Nos pusimos a llenar el jeep con todas las armas que encontramos en el almacén. Cuando no cabía una más, Harry y Alexis se subieron al coche. —Llevad el jeep solo algunos metros y volved lo antes que podáis —les dije con voz firme. Ambos asintieron y se marcharon. No tardaron mucho en regresar. Mientras tanto, yo saqué las granadas incendiarias que habíamos cogido. —Hagamos un poco de ruido —anuncié, lanzando una a una de las tiendas. Las otras dos las tiraron Jake y Gabriel—. Con tres será suficiente. En cuestión de segundos, el campamento se convirtió en un infierno. Los seguidores de Artac salieron de sus tiendas, algunos envueltos en llamas, otros tirándose al suelo para apagarlas y, aquellos que no se quemaban, buscaban con desesperación al causante de tal estrago. Cuando por