—¡¡Esto es una maldita burla!! —gritó mamá mientras entrábamos en la sala del té.
Ella, Paulette y yo nos habíamos retirado del despacho luego de que Didier leyera la última palabra, dejando a Emmett solo con el hombre, pocos dispuestos a seguir participando en esa humillación.
El resto del documento decía que todos podíamos seguir viviendo en la mansión y mantener nuestro cargo en Lefev´s pese a lo estipulado ahí, y solo si Emmett lo consideraba apropiado. También obligaba a mi hermano a otorgarnos un vehículo a cada uno y una pequeña propiedad en París y Estrasburgo para Paulette y para mí. Así, nuestro estilo de vida iría condicionado a lo que nuestro hermano considerara apropiado
—¿Por qué papá nos haría algo así? —masculló mi hermana entre estúpidos sollozos.
Pero si bien quise mandarla a callar, preguntándome qué diablos esperaba aquella mocosa, que francamente no servía para nada, pero entonces el recuerdo de la mirada que le dio Emmett y su “sabes muy bien por qué”, perforó mi cabeza. Ignorando que mamá seguía lanzando las cosas que tenía sobre su cómoda, me acerqué a ella y la confronté.
—¿A qué se refería Emmett con lo de “sabes bien por qué”? ¿Qué pudo haber hecho que nos excluyera de esa forma?
Mamá frunció el ceño y, con nerviosismo, se empezó a pasar las manos por la cabeza, buscando arreglarse los mechones que se habían soltado en su arranque de furia.
—¿Cómo pretendes que lo sepa, Damien? Olivier tenía tantas manías y defectos, pero… Venir a hacerle esos mis hijos…
—Emmett también es tu hijo, mamá.
—¡¡Lo sé, Paulette!! Pero él ya tenía todo asegurado, él… es listo y capaz de ganar dinero y éxito sin necesidad de quedarse con todo, ustedes necesitaban… —dejó de hablar cuando yo solté una carcajada seca y sínica.
—¿Oíste eso, Paulette? Emmett es el único que puede triunfar por su cuenta, tú y yo somos unas malditas escorias que no servimos para nada. ¡Gracias a Dios que Emmett nos dará un carro y un apartamento! De otro modo… ¡Moriríamos de lo inútiles que somos! No hay nada como el apoyo de una madre.
—Déjate de insolencias, Damien, sabes lo que quise decir, estoy indignada por lo que les han hecho, ustedes llevan el apellido Lefevbre, merecen respeto y merecen su herencia… Esto no se va a quedar así, les juro hijos míos que yo me encargaré.
—¡¿De qué?! —exclamé—. ¿De qué te encargarás? ¿Acaso no escuchaste una maldita palabra de lo que dijo Didier?
—Damien tiene razón, mamá —siguió Paulette—. No podemos apelar a nada de eso, papá murió del corazón, de forma repentina, no es como que puedas argumentar que su mente y su razón estaban comprometidas. Y los tres sabemos que Emmett no tuvo nada que ver en eso, puede que lo supiera antes, pero…
—Eso también es cierto, Emmett no influenciaba al viejo, era su lamebotas principal, odio admitirlo, pero yo le creo cuando dice que aunque lo sabía no hubi nada que pudiera hacer cambiar de parecer a papá.
—¡¡No me interesa!! De algún modo debo conseguirlo, soporté todos estos años este matrimonio para que al final mi vida se vea reducida a si mi hijo quiere lanzarme algunas limosnas, porque tampoco me dejó nada a mí. Espero que Olivier se esté retorciendo en su maldita tumba.
—¡Mamá!
—Ya basta, mujer, igual estás armando un drama por nada. —comenté echándome sobre la cama y cruzando los brazos bajo mi cabeza.
—¿Por nada? —siseó con veneno—. ¿Acaso no lo comprendes? ¿Acaso no estuviste ahí con nosotras?
—Sí, claro, escuché todo… incluido el tema de la boda antes de los treinta. Por lo visto el viejo el día que redactó el testamento, estaba lleno de odio contra la familia. —Reí, una parte de mí quería creer que esa también había sido una burla hacia mi primogénito.
Emmett fue nombrado heredero universal, sí, pero las letras pequeñas del documento, no solo le obligaban a darnos un auto y un techo, sino que también estipulaban que él debía estar casado al cumplir los treinta o perdería todos sus beneficios, y entonces, estos serían míos, siempre que yo cumpliera la misma pauta.
