Capítulo 4: El día que me marché

1717 Words
Ella se levantó del suelo con una mirada de completo enojo y lo miró fijamente. —¿Quién te crees, ah? —se quejó con voz chillona, colocando sus puños en las caderas, dejando sus brazos como una jarra, actitud que le pareció graciosa y hasta tierna a Brian. —Lo siento, de verdad, lo siento. Es sólo que… —se quedó callado, si decía lo que había pasado, podrían tildarlo de demente— olvídalo —dijo finalmente—. Fui muy descuidado, lo lamento de verdad. —¿Cómo que lo olvide? ¿Acaso crees que no me dolió el golpe? ¡Eres un bruto! ¡Insensible! ¿No ves que soy una pobre chica indefensa? Era evidente que ella estaba haciendo drama, que iba acompañado de unos gestos exagerados. Él arqueó una ceja. —Con esa actitud lo que menos pareces es una chica indefensa —ironizó él, divertido ante el drama que ella estaba haciendo. La chica puso cara de indignación y simplemente le dio una cachetada al castaño, para la cual tuvo que saltar un poco por la diferencia de tamaños. Sin embargo, a pesar de que Brian había recibido una cachetada, no podía dejar de fijarse en lo suaves que eran las manos de la muchacha, pero lo increíblemente fuerte que también era, porque esa cachetada sí que había dolido. Estaba embelesado con esa chica que acababa de ver, que le hacía sentir una extraña familiaridad. Por fin, sin importarle demasiado ya la aparición del intruso en su camino, la joven de cabello n***o bufó y se viró, para regresar por el camino por el cual había aparecido como olvidando por completo lo que sea que estuviera a punto de hacer hacia el otro lado. Brian caminó tras ella, y pudo notar que su cuerpo era muy llamativo también. Por un momento esa piel tan blanca, esos ojos marrones y ese cabello tan hermoso le recordaron a alguien, pero no estaba seguro a quien, sólo sabía que le encantaba esa chica… más de lo que realmente estaba dispuesto a aceptar. No dejaba de ver sus caderas moverse lentamente, y sobresaliendo a pesar de que iba con un enorme sweater n***o que le tapaba casi todo, pero con esos jeans ajustados era notorio que esa cadera y esos glúteos sólo podían ser un regalo del cielo para él en ese momento. Y sí, Brian sabía perfectamente que tenía novia, que a Quinn no le gustaría para nada saber que su novio andaba admirando a una chica de la forma en la que lo estaba haciendo en esos momentos, pero realmente no le importaba. ¿De qué servía tener por novia a la más hermosa de la universidad si no sentía por ella verdadero amor? ¿De qué servía si con ella no podía hablar absolutamente de nada? Quinn era prácticamente un adorno que tenía para cumplir con las exigencias sociales que le habían impuesto sus familiares, pero él sentía un vacío enorme que le impedía siquiera ver a alguna chica como alguna vez había visto a su pequeña Gabrielle. —¿Acaso me estás siguiendo? —la chica se había detenido y, sin mirarlo, le había preguntado eso—. Soy buena gritando, chillaré fuertemente y haré que venga alguien a protegerme —lo amenazó. —No, simplemente voy por esta misma vía —respondió él con fastidio, de verdad que era bien dramática y exagerada esa extraña chica, y en realidad sí la estaba siguiendo… pero al menos tenía una excusa de ir hacia ese lugar. —¿Y qué buscas por aquí? Nunca te había visto por esta zona —se interesó de repente la joven, todavía sin voltearse a verlo. —Antes vivía por aquí y quería ver mi antigua casa —explicó él con calma y admiró los alrededores. Ese vecindario le había devuelto muchos buenos recuerdos que Brian no imaginó siquiera que tuviera y por eso quería seguir explorando y dejándose llevar por cada una de las memorias que evocaba ese lugar. Aunque sabía que en cualquier momento terminaría de anochecer, ya que el sol se estaba poniendo. Ella volteó sorprendida y se le quedó mirando, caminó un poco hacia él, que estaba detenido unos pasos atrás. Lo miró fijamente a los ojos, luego parecía escanearlo con mucha calma y empezó a mirarlo como si se tratase de un espécimen extraño. Él arqueó una ceja y estuvo tentado a preguntarle que para qué hacía eso, pero se veía tan linda haciéndolo que Brian decidió dejarla continuar con su análisis. —¿Cómo te llamas? —cuestionó ella finalmente. —¿Para qué quieres saberlo? —inquirió él con malicia, mostrando una sonrisa arrogante, realmente era un suceso curioso el que estaba experimentando y lo estaba haciendo sentir bastante bien. —Olvídalo —dijo ella con molestia, imitando el tono en que él le había dicho esa palabra momentos antes. Hizo como que ya no le interesaba hablar con él y retomó su camino, mientras que él no sabía por qué, pero esa actitud se le hacía conocida. Brian rio. Le parecía muy interesante esa chica y empezaba a gustarle cada vez más, era muy curiosa. —¿Quieres ir a tomar algo? —preguntó Brian, sorprendiéndose de su atrevimiento, porque no solía invitar a salir a ninguna chica, generalmente eran ellas las que iban a él. Definitivamente, si Quinn se enteraba, podía considerarse hombre muerto. Pero no podía importarle menos en ese momento, por fin había encontrado alguien con una actitud que verdaderamente le encantaba. Ese rechazo exagerado, ese comportamiento de niña dramática, era… magnífica. Y le recordaba mucho a alguien. —No —dijo la chica sin pensárselo mucho. Sí que era difícil esa chica y eso empezaba a gustarle mucho más. —¿Y me podrías dar tu número de teléfono? —Le parecía demasiado interesante como para darse por vencido fácilmente. Y así fue como empezó a seguirla con un “sutil” interrogatorio. —No —sentenció la joven sin siquiera mirarlo. —¿Puedo acompañarte a tu casa al menos? Así compensaré lo del choque —intentó nuevamente. —No. “Que dura” —pensó Brian y quiso echar a reír en ese momento, pero lo mejor que podía hacer era seguirla lentamente. —Oh, vamos… por lo menos dime tu nombre, nena. —¿Nena? —la chica reaccionó— ¿Quién te ha dado el permiso de decirme de esa forma? —Esta vez se viró hacia él y se detuvo, nuevamente pareciendo interesada en lanzarle una cachetada. El castaño estaba tentando a su suerte, lo sabía, pero no iba a permitir que pasara lo mismo que había pasado con Gabrielle años atrás. —No sé de qué otra forma decirte, desconozco tu nombre —sentía que esa jugada le serviría. Quizás era un truco barato, pero si algo había aprendido desde que había empezado a follar con chicas, era que siempre caían ante los trucos más baratos y absurdos. Y sí, era cruel de su parte considerar que las mujeres eran “fáciles de convencer con trucos baratos”, pero hasta ese momento no es que hubiera conocido muchas chicas con algo más en el cerebro que un interés absurdo en parecerse a Lady Gaga o querer ser populares por su apariencia física. Y también tenía que reconocer que no conocía chicas que no fuesen “bonitas y populares”, como para sacarlas de ese “canon”. —Tampoco sé cómo te llamas, “nene” —se mofó ella—, así que estamos a mano. —A pesar de la forma en la que lo había dicho, parecía realmente divertida. Ella volvió a su camino y él sabía que le quedaba poco tiempo para conseguir algo, no le quedaba de otra, tenía que dejarla ganar esa vez, después sabía que obtendría dominio sobre ella, dominar a las personas era un arte que él dominaba a la perfección. No era por nada que había elegido la carrera de derecho: sí, tenía un don con las palabras y era un clásico para él comportarse como el “niño bueno perfecto”, al punto de que muchos decían que él era lo más cercano a un ángel que hubieran visto. —Brian… mi nombre es Brian Linx. —Brian… ¿Linx? —la voz de ella tembló de repente y se detuvo en su camino, pero sin mirarlo— ¿El mismo Brian Linx que vivía en el N° 5 de esta manzana? ¿El mismo que iba todos los días a jugar en la casa embrujada? —cuestionó tranquilamente la pequeña chica, al tiempo que señalaba la manzana en cuestión y luego la casa embrujada. Él se sorprendió, sintió un escalofrío y fue cuando entendió por qué sentía que la conocía desde el primer momento en que la vio. —No puede ser… ¿Gabrielle Sibelius? La chica dirigió su mirada hacia él, fijando sus ojos marrones en los grises de Brian, y él pudo ver cómo esos ojos marrones empezaban a llenarse de lágrimas. Seguidamente, ella corrió hacia él para saltar sobre él y abrazarlo. Cuando ella estuvo cerca de él, fue como si los viejos tiempos volviesen a su mente, acarició su cabello, como tanto había querido hacer. No sabía exactamente cómo había ido a parar a su antiguo barrio, pero si algo tenía claro en esos momentos, era que esa chica que estaba abrazando lo hacía sentir como él necesitaba en esos momentos. Agradeció por primera vez el haber tomado esa decisión absurda de recorrer la ciudad caminando, y de dejar olvidado su auto para dar ese “paseo”. —Eres un idiota —la oyó gimotear sin dejar de abrazarlo y como si estuviera sosteniendo su bien más preciado. —Enana, ¿por qué no me dijiste que eras tú? —preguntó con un hilo de voz—. No tienes idea de cuánto te he extrañado —le dijo. —Y yo a ti, tonto, tonto, tonto. Nunca pensé que después de diez años aparecerías por aquí, siendo que hoy se cumplen diez años exactamente desde el día que te marchaste… Por algún motivo, esa frase le había causado un escalofrío a Brian… que extraña coincidencia.

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