Cualquier rastro de ebriedad que pudo tener Aurelia desapareció en un pestañear de ojos cuando vio como se llevaban a la fuerza a esos dos alfas que, en lo mas profundo de su corazón y su instinto, le gritaba que ya los conocía de antes. Pero pese a su sentir, ese “antes” Aurelia ni siquiera comprendía, porque nunca en su vida los había visto. Sin embargo, a pesar de todo la rubia bajó las escaleras con rapidez para impedir ese arresto, porque no deseaba que nada malo les sucediera a esos “extraños conocidos”. Es ahí cuando la muchacha le sujetó un hombro a uno de los policías exclamando: —¡Esperen, suéltenlos, ellos no hicieron nada! —vocifera Aurelia con preocupación. —Eso no es lo que parece cuando vinimos, señorita. Ahora si nos disculpa, nos tenemos que ir —dice el policía que sabía