Neudorf, Estrasburgo, Francia.
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~*Presente*~
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Cerré la libreta de cuero y traté de alejarla de mí, mientras intentaba hacer un ovillo aun estando sentada en la cama. Me había dicho a mí misma que me tomaría con calma todo ese asunto del diario, pero no llevaba ni un par de páginas y ya me sentía a flor de piel, en mi cabeza, no dejaban de dar vueltas y vueltas la tristeza y la humillación, ¿realmente yo había nacido de dos seres tan viles?
Ya conocía la historia de mi madre, o al menos la que ella me quiso contar, pero pese a todas las cortinas de humo que quiso poner frente a mí… la conocía, sabía lo perversa que fue, que seguía siendo, pero ahora tenía sentimientos encontrados al estar leyendo esta versión de la historia desde la perspectiva de mi padre. Meterme en su cabeza, quizás tan solo un nivel menos perversa que la de la mujer con la que finalmente procreó, pero al mismo tiempo llena de frustraciones y sentimientos de estar atrapado, era abrumador; porque… mi corazón doliente y solitario se preguntaba si él y yo hubiésemos tenido la oportunidad de conocernos si las cosas hubiesen ocurrido de otro modo.
Aun podía recordar como si hubiese sido esa misma mañana que estuve en el despacho de Emmett Lefevbre…
«—Te daré un par de minutos para pensarlo. —había dio él antes de salir del despacho y dejarme a solas con aquel sobre rotulado con el nombre del laboratorio clínico más importante de Estrasburgo.
Miraba el sobre como si toda mi vida fuese a definirse por su contenido, y en parte lo era, saber o no si era hija legítima de Damien Lefevbre podía cambiar mi vida para siempre. Todo el mundo lo dudaba, incluso yo misma, tal y como había dicho Emmett, mis rasgos no eran los suyos y todo el que lo conoció lo notaba, yo era la viva estampa de mi madre… llevaba a cuestas el rostro de una asesina, pero él me estaba ofreciendo olvidar todo eso y hacerme parte de la familia, de aceptarme entre los suyos sin importar nada con tan de dejar mis planes de venganza… los de mi madre.
Eso no me costó demasiado, tardé solo unos minutos en decidir que dejaría el sobre estar, que firmaría y simplemente viviría en el ahora y pensando en mi futuro, pero luego de unos minutos, cuando Emmett no volvió, empezó a ganarme la ansiedad, y presa de una sed de identidad difícil de explicar, abrí el sobre, confirmando con alegría que sí era su hija.
Pero mi alegría nada tenía que ver con ese hombre, era muy poco lo que sabía de él; mi alegría iba en función al saber que, legítimamente sí pertenecía a los Lefevbre, saber que podía hallar mi lugar en el mundo finalmente, me hizo sentir feliz.
La puerta se abrió en ese momento y Emmett entró, dejando que sus ojos se desviaran hasta el papel desboblado que yo aún tenía en mis manos, y aunque creí que me cuestionaría al respecto, sólo se limitó a sonreír y a revisar el documento que seguía en su escritorio, haciendo una mueca amable con los labios al ver mi firma ahí.
—Me parece que tú también quieres hacer bien las cosas, Colette.
—Eso quiero, señor. Yo… ya se lo dije, me he sentido sola y sin un lugar a donde pertenecer, he estado a la deriva por mucho tiempo, la idea de finalmente poder descansar en un puerto seguro… Bueno —resoplé sonriendo llena de nerviosismo—. No creo que ese deba tomarse a la ligera.
—Por supuesto que no. —tomó la carpeta con el documento y la puso a un lado de su monitor para volver a mirarme—. Hablaré con mi familia esta noche y durante el fin de semana intentaremos pensar en formas de armonizar mejor, mientras, espero que uses este fin de semana para meditar tus cosas… tus elecciones, pero… —hizo una pausa y se levantó para empezar a quitar el gran cuadro abstracto que tenía tras su escritorio.
Una caja fuerte empotrada a la pared apareció ante mí, y de ella Emmett sacó una libreta de cuero n3gro, la colocó frente a mí. Pude ver que era una agenda y llevaba grabadas las iniciales “D.L” en la tirilla del broce.
—Jamás pensé en mi hermano, como alguien que llevara un diario, pero tuve que tragarme mis palabras dos semanas después que muriera. Mamá estaba devastada, y en aquel entonces Paulette era muy dependiente de los demás como para hacer nada por ella misma, así que tuve que hacerme cargo de las cosas de Damien… Esto lo encontré en su apartamento en París—. Emmett torció el gesto y suspiró mirando el diario—. Luego de leer esto, me sentí como si hubiese conocido a un Damien totalmente diferente, mi concepto sobre él cambió en algunas cosas, mi percepción de otras personas también cambió, y en general… sentí que por primera vez, luego de demasiados años, estaba frente a mi hermano teniendo una conversación con él.
—¿Y por qué me da esto? —pregunté confundida, teniendo en cuenta que él no sabía el resultado de la prueba aún.
—Sé que sabes la historia de tu madre… Tal vez sea conveniente que conozcas la de tu padre, quizás te ayude a entenderte un poco a ti misma, o quizás la haga para que aprendas de los errores de todos los que están en este diario, y no hablo solo de tus padres… creo que en esta familia todos tenemos nuestros pecados. He tratado de que mis hijos no cometan los mismos errores… te doy la oportunidad de hacer lo mismo».
De eso habían pasado ya dos días, y yo estaba al borde de una crisis emocional, de entrada ya sabía que mis padres se odiaban entre sí, que él mismo ni siquiera creía en que yo fuese su hija, y que quería huir con la mujer con la que también esperaba un bebé, era como estar leyendo una receta salida de un libro de magia negra y saber que tú fuiste el producto de ello. Las personas siempre se ilusionaban con las historias de amor de sus padres, pero yo en cambio tenía algo más parecido a una pesadilla que a cualquier otra cosa, y sabía, por como acababa aquella historia que estaba por leer cosas más atroces aún.
Decidí irme a dormir en ese momento y descansar, por la mañana tendría mi primer día en Lefev´s, en fuese cual fuese el cargo que me daría Emmett, así que debía procurar estar relajada.
Sin embargo eso no pudo ser posible, porque ese lunes por la mañana, tan pronto como entré al edificio, pude sentir el ambiente tan tenso que me costaba respirar, todo el mundo me miraba con atención, y al llegar a la oficina de presidencia entendí la razón. Ahí, junto a Emmett, estaba Irina, su esposa, de momento… la única persona que no me aceptaba o por lo menos me toleraba.
—Colette —dijo el hombre a modo de saludo.
—Tío Emmett. —Tan pronto como aquellas palabras salieron de mi boca la mujer resopló y en un arrebato de furia, me pasó por un lado y salió de la oficina dando un fuerte portazo, dejándonos a ambos en un tenso e incómodo silencio.