—No. Contrariado por su respuesta, me separé para mirarla a la cara. —¿Qué dijiste? —Dije que no, Damien… No te deseo. La furia se abrió paso en mí, su insolencia me hizo querer tomarla del cabello y obligarla a decir la verdad, esa que se veía a leguas en sus grandes ojos, en su respiración agitada… En sus pezones erectos a través de la tela de su vestido. —¿Por qué me mientes? ¿Acaso no sabes que siempre he podido detectar tus mentiras? Y que tu cuerpo jamás se me ha resistido, ¿has olvidado todo eso, Irina? —Besé su cuello y sonreí cuando la sentí temblar una vez más. —Suéltame —siguió sollozando, intentó empujarme, pero tomé de sus muñecas y las sujeté con una de mis manos a su espalda. Siempre fue muy delgada, su cuerpo era como frágil y débil como un mondadientes. —¿Por qué t