—¡¿Pero qué desfachatez es esta?! —siseó mi madre viendo que mi hermano e Irina se acercaban lentamente hacia nosotros, con una lentitud desquiciante. —Buenas noches... Familia, Ivette... Nadine... Se ven hermosas, como siempre —saludó Emmett, inclinándose para tomar y besar la mano de ambas mujeres sin soltar la de Irina, que me miraba fijamente con la boca tensa y cerrada pero la barbilla altiva. —Emmett... ¿Qué diablos hace ella aquí? —siseó mamá una vez más, mientras yo aún intentaba procesar lo que estaba pasando. La imagen de Irina enfundada en un lujoso vestido dorado lleno de cristales, prenda que en su puta vida podría costear por sí misma, me tenía sacado de la realidad, a todos, en realidad. La mujer despampanante que estaba de pie frente a mí... no era esa chiquilla humilde