El resto de la tarde pasó rápida. Solo tuve que ayudar a unos agentes jóvenes como instructora de tiro al blanco. El olor a pólvora se mezclaba con el sudor y la tensión en el aire. Los disparos resonaban en mis oídos como truenos lejanos.
Recordaba cuando yo también las hacía… Prácticas semanales de cincuenta tiros en cada ejercicio. Si no fuera por las orejeras, hacía ya tiempo que me habría quedado sorda… Aunque ahora ya no me hacían falta… Estaba acostumbrada al estruendo de las balas.
Cuando terminó la instrucción, miré el reloj. Las ocho. Decidí tomar una ducha rápida para ir a comer y después a acostarme. Tenía que dormir más, o al menos intentarlo. Puse el código como de costumbre, dejé mis armas encima de la mesa que había junto al reproductor de música y me metí en el cuarto de baño. Allí me despojé de mis ropas, quedándome en ropa en interior.
Me miré al espejo, observando mi imagen. En el vientre tenía una pequeña cicatriz que recorría el hueso de la cadera. La acaricié y mi corazón se comprimió. Un par de lágrimas resbalaron por mis mejillas, invadiéndome un sentimiento de tristeza. Con la otra mano, agarré mi colgante.
—Te encontraré… —susurré entre medias lágrimas—. Te encontraré, Natasha.
Respiré hondo y me tranquilicé con manos temblorosas… Terminé de quitarme la ropa y me metí en la ducha. El agua recorría mi cuerpo lentamente. Sentía su calor reconfortante en mi piel, lavando las heridas del día. El vapor se condensaba en las paredes del baño, creando un efecto de niebla. Me gustaba el momento de la ducha; me relajaba y me ayudaba a pensar con más claridad.
—Tengo que centrarme en ella —insistí—. Los chicos solo son una distracción…
Giré la cabeza hacia la puerta del baño, alguien había entrado en mi habitación.
Salí de la ducha con el agua aun cayendo, me lie una toalla alrededor de mi cuerpo y luego me acerqué al mueble que tenía debajo de mi espejo. De ahí, saqué mi Desert Eagle plateada. Mientras tanto, me puse de espaldas a un lado de la puerta y la abrí lentamente intentando hacer el menos ruido posible.
—¿Me echabas de menos fierecilla? —escuché.
Instantáneamente, me tensé.
Él no podía estar aquí… ¿Cómo me había encontrado? Y lo más importante: ¿dónde estaba ella?
Di una patada y me giré buscándolo por la habitación.
—¿Dónde estás? —grité.
No veía bien por la espesa cortina de vapor, con mucha precaución, me acerqué a la mesa y cogí mi M9. Me puse a dar vueltas por mi habitación buscándole detenidamente.
—¡Deja de jugar conmigo! —exclamé furiosa.
Al cabo de unos segundos el vapor se disipó del todo, me encontraba sola. No había nadie allí. Las armas se resbalaron de mis manos como plomo derretido. Lentamente fui entre sollozos a la puerta del baño, que ahora se encontraba cerrada. Mi espalda resbaló por la pared hasta sentarme en el suelo.
Suspiré.
—Me estoy volviendo loca —susurré sin emoción.
Agarré mis rodillas con fuerza y enterré la cabeza en ellas cerrando los ojos desesperadamente. Cuando volví a abrirlos, mir el pequeño colgante de plata que colgaba de mi cuello. Lo cogí delicadamente entre mis dedos y lo abrí. Ante mí, se encontraban dos fotos: en la izquierda estaban dos personas, un hombre y una mujer. Apenas sobrepasaban los cuarenta y cinco, ambos sonreían abiertamente a la cámara; y en la derecha se hallaban dos chicas, una chica de unos catorce años y una niña de unos cinco años. Se estaban abrazando.
—Natasha —susurré mientras acariciaba la foto con el pulgar—. Me haces falta pequeña.
Las lágrimas se precipitaron rápidamente por mis mejillas. Nunca lloraba delante de nadie y a veces cuando estaba en la soledad de mi habitación, me invadía la tristeza…
Agente Petrova, ¿me recibe?
Miré el comunicador que se encontraba en la mesa.
Repito: Agente Petrova, ¿me recibe?
Miré por última vez la foto antes de cerrar el colgante y me levanté acercándome el comunicador. Apreté el botón respirando hondo antes de hablar:
—Aquí la agente Sasha Petrova, ¿quién haba? —dije intentando parecer lo más calmada y seria posible.
A…Aquí el... El agente Do… Doyle… Se… Se requiere su… Su presencia en… En el área 7… Le espera u… una nueva misión…
Una vez terminó de hablar, me quedé pensativa por un momento. ¿Por qué estaba tan nervioso? Una misión…. Me vendría bien para distraerme.
—Recibido agente Doyle. Cambio y corto.
Puse el comunicador encima de la mesa para luego mirar el reloj. Las diez de la noche.
Suspiré.
—Es muy tarde para una misión —dije para mí frunciendo el ceño—. Será mejor que me dé prisa.
Me dirigí hacia mi armario de dónde saqué unos pantalones largos negros, una camiseta gris y una chaqueta negra. Me puse mis botas negras y fui hacia la salida cogiendo por el camino la Desert Eagle y mi chuchillo. Al abrir la puerta me topé a un chico rubio de ojos grises.
—Gabriel —dije mientras le miraba de arriba abajo, seria—. ¿Qué haces aquí?
Llevaba unos pantalones anchos que le llegaban hasta las rodillas y una camiseta de manga corta que se le pegaba al pecho. Se pasó una mano por el pelo.
—Vine a buscarte —dijo señalando mi comunicador que se encontraba en mi muslo—. ¿No te han avisado?
—Hace solo cinco minutos que contactaron conmigo ¿y ya te mandan a buscarme? —alcé una ceja curiosa.
Gabriel cambió el peso de una pierna a otra y se metió las manos en los bolsillos con un gesto despreocupado.
—En realidad, vine por mi cuenta —susurró al mismo tiempo que bajaba la mirada para luego responder seguro con una sonrisa estúpida en el rostro—. Solo un capricho.
Asentí ignorando el hecho de que había venido hasta mi habitación para buscarme. Mientras menos contacto, mejor.
Agente Sasha, la están esperando…
Era una voz diferente a la de antes. Dirigí mi mano hacia el botón y respondí:
—Ya nos dirigimos hacia allí, agente.
Cuando terminé de hablar, guardé el comunicador y me giré hacia Gabriel nuevamente.
—Vámonos —ordené—. Nos esperan.
Él asintió serio y me siguió. Avancé a lo largo del pasillo iluminado por luces tenues con Gabriel a unos pasos detrás de mí. Sentía su mirada en mí nunca produciéndome un cierto nerviosismo que preferí ignorar. Ambos salimos de la base pasando por los jardines en los que corría.
La noche era fresca y el olor a hierba recién rociada nos inundaba a nuestro alrededor. El viento soplaba suavemente sobre nuestros rostros, trayendo consigo el sonido de los grillos y las lechuzas. Era una noche fría… al igual que ese día.
Me paré y sacudí mi cabeza enérgicamente.
—¿Ocurre algo? —me preguntó Gabriel.
—Nada —respondí cortante y enseguida retomé mi camino.
Cruzamos los jardines hasta llegar a una zona apartada, a un lado de una puerta que ponía Área 7.
Entré sin llamar y a lo lejos, divisé a un hombre pelirrojo bastante joven. Dudé que llegara a los veintidós. Este vestía un traje n***o con una corbata gris. Se veía un poco incómodo en él, pero le sentaba genial. Portaba consigo una carpeta marrón y a medida que nos acercábamos, se hacía notable el nerviosismo que le inundaba.
—¿Agente Doyle? —pregunté tendiéndole la mano.
—Puede llamarme Jake —aceptó mi mano con una media sonrisa nerviosa—. Es un honor conocerla por fin señorita Petrova.
—Oh… —solté. Simplemente no sabía qué decir.
—Tiene el porcentaje más alto en el tiro al blanco, sacó matrícula de honor en las tácticas de ataque y no hay quien pueda contra usted en un combate —prosiguió eufórico como un padre que presumía de su hijo.
Parece que había hecho los deberes. Se sabía mi historial de memoria.
—Has hecho los deberes —dijo Gabriel leyéndome el pensamiento, luego dirigió su mirada a nuestras manos y frunció el ceño—. ¿No deberíamos hablar sobre la misión?
—Sí, claro —el chico se sonrojó soltándome y llevando su mano libre a su cabeza—. Lo siento, pero es que te admiro tanto…
—Vaya, gracias… —le sonreí un poco. Sabía que había muchas personas que me admiraban como a una heroína al igual que otras que me envidiaban como a una rival.
—La misión —dijo de repente Gabriel, demostrando, una vez más, lo que parecían ser celos.
—Sí, sí, sí —respondió aún más nervioso mientras abría rápidamente la carpeta y se dirigía a una de las mesas que se encontraban allí. Gabriel y yo le seguimos hasta donde se encontraba y nos situamos frente a él.
—La misión es en África, para concretar, en la Sabana —nos pasó unas fotos—. Nuestras fuentes nos informan de que Artac Nephalem se encuentra allí. Además de tener una larga lista de antecedente, creemos que ahora quiere añadirle tráfico de animales exóticos. Necesitamos que viajéis, interceptéis su campamento, liberéis a los animales y los detengáis.
Asentí lentamente analizando la situación.
—Acepto —dije guardando los datos y las fotos en la carpeta para llevármela—. ¿Cuándo salimos?
—Mañana a las seis —respondió él con una sonrisa—. Debería llevarse a varios hombres, agente…
Lo miré fijamente, quería ir.
—¿Te gustaría acompañarme en esta misión? —pregunté.
Él abrió los ojos sorprendido y emocionado a la vez. Normal, nunca trabajaba en equipo.
—¡Genial! ¡Seremos como los Afrika Korps cuando fueron como refuerzos enviados a África! —dijo Jake emocionado.
Tanto Gabriel como yo lo miramos extrañados. No entendíamos a qué había venido con eso. Él se dio cuenta de lo que había dicho y rápidamente sus mejillas se tiñeron tanto de rojo que no se distinguía la cara de su pelo.
—Sí, me encantaría ayudarte —respondió Jake.
—Yo también estoy aquí —bufó Gabriel.
—Perdón —se disculpó—. Me encantaría ayudaros —corrigió.
—Quiero tu expediente en mi mesa antes de las doce. Quiero saber lo que puedes y no puedes hacer —le dije ignorando a Gabriel.
—Por supuesto —sonrió. Que le gustaba sonreír a este chico…
Me giré para hacerle una visita a Thomas. Iba a necesitar algunas cosas para esta misión. Eché un vistazo a Gabriel, parecía MUY cabreado. Su rostro era un poema de ira y frustración.
—Estupendo... Va a ser una misión divertida —dijo con ironía.