|°05°| Nadine

1953 Words
Propiedad Lefevbre. Obernai, Francia. ~*Veinticinco años años antes*~ •°•°•°•°•°•°•°•°•°• Me encontraba en mi habitación, acababa de salir de la ducha, aún llevaba la toalla atada a la cintura cuando la puerta se abrió y mamá entró. —Vamos, mamá... Tardad un par de segundos más y me encuentras desnudo, ¿no puedes tocar al menos? —Basta de juegos, Damien. Acabo de hablar con en abogado —comentó con urgencia. —¿Y eso qué? —Pues que me dijo que Emmett no ha hablado con él para intentar dar con una salida fácil por esa maldita cláusula del testamento. —¿La de la boda, dices? —Fruncí el ceño, odiaba cuando mamá pretendía que yo adivinara sus pensamientos. —Sí, por lo visto... pretende dejar el testamento tal cual. —Claro que lo dejará tal cual, madre; es Emmett, cada mierda que hace la hace al pie de la letra, como se lo ordenaron hacerlo... tu hijo sería un buen soldado de guerra. Chasqueé la lengua y con fastidio empecé a ponerme los calzoncillos, pensando de pronto en lo mucho que lo detestaba. Ese afán de querer alcanzar siempre la perfección le había hecho congraciarse con mi padre e un modo que yo jamás había logrado... Al menos cuando lo intenté. Con los años había perdido la esperanza de que mi padre se fijará en algo más que en mis desaciertos, esos que parecía disfrutar gritándome a la cara; con los años entendí que jamás le ganaría a Emmett porque el viejo no lo quería así y entonces dejó de importarme su aprobación. Pero Emmett era harían de otro costal, mi gran hermanito mayor buscó hacerle feliz siempre, y por eso me parecía estúpido que mamá pensara que él podría intentar ir en contra de la voluntad de papá. —Pues justo por eso hoy vas a formalizar tu relación con Nadine... Emmmett no ha movido un dedo para asegurar su futuro, no sé qué pretende, pero tú no cometerás ese error, ¿de acuerdo? —¿No puede ser mañana? Tengo una cita con Irina hoy y... —Me importa una mierda Irina, ni siquiera sé por qué continuas con ella si llevas todos estos meses viéndote con Nadine, pero lo que sea que planearas para hoy... Cámbialo, Nadine ya viene en camino. —¿Por qué? —pregunté enfadado. Una de las cosas que más despreciaba de mi padre era el hecho de que me tratara como si yo solo fuese un peón, sin capacidad de decisión o el derecho de tomar una, siempre pensaba por mí y siempre me obligaba a hacer lo que él quería, que mamá tomara esa actitud me emputó como hacía mucho nada lo hacía. —Porque yo la invité, Damien, hoy le vas a proponer matrimonio. —Se acercó y estiró su mano para entregarme una pequeña caja cuadrada de terciopelo n3gro—. No cometerás el mismo error de tu hermano, este fin de semana te asegurarás tu futuro, y ese futuro tiene el nombre de Nadine... no el de una insignificante criatura como Irina Varane. Sin esperar siquiera que yo respondiera algo, mamá se dió la vuelta y salió de la habitación. Yo resoplé un par de veces y abrí la caja, en su interior descansaba el anillo de diamantes rosados que papá le había dado para su compromiso, tan segura estaba de que Emmett no se casaría, que me estaba dando la joya de la familia. Tiré la caja sin ningún cuidado a la cama y fui hasta el closet, buscando ahora algo más formal para usar... Después de todo, ahora cenaría con la pretenciosa de Nadine Moureau y no en el pueblo con Irina. Con cierto enojo comprendí que la manipulación de mi madre hacia mí era similar a la del viejo con Emmett, como si ambos, en sus aburridas y poco apasionada vida de casados hubiesen decidido jugar a la destrucción mutua y eligieron sus guerreros, yo normalmente me la pasaba bien peleando sus guerras... Ver el rostro furioso de mi padre o de mi hermano alimentaban mi alma, pero está vez estaba realmente furioso. Sí quería quedarme con todo, claro... no era idiota; entendía que Irina era poca cosa para alguien como yo, la hija de un obrero del viñedo jamás sería la mujer adecuada para el heredero de todo, pero últimamente parecía ser la única que me trataba con respeto, porque incluso Paulette tenía sus momentos de rebeldía. Irina, tan ciegamente enamorada como estaba de mí, escuchaba con atención todo lo que yo decía, jamás me llevaba la contraria, y me permitía mantener el poder de la relación sin esforzarme demasiado, era una buena chica, tonta, pero buena chica. F0llar con ella era aburrido, lo pudorosa aún no lograba quitárselo de encima, pero no era algo que me preocupara... la satisfacción de seguir mellando la entereza de Emmett me daba placer igualmente. En cambio Nadine... Mi hermana había tenido razón, la chica era una completa pesada, había conocido a muchas n!