Colándome en tu vida (1era. Parte)

2779 Words
El mismo día Canterbury Collin Dicen que hay cosas que nunca se olvidan, como andar en bicicleta o hablar un idioma, que permanecen escondidas en algún rincón de la memoria, listas para revivir. Pero cuando se trata de volver a relacionarse con una mujer después de haber vivido una relación estable, ese dicho no aplica. Por más aplomado o seguro que seas, por más experiencia que hayas tenido en el pasado, una parte de ti queda en ruinas cuando te enfrentas a la posibilidad de empezar de nuevo. Lo que antes parecía fácil y natural se convierte en un terreno minado, donde cada paso se siente torpe, como si estuvieras caminando descalzo sobre vidrios, porque cuando has amado y perdido, cada nuevo intento es como lanzarte al vacío una vez más, sabiendo que, tal vez, la caída te deje más cicatrices que antes. Aun así, en un esfuerzo te lanzas, pero te sientes como un adolescente sin saber qué diablos haces. Nervioso, con el corazón a mil por hora, dices lo primero que se te ocurra y es casi un hecho que meterás la pata hasta el fondo. No tienes un maldito manual, no sirve lo que aprendiste en el pasado, más bien estás solo esperando sobrevivir por tu honestidad o listo para recibir una buena bofetada. En mi caso personal, parecía ser casi una ironía cruel no saber cómo actuar, que decir frente a Samantha, pero ella no era Esther, también admito que hace mucho tiempo que no tenía ni citas, ni siquiera un coqueteo con alguna mujer. Sin embargo, no sé cómo diablos me enredé con Samantha y no sé…volverla a ver despertó algo en mí. Ahí estaba Samantha en la oficina de Roger, mirándome con esos ojos que parecían ver más allá de la piel. Había algo en su presencia que me sacudía, una chispa indomable que me atraía tanto como me asustaba, pero como todo un principiante lance lo primero que se me cruzó por la mente. Reconozco que me puse en el plan de novio celoso, aunque en mi defensa no pude evitarlo después de su respuesta tan fría “no considere necesario despedirme”. ¡Mierda! ¿Quién rayos se marcha sin repetir un maldito “gracias” después de ayudarla? ¿De tener más que sexo? Me hacía sentir como un completo idiota por querer respuestas que ella no parecía estar dispuesta a dar. Y sí, despertó mi rabia, para sumarle me dijo con todas las letras aléjate, entonces un poco agresivo y furioso solté lo que tenía adentro esperando honestidad, porque era una necesidad conocer lo que existía entre Roger y ella. Lo que vino después fue extraño. Estuvo un poco renuente y evasiva, hasta me tildó de acosador, pero yo no cedí, más bien necesitabas respuestas. Fue un alivio escuchar de sus labios que no había nada entre Roger y ella, al punto de hacer vibrar mi corazón, y despertar mis ganas locas de correr a abrazarla y besarla. Pero me contuve, no quería asustarla con mi actitud, aunque por dentro me sentí como un niño que había anotado su primer gol; feliz, como si hubiera ganado algo crucial en ese instante. Aunque no era suficiente, tampoco estaba dispuesto a dejarla escapar de nuevo. Fui directo invitándola a cenar. Sí, me estaba lanzado sin paracaídas por alguien que apenas conocía, pero ya era demasiado tarde para pensar y tampoco lo quería. Samantha me arrancó de mi letargo, de aquella oscuridad en la que había vivido por mucho tiempo y ahora solo existía un deseo por descubrir si sería la dueña de mi corazón. Observaba sus ojos con atención queriendo anticipar su respuesta. Pero el azul de su mirada era confuso, había una mezcla de complicidad y al mismo tiempo vacilación. Tal vez cargaba con un pasado doloroso a cuestas, tenía que ver con el gorila de su exnovio, o simplemente no se sentía lista para más. Fuera cual fuera su motivo, no tuve tiempo de obtener un sí, porque Alice y Roger entraron a la oficina, interrumpiéndonos. Pero lo peor vino después, con la petición extraña de Alice de hablar con Samantha a solas. ¡Diablos! La frustración y la curiosidad por saber qué estaba pasando frente a mis narices me quemaba. Sin otra opción, salí de la oficina en compañía de Roger, quien claramente también se sentía fastidiado por esa reunión improvisada. Dimos unos pasos por el pasillo, cuando su voz amarga rompió el silencio. —Collin lamento este imprevisto, pero ya sabes cómo es Alice cuando se empecina con algo. Ella misma quería resolver el asunto con…la muchacha, y no quiero retenerte, porque no sé cuánto tiempo se tardará. Tal vez tengas reuniones programadas o pendientes en tu oficina. —No te disculpes, Roger, no hace falta. Tampoco tengo apuro por volver. Te confieso que estaba aburrido escuchando a los ejecutivos, así que decidí tomarme el resto del día libre… —respondí tratando de sonar casual, aunque las dudas continuaban perforándome la mente—. ¿Qué te parece si te invito un trago y charlamos? —proseguí con voz inquieta, observando