Mientras recorría los pasillos para llegar al cuarto principal (se sorprendía recordar dónde quedaba), a su mente llegó otro recuerdo interesante…
—¡Dame! —le reclamó ella, tratando de quitarle el chocolate que él llevaba en sus manos y mirándolo fijamente.
—No… no te lo mereces.
Ella se cruzó de brazos malcriadamente y sus ojos cafés se aguaron, mientras hacía un puchero y se iba acercando a una cama llena de polvo en la habitación principal, como si estuviera a punto de llorar. Pero luego pareció pensarlo bien y se volteó hacia él, con lágrimas cayendo lentamente por sus mejillas.
—¡Ya te dije que lo sentía! —expresó molesta y acto seguido salió de la habitación, él simplemente continuó comiendo el chocolate.
Tenía uno guardado para ella, pero le gustaba hacerla enojar, era tan divertido que se fuese y después regresara con actitud de perrito regañado. No podía negar que esa niña era realmente interesante y divertida. Miró a su pierna enyesada y al mismo tiempo quiso no volverle a hablar por haberlo hecho caer por las escaleras unos días antes.
Dio otro mordisco a su chocolate…
Tenía que admitir que a pesar de todo ella no merecía que él le hubiese dado ese chocolate aquel día, pero era tan dulce que no podía evitar ceder ante todo lo que le pedía. Quizás si esa niña hubiese estado con él a esas alturas, sería en esos momentos su novia… nunca había conocido a nadie como ella. Sonrió feliz al recordar esas cosas tan especiales y pensar que había sido un completo idiota al olvidarse de alguien tan importante para él.
Entró en la habitación principal y miró a los lados, detallando cada uno de los rincones y recordando todos los momentos que había pasado en ese lugar. Se fijó en que la cama seguía viéndose casi igual, con unas sábanas mugrientas que él no sabía cómo no los habían matado a su amiga y a él en esos días.
“Sí, habíamos limpiado la casa, pero nunca lavamos esas sabanas, creo” —pensó sonriente. La niñez era tan extraña y, en ese momento, la sentía como una etapa tan distante. Todo en su vida había cambiado, había dado un vuelco y se había transformado tras mudarse con sus tíos.
Todo estaba como lo recordaba. La cama, el espejo cubierto con una sábana, los armarios con algunas puertas casi cayéndose, la cómoda en donde se notaba que algún vándalo había robado lo que sea que hubiera ahí. Incluso estaban iguales las sillas con la pequeña mesa en una esquina, en donde se notaba que sólo había aumentado un poco la cantidad de polvo que había en estas sillas.
—¿Por qué estamos haciendo esto? —inquirió la niña sin saber exactamente lo que sucedía y posó sus ojos profundos en él.
El niño solo la abrazó, soltando la sábana con que intentaban cubrir un gran espejo que se hallaba en el lugar. Acarició el n***o cabello de ella, sintiendo sus suaves ondas, que le hacían sentir tan bien y enterró por un momento los dedos en el cabello para sentir mucho más la cercanía con ella. No quería separarse de ella, pero no le quedaba de otra, tenía que ir a donde su madre fuese.
—No quiero alejarme de ti —afirmó el castaño separándose de ella finalmente y mirándola con tristeza, mientras ella parecía completamente consternada por la actitud tan repentina que él había tenido.
—Yo tampoco, Brian… ¿por qué dices que nos alejaremos? Si sabes que cuentas conmigo y contarás conmigo siempre.
Él empezó a llorar.
Como tenía la cabeza agachada, sus anteojos se llenaron de lágrimas, empañando el cristal y haciéndolo incapaz, siquiera, de ver a su linda amiga.
—¿Por qué lloras? —preguntó la pequeña de cabello n***o, anonadada, cuando vio que él estaba dejando caer láminas incontroladamente.
—Porque mañana me marcho del vecindario y no quiero separarme de ti —confesó Brian finalmente.
