01| Un último desprecio

1482 Words
Propiedad Lefevbre. Obernai, Alsalcia, Francia. . ~*Unos años antes*~ •°•°•°•°•°•°•°•°•°• —Joven Damien, ya la lectura va a empezar —dijo una de las sirvientas, asomando su cabeza fuera del salón. Respiré profundo y vacié el último poco de licor que quedaba en la botella sobre los arbustos junto a las grandes escaleras de entrada de la mansión, tenía que deshacerme de la botella antes que mamá la viera. Yo bebía lo que podía considerarse lo normal para gente de nuestro estatus, pero la mujer sabía cómo exagerar y armar un drama por nada, temiendo que yo me volviera alcohólico por una botella de whisky. A veces era estresante tener que lidiar con ella, ese día ya tenía suficiente en la cabeza como para echarme encima sur sermones de mi madre. En el interior de aquella mansión, en el que antes fue el despacho de Olivier Lefevbre, mi padre, se encontraba toda mi familia… y el abogado del viejo. Su muerte había llegado sorpresivamente hacía ya un año, pero su albacea nos anunció entonces que había sido decisión de mi padre, que no se le diera lectura oficial a su testamento hasta que hubiese pasado al menos un año de su partida, preferiblemente luego de que cada uno de nosotros hubiese superado el duelo. Aquella solicitud me hacía gracia incluso entonces, porque no supe si el gran Olivier asumía que los Lefevbre nos desmoronaríamos por su muerte como sí pasó en el pueblo, pero en cambio… Ahí cada quien mantuvo su boca cerrada. Quizás la más emocional había sido Paulette, por supuesto, tan estúpida como siempre fue, pasó varias noche llorando, esperando un consuelo que… llevó solo por parte de Emmett. Mi hermano mayor, el que siempre fue mano derecha y colmado de alabanzas por mi padre, fue el único, que respetó un duelo normal, y se ocupó de Paulette y todos sus berrinches dramáticos… El buenorro de Emmett, que me hacía querer vomitar a diario. Mamá, por su parte, cansada ya de ese matrimonio en el que obviamente no entró por amor, solo estuvo esperando con ansias ese día… saber qué o cuánto le correspondía del gran botín por el que soportó tanto. En mi caso, no pudo importarme menos, mi relación con el viejo era apenas un poco menos que mala, él que siempre vivió comparándome con Emmett y dejándome claro que no era ni la mitad de listo y capaz que él… había perdido mi amor y mi respeto hacía mucho, pero no podía engañar a nadie diciendo que no estaba esperando a ver qué podía conseguir ese día. Entre a la mansión, y dejando la botella sobre una de las mesas ubicadas frente al despacho, me arreglé la camisa y entré. En el interior, vi a mi madre y hermana, sentadas en el elegante sillón rojo que había a la derecha del escritorio desde donde nos observaba Didier Fortunier, el gran abogado de los Lefevbre. —Llegas tarde —dijo Emmett con severidad tan pronto me vio entrar. —Pero ya llegué —Alcé ambas manos con gesto exasperado y sin prestarle mayor atención, si creía que podía intimidarme… se equivocaba, y su afán de volverse el líder de la familia ahora que papá no estaba, me hacía querer sacarle los putos ojos. —Por favor, Didier… puede comenzar —siguió Emmett hacia el anciano, que lucía nervioso e incómodo. —Bueno, hace un año cuando el señor Lefevbre dejó este mundo, les hice partícipes de su decisión de mantener esta, su última voluntad con relación a sus bienes y patrimonio, en pausa hasta pasado un tiempo, este se debió a que él quería que todos los miembros de la familia estuviesen emocionalmente recuperados de su partida para que pudieran manejar esta lectura con mayor entereza. —¿Y qué pasa? ¿Por qué tanto drama, Didier? ¿Vas a decirnos que debemos desalojar la mansión y que el viejo estaba ahogado en deudas? —pregunté con burla. —¡Damien! —exclamó mamá enfadada, mientras que Emmett dejaba caer la cabeza, decepcionado, pero decidía no decir nada y volver su atención a Didier. —Lamento las interrupciones, continúa. —Bien, procedo entonces a hacer lectura del testamento —el aire apreció hacerse un poco más denso mientras el anciano sacaba el documento