cómo Roger pasaba los dedos por su cabello, un gesto que dejaba en claro su nerviosismo. Roger soltó un suspiro, un poco más profundo de lo que pretendía, y sacudió la cabeza—. Te agradezco, Collin, pero ahora mismo no tengo cabeza para nada. Me urge conocer el resultado de esa reunión —murmuró, y sus palabras llevaban un filo de frustración y urgencia. Intentando no parecer demasiado ansioso, me incliné un poco hacia él—. Perdona mi indiscreción, Roger, ¿tan grave es el asunto? —pregunté en voz baja. Él se quedó callado un instante, como si midiera el peso de mis palabras, y al final asintió con gesto sombrío—. Vamos a la sala de juntas y hablamos con más calma y privacidad. —¡Diablos! —pensé, mientras me seguía. Tanto misterio comenzaba a ponerme incómodo y despertaba mis dudas. ¿Cuál era el asunto entre Samantha y ellos? ¿Negocios? Había algo en la actitud de Roger hacia Samantha que no terminaba de cuadrar. Percibí un dejo de desdén en su voz cada vez que hablaba de ella, casi como si sintiera por ella una mezcla de recelo, odio, o algo más profundo y difícil de definir. Nada más entrar a la sala de juntas, Roger fue directo al bar. Tomó una botella de whisky y sirvió un trago sin apresurarse, como si tratara de encontrar algún tipo de calma en cada movimiento. Yo me acomodé en una de las sillas, y mis dedos comenzaron a golpear la mesa, reflejando mi ansiedad, hasta que lo vi acercarse con dos vasos en la mano. Deslizó uno hacia mí, y luego bebió un sorbo, tomándose un segundo, antes de hablar. Finalmente, su voz grave rompió el silencio, cargada de una mezcla de amargura y duda. —Apareció esta chica diciendo que es mi pequeña Samantha… No sé qué pensar, su historia parece demasiado perfecta. Lo más llamativo son las fotos de ella de niña. Es como si fuera una copia de mi hija. Tiene su edad, mi misma mirada, el cabello rubio y ese maldito tic de Alice. Pero eso no es todo... Ninguna de las mujeres que aseguraban ser Samantha pudo dar detalles exactos del lugar donde estuvo en cautiverio; en cambio, ella sí. ¿Entiendes ahora el motivo de mi preocupación? —sus palabras salían entrecortadas, y se notaba el esfuerzo que hacía para mantener la compostura. Tal fue mi desconcierto que llevé el vaso a mis labios y bebí un largo trago de whisky. Por un segundo me quedé en silencio procesando su revelación mientras un millón de dudas surgían: ¿Mi chica sería su hija? ¿Era casualidad? ¿Qué tanta verdad podía haber en esa historia? ¿Acaso a esto se refería Samantha cuando mencione a sus padres? ¿o era otra charlatana? Tenía la cabeza a punto de estallar buscándole sentido de lo poco que conocía de ella. Para sumarle, el secuestro había sucedido cuando era niño, y en esa época soportaba lo que fue el divorcio de mis padres, es decir mi niñez transcurría una semana en casa de mi mamá y la otra donde mi padre, como consecuencia no jugaba mucho con mis amigos, ni con niños de mi edad. Para agregarle habré tenido unos 9 años en esa época mientras Samantha tendría 5 años, y aunque parezca mentira a esa edad no quieres jugar con “bebés” como consideran a los niños menores que tú. Tragué saliva antes de hablar, intentando escoger mis palabras. —Roger, esa mujer… podría ser Sami, tu hija. Te juro que entiendo cómo te sientes, y me encantaría ayudarte a aclarar tus dudas, pero tengo muy pocos recuerdos de esa época, de ella. Roger asintió, visiblemente afectado. —Lo sé, Collin, pero me haría mucho bien que vinieras este fin de semana a Canterbury —dijo en un tono bajo, como si aún dudara en pedírmelo—. Alice dejó entrever que le interesa pasar más tiempo con esa mujer… o más bien terminar de despejar sus dudas y, de allí, resolver si solicitamos la muestra de ADN. ¿Cuento contigo? —preguntó, levantando apenas la vista, sus ojos buscando un rastro de mi apoyo. Lo cierto es que acepté sin poner pretextos. Por favor, era la ocasión ideal para conocer a Samantha en un ambiente distendido, aunque había olvidado que existía un gran detalle con cara de víbora, Janice. Ella es la oveja negra de la familia, una mujer fría, calculadora, con una lengua letal y si se siente amenazada no dudará en cazarte como una depredadora. No exagero, es despiadada y no le interesa guardar las apariencias con nadie. Y vaya que me recibió con mucho entusiasmo destilando su veneno en cada palabra pronunciada, incluso tuvo el descaro de hablar de mi difunta esposa. Sin embargo, mi atención se desvió al observar a la distancia a Samantha en compañía de Bradley. Ella estaba con un atuendo casual que hechizaría a cualquier hombre y reconozco que estaba como tonto contemplándola. Y creo que me delaté con la perra de Janice, pues pude notar un destello de curiosidad y duda en su voz sarcástica, al punto de cuestionar mi presencia en la propiedad y dejar entrever que tengo otros motivos. Lo sé, con esta bruja es mejor siempre