Capítulo 4. El triste amanecer

1050 Words
Me dejo caer sobre mi sitio apoyándome en la puerta, sin poder creer lo que ha pasado esta noche. ¡Debe ser una pesadilla! ¡Tiene que serlo! Me hago bolita aferrándome a mis rodillas, tratando de encontrar en ellas un abrazo, quizás el de mi madre que ya jamás volveré a tener. Lloro y lo hago hasta quedarme seca, hasta cansarme y ya no sentir nada más que sueño y cuando lo logro no me atrevo a levantarme de mi lugar porque me siento vacía e indigna de recostarme y descansar cuando mis padres han muerto, aunque lo cierto es que quiero aferrarme a la esperanza de que al menos uno de ellos sigue con vida, en el calabozo, pero con vida. Me quedo dormida, pero no sueño nada, es como si tan solo hubiera parpadeado y en tan solo un segundo, la noche se hubiera convertido en día y la luz de un nuevo amanecer me golpea en el rostro, regresándome a esta horrible pesadilla. Me levanto de mi sitio, sintiéndome adolorida y aún más cansada que antes, camino hasta el ventanal donde puedo ver parte de los jardines del palacio y alrededor de estos, veo soldados que custodian cada centímetro del lugar, solo que el jardín ya no es el mismo lleno de naturaleza verde que era el día de ayer, sino que las flores han muerto y los arbustos han sido arrancados para poder colocar los cadáveres de las personas que asesinaron durante la noche y aunque veo los uniformes de los soldados que custodiaban los pasillos del palacio, en realidad no veo nada parecido a la ropa que portaban mis padres, ni siquiera algún vestigio de un camisón que indique que asesinaron a mi nana o a mis sirvientas. Se me escapan un par de lágrimas cuando unos soldados, arrojan una antorcha sobre los cuerpos y estos encienden al instante, entonces sé que tal vez les rociaron aceite para lograr que esos cuerpos se quemaran. Me arrojo a mi cama porque ya no quiero ver nada de lo que ocurre allá afuera, es tan nauseabundo que no sé si mi estómago es lo suficientemente fuerte para resistir el hedor. De pronto se escuchan voces a fuera de mi habitación y luego de un segundo abren las puertas, permitiendo la entrada del mismo soldado que me entrego a ese tal Bastian, pero no va solo, sino que algunas mujeres le acompañan y llevan cosas consigo. —Vistan a la princesa para la celebración—ordena sin dirigirme la palabra o la mirada y una vez que da la orden, simplemente se va dejándome con esa mujeres que no conozco. Una de ellas intenta tocar mi brazo y enseguida la golpeo para evitar que cumplan con lo que le dijeron, gateo hasta llegar al borde de mi cama, justo en la cabecera, donde me vuelvo hacer bolita mientras le dirijo una mirada de reproche. —¿Cómo pueden servirles a esos malditos que asesinaron a su rey y a su reina?—protesto esperando que una de ellas sea lo suficientemente valiente para responder, pero en vez de eso, solo se miran entre sí, algo extrañadas. —Si no hace lo que le dicen, usted también sufrirá el mismo destino, alteza—expresa una con total seriedad, como si ella no hubiese sido capturada u obligada a ir a ese sitio, así que intuyo que esas mujeres no están aquí porque teman de estos hombres, sino que están aquí por voluntad propia. ¿Qué está pasando? Atónita porque no sé de qué forma han logrado convencer a estas personas, permito que me bañen, me sequen, me vistan, me peinen y me maquillen, pero aquello se siente como un sueño, es como estar flotando sin estar consciente de lo que sucede a mi alrededor y no es sino hasta que una de esas mujeres me pide verme al espejo que de pronto despierto de mi letargo. Cuando alzo la mirada veo a una joven abatida y derrotada que lleva puesto un vestido blanco, así como un velo que indica que es una novia y está a punto de casarse. —¿Qué es esto?—protesto y me vuelvo hacia esas mujeres que me vistieron, pero al buscarlas ella ya no están, pero en su lugar está ese maldito soldado que me capturo—¿Pretende usurpar el trono de mi padre casándose conmigo? —Es hora de irnos—manifiesta aquel soldado sin darme una respuesta, aunque la verdad no necesito una, ya que es obvio lo que pretenden. Quisiera quedarme sujeta al piso o mínimo oponerme a esta absurda y horrible situación, pero mis piernas se mueven instintivamente porque sé lo que pasara si me resisto a ir, así que mientras camino, trato de limpiar rápidamente las lágrimas que se me escapan una a una, no quiero que me vean así, no cuando se supone que soy la princesa. Podrán haberme sometido, pero aún tengo dignidad para soportar esta tortura, así que con toda la fuerza que tengo en el cuerpo, hago el esfuerzo por contenerme y tragarme este dolor, la angustia y por supuesto, la vergüenza. Al salir de mi habitación, observo que mínimo hay diez guardias que custodian mi camino y me guían hasta la planta baja y hasta salir del palacio, donde un carruaje me espera y subo sin dirigirle la mirada a nadie. Una vez sola, observo por la ventanilla el camino que tomara el carruaje, solo que lo que hay afuera me deja estupefacta. La ciudad está intacta y eso me conmociona un poco. ¿Cómo es que el ejército no ataco la ciudad real? Nada en mi cabeza responde esa pregunta, porque es obvio que algo ocurre, ya que las calles están vacías, como si los ciudadanos se hubieran escondido y supongo que eso fue lo que sucedió cuando vieron al ejército. ¿Qué podían hacer simples plebeyos contra las fuerzas del ejército real? Mi corazón se agita y de mis labios sale un gemido de dolor al ver el templo tan cerca, el mismo donde se me fue presentada al nacer, el mismo donde mis padres dijeron sus votos matrimoniales y donde algún día pensé que yo me casaría, al menos por voluntad o amor y no forzada hacerlo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD