Respiro profundo cuando el carruaje se detiene frente a la puerta y un soldado abre la puerta para que pueda descender. El desgraciado me ofrece su mano para bajar, pero ni loca pienso tocar a ninguno de esos imbéciles y si mi mano toca alguna vez a uno de ellos será únicamente para abofetearlo.
Camino con la frente en alto, hacia el interior de aquel santo recinto y por supuesto que al entrar no hay nadie, pero mientras camino suena una melodía nupcial que me provoca asco y dolor en el estómago, así que me apresuro a caminar hasta el final de aquel pasillo interminable, donde se encuentra parado ese hombre. ¡Valois!
El hombre se muestra gallardo como si fuera un caballero, pero el maldito no es más que un usurpador que pretende ascender al trono por matrimonio, pero mantengo silencio porque necesitará más que solo casarse conmigo para poder ser un rey auténtico.
Lo que me impresiona y al mismo tiempo me decepciona, es ver al sacerdote mayor del templo aproximarse a nosotros. No logro entender como es que un hombre que se presentó ante nosotros hace unos días, haga esto. ¿Por qué no dice nada? ¿Por qué ni siquiera me dirige la mirada?
Quiero creer que le han obligado hacer esto y que no es un vil traidor como todos los que he visto durante este día. Escucho sus palabras, pero en realidad no las entiendo o mejor dicho no las quiero entender por qué de hacerlo, pienso que estaré ligada a este hombre no solo en esta vida sino también en la eternidad.
Mientras la ceremonia transcurre, se me escapa una lágrima porque pienso que ya no habrá la esperanza de poder encontrar a alguien que me ame o mínimo que me saque de este infierno.
No se suponía que este día tenía que ser así, no, es mi cumpleaños dieciocho, el día en que mi padre me nombraría como su única heredera, el día en que por fin estaría en edad casadera y a partir de ese momento tendría la libertad de elegir entre varios príncipes de tierras lejanas a mi esposo, a quien yo podía elegir, pero no pensé que la media día estaría atada de por vida a un hombre que no conozco y mucho menos amo.
—Yo los declaro marido y mujer—escucho como un eco lejano que me devuelve a esa estúpida pesadilla y al alzar la mirada veo el rostro de mi ahora esposo, pero aunque el maldito tiene un atractivo singular, no puedo, sino sentir repulsión al verlo.
Desvió la mirada porque no solo me arrebato mi vida, a mis padres y mis sueños, sino que también estoy obligada a besarlo. Miro al sacerdote, quien únicamente inclina la mirada a su libro. Solo entonces siento como ese salvaje me toma del brazo y de la cintura para obligarme a acercarme a él.
Sin decir nada me resisto a sus intenciones de besarme, opongo resistencia tensando mi cuerpo, pero entonces él entrecierra los ojos y con un ágil movimiento, me acerca con fiereza a su cuerpo, toma mi barbilla y planta un beso sobre mis labios, introduciendo su lengua a la fuerza, pero aunque no soy lo suficientemente fuerte para abofetearlo en ese momento, si soy lo bastante ágil para morderle el labio.
El muy infeliz hace lo mismo, me muerde y entonces doy un grito de dolor al sentir una punzada y el sabor de mi propia sangre. Enseguida le dirijo una mirada mordaz, pero al verlo observo que sonríe con cierta malicia que me perturba. Sí, ha sido capaz de besarme. ¿De qué otra cosa será capaz?
—¡Nunca vuelvas a tocarme!—le grito y no me importa que mi voz haga eco en el silencio de ese lugar santo sin importar que vuelva a abofetearme— ¿Entendiste?
—¿Y que si lo hago?—me reta tomándome del brazo y aunque le intento dar una bofetada, él es más ágil que yo y me lo impide, aunque mi intento le causa gracia, tanta para olvidar que lo he insultado frente a uno de sus soldados, el mismo que me trajo hasta aquí y supongo que debe ser de su absoluta y total confianza.
—Atrévete y me quito la vida—le amenazo, aunque no sé si realmente pueda cumplir una promesa como esa.
—Hazlo, sabes las consecuencias de lo que eso conlleva—me contradice y entonces ambos permanecemos quietos en una guerra silenciosa, aunque al final es él quien desiste.
—Llévate a la reina de aquí, creo que necesita un tiempo a solas para reflexionar sus palabras—finalmente me suelta y se encamina para salir de ahí, dejándome sola y tal y como pensé solo utilizándome para autoproclamarse rey.
Cierro el puño lastimándome con mis propias uñas porque no puedo tolerar este abuso. ¿Cómo es que termine casada con el hombre que asesino a mis padres? ¿Por qué?
—Majestad—enuncia el tipo que ha presenciado este circo al que han querido llamar boda y yo lo miro con furia.
—¡No me llames así!—protesto puesto que yo no soy la reina, se suponía que eso iba a suceder en muchos años, cuando mis padres fueran ancianos y su tiempo en este mundo terminara de manera natural, cuando yo fuera lo suficientemente madura como para tomar decisiones coherentes para gobernar, no ahora, no después de un ataque al palacio y a mi familia, no obligada por un traidor.
—Debemos irnos—me informa señalándome el pasillo donde me espera la misma escolta que me trajo a este lugar.
Le dirijo una mirada mordaz, pero es lo único que puedo hacer porque, aunque se supone, soy la reina, no estoy tan segura que me respeten como tal, sé que para ellos solo soy un instrumento con el cual lograron obtener lo que querían, la corona.
Mientras camino hacia afuera del templo, pienso en todas esas personas que apoyaban a mi padre, a sus generales, a los aristócratas que era parte de la corte, los ricos acaudalados que eran miembros de la elite de la sociedad de Leroux, en mis amigos, es como si a todos se los hubiera tragado la tierra.