El mismo día
Canterbury
Janice
Las reglas sirven para limitar las negociaciones, para aplacar tus ganas de destrozar a tu rival, para burlarse de nosotros con nuestro permiso, pero la diferencia es aceptarlas o desecharlas porque al final del día lo que cuenta es estar en la cima a cualquier precio. Olvídate de la moral, de conservar los escrúpulos, porque lo único que importará es quien tiene el poder. Obvio debe estar acompañado de un estatus social y de dinero para abrirte las puertas del mundo.
Desde que tengo uso de razón lo tengo clarísimo, mi apellido y mi estatus social son una herramienta para estar en la cima, aunque no muchos en mi familia comparten mi visión del mundo, al contrario, me llaman una víbora fría, calculadora y peligrosa por ser sincera y pragmática mientras ellos piensan con el maldito corazón. Se dejaban llevar por sus emociones y su sentido de la honestidad y la lealtad. Son unos tontos. ¿Cómo se supone que vas a gobernar un imperio si no eres capaz de ver el mundo tal como es? No puedes ser débil y esperar dominar a los demás. Eso sería un desastre, y nunca pienso ser parte de él.
Ellos no entienden que el mundo está diseñado para los que no tienen miedo de ensuciarse las manos. Para los que no se detienen ante nada. Yo no tengo tiempo para el corazón, para la compasión o el arrepentimiento. Si quiero estar en la cima, voy a luchar por ello, y no me va a importar lo que tenga que hacer o quién tenga que pisar para llegar allí. La gente como yo no pide permiso. Tomamos lo que queremos. Y al final, seremos nosotros los que miramos hacia abajo, viendo a los demás luchar por lo que dejamos atrás.
Sin embargo, aunque me desagrade aun no me siento en la silla de la presidencia del grupo Mckeson. Ese cargo todavía es de mi tío Roger, quien ha llevado las riendas de la empresa por culpa del alcohólico de mi padre. El desgraciado vive metido en los casinos o revolcándose con cuanta puta se le atraviese, como consecuencia mi abuelo Vincent lo relegó de los negocios de la familia, a pesar de que en primera instancia él debía dirigir la empresa por ser el mayor de sus hijos.
Aun así, tengo a cargo la vicepresidencia del área de logística, un puesto transitorio hasta que cumpla con todas las exigencias del viejo. Y no, no se trata de casarme o de comprometerme con alguien de “mi nivel” como suele esperarse; se trata de superar a mis primos por el cargo. Pero ni Cristal ni Bradley tienen verdadero interés en la empresa. Cristal sueña con una carrera en derecho, y trabaja como asistente de un fiscal, mientras que Bradley, más blando que un cachorrito, jamás sobreviviría en el mundo de los negocios. Solo es cuestión de meses para que oficialmente ocupe la presidencia… o eso pensaba hasta hace tres días.
Estaba, como cada mañana, sumergida en una pila de papeles en mi oficina, mientras mi secretaria me daba el resumen de las novedades del día. De pronto, un golpe seco en la puerta me hizo alzar la mirada. Allí, en el umbral, estaba Frederick Johnson. Su cuerpo tenso proyectaba el aire amenazante de siempre, y sus ojos, fríos como el acero, me taladraban con una intensidad que ya había aprendido a reconocer. Sin decir palabra, entró, y su voz grave y dura llenó el ambiente.
—Hola, Janice. Necesito hablar contigo a solas —espetó, con ese tono de autoridad que tanto le gustaba exhibir.
Rodé los ojos con un suspiro exasperado y lancé una mirada de complicidad a mi secretaria.
—Brenda, retírate. Y no me pases llamadas de nadie —ordené en un tono tajante.
Observé cómo Frederick se acomodaba en una de las sillas frente a mi escritorio, cruzando las manos frente a él como si fuera a dictar sentencia. Apreté los labios, soltando los papeles y recostándome en la silla, dispuesta a soportar lo que claramente sería otro de sus sermones paternalistas. Ese hombre, socio de la constructora del grupo y amigo de mi tío, creía que podía venir a dictarme cómo hacer las cosas.
—Frederick, ¿qué sucede ahora? ¿De qué se trata esta vez? ¿Necesitas otro desembolso? —solté con sarcasmo, clavando en él una mirada fría.
El ceño de Frederick se frunció, sus ojos oscurecidos se encendieron como brasas.
—Muchacha, trátame con respeto. No soy uno de tus empleados, sino uno de los socios. Y te recuerdo que necesitas mi voto para asumir la presidencia del grupo.
