Miley
El sonido de los autos inunda las calles de esta asquerosa ciudad, el asfalto gris todavía conserva el rocío de la noche, el cielo se encuentra despejado y el sol brilla en lo alto, la mezcla de nafta, humo, café y colonias invade el ambiente a mi alrededor. La gente pasa de un lado para el otro absorta en su mundo, todos con sus trajes de etiqueta, celulares de última generación, bien bañados, todos importantes, ajenos, falsos.
Mis ojos escuecen gracias a toda la mierda que tengo encima y la luz del día, debería estar acostumbrada para estas alturas, era una etapa constante en mí, el no estarlo era raro y casi irónico, también podría estar muerta, pero no era tan afortunada para que esto último sucediese, no, yo no tenía esa fortuna de la que muchos gozaban, no importaba cuanta mierda tomase, seguía aquí, invicta, jodida, perdida y rota, siempre rota.
Me levanto como puedo, seguramente tengo un aspecto horrible, no necesitaba mirarme para saber que mi pelo esta todo revuelto y enmarañado, mis ojos verdes invadidos de rojo, irritados e inyectados de sangre, no necesitaba olerme para saber que apestaba a transpiración y alcohol, yo sabía que así era, todos los días era así.
Camine trastabillando, muchos de los transeúntes me observan con asco, su perfecta vida no acepta esta clase de personas, marginados, de moral dudosa, aunque en la noche, cuando las luces se apagan y el alcohol está en su sistema, no le importa qué clase de mujer eres, no les interesa en qué andas, si pueden meter su lengua y su asquerosa polla en ti, lo harán.
- ¿Qué le pasa a esa chica mamá? - un niño capta mi atención así que lo observó.
Sus ojos son verdes como los míos, la nariz perfilada, pómulos finos y delicados, lleva su cabello marrón claro en un look desarreglado, aunque se ve perfectamente prolijo, su jean n***o tiene pequeñas roturas en las rodillas a modo decorativo, su remera es blanca y lleva una camisa oscura arremangada hasta los codos, es como un mini modelo, un hermoso mini modelo.
- Está enferma - murmura mientras me mira con pena - ¿Podemos ayudarte? - me freno.
El pequeño se centra en mi ropa, mis jeans rotos de segunda mano están manchados con lo que supongo es vino, mi remera negra un poco corrida, la acomodo con movimientos torpes bajo su atenta mirada, pasó la mano por mi cabello castaño oscuro y trato de acomodarlo.
La mujer a su lado también es una modelo, cabello castaño, piel clara, estatura mediana, su cuerpo está cubierto por un vestido camel, con bolsillos, en sus pies unas botas texanas blancas, hacen juego con su bolso. Observó el movimiento de su mano, es lento, parece medido, pero ahí va, camino a su rostro para sacar los lentes de sol oscuros que tapa sus iris marrones.
La mujer es bellísima y no sé cuántos años tendrá, pero está perfectamente conservada.
- No señora, gracias - mi voz sale ronca y seca, me arde la garganta.
- ¿Tu mamá no te reta por llegar así? - inquiere el niño.
- No tengo mamá - me agacho a su altura, un error descomunal, porque mi mundo se tambalea y necesito apoyar las manos para no irme de boca - Tampoco papá - miró a su madre - Pero tu debes hacerle caso a tu tuya, esto - me señaló - No está bien - afirma con la cabeza varias veces.
- ¿Segura que no necesitas nada? - la mujer volvió a hablar y negué.
- Le agradezco, debo volver a casa - me levanté con dificultad y me ayudó.
Espere una cara de asco por su parte, el olor que emanaba debía ser desagradable, pero no fue así, ella solo me ayudo y sonrió, una sonrisa tan maternal como la que una vez mi madre me regaló, trate de sonreír, pero estaba segura que solo salió una mueca. La mujer me miró una vez más y siguió su camino, parecía que quería decir algo, parecía comprender mi situación, pero eso era imposible, ella no se veía como yo, ella no vivía mi vida.
Esa mujer exudaba dinero y clase, al igual que su hijo, sin embargo, ambos se detuvieron a ver como estaba, ambos me observaron preocupados y con ganas de ayudarme, pero yo no tenía salvación, nunca la tendría.
Llegué a mi humilde morada, un lugar de mala muerte, donde solo había habitaciones, lugar donde mujeres de la noche abundaban y ofrecían sus servicios, donde los dealer hacían sus operaciones habituales y algunos otros dormían. Yo era lo último.
No me vendía para conseguir dinero, jamás lo hice y jamás lo haría, tenía ingresos mensuales de la pequeña editorial de la que mi padre era dueño cuando aún vivía, el lugar estaba ubicado en Cambridge, Massachusetts. Ahora aquella editorial la manejaba uno de sus socios, quien estaba esperando que me recibiera para tomar el cargo, cargo que jamás tomaría, pero que me suministraba una suma de dinero que me duraba lo mismo que un dulce a un niño, me compraba comida, pagaba la habitación y el resto, se iba en drogas y alcohol.
Era un desastre inteligente, en cierta forma, porque lo que hacía no era inteligente, me metía en lugares complicados, me relacionaba con gente que no debía y en alguna oportunidad debí a más de uno aquí, mi hermosa casera me presto plata, plata que le devolví con intereses, ella tenía la esperanza de que mejorara, que estudiara literatura como tenía planeado, pero yo seguía negada a vivir, a volver, a seguir.
- Otra vez en tus andanzas Miley - sus ojos negros me observaron con enojo.
- Rosita, no me mires así - hago un puchero - Tuve una noche difícil - me acerco a la barra que divide su oficina del pasillo.
- Hueles como una noche difícil – lleva dos dedos a su nariz y la tapa – Por dios niña, estaba preocupada y tu en esas andanzas – su voz salió nasal debido al agarre.
- Se me paso la mano – volví a emprender viaje.
- ¡A ti siempre se te pasa la mano! – grito desde el mostrador.
- Solo del domingo al sábado – sonreí mientras juntaba fuerzas para subir las escaleras.
Mi cabeza recibió un impacto por su parte trasera, un golpe que me llevo el mentón al pecho y puso mi mundo a girar para que luego una punzada de dolor se instalara en la zona. Lleve mi mano allí y refregué con cuidado, me habían golpeado, alguien me había pegado. Gire tan despacio como el mareo me permitía y allí estaba ella, Rosita, con solo una sandalia, la otra descansaba en el piso a mi lado.
- Auch – me queje, pero ella sonrió.
- Te voy a dar de sábado a domingo - rodé los ojos – Voy a llamar al jefe ese de la editorial y hacer que te internen si te calmas un poco – bufe – No me provoques Miley, lo hare, no me quedare aquí para ver como te destruyes. – volví a verla.
- ¿No veo que muestres tanto interés por los demás? – levante la mano señalando el lugar.
- Ellos están perdidos, tú no, eres joven e inteligente, no perteneces aquí, tienes que mejorar – se acerco en busca de su zapato – Mereces una mejor vida Miley, no está, necesitas ayuda… - trate de tocarla.
- Auch – su sandalia volvió a impactar en mi cuerpo, solo que esta vez en mi mano - ¿Puedes dejar de golpearme? – me volvió a pegar.
- No me toques con esas manso todas cochinas te bañas, te arreglas y vienes a comer a mi casa - me apunto con el zapato – Es una orden – levante las manos en paz.
- De acuerdo – di unos paso hacia atrás – Iré, me bañare y volveré aquí más rápido de lo que lanzas ese artefacto – señale el causante de mi dolor.
- Mas te vale o será peor – giré y subí el primer escalón. – Y Miley – la observe – Me alegra que sigas viva.
Me hubiera gustado sonreír como se merece, pero solo pude hacer una mueca, antes de seguir el camino a mi piso, mi casa, mi único refugio en el mundo.
El piso de cemento sonaba debajo de mis zapatos, algunos inquilinos se encontraban tirados en los descansos, ebrios, drogados, desmayados o quizás muertos, nadie lo sabía, pero si pasaban mucho tiempo ahí se llamaba a la policía, algo que se evitaba completamente, por la cantidad de delincuentes que habitaban en este edificio, eso y que Rosita perdería todo si pasaba.
Es por eso que cuando alguien moría de sobredosis, todos limpiábamos el lugar hasta convertirlo en un centro decente, los drogados eran encerrados hasta nuevo aviso, los dealers pasaban a ser hombres de hogar y las mujeres aparecían con sus niños, todos humildes, todos normales, todo ficticio.
Llego a mi puerta con las piernas entumecidas, la resaca me tiene el cuerpo magullado mientras que peleo por abrir la puerta, uno diría que mi casa es un desastre, pero no, todo lo contrario, yo lo soy, pero mi casa no. Vivo en un lugar limpio con muebles decentes, una pequeña cocina que cuenta con refrigerador lleno de víveres, el living con un pequeño sillón de dos cuerpos, frente a una televisión de segunda mano.
Una mesa cuadrada con solo dos sillas descansa en un rincón, el pequeño pasillo da a una pieza con mi cama de dos plazas y en frente un baño pequeño con lo justo y necesario, un lugar sencillo comparado con mi antiguo hogar, con mi casa familiar, pero lo mejor que podía pedir en mi condición.
Me saque la ropa y la deje en el canasto, más tarde bajaría para lavarla, ahora debía ocuparme de mi cuerpo pegajoso y la maraña de nudos de mi cabello, necesitaba volver a olor bien, para comer algo con la única amiga que tenía en Seattle, Rosita, esa mujer mayor que me cuidaba como mi abuela y me quería como una madre. Esa a la que molestaba a diario, pero que me cuidaba desinteresadamente, con ella pasaría hasta el último día de mis días.
Restregué mi cuerpo, con la esponja, asegurándome de hacer mucha espuma y limpiar cualquier rastro de suciedad, no recordaba que paso anoche y eso no era bueno, no podía ser bueno, porque podría traer consigo muchos problemas, incluyendo mi integridad física, no tenía idea de si me habían tocado, eso no era bueno, aunque no amanecí en un hotel y tenía toda mi ropa puesta, sin contar que mis partes íntimas no dolían.
Otra vez Goffy había cuidado de mí, mi otro fiel amigo, un perro que vivía en las mismas condiciones que yo, marginado, pulgoso y oloroso, aunque yo estaba segura que no tenía piojos, en fin, él evitaba que alguien me tocara a demás de darme cariño cuando lo necesitaba, un perro fiel, dispuesto a darlo todo por la causa, o sea yo.
Salgo de la ducha unos minutos después, el cuerpo me pesa como el infierno mientras me encamino a mi cama, solo dos segundos en ella necesito antes de volver a sentir mi cuerpo en completas condiciones, es lo que hago, me recuesto un poco antes de caer en un sueño profundo.
Los golpes en la puerta me despertaron, la luz del día a desaparecido y el dolor en mi cabeza es intenso, otra vez me había quedado dormida, otra vez falte al almuerzo, otra vez lo deje todo para después.
Me levanto tranquila escuchando el golpe constante de la puerta, quiero decirle que paren, pero se que esta enojada conmigo por no cumplir, por asustarla, por arruinarlo todo nuevamente. Suspiro grande y abro la puerta, Rosita me observa y luego suspira para luego entregarme una bandeja con comida, dar media vuelta e irse, me siento como la mierda, una gran y enorme mierda.
Como el estofado viendo la televisión, otro anuncio de niños ricos aparece por la pantalla, “Acto benéfico”, es el titulo para hablar de la famosa familia Hamilton, han colaborado con una casa hogar, donado camas, mercadería y un montón de cosas más, abro mis ojos cuando en la pantalla aparece el pequeño de esta mañana, el niño de ojos verdes junto a la mujer hermosa, ambos sonríen a las cámaras, luego aparecen con los demás niños jugando, parece disfrutar el momento mientras los toca y habla, la mujer por otro lado esta abrazando a una señora, no parece un abrazo forzado, ni con repulsa, parece sincero.
- Eran buenas personas – murmuro.
Apago la televisión y me levanto, pensaba quedarme en casa esta noche, pero no tengo ganas, la necesidad de tomar es más grande. Apago las cosas y salgo cerrando todo, Rosita no está en la recepción y lo agradezco, se que me regañara por no quedarme, pero ahora no me importa.
Camino por las calles, la gente de traje a desaparecido, solo quedan algunos que ahora andan sin corbatas camino a algún bar para matar el estrés del día, por mi parte, voy al lugar de siempre, donde puedo conseguir todo lo que quiero a buen precio, donde tengo cuenta para pagar apenas cobro, donde todo es más llevadero.
Sonrió al guardia y me adentro al bar para pedir lo mismo de siempre, Rick mueve la cabeza mientras me pasa la botella de vodka y un vaso para el resto de la noche, en la esquina derecha mi proveedor sonríe con suficiencia. Camino hasta él sondeando las personas, necesito mi pedido ahora mismo y él lo sabe.
- Miley cariño, estas hermosa el día de hoy – sonrió falsamente.
- H, un placer verte – le ofrezco un trago y niega.
- No cuando trabajo nena, pero podemos divertirnos en unas horas – chasquee la lengua.
- No esta noche – estiro mi mano – Estoy indispuesta.
- Siempre lo estas cuando te veo – se acerco - ¿No la pasamos bien juntos? – la respuesta era no, pero era uno de los más baratos.
- Tienes que traer las cosas a tiempo – saca una jeringa y la mueve.
- ¿quieres probar? Es nueva – relamo mis labios.
- Bueno, pero cambia la aguja – sonrió de lado antes de sacar un blíster nuevo.
- Jamás te enfermaría pequeña – sonreí y le pase mi brazo – Respira profundo – le hice caso – Buen viaje pequeña. – lo demás simplemente desapareció.
Mi cuerpo parecía ido, mis extremidades entumecidas, sentí que alguien me movía pero no tenía fuerzas para moverme, el olor de su colonia me removió el cuerpo, la piel se me encrespo, todo en mí estaba alerta, pero por alguna extraña razón no tenia miedo, hoy no.
ESTA HISTORIA ARRANCA CON SUS ACTUALIZACIONES EL PRIMERO DE DICIEMBRE