y se aclaraba la garganta para hablar—. Yo, Olivier Stefan Lefevbre Durand, francés, con sesenta y dos años de edad, y en pleno uso de mis facultades físicas y mentales, libre de toda coacción, declaro que este es mi testamento, y lo que se leerá a continuación es mi última voluntad y deberá respetarse sin objeciones por todos aquellos que llevan mi apellido… —el hombre hizo una pausa y respiró profundo, causando intriga en toda la familia. —¿Qué ocurre, Didier? —preguntó mamá, pero el hombre alzó una mano indicando que todo estaba en orden y siguió leyendo. —Así, en base a todo lo anteriormente mencionado, nombro como único y universal heredero de todos mis bienes, propiedades, y todo el patrimonio correspondiente a la empresa que fundé y dirigí con integridad hasta el día de mi muerte, a mi hijo, Emmett. Fruncí el ceño mientras escuchaba a mamá jadeando de sorpresa, la tensión en el despacho llegó al cielo, mientras mamá se ponía de pie y se acercaba al escritorio, golpeando la superficie furiosa. —¡¿Qué clase de chiste es este, Didier?! —No es ningún chiste, señora Gioconda… El señor Olivier fue bastante claro en sus peticiones, yo mismo tomé nota de sus palabras y le aseguro que él se encontraba perfectamente lúcido cuando tomó esta decisión. —¡¡Pues no pienso aceptarlo!! —siguió gritando la mujer. A mi derecha estaba Paulette, que con una mano cubriendo su boca, estaba fallando en su esfuerzo por no llorar, quizás por el puto desaire que nos estaba haciendo nuestro padre después de muerto, o por el hecho de saber que legalmente no obtendría nada… o tal vez por ambas, pero lo que realmente llamó mi atención, fue ver en el rostro de Emmett la calma de alguien que sabía lo que se avecinada, no había sorpresa es sus ojos mientras miraba a mamá atacar verbalmente al albacea. —¿Lo sabías? —pregunté mirándolo, no había hablado particularmente fuerte, pero mamá dejó de hablar en ese momento y se giró hacia él con una expresión incrédula en el rostro. —¿Tú sabías de esto? —repitió mamá, y Emmett, que me había estado mirando a mí, con seriedad, respiró profundo y asintió. —Sí, madre… No conozco los detalles ni las letras pequeñas de este testamento, pero sí sabía que me lo dejaría todo. —¡¿Por qué demonios jamás me lo dijiste?! —gritó con violencia, golpeando una vez más el escritorio, pero en medio de su enojo, mamá olvidó que ese rostro enfurecido solo servía con Paulette, con Emmett… las agresiones chocaban contra un fuerte muro. —En primer lugar, porque papá me pidió no hacerlo. Y en segundo… Porque tú y yo no conversamos muy seguido sobre absolutamente nada, madre. Emmett tenía su punto, si bien él siempre fue el favorito de papá, y ese día eso estaba quedando en evidencia; también era cierto que yo era el favorito de mamá, y que ella le hacía sentir a él el mismo frío que papá me hacía sentir a mí. —Aun así, ¿por qué Olivier le haría esto a sus hijos? —Sabes muy bien por qué, mamá —fue la respuesta de Emmett, desafiándola con la mirada, haciendo que su cara se crispara de terror, y aunque me intrigaba saber a qué se refería Emmett, sobre por qué Paulette y yo evidentemente nos quedaríamos sin nada; también era aburrido ver esa escena. —No sé qué te sorprende, mamá… a mí me parece bastante que el viejo nos dejara sin un euro a los demás, ni Pauletlte ni yo valemos lo que vale Emmett, “el perfecto”, ¿no? Mucho menos ahora que será el amo y señor de media Francia, haciendo lo que se le plazca mientras nosotros tres nos morimos de hambre en las calles. —No es así, Damien —intervino Didier—. Tu padre se ha asegurado de especificar un par de cláusulas que debe cumplir Emmett hacia ustedes, y que al mismo tiempo regula el poder hacerse con el control de todo. De no cumplirse esos parámetros, entonces él tampoco podrá quedarse con todo, y eso quedará todo sobre sus hombros. El anuncio de Didier, captó la atención de todos una vez más, logrando que mamá y yo volviéramos a nuestros asientos, y nos preparáramos para lo que aún no se había dicho.
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