ñas ricas, pero esta era otro nivel, sobre todo si tomaba en cuenta que su padre estaba envuelto en un escándalo fiscal; ella, como toda su familia, se esforzaba por obviar eso y actuar como si nada pasara. Desde que mamá tuvo la brillante idea de unirnos, habíamos convivido un par de veces, todas en París, habíamos salido a cenar y a fiestas en los clubs importantes de la ciudad. No se podía decir que teníamos una relación, pero ambos teníamos claro lo que ocurría, así que habíamos tomado ese tiempo para conocernos un poco, y había descubierto que la chica era muy superficial, quizás demasiado, incluso para mí, pero era tan ambiciosa como yo, eso al menos nos daba algo en común. Otra cosa que no podía negar de Nadine era que su belleza no tenía comparación con nada, y que era jodidamente sexi, eso lo recordé como un incentivo para levantar mis ánimos un rato más tarde, cuando la ví entrar al salón de la mansión. Su largo cabello caía en perfectas ondas doradas sobre su espalda, un maquillaje perfecto le hacía parecer una de las Barbie de colección que tenía Paulette en su habitación, y el pavoroso y sofisticado vestido blanco que llevaba le dejaban claro al mundo que ella era mercancía invaluable... algo que no todos podían darse el lujo de tener. «Pero será mía», me dije con cierta satisfacción, no podía no ser vanidoso al respecto; si bien la forma en la que me estaba viendo obligado a casarme con ella era una mierda, al menos estaría casado con la mujer más bella de Francia, y eso al mismo tiempo me convertiría en uno de los hombre más importante del país... No era un mal trato. —Nadine, cariño... Bienvenida —saludó mamá acercándose a la chica—. Qué placer tenerte aquí. —El placer es mío, Gio... Siempre es divino visitarles. —La chica compartió un frío saludo con mi hermana y luego se giró hacia mí—. Damien... —Nadine... —Me incliné para besar su mano—. Me alegra verte esta noche. —Lo mismo digo, cariño —sonrió y desvió sus ojos sobre mí, mirándome con apreciación, eso me gustó... Siempre me había gustado. Yo era un tipo apuesto, no se podía negar lo obvio, y las mujeres solían verme con deseo, pero que una mujer como ella demostraba el mismo interés, era sin duda un agregado estupendo. —Vengan, vamos a la terraza a tomar un poco de vino antes de la cena —ofreció mamá, haciendo que todos empezaríamos a movernos para seguirla. La velada transcurría con normalidad, conversábamos de cosas sin importancia mientras, pero estaba siendo una tarde entretenida, el sol estaba por ocultarse y la noche prometía ser fresca... Aunque quizás un tanto acalorada también. Nadine y yo nos todo el rato intercambiando miradas, desde el comienzo ambos habíamos dejado claro que sentíamos atracción por el otro, pero esa vez una energía diferente vibraba entre nosotros... Una que me estaba poniendo duro como una roca y me estaba llenando de fantasías de tener esos labios carnosos y rojos envolviendo mi pene... de tener a la princesita sofisticada devorándome con ansias. Había dispuesto gran parte de mi tiempo a pensar en si sería tan apasionada como su mirada me estaba dejando ver, pues ella también tenía el deseo brillando en sus ojos. Todo estaba bien, yo estaba bebiendo vino y disfrutando de mis lujuriosos pensamientos hasta que llegó el imbécil de Emmett a arruinarme la fiesta. —Buenas noches —saludó al salir a la terraza, haciendo que de pronto toda la atención se centrara en él—. No sabía que teníamos invitados hoy —comentó al acercarse a besar las manos de Nadine y a su madre. —Olvidé comentártelo, cariño —respondió mamá, llevándose una mano a la cabeza y sacudiéndola con dramatismo—. Entre tantas cosas es difícil cubrir todo, invité a las chicas para convivir un poco más, además... me parece que has llegado en buen momento, porque creo que tú hermano tiene algo que decir. Miré a mamá, que sonreía entusiasmada. Odiaba sentirme acorralado, odiaba que no me dejarán hacer las cosas a mi modo, pero todos estaban mirándome, así que respiré profundo y me puse de pie. —Sí, de hecho, aprovecharé que toda la familia está presente para hacerle una pregunta a Nadine —Me acerqué a ella, que arqueó una de sus perfectas cejas—. Sé que hace muy poco que nos conocemos, pero siento que lo que ocurre entre nosotros va más allá del tiempo o las formalidades... Si tengo la suerte de que tú pienses igual que yo, Nadine... —Saqué la caja y le mostré el anillo—. Me harías un gran honor casándote conmigo. Ivette se llevó las manos al pecho, emocionada; mamá sonrió complacida y Nadine sonrió victoriosa mientras asentía, su madre creía que de verdad aquello era producto del amor, pero ella ya estaba al tanto del plan... del proyecto que construimos. Puse el anillo en su dedo y la besé, los aplausos de mi familia no se hicieron esperar. Cuando la solté, Ivette la abrazó y mamá y Paulette se acercaron para hacer lo mismo. —Curioso... Ceí que estabas saliendo con Irina —dijo Emmett haciendo que la sangre me hirviera. «Puto desgraciado». Bramé mientras todos nos grabamos a verle, con las manos en los bolsillos, mirándome con severidad. —¿Quién? —preguntó Nadine mirándolo primero a él y luego a mí. —Irina es una chica del pueblo, salía con ella, pero es mi ex ahora —dije sin apartar la mirada de Emmett. —Por supuesto que lo es, esa chiquilla jamás podría competir con el encanto de Nadine, que se ha robado el corazón de mi hijo —agregó mamá, igual de furiosa que yo. Emmett por su parte, asintió lentamente y alzó sus manos como gesto de paz. —No lo sabía, lo siento, Nadine —comentó mirando a la chica, que no ocultaba su descontento, y luego acercándose a mí—. En ese caso no me queda más que felicitarte, hermanito. Se inclinó hacia mí y me palmeó la espalda, tan rígido como me encontraba yo... Él y yo no compartíamos ningún tipo de afecto, pero cuando se alejaba, habló a mi oído... y me dejó claro que su razón para abrazarme no era afecto en absoluto. —Más te vale que hayas hecho las cosas bien con Irina, Damien... Te haré pagarlo caro si no.
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