—No te alejes de mí, yo quiero estar para siempre contigo —dijo ella, saltando sobre él y aferrándose a su espalda, como si no quisiera soltarlo nunca más—. Quédate en mi casa, si quieres te doy mi cama para que duermas y me voy a dormir con mi hermanito, pero no te vayas, te lo pido.
Esta vez la pequeña empezó a llorar también, y el chico simplemente la miró con dolor.
Ese momento se sentía tan desgarrador, no quería sufrir más, no quería alejarse, sinceramente quería permanecer a su lado.
Él negó con la cabeza.
—No puedo abandonar a mi mamá, ella me necesita, está sola, iremos a casa de unos familiares que viven del otro lado de la ciudad… pero, te visitaré, lo prometo.
Los dulces ojos de la niña en esos momentos estaban completamente tristes, estaba a punto de llorar, pero simplemente lo empujó y salió corriendo del lugar, sin siquiera despedirse de él…
Sin embargo, él era tan imbécil que había incumplido esa promesa y no había vuelto más al vecindario. Sus ojos se habían llenado con todos los beneficios que había recibido gracias al dinero de sus tíos y jamás había tomado importancia de volver a esa zona de la ciudad. Se entristeció, sabiendo que era su culpa todo por lo que estaba pasando.
—Gabrielle, ya lo recuerdo —dijo de repente Brian y su mirada reflejó un gran pesar.
Era cierto, había elegido irse con su madre, pero igualmente era un niño en aquel entonces y no podía tomar ese tipo de decisiones por sí mismo, ¿cómo habría podido sobrevivir en ese lugar, si la familia de Gabrielle era tan pobre?
Se paró frente al ya conocido espejo y retiró la sábana que se hallaba cubriéndolo y que ellos mismos habían colocado. Fue en ese momento en el que Brian miró su propio reflejo, dándose cuenta de que hacía mucho tiempo que no se miraba a sí mismo.
Hacía tiempo que no apreciaba esa imagen de la persona en la que se había convertido y que, sinceramente ya no le resultaba satisfactoria.
Era un chico muy guapo y bastante alto para el promedio. De ojos grises y cabello a la altura de las mejillas, el cabello de color castaño oscuro, que con la poca luz de la habitación se veía casi n***o, en el fleco, el cabello caía rebeldemente por su frente y tapaba ligeramente sus anteojos, haciéndolo lucir como una especie de bohemio, pero dándole un aire de chico inteligente descuidado.
Iba vestido casual, con una camisa holgada estilo trovador de color beige y un jean sencillo de color marrón oscuro, también con unos zapatos negros y en su mano izquierda sobresalía un reloj bastante costoso que probablemente ya marcaba el atardecer. Su contextura no era ni delgada, ni robusta, sino que, por lo contrario, parecía bastante atlético, y agradecía al basquetbol por haber alcanzado dicha apariencia.
Ese reflejo que tanto odiaba, el reflejo de una persona a la que muchos quizás envidiarían, el de un chico “perfecto”, pero nada más lejano a la realidad. Debía reconocer que, en el fondo, sólo era un chico que ocultaba bien sus temores, sus inseguridades y su deseo de ser ignorado y de pasar desapercibido. No obstante, tenía que aceptar que era el reflejo de quien él sabía perfectamente que no dejaría de ser, a menos no de momento.
¿Por qué tenía que ser tan difícil todo? ¿Por qué no podía tener una vida normal y ya? ¿Por qué había tenido que abandonar el único lugar en el que había sido feliz?
Hizo un ademán de golpear el reflejo en el espejo, su mirada mostró esa ira contenida por un momento.
Pero en el último momento se detuvo, sintió repentinamente una paz interna, como producida por la esencia misma de la casa, el único lugar donde sentía que alguna vez había sido feliz.
Por alguna extraña razón sentía que pertenecía a un lugar ajeno al que había sido acostumbrado a lo largo de su vida. ¿Cómo podía pertenecer a otro mundo? Era bastante surreal imaginar que pudiera ser alguien más, pues siempre había sido Brian Linx y siempre había sido la persona que en ese momento era.
Suspiró. Sería mejor que saliera de ese lugar…