Capítulo 3: Blanca como la nieve

1319 Words
Caminó en dirección a la puerta y oyó un ruido tras él, se viró… no era nada. Un momento después, la puerta de la habitación se cerró con fuerza. Volteó hacia la puerta y se dispuso a abrirla, pero parecía que estuviera cerrada con llave. ¿Cómo era que se había trabado de esa forma? ¿Había alguien más en la casa? Sintió que el sudor empezaba a correr por su rostro y su corazón dio un vuelco extraño, que lo hizo empezar a preguntarse qué estaba pasando en ese lugar. Pero lo peor fue el susurro a continuación: Ven… quédate conmigo, Brian —oyó decir a una voz que no conocía, se trataba de una voz de hombre. ¿Cómo era que alguien más conocía su nombre en ese lugar? Tembló ligeramente, pero no iba a darle el gusto a quienquiera que fuese. —¿Quién está ahí? —el castaño sintió miedo repentinamente, pero no lo demostraría. Brian miró hacia atrás y volteó a ver cada centímetro del lugar. No había nadie, todo estaba tal y como siempre había estado. De repente, un viento extraño empezó a soplar a su alrededor, elevando el polvo de la habitación y haciendo que sus cabellos ondearan con el aire. Sintió que su sangre se helaba y que su piel se ponía como piel de gallina. Lo más aterrador era que esto estaba ocurriendo a pesar de que las ventanas estaban selladas y no se veía una fuente clara de donde pudiera estar saliendo ese viento. Su corazón se aceleró y empezó a sentir algo muy extraño en torno a lo que había a su alrededor y en ese momento sintió un escalofrío que le recorrió la espalda, haciéndole sentir una gran incomodidad. Por primera vez creyó en lo que decían, en que esa casa podía estar embrujada y los latidos de su corazón le confirmaban que era víctima del miedo en ese momento. Quiso pensar claramente, quiso buscar una explicación lógica, pero su cuerpo se negaba a sosegarse ante la extraña brisa en el lugar. No quería pensar en que realmente esos cuentos de que la mansión tenía alguna maldición u otra cosa eran reales. ¡No, eso era imposible! Él no creía en esas patrañas, sabía bien que no existían los fantasmas, ni nada de eso. Seguramente su subconsciente estaba haciéndole una jugarreta y probablemente por alguna de las ventanas rotas o por el techo semidestruido se colaba algo de aire. Todos los vellos de sus antebrazos se erizaron debajo de la camisa y su corazón no dejaba de latir, sintió la boca seca y pensó que el aire empezaba a acabarse en el lugar, como un reflejo de cuán terrible se estaba sintiendo la experiencia que en ese momento estaba viviendo. Quería chillar, pero sus cuerdas vocales no parecían estar respondiéndole, el temor inundaba su ser cada vez más y e estaba haciendo preocuparse mucho más por lo que estaba ocurriendo. Nunca había tenido una experiencia así… ¿qué estaba pasando? El joven respiró entrecortadamente y miró alrededor, buscando algo que explicara el evento en la habitación. Quédate conmigo —repitió la voz. Y esto sólo acentuó el temor que en ese momento Brian estaba experimentando. No sabía qué era lo que estaba pasando, pero definitivamente eso no podía ser bueno… El viento se hizo más fuerte, tanto que el joven fue lanzado contra la pared, tenía que marcharse de ahí lo más pronto posible, porque lo que estaba ocurriendo realmente rayaba en lo absurdo y en la definición que muchos darían a “sobrenatural”. Rápidamente se levantó y corrió hacia la puerta, abriéndola de golpe y ya sin importarle las consecuencias de que esta pudiera quedar destruida. Posteriormente, salió corriendo por los pasillos, sin siquiera mirar atrás y aún con el corazón latiendo a toda velocidad, con esperanzas de que todo lo que había pasado fuese, quizás, un efecto secundario de su curiosa imaginación en ese momento. Bajó las escaleras de dos en dos, casi saltando y sin importarle que el piso pareciera mucho más oscuro, incluso, que cuando había subido. Él ya tenía en mente que estaba anocheciendo, pero, más importante… ¡necesitaba salir de ese lugar! El pánico resultaba una definición corta para lo que Brian sentía en ese momento. Saltó e intentó no dejarse llevar por el miedo ni por la posibilidad de caer de bruces por las escaleras en caso de fallar algún escalón. Y, finalmente, consiguió pisar el último tramo, donde casi perdió el equilibrio, pero se recompuso rápidamente para salir por la puerta principal. Sé que volverás —oyó decir cuando salía de la casa y vio cómo el pórtico se cerraba, como si una persona en el interior hubiera halado la puerta con fuerza. El sonido del cierre brusco de la entrada de la mansión lo aterrorizó, pero se recompuso rápidamente para llegar a la acera y caminar por la calle principal: necesitaba salir de ahí cuanto antes, sin importar cuánta nostalgia estuviera sintiendo de ese lugar. Y lo peor de todo era que no podía contarle a nadie, ¿quién iba a creerle que acababa de tener la experiencia paranormal más horrible de su existencia? Siguió corriendo por el barrio, con la vista fija en la casa y sin prestar atención al camino, sabía el camino de cualquier forma. Poco después, notó que su corazón estaba empezando a tranquilizarse y su respiración a acompasarse. Había sido una extraña experiencia, pero, viéndolo desde una perspectiva más racional, era posible que fuese sencillamente algún niño jugando al “fantasma” por el simple hecho de asustarlo, era algo muy común que muchos niños quisieran perpetuar el “misterio de la casa embrujada”. Pero… ¿cómo sabía su nombre? Miró hacia abajo y se dio cuenta que aún llevaba su identificación de la universidad colgando. Era un imbécil, definitivamente, se había dejado asustar por alguien más. Sin embargo, prefirió seguir mirando por si algo extraño aparecía en el lugar. Había una esquina cerca de donde andaba, allí debía cruzar, estaba claro en lo que había a su alrededor, aunque sus memorias estuvieran limitadas, pero era como si su cuerpo tuviera la memoria muscular suficiente para recordar perfectamente el camino hacia su antigua casa. A pesar de que tenía esos conocimientos, cuando iba llegando a la esquina… —¡Auch! —dijo una vocecilla que provenía de la persona con quien acababa de tropezar, que se encontraba en ese momento hablándole desde el piso y apenas y vio su silueta caer cuando tropezó con ella. —Lo siento —se disculpó sin apartar la mirada de la casa—, no estaba al pendiente del camino —siguió respondiendo, aun mirando hacia la enorme mansión abandonada, y planteándose seriamente la posibilidad de que hubiera sido víctima de algún tipo de broma juvenil o, quizás, de alguna alucinación secundaria a los sentimientos depresivos que estaba experimentando en su paseo por ese lado de la ciudad. —¡Animal! ¡Te aprovechas de que eres una mole! —gritó una chica histérica que se levantaba en esos momentos del suelo. Brian se volteó y sólo pudo ver una larga melena de color n***o, con unas hermosas ondas, pero que notoriamente cubrían la cara de una hermosa jovencita. La chica se pasó la mano para llevarse los mechones que caían en su cara a su lugar original, dejando ver sus ojos marrones enojados como si quisieran matarlo, pero con una cara que parecía haber sido tallada por los mismísimos ángeles. Era muchísimo más baja que él, debía medir aproximadamente un metro y medio, quizás un poco más, contra el metro ochenta del castaño. Su piel era blanca como la nieve y bien podría haber interpretado a Blancanieves en una película porque sus labios rojizos se asemejaban al estándar del personaje; se veía completamente suave y delicada. Jamás había visto alguien tan hermoso…
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