pero luego entendí mucho más… No quería admitir que no había mirado a la azafata ni una vez luego de sentarme, o que no había mirado a través de la ventanilla o que ni siquiera sabía en qué punto de mi vida me encontraba. Me rasqué la nuca de forma incómoda. Y, sin embargo, lo que menos quería admitir era que, de todo lo que mencionó, lo único que había notado desde el inició era… ella. Era consciente de todos los detalles que toda mi vida había pasado por alto en una chica; de sus labios pintados de rosa, los pequeños cabellos que se salían de su peinado, los ojos grises brillantes y los párpados pintados de tonos neutros, sus pestañas rizadas, las piernas cruzadas y, sí, de sus pechos bien redondos y justo en mi dirección. Muy santo no era. Ginebra resopló, como si me entendiera. —Por eso quise quedarme contigo —explicó con simpleza—. ¿Cuántos países has conocido, Logan? —retomó la pregunta inicial. Tomé un par de segundos para calmarme, volver a ser yo y responder. —No tantos como podrías creer —admití, con una actitud más tranquila—. Algunos los conocí por negocios y otros por viajes familiares, pero… no tengo uno favorito ni un lugar especial, tampoco hay algo que haya encontrado en ellos, nada mágico. Te lo cuento antes de que lo preguntes. —Ginebra sonrió ampliamente porque yo estaba en lo correcto: tarde o temprano me lo iba a preguntar—. ¿A qué países has viajado tú? — ¿Esa es otra de tus cuatro preguntas restantes? —No. —Vale, te la regalo. La verdad es que solo he conocido j***n. —Creí que eras mochilera. —Lo fui, en Estados Unidos primero —contó—. Luego volé a j***n, estuve ahí más de una semana y, como ya sabes, volaría a Grecia. Después de terminar contigo, iré a Egipto. —Tienes todo planeado, ¿cierto? Me disculpo si arruiné tus planes. Aunque aún estamos a tiempo de que nos separemos y hagamos lo que te propuse en primer lugar. Me sacó la lengua. —No arruinaste mis planes. —Me miró de forma pensativa—. En la vida ocurren muchas cosas que no planeamos, pero… no significa que todas sean malas. Quería cambiar la vida de alguien y de pronto… te conocí. Es el destino. —No creo en el destino ni en la suerte —dije, firme—. Creo sólo en lo que puedo controlar, en lo que puedo ver y en lo que puedo aprender. Ginebra rodó los ojos y se puso de pie, pero se arrodilló levemente para quedar a la altura de mis ojos. Otra vez su aroma a fresas me mareó. —Vaya sorpresa —dijo sarcásticamente—. Pero, Logan…, no todo en esta vida tiene una explicación y eso está bien. Se puso de pie y se fue al baño. Me quedé solo y me pregunté por qué esa chica tan diferente a mí me desconcertaba tanto. Debía alejarme de ella, sin importar qué, no quería estar más tiempo con Ginebra.
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