estar alerta, como en este instante que el silencio nos envuelve mientras sigue clavando su mirada inquisidora sobre mi figura, como si pudiera intimidarme. Suelto un suspiro pesado, tuerzo la boca y niego con la cabeza hasta que dejó escapar la voz de mis labios. —Por supuesto que tengo otros motivos, Janice. No me perdería por nada del mundo ver cómo enloqueces con la presencia de Samantha —mi sonrisa se vuelve burlona mientras señalo su expresión tensa—. Mírate, con esa línea de frustración en la frente. ¿Intentando matarme con la mirada? Te recomiendo relajarte si aún quieres pelear por esa silla de la presidencia. Janice resopla con una sonrisa gélida y da un paso hacia mí, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y desprecio. —Di lo que quieras, Collin. Disfruta fastidiándome ahora, porque al final de este fin de semana veremos quién gana. Mi abuelo Vincent decidirá quién se queda con las riendas de la empresa familiar —su voz se convierte en un gruñido apenas contenido, sus labios apretados en una mueca amarga—. ¿Crees que será la impostora… o yo, una verdadera Mckeson? Su tono destila veneno y casi sin querer, siento cómo mis puños se tensan. Sin embargo, no me aparto ni un centímetro. La desafío con la mirada y, en un susurro controlado, dejo caer las palabras que sé la harán estallar. —Samantha no es una impostora, Janice. Y eso es lo que te aterra —sentencio con firmeza. La veo fruncir el ceño, su rostro endureciéndose en una expresión de pura furia. —¡Vete al diablo, Collin! —escupe, girando sobre sus talones para alejarse hacia el jardín. Pero antes de desaparecer por completo, se detiene y me lanza una última mirada, su voz rebosante de desprecio—. Y cuidado en quién confías. Sobre todo, no traiciones a Alice y a Roger por una fulana. Sus palabras gotean veneno puro, pero también abren una grieta. No pudo dar nada por sentado, por una simple razón: no conozco quien es Samantha, no sé nada de ella. Unas horas más tarde El desayuno familiar resultó sorprendentemente tranquilo, muy lejos de la batalla campal que esperaba. Vicent, el patriarca de los McKesson, se lanzó a contar anécdotas de sus días en la academia militar, captando la atención de todos en la mesa. Roger escuchaba, aunque su sonrisa parecía forzada, mientras Alice, relajada y en su papel de anfitriona, mantenía el ambiente agradable. Samantha permanecía en silencio, observando la escena, y Cristal y Bradley murmuraban entre ellos, compartiendo algún chisme ocasional. Janice, como siempre, intercalaba sus comentarios afilados, sin perder la oportunidad de añadir su veneno. Vicent, con una risa contagiosa, aclara la garganta y lanza una mirada cómplice a Samantha. —El tipo me miraba con esa cara de bulldog, y yo solo pensaba: “¿Cuántas sentadillas me va a poner esta vez?” —cuenta con una sonrisa—. Dio la vuelta sin decir nada, ¿saben por qué? Dos minutos antes, mi padre había llamado para decirle que, si me castigaba, retiraría su apoyo a la institución —Vicent ríe, disfrutando de la reacción de todos—. Claro, no fue tan bueno después, porque el resto del verano mis compañeros me aplicaron la ley del hielo por tener “corona”. Vicent lanza otra mirada a Samantha, y cambia su tono a uno más curioso. —Samantha, escuché que los orfanatos son parecidos a una academia militar: reglas, horarios, mucha disciplina. ¿Qué hay de cierto en eso? ¿Cómo fue tu experiencia? Samantha parece medir cada palabra antes de responder. —Supongo que varía según las circunstancias, Vicent. Para algunos, puede ser como un castigo, pero para otros, es un refugio donde sentirse seguros. En mi caso... —hace una pausa—. Fue una etapa dolorosa, llena de preguntas sin respuestas sobre cómo terminé allí. Antes de que el ambiente se torne demasiado serio, Alice interviene con una sonrisa afable. —Creo que ya hemos charlado bastante. ¡Es hora de una caminata por el pueblo! ¿Quién se apunta? Cristal y Bradley son los primeros en escapar de la mesa para cambiarse de ropa, Roger declina amablemente la invitación, aunque Alice parece querer convencerlo. Janice, por su parte, se escabulle con Vicent al jardín, probablemente intentando ganarse su favor. Samantha, en cambio, simplemente sonríe y se dirige hacia la salida principal. No pierdo tiempo en seguirla. Me adelanto unos pasos mientras caminamos entre los rosales, asegurándome de que nadie más esté detrás. Samantha se detiene a observar las flores, y aprovecho la pausa para acercarme con una sonrisa juguetona. —Hola, extraña. Aún estoy esperando tu respuesta a mi invitación a cenar —digo, sin ocultar mi interés—. Esta vez no te librarás de mí tan fácilmente. Ella gira hacia mí, una sonrisa divertida, pero desafiante, aparece en sus labios. —Hola, acosador. —Su tono es provocador—. Veo que eres persistente, pero deberías mantener las distancias por tu bien. Y sobre lo que sