3. Insufrible

1944 Words
Bruno   El universo y sus jugadas, la naturaleza y sus chistes pesados y poco productivos, mi suerte, ¿acaso yo tenía suerte? La respuesta siempre fue la misma, no, la suerte no era algo que me acompañase en mi día, entonces que más daba unos zapatos vomitados, la remera manchada, mis manos babeadas, eso no era nada comparado con otras de las miles de cosas que por ahí me pasaban. Rodee el vehículo, pero antes de subirme saque mis zapatos y los coloque en el baúl, bueno “mis zapatos”, aunque ahora eran míos, lo malo, no sabía si volvería a usarlos.   -          ¿Quién eres? - balbuceo - ¿Por qué me pones aquí? - puse el auto en marcha.   -          Me llamo Bruno Trovatelli - la observé - Solo quiero ayudarte - bufó.   -          Si claro - rodó los ojos - ¿Me quiero bajar? - se quejó.   -          ¿Cómo te llamas? - encendí el motor.   -          Quete - entre cerré mis ojos.   -          ¿Quete? - la miré y sonrió.   -          Que te importa - frene en el semáforo.   -          Muy graciosa - soltó una carcajada. – Y madura, sobre todo madura. -          Quiero volver - se volvió a quejar.   -          ¿A dormir con pulgoso? - levanté un ceja.   -          No le digas así, se llama Goofy - abrí los ojos y solté una carcajada.   -          ¿Le pusiste Goofy al perro? -  sigo riendo.   -          No es gracioso - movió su rostro.   -          Lo es, en fin - tome aire mientras contenía la risa - Pulgoso te cambio por un sándwich de atún - ella me miró con sus ojos verdes.   -          A ti tu ex, te cambió por un sándwich de atún - levantó una ceja.   -          Más bien por un sándwich griego - hice una mueca.   -          ¿Eso existe? - entrecerró sus ojos.   -          Así es - observe el camino.   -          ¿Y es rico? - pensé un momento. - ¿Cómo es? ¿Qué tiene? - está chica no entendía.   -          Es musculoso, de acento marcado, alto - relamí mis labios - Y parece que sí es rico, porque le hizo cuatro hijos y viven en romantilandia - ambos nos quedamos callados.   -          Eso suena triste y patético - suspiré.   -          Mucho - volvimos a callar - Por cierto, ¿dónde vives? - desvíe mi vista un poco para verla.   -          Miller y la 4ta - apreté mis puños.   Flashback   Las calles se encontraban oscuras, algunas trabajadoras nocturnas en las esquinas se acercan cuando freno el coche, apagó el motor del auto y bajo, mis manos tiemblan, el sudor comienza a hacerse presente y el pulso se me acelera, es mi parada más recurrente, el mejor lugar para conseguir, en dónde siempre hay. Bajo ignorando a la pechugona rubia y entró en la fachada, algunos de los hombres se encuentran fuera, esperando clientes, observó al pelinegro, ese que Max me presento, el que ahora me sonríe.   -          Bruno, amigo - sus dientes amarronados asoman - Vienes por la dosis semanal - asiento en silencio - Chicos cuiden el coche, es mi mejor cliente.   Uno de los muchachos asiente y sale acomodándose el arma bajo su remera, por mi parte entro en el edificio gris gastado, para luego subir las escaleras hasta el tercer piso, ése piso donde aguarda mi calma, dónde me esperan algunas pastillas y aquel polvo blanquecino.   -          Volviste antes de lo pensado - murmura.   -          Se acabó rápido - es lo único que pude decir.   -          Es de calidad premium - abre - ¿Tienes la plata? - sacó el fajo de billetes - Siempre es un placer verte - sonríe.   -          Me imagino - soltó una carcajada.   -          Lo mejor para el mejor - me entrega una bolsa y reviso - Y algo de lo nuevo, de regalo, algo así como una muestra gratis - coloca otra cosa dentro - Luego me cuentas - guiña un ojo.   -          Gracias - susurró y me voy.   Listo para mí viaje, otro viaje.   Fin del flashback.   -          Ey - movió la mano - ¿Qué coño te pasa? - la miro.   -          No te llevaré ahí - tomo mi celular.   -          ¡Qué mierda! - grita - ¡Llévame a mi casa!   -          No te llevaré a esa pocilga - siseo.   -          Oh lo siento chico rico, no vivo en una mansión, mis disculpas - ruedo mis ojos.   -          ¿Qué te hace pensar que vivo en una mansión? - espero un momento antes de marcar.   -          Ropa de marca, auto fino, zapatos de calidad… - la interrumpo.   -          Zapatos que acabas de arruinar - remuevo mi pie desnudo.   -          Tú culpa por estar donde no debes - levanto una ceja.   -          ¿Es mi culpa que no puedas mantenerte en pie? - bufó.   -          No pedí opinión - cruzó sus brazos - Señor vida perfecta - frené el auto.   -          ¿Quién dijo que mi vida es perfecta? - la observó fijamente.   -          No, tienes razón, tu vida es una mierda - la miro sorprendido.   -          Adicta y maleducada - sus fosas nasales se dilatan.   -          Patán y llorón - réplica - Ay, mi chica me dejó por otro hombre - lleva la mano a su frente e imitó llanto - Ahora estoy solo triste y amargado. - siguió balbuceando.   -          Dios, ¿yo era así de insoportable? - balbuceo.   -          ¡Idiota! - réplica.   -          Tú opinas de la vida de los demás, cómo si la tuya fuera perfecta - coloque el seguro, necesitaba hablar por teléfono y evitar que ella se escapase.   -          ¡Mi vida es perfecta! - bufó.   -          ¿Qué parte? ¿la sobria o la que pasas llena de alcohol y drogas? - brame   -          ¡No te pedí tu ayuda! - grita.   -          Nunca dije que lo hicieras, pero ya ves, es lo que hay - chasqueo la lengua y busco el número de mi amigo.   -          No entiendes nada – murmura – Que va a saber un tipo que por lo único que se tiene que preocupar es por ver donde la mete esta noche – respire profundo y lleve los dedos a mi cien. -          No tienes idea de lo que hablas mocosa – la mire – Ahora cállate, necesito hacer una llamada.   Busque en mi teléfono el numero de Mateo, esperaba que respondiera, aunque conociéndolo seguro lo hacía, no es como si su vida fuera diferente a la mía, él ya no estaba con Sam y solo se la pasaba lamentándose de aquí para allá, además era el único que podía ayudarme a lidiar con esto. Marque y espere hasta que del otro lado retumbo su voz.   -          Bruno – respire aliviado - ¿Qué ocurre? – esto iba a estar complicado. -          Hola amigo, ¿Cómo estás? Yo bien, acá extrañándote, dolido, porque no me hablas y… - mi sanata comenzó, pero como buen mala onda que es… -          Vamos déjate de chorreadas, ¿Qué ocurre? – mordí mi labio - Bruno. -          ¿Estás en tu casa? – pregunte al fin. -          No, estoy en Boston – volví a silenciar, claramente conteniendo un grito, solo para no parecer un loco desquiciado. -          ¡Lo sabía! ¡Fuiste por ella! – fracase - Oh Dios ha escuchado mis plegarias, hablarán, charlaran y me darán mis sobrinos- ahijados… - la emoción me invadió. -          Por favor, solo cállate. – otra risa se escuchó. -          Oh Sam, dale un poco de amor, que desde que lo dejaste se ha vuelto un ogro – otra sonora carcajada volvió a inundar el audífono. -          Bruno… - siseo. -          Okey, voy al punto - suspire - Necesito que me prestes tu casa. -          ¿Mi casa? ¿Para qué? – esto no sería nada fácil. -          Necesito un lugar para esta noche. – no quería habar mucho. -          No vas a usar mi casa como burdel. – ya no hacía esas cosas. -          Nada de burdel, es que no puedo volver a casa… - no podía hacer que mi madre pasara otra vez por esto. -          ¿Has vuelto a las drogas? – era una broma en serio creía eso de mí. -          ¿Qué? ¡No! - exclame furioso - Es para llevar a una chica, no tiene buena condición. -          Llévala a tu casa – lleve la mano al puente de mi nariz. -          Están mis padres todavía – tome aire. -          Vamos amigo, ella no está bien, es solo está noche, dormirá en la cama de abajo y yo en el sillón – trate de que se entendiera sin tener que hablar. -          No quiero a ninguno en mi cama – cerré mi puño y exclamé un ¡sí! Silencioso. -          Nada de sexo en tu cama, listo – comente divertido. -          No los quiero durmiendo en mi cama, ni sexo, ni sueño, ni nada – bramo. -          Okey – suspire - ¿Puedo usar una toalla? – llego mi momento. -          Sí -          ¿Secador? – veamos cuanto aguanta Mateo. -          Sí -          ¿Remera? – aguante la risa y la chica a mi lado me golpeo el brazo. -          No Bruno, compra ropa en el súper, no sé, no toques mis cosas y no quiero ropa de mujer después por ahí – mordí mi labio aguantando la risa, lo había logrado, acababa de sacarlo de sus casillas. -          Dejaré todo limpio para que Sam no crea que andas de… - me interrumpió. -          Sam está oyendo. -          Hola Best Friends- saludo emocionada. -          Hola princesa, escucha a mi chico y no te enojes, llevaré una mujer a su casa – ambos callaron. -          ¿En qué andas? - Bruno calló - ¿No habrás vuelto? – otra vez lo mismo. -          No, para nada, pero es largo, les explico apenas los vea, ¿sí? -          Ok – dijeron a la misma vez. -          Hay tortolitos, hasta hablan juntos – la castaña volvió a golpearme. -          Chau Bruno – corto. -          Me colgó – mire el celular. -          Yo también te colgaría, eres insoportable – levante una ceja -          ¿Te has visto al espejo? – ella me observo prepotente. -          Sí, soy hermosa – sonrió - ¿No me ves? – me puse serio. -          Sí, pero no veo nada agradable – bufó – La verdad que lo insoportable te saca lo lindo – encendí el auto. -          ¿Cómo entraremos a la casa de tu amigo? – consulto un poco más seria. -          ¿Se te paso el viaje? – frunció el entrecejo. -          Necesito mi dosis nueva. – apreté los dientes. -          Ni lo sueñes   Ella se quejo todo el viaje, salimos y trato de golpearme las pelotas para irse, luego cuando no pudo, simplemente comenzó a insultarme una y otra vez, sin parar, desde idiota, hasta hijo de mi santa madre, una persona como mi madre no merecía sus insultos, ella era un pan de dios, fue por eso y sus repetidos golpes que tuve que levantarla y cargarla en mis hombros. El guardia nocturno me observo y negó, me conocía hace años y tenia indicaciones de dejarme pasar, pero en esta ocasión no solo me dejo pasar, sino que también me entrego las llave de la casa. La baje recién en el ascensor, ella frunció su entrecejo mientras seguía balbuceando un millón de blasfemias, por mi parte suspiraba, esto iba a ser una larga noche, sobre todo cuando la vi sacar el polvo blanco en su bolsillo, sobre que me encargue de quitarle, comenzando una nueva pelea. Sería una larga noche, una muy larga noche.
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