Capítulo 6.La noche de bodas

1153 Words
Aquel hombre que, sé que es un general, me lleva hasta la habitación de mis padres, la cual no parece ser la misma. Estuve aquí cientos de veces cuando era niña y otro par más siendo adolescente para observar las joyas que era parte del ajuar de mi madre, con la esperanza de que me las prestara para un baile. La cama tallada en madera de cedro, la cual tenía grabados que un artista muy famoso al cual le faltaba una mano, fue reemplazada por una cama común con un dosel del cual cuelga una cortina blanca y algo transparente. El cortinaje rojo carmesí, que era parte de una decoración diseñada por mi propia madre, fue quitado por cortinas plateadas que no tiene nada novedoso que aportar a la decoración que con tanto esfuerzo mi mamá preparo para mi padre cuando le anuncio que estaba encinta. El tocador de mi madre, el cual abarcaba una buena parte de la pared frente a la cama, ha desaparecido y en su lugar solo hay un hueco vació. Miro con descontento y enfado lo que hay en la cama, pétalos de rosas rojas y un ligero aroma a gardenias que provienen de floreros que están situados en los muebles que no sacaron de aquí. Entonces un extraño sentimiento de angustia me acongoja al ver que es lo que ha hecho aquí. —¡No!—niego y me abrazo a mí misma porque en este mundo ya no hay nadie que pueda protegerme de estos animales salvajes. Me giro sobre mi sitio e intento abrir las puertas de la habitación que alguna vez fue de mis padres, pero enseguida me doy cuenta de que están cerradas con llave desde el otro lado, por lo que no tengo más salida que quedarme aquí adentro. Me vuelvo con angustia y enseguida me quito ese absurdo velo de novia que me impide moverme con libertad, lo arrojo lejos de mí y en mi rango de visión aparece el balcón de mi madre en el cual tantas veces la vi observar el horizonte. Trago saliva y camino con cierta lentitud hasta ese lugar mientras las lágrimas vuelven, quiero ser fuerte en esta situación, pero no puedo, no puedo simplemente olvidar que mis padres han muerto y que lo hicieron de una forma deshonrosa, que fueron despojados de lo que era suyo, es tan doloroso. Intento abrir las puertas, pero me doy cuenta enseguida de que no puedo hacer porque están selladas, alguien ha derretido la cerradura para que estas puertas no vuelvan abrirse jamás, quizás para que no intente hacer lo mismo que mi madre. En realidad no tengo ninguna certeza de que lo que me dijeron sea cierto, pero de ser así pienso en lo valiente que fue mi madre para evitar que esos traidores la hicieran su prisionera. Suelto las manijas y me alejo con un nudo en el corazón porque luego de ver las condiciones en las que se encuentra la habitación de mis padres me doy cuenta de que todo fue cambiado para ocultar que aquí sucedió un homicidio. Mi padre murió en la cama y la cama no está y mi madre murió arrojándose por el balcón y las puertas están selladas. Doy un par de pasos hacia atrás y al chocar con la cama, me siento sobre la orilla y vuelvo hacerme bolita porque no sé qué va a ser de mí de ahora en adelante y tengo miedo. Pasan las horas y en el transcurso de ese tiempo, alguien llega a la habitación, una sirvienta que deja una bandeja de comida, aunque no me digno ni siquiera en mirar que han traído para mí, no solo no tengo hambre, sino que tampoco tengo ganas de seguir con vida y no sé si de verdad ese hombre quiera tenerme a su lado por mucho tiempo. Debido a la terrible noche que pase en cierto momento me quedo dormida y para cuando despierto la noche ha caído y de nuevo está lloviendo. Miro el firmamento, el cual parece llorar por mi suerte y cuando me levanto de la cama para observar la lluvia, escucho pasos, aproximarse y luego voces afuera de la puertas de la habitación. Las manijas se mueven y en ese momento, ambas puertas son abiertas por un par de guardias que la estaban custodiándolas. Veo emerger la figura de mi ahora esposo, el maldito traidor que se hizo con la corona de mi padre y supongo que sé exactamente a lo que viene. Trago saliva, aunque la verdad con solo verlo se me ha secado la boca y es que aunque lo odie con todo mi ser también le tengo un miedo irracional por lo que sé que es capaz de hacer, no tiene moral y supongo que tampoco remordimiento. Sus ojos grises, los cuales me recuerdan aún lobo, me escudriñan de pies a cabeza y lo que ve le causa cierta gracia. Sé lo que ve, pero trato de mantenerme firma, aunque mi cuerpo tiemble. —¿Q-qué diablos pretende al venir a mis aposentos a esta hora de la noche?—protesto con cierto nerviosismo en mi tono de voz, pero mis palabras le dibujan una sonrisa descarada en los labios, más no me responde, sino que mira la puerta del balcón y lo cerca que estoy de el. —¿Así que sabes que es lo que tienes que hacer?—se burla al verme recostada en la cama. Camina con cierta lentitud hacia donde me encuentro y mi cuerpo se mueve instintivamente, entre asustado y angustiado. Me alejo de él hasta topar contra la cabecera de la cama y al verle la cara, él frunce el ceño. Suelta una leve carcajada mientras se da la vuelta y se sienta en la cama y por lo que alcanzo a ver, es para comenzar a quitarse la armadura—¿Sabes lo que tienes que hacer cierto? Trago saliva mientras recuerdo las palabras de la nana. Hace un par de años, descubrí a la vizcondesa meterse a la biblioteca durante un baile con alguien que no era su esposo y esa noche vi cosas que no debí haber visto, pero ante esa duda y por supuesto ante lo que había sentido mi cuerpo, me vi en la necesidad de preguntarle. "Así se concibe un hijo, Isabelle" me dijo aquel día sin dar muchas explicaciones porque yo ya lo había visto todo. Niego con la cabeza porque tan solo imaginar a ese hombre desnudándome me causa repulsión, pero abrazo mis rodillas con la esperanza de que mi ignorancia los desespere y quizás se vaya. —Desnúdate y luego vuelve a la cama—me ordena y de pronto siento un escalofrío recorriéndome todo el cuerpo. Siento la necesidad de llorar, pero esta vez, me trago mi llanto para no darle la satisfacción de ver debilidad en mi, sino todo lo contrario.
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