2. Recuerdos… Malditos recuerdos

2234 Words
Bruno El sol alumbraba en lo alto, el pasto verde, la pequeña brisa, el olor a café, flores y césped húmedo llenaba mis pulmones, sostenía mi libro de economía en la mano, mientras intentaba adelantar la clase de más tarde, siempre iba un paso más allá, necesitaba saber de qué trataba la clase antes de tenerla, eso hacía que no estudiara tanto después, aunque hoy, justo hoy que tenía una de las clases más complicadas no lograba concentrarme.   -          Hola - levanté mi rostro.   El reflejo del sol me encandilaba mientras intentaba centrar mi vista en el sujeto que ahora me saludaba, llevaba diez días en la universidad y no había hablado con nadie, no porque fuera antipático, sino porque nadie había llamado la atención para hacerlo. Ahora un castaño de cabello largo con pequeñas ondas se sentaba frente a mí en el patio, sus ojos eran de un marrón oscuro que podrían pasar tranquilamente por negros, un intento de barba despareja pretendía ocupar su rostro redondo.   -          Hola - levanté una ceja - ¿En qué puedo ayudarte? - deje el libro sobre la mesa.   -          Soy Max - estiró su mano - Max de Máximo - levanté una ceja.   -          ¿Si no es de Máximo de que sería? - okey este era yo con mi sarcasmo.   -          Me gusta tu actitud - señaló con el dedo. - ¿Tu nombre?    -          Bruno - sonrió.   -          Okey Bruno, a partir de hoy tienes nuevos amigos - negué divertido.   -          ¿Nuevos amigos?  - mire a todos lados - ¿Y los otros?  - movió su cara hacia la izquierda.   -          Aquellos que están allí - señaló la mesa – Carlos, Cristian, Iván – volvió a verme - Te agradarán, además las chicas te aman - levanté una ceja.   -          ¿Las chicas? ¿Qué chicas? - no tenía idea de que hablaba. - ¿Qué tiene eso que ver? – este tipo desvariaba.   -          Tu sí que no prestas atención - negó - ¿Tienes novia? - negué.   -          No, no tengo - a mi mente se vino Emily.   -          Eso es bueno, más mujeres a nuestro alrededor - y no mentía.                                                                                                                                       Actualidad   Así comenzó todo, con Max, un sujeto que parecía sencillo, limpio, agradable, pero que resultó ser todo lo contrario. Max fue mi perdición, él y sus amigos me llevaron a mi condena, una condena que me dejó sin lo que más amaba, sin sus ojos grises que me miraban con devoción, sin nuestros juegos en las tardes y mi desinterés fingido. Para mí no había nada más importante que Emily, nadie resaltaba más que ella, nada valía más la pena que verla fruncir el entrecejo mientras pensaba, ver cómo su sonrisa iluminaba un cielo nublado y su toque, cuando ella me tocaba, cuando su mano rozaba mi cuerpo, todo parecía electrizante. Amaba a Emily, fue mi gran amor, un amor imposible, porque yo esperaba que ella creciera, esperaba que ella pasará su etapa adolescente, para que estuviera segura de sus sentimientos, para que fuera real, para no sentirse forzada. Lo que no esperaba era arruinarlo yo antes. No pensé que Max sería el paso a mi infierno, no lo vi así, porque cuando las salidas comenzaron, cuando el alcohol se volvió un amigo y las drogas un dulce en la noche, nada más importó, ella seguía siendo mi luz, pero yo estaba en el infierno y quererla sería enviarla al mismo lugar y eso no pasaría. Nunca lo haría, porque la amaba, amaba a Emily y todos los Hamilton, por más que me dedicará a fastidiar a Oliver, ese niño que me enseñó a andar en bicicleta, el mismo que me ayudó cuando las materias parecían difíciles y también el que comenzó a odiarme cuando me convertí en un patán. No lo culpaba, yo me odie durante años por dañarla, por romperla, por dañarme. Durante años, años dónde la vi ser feliz desde lejos, dónde otro hombre mucho mejor que yo paso a cumplir sus sueños, le dio una familia, la cuido como yo no pude, la amo como yo no supe, dónde la vida se me escapó entre las manos. Emily pasó a ser mi pasado, un pasado lleno de amor y dolor, sus ojos solo fueron un recuerdo, aunque uno presente, porque a pesar de ser un hijo de puta, ella seguía ahí para mí, desde la distancia, formando su familia, sonriéndome por video llamada, visitándome en sueños donde sus ojos me sonreían con amor, un amor que tuve y no supe cuidar. Pero que de alguna forma rara y retorcida seguía ahí, porque se encargaba de preguntar por mi progreso, por mis estudios, aun cuando no lo merecía. Supongo que mi punto de quiebre fue en el hospital, cuando George se encontraba internado, cuando casi por mi culpa pierde lo más preciado que un ser humano puede tener, su hijo, verla ahí, llorando de dolor, arruinando su felicidad, su futuro, dejó claro una cosa, era escoria y las escorias debían irse lejos. No lo dude, debía mejorar, tenía que ser mejor persona, por mi madre, por mi padre, por mis amigos, sobre todo Mateo, él que estuvo desde el día uno para mí, quien me aguanto cuando las drogas abandonaron el sistema, quien escuchó mis gritos de agonía en España. Ese tipo de ojos claros que abandonó hace unos años sus estudios para hacerme compañía, mi mejor amigo, mi hermano del alma, mi punto de apoyo, a quien le debo todo. Es por eso y muchas más cosas que ahora estoy para él, intentando que sea feliz, que pueda vivir en paz luego de todo lo que pasó con Mia, haciéndole compañía de la misma manera que él me la hizo a mí, siendo su apoyo, su hombro, su brújula. Sam no solo era el amor de su vida, porque sí, eso era, era la única capaz de reconstruir su alma rota, pero también era la única de hacer realidad su sueños, lo sé porque Mateo tenía la misma mirada de Oliver y Molly o Emily y George, incluso que Emma y Theo, o mis padres, ese amor que yo todavía no encontraba y que ya no esperaba hacerlo, porque tenía otras cosas. Tenía la amistad de Sam y Mateo, conseguí el perdón de Emily y la empatía de George, pude agradecerle a Oliver y Molly no solo por perdonarme, sino por ayudar con mi recuperación e inserción laboral. Hoy tenía nuevas oportunidades y las aprovecharía. -          ¿En qué piensas? - mi mente vuelve al bar, ese dónde ahora me encontraba con un compañero, bebiendo un vaso de cerveza, el único que tomaría, porque no bebía, no más de eso, ya no bebo.   -          Solo me quedé con el trabajo - rodó los ojos.   -          Tienes que dejar de trabajar - observó el lugar - Mira esa chica - mis ojos se fueron a dónde señalaba - Tiene mal aspecto.   Una castaña se tambaleaba de un lado al otro, su rostro pálido resalta entre la oscuridad, la piel de cuerpo es de un color crema, lo sé porque su remera deja algo descubierto parte de su clavícula y sostén. Junto mi entrecejo cuando visualizo el sujeto a su espalda. Cabello n***o, ojos brillantes y algo rojos, un cigarro en sus labios atrapado por sus dientes, lleva una chaqueta de cuero n***o y pantalones de jean gastados, sus manos se mueven dentro y fuera de la chamarra cada vez que alguien se le acerca.   -          Drogas - murmure.   -          ¿Qué? - los ojos marrones de Steven me observaron.   -          Es un dealer, el sujeto y la chica está súper drogada - la observé.   Sus ojos se veían apagados a pesar del rojo, parecía un alma sin vida a pesar de moverse de un lado al otro, era como ver un reflejo, mi reflejo años atrás. Su mano derecha se apoyó en la pared y la izquierda subió llevando un botella a sus labios.   -          Y borracha. - termine de decir aquello con mis ojos en el cantinero.   El sujeto no se percató de mi mirada, sino que observo al infeliz del rincón y señalo con su cabeza a la chica que ahora caminaba a duras penas hacia la puerta. Dejé plata sobre la mesa y me levanté, Steven no entendía qué pasaba y no tenía tiempo para explicarle con lujos de detalles lo que ocurría, no cuando el moreno comenzó a seguirla como un león a su presa. La chica se perdió por la calle a paso acelerado, el sujeto también lo hizo, apreté mi mandíbula cuando su asquerosa mano tomo su brazo y me apresure. -          ¿Qué… qué haces? – su voz sonaba ronca y algo pastosa. -          Vamos nena, porque no jugamos un rato – su boca se poso en su cuello. -          Porque eres asqueroso – lo empujo y levante la ceja – Además tiene el pene muuuuy – alargo la palabra - … pequeño – volvió a beber.   Contuve la risa, pero ella no, solo rompió a reír mientras sacaba el dedo y se tambaleaba tratando de mantener la postura. El hombre se abalanzo sobre ella tomándola por el cuello, un jadeo ahogado escapo de sus labios. -          ¿Qué mierda haces H? – apenas podía hablar. -          Será mejor que la sueltes – sisee furioso – Ahora – mi voz era de amenaza pura, él solo me observo. -          Metete en tus asuntos niño rico – me acerqué y puse una mano en su hombro. -          Lo diré una vez más – mis dedos apretaron la parte de su nervio – Suéltala de una puta vez.   Libero su agarre y tiro su cuerpo sobre el mío, pero no era tan rápido, además, yo había sido golpeado por los Hamilton, eso no era nada, Nathan se reiría de este patán, solo por ver como pone su mano. Doy un paso hacia atrás y él vuelve a tirar un golpe en mi dirección que escribo. -          No me gusta la violencia – respondo tranquilo, pero él sigue.   Piña, esquivo, patada, esquivo, piña, suspiro, su mano da contra la pared haciendo que una blasfemia escape de sus labios, para luego mirarme y sacar una de sus jeringas. Ok, era momento de actuar. Volvió contra mí con la aguja apuntando, tome su muñeca, la apreté y doble hasta que un crack, un grito agudo escapo de su boca mientras se agachaba, encontrándose mágicamente con mi rodilla, no es que quisiera romperle la nariz, no, para nada, solo pasó. -          Odio la violencia – acomode mis mangas y él escupió – Mierda, mis zapatos – observe la sangre – Genial, no eran míos, Mateo va a matarme – hice una mueca   Me aleje del sujeto buscando a la castaña, comencé a caminar sin dirección hasta que me canse y fui por el auto para buscar mejor, pase exactamente veinte minutos dando vueltas hasta que la encontré, cuatro calles más allá, recostada en la vereda, sobre un perro que le gruñía a todo el que pasa muy cerca. -          Manche de sangre los zapatos de Mateo – mire al techo de mi coche imaginando que era el cielo – No dejes que el perro me muerda, por favor, no quiero terminar con puntos – tome aire profundo y baje.   El can me observo un momento y yo a él, seguía con las manos en mi bolsillo, mirando al perro, como si eso ayudara para que viera algo dentro de mí, algo que le dijera que no era malo, que no quería dañarla. Sus dientes asomaron un poco y di un paso hacia atrás, en verdad la protegía, eso era bueno, pero ella no tenia buen aspecto. Recordé el sándwich en mi auto y sonreí, primero gánate a la mascota, luego salva a la chica. Busque el pedazo de pan y lo saque mostrándose, mi rodilla se apoyo en el suelo y estire mi brazo para que el perro se acercara.   -          Okey mala idea.   Me aguante el miedo, porque el animal literalmente era una monstruosidad, enorme, peludo, de dientes afilados y patas como Clifford, ese perro rojo de dibujito que veía mi sobrina, bueno estaba exagerando, pero el perro daba recelo.   -          Hola amiguito – traté de que mis sonara lo mejor posible - ¿Quieres comer? – moví el sándwich y se acercó despacio – Eso amigo – sonreí, creo que era un buen momento para recordar mi falta de mascotas en la vida.   El can tomo el bocado y comenzó a comérselo, me quede quieto hasta que termino y volvió moviendo la cola, sonreí satisfecho, era momento de acercarme a la chica. Camine los pasos que faltaba y la tome en mis brazos, don pulgoso lloriqueo y me siguió mientras la subía.   -          Mañana te la traigo amigo, solo quiero llevarla a casa – acaricie su cabeza, no sé porque le hablaba, pero había visto a los Hamilton hacer eso con sus bestias peludas.   El perro se levanto en sus patas para tirarse contra mi cuerpo, su lengua salió y mis manos se vieron embadurnadas de sus babas, al mismo tiempo que mi ropa pasaba a estar llena de barro. Genial, sangre, barro, baba ¿algo más? Pregunte mentalmente y automáticamente, porque la castaña saco su cabeza por la ventana y vomito mis pies. Hoy no es mi día, no, no lo es.
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