Saltamos del coche y cogimos nuestros rifles de la parte trasera. Nos los colgamos a la espalda y nos encaminamos hacia la montaña para buscar el sitio ideal donde tomar posiciones. A medida que subíamos por el camino empedrado, sentíamos el viento helado en la cara y el crujir de las piedras bajo nuestros pies. El sol se ocultaba tras las nubes, anunciando el crepúsculo.
—Eso es obvio —dijo Gabriel a mi derecha. ¿Qué era obvio? —. Vamos a destrozarles. Después de todo, no son rivales para mí.
—Por una vez, espero que tengas razón... —dije observando la colina.
Gabriel me lanzó una sonrisa arrogante.
—¿Acaso tienes miedo, enana?
—Solo está preocupada —me defendió Jake—. Es totalmente normal, teniendo en cuenta que tiene que cuidar de un niño malcriado como tú.
—Prefiero ser un m