—¿Y eso en qué nos beneficia, Damien? —Mamá respiraba agitada, sin poder dejar ir su enojo.
—Bueno… si tomamos en cuenta que Emmett no pasa más de dos meses con alguna mujer, y que hace más de un año que no le conocemos a nadie… Veo difícil que se case en dos años, tal vez están ustedes aquí, llorando esta noche, y al final terminaré siendo yo el que ría de último.
—Eso es cierto, mamá… Emmett no socializa mucho y… es probable que no lo logre. —me apoyó Paulette.
—Puede simplemente ir y casarse con cualquiera.
—Claro que no, mamá, es Emmett, don perfecto y políticamente correcto jamás haría algo así, es tan imbécil que solo podría considerar casarse por amor, no por dinero. Solo nos queda esperar con calma, a que no consiga novia y entonces… me haré con todo, dejen de llorar.
—¡Eso es! —exclamó mamá sonriendo por primera vez en toda la tarde—. No sé por qué Olivier puso esa cláusula, pero es tu oportunidad. Si Emmett no se casa…
—No lo hará —dije con convicción.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Solo lo sé.
Sonreí con malicia, yo sabía muy bien dónde estaba el corazón de mi hermanito, y lo sabía porque yo llevaba dos años mascullándolo y alfileteándolo como un muñeco vudú para corromper su alma todo lo que pudiese.
Cada día que tomaba a Irina, aquella inocente chica del pueblo de la que él estaba enamorado pero cuyo cuerpo me pertenecía… La f0llaba cada que podía, obligándola a gemir por más, a gritar mi hombre mientras arremetía mis caderas contra las suyas… y me aseguraba que a él no se le olvidara ni por un segundo que eso ocurría ahí, bajo sus narices, y que podía toparse con nosotros, envueltos en un abrazo desnudo y sudoroso, en cualquier momento; pero el idiota seguía enamorado de ella… A esas alturas creí que ya estaría aburrido, pero en realidad era cada vez más divertido.
No, Emmett no buscaría a alguien para casarse solo por la herencia, podía enamorarse de alguien, sí; pero yo lo dudaba, así que me sentía bastante seguro de que, al final, todo sería mío.
—Pues entonces debemos ir preparándonos para cuando eso pase —comentó mamá, como en respuesta a mis pensamientos.
—¿Preparándonos? —fruncí el ceño.
—Sí, si él cumple los treinta y no está casado entonces todo será tuyo, pero tendrás que casarte tú también… Tenemos que pensar en quién será tu esposa.
—Relájate, mamá. Yo ya tengo a Irina, y…
—Y primero te corto las bolas antes de dejar que te cases con esa mocosa —gruñó, dejándome sorprendido, ella no solía hablarme de ese modo.
—¿Qué tiene de malo Irina?
—Es una mujer insignificante y sin modales, con un apellido inferior por ser hija de un mugroso capataz.
—Irina es una buena chica, mamá, y se nota que lo ama —Intentó defenderla Paulette.
—Me importa una mierda, si quieres seguir f0llándotela en las bodegas, ¡hazlo! Pero tienes prohibido casarte con esa mujer, ¡o cualquiera que se le parezca! Si vas a ser el heredero de todas las tierras Lefevbre, entonces deberás tener a tu lado a una mujer digna y que pueda representarte mejor.
—¡Bien! Señora casamentera… ¿quién te parece más digna? —Mamá meditó por uno segundos mi pregunta y luego agitó su dedo índice al aire, como si hubiese dado con algo bueno.
—Los Moreau, tienen una hija muy hermosa y refinada, llevó ese vestido rojo tan hermoso a la gala de empresarios.
—Nadine —respondió Paulette, poniendo los ojos en blanco—. Una pesada de pies a cabeza.
—Su actitud es lo de menos… Su apellido…
—Vamos, mamá, ¿qué no están siendo investigados por fraude a Hacienda.
—Eso no importa, apellido es apellido, además… quizás tú seas un bote salvavidas para ellos, dudo que no quieran casar a su hija contigo.
Torcí el gesto, pero ella no me dedicó mucha más atención, estaba decidida a no evaluar más opciones, quiso a Nadine Moreau como mi esposa y justo ahí, justo por lo que se dijo esa noche, mi destino estuvo sellado.