—Lo que yo entiendo, Frederick —respondí con voz cortante, inclinándome un poco hacia él— es que eres prescindible. Las pocas acciones que posees no te garantizan un lugar en la empresa de mi familia. Esa es, precisamente, la razón por la que sigues siendo la sombra de mi tío Roger. Dime, ¿qué se siente ser nadie?
Vi cómo los labios de Frederick temblaban ligeramente, pero se controló. Apretó los dientes y exhaló, como si luchara contra el impulso de replicarme.
—Hoy no tengo tiempo ni paciencia para aguantar tus desplantes de niña mimada —gruñó, las venas de su cuello hinchadas—. Y si estoy aquí es para advertirte de lo que está sucediendo a pocos pasos de esta oficina.
Le lancé una sonrisa sardónica, alzando una ceja.
—¿No me digas que mis primos conspiran contra mí? ¿Van a echarme de la familia? —respondí en tono burlón, con una sonrisa que no llegaba a mis ojos.
Los ojos de Frederick se endurecieron aún más, fríos como un cristal afilado.
—Es mucho peor, Janice. Ha aparecido una mujer diciendo ser Samantha…
Fruncí el ceño, aunque sin perder la calma. Estaba harta de impostores, pero siempre encontraban la forma de regresar.
—Debe ser otra embustera que quiere sacarnos unos cuantos miles de euros —dije con desdén, girando mi silla ligeramente, minimizando la importancia del tema—. Le das un soborno como a las otras y listo, se va por donde vino. No hay nada de qué preocuparse.
—Esta vez no funcionará tu pequeño truco. Me enteré de que esa mujer se entrevistó con Alice y, lo peor de todo, la invitó a pasar el fin de semana en una de las propiedades de tu familia. ¿Todavía piensas que no hay motivo para preocuparte? —Su voz se volvió un susurro helado, y una chispa de diversión cruel brilló en sus ojos al ver cómo me tensaba.
Mis labios se comprimieron en una línea fina, y mi mente comenzó a trabajar a toda velocidad. Estaba claro que esa mujer había logrado más de lo esperado si había conseguido un acceso tan directo. Esto no era algo para tomarse a la ligera.
—Esa impostora solo tuvo un poco de suerte al charlar con Alice —murmuré, tratando de sonar despreocupada—. Pero no ocurrirá nada más.
—Te sugiero, Janice —dijo Frederick, con un tono que destilaba condescendencia, inclinándose ligeramente hacia adelante— que averigües dónde será esa reunión familiar y asistas. Así conocerás de cerca a tu “rival”.
Su mueca burlona me provocó un ardor de rabia en el pecho, pero no dejé que se reflejara en mi expresión. Con una sonrisa helada y calculada, asentí.
Al final, con todo el malestar del mundo me aparecí en la propiedad de Canterbury para “disfrutar” de un fin de semana familiar, o mejor dicho para conocer a la perra que se atrevía a presentarse como Samantha. Y aunque me resista a creer que se trate de mi prima, la desgraciada tiene esa misma mirada desafiante de mi tío Roger y algo en su rostro me recuerda a Alice o tal vez ya me estoy sugestionando. No importa si es ella o no, aquí lo único que me interesa es defender mi lugar en la empresa y no voy a permitir que está mujer estropee todo lo que hecho con su llegada. Fue así que abrí el juego dándole una salida digna o que se atenga a las consecuencias de quedarse. Ahora, ambas sumidas en un silencio tenso, compartimos un duelo de miradas. Finalmente, su voz rompe la quietud, llenando la sala con un tono desafiante.
—Soy Samantha Mckeson. Que lo pongas en duda no es mi problema, y si crees que puedes intimidarme con tu pose de mujer fatal, te equivocas. He enfrentado a peores que tú y sigo aquí. Así que, si no tienes intenciones de llevarte bien conmigo, mantengamos las distancias y evitemos molestarnos.
La sangre hierve en mis venas. Sabe cómo provocarme, y lo está haciendo bien. Mi sonrisa se endurece y, con una voz envenenada, le respondo sin apartar la mirada.
—No me subestimes, perra. Siempre obtengo lo que quiero, y si insistes en quedarte, saldrás por esa puerta con las manos vacías, te lo aseguro —mis palabras se deslizan con rabia y determinación, pero ella ni se inmuta con mis amenazas.
En ese momento, una tercera voz, molesta y exasperada, interrumpe.
—¡Janice! No seas tan perra con nuestra invitada. Compórtate, por una vez en tu puta vida. Recuerda que estás en casa de mis padres. No causes problemas —dice Bradley con un tono conciliador.
Bradley, el pequeño e iluso Bradley, se atreve a defender a esta “hermana” que de repente apareció en nuestras vidas. Su expresión indignada es casi divertida; piensa que puede protegerla. Por favor como si fuera rival para mí.
—No te engañes, Bradley —replico, arrastrando las palabras, con una media sonrisa de desprecio en los labios—. No te dejes llevar por sentimentalismos. Esta mujer no es una Mckeson, no como yo. Por mis venas corre tu misma sangre, pero por la de ella… no estoy tan segura —mis palabras son cuchillas afiladas cortando el aire.
Observo cómo Bradley frunce el ceño, confundido y furioso. Samantha, sin embargo, mantiene la compostura, esa máscara de calma que empieza a irritarme. La tensión en el ambiente es palpable; cada palabra, cada gesto se siente como una chispa en una habitación cargada de dinamita.
¿Realmente piensa que puede entrar en esta familia, en esta empresa, y ganarse un lugar sin que nadie la desafíe? La guerra apenas comienza, y yo no pienso ceder ni un centímetro.
La impostora, para mi desconcierto, da un paso más cerca, inclinándose hacia mí con una confianza irritante. Su voz es fría, cortante, como un puñal de hielo que atraviesa el aire.
—Janice, te guste o no, voy a quedarme, porque, para tu mala suerte, no tienes voto ni voz en esa decisión. Eso solo le corresponde a mis padres, Roger y Alice. Ahora, si me permites, voy a instalarme. Nos vemos después —susurra Samantha con un tono desafiante y una sonrisa burlona que enciende aún más la rabia en mi interior.
Mis labios se tensan, conteniendo la respuesta venenosa que arde en mi garganta. Samantha, con una arrogancia descarada, se da media vuelta y se va acompañada de Bradley, ambos dirigiéndose hacia las escaleras. Observo, furiosa, cómo se aleja con aires de dueña y señora del lugar. Si cree que va a tener una estadía placentera, está muy equivocada; pienso hacer de este fin de semana su peor pesadilla. Esta mujer no sabe con quién se está metiendo.
—¡Janice! No esperaba verte en Canterbury. Creí que detestabas los eventos familiares, pero supongo que tienes tus motivos para haber aceptado la invitación de Alice —la voz de Collin me saca de mi ensimismamiento.
Ruedo los ojos y me vuelvo hacia él. Me sonríe con amabilidad, aunque no puede esconder del todo ese brillo en sus ojos, una chispa que intenta ocultar.
—¡Hola, Collin! —lo saludo mientras él deposita un beso en mi mejilla—. La sorpresa es mutua. ¿Acaso decidiste dejar de lamentarte por el pasado? Si es así, te aviso que este no es el lugar para disfrutar de tu soltería —añado con sarcasmo, notando cómo su sonrisa se vuelve tensa.
Collin es casi parte de la familia. Compartimos el mismo círculo de amistades y negocios. Es elegante, atractivo, de buena posición económica, pero tiene un defecto que no perdono: piensa con el corazón. Lleva años solo, y aun así no ha podido superar la pérdida de su esposa.
—Lamentarme no es la palabra correcta; lo llamo aprender a convivir con el dolor, pero no espero que lo entiendas —responde con un tono amargo, soltando un suspiro largo mientras sus ojos buscan los míos—. De todas formas, no podía negarme a una invitación de Alice y Roger, así que decidí venir…
Antes de que pueda replicar, las voces de Bradley y Samantha resuenan desde la escalera. Observo de reojo a Collin y noto el brillo en sus ojos al ver a Samantha. No, no es mi imaginación: este tonto está interesado en la zorrita. Una sospecha incómoda se instala en mi mente. ¿Cuándo la conoció? ¿Tendrá algo que ver con la llegada de esta mujer?
—Por supuesto, Collin —comento, con un tono cargado de desprecio— viniste a disfrutar del espectáculo de tener a una impostora entre nosotros, ¿o será que tienes otros motivos para haber venido?
Collin me mira, sus ojos se endurecen apenas, pero mantiene su compostura. En su expresión se dibuja una sonrisa leve, casi desafiante. Hay algo en su mirada que me inquieta, un misterio que me grita que esté alerta y provoca que me sumerja en mis pensamientos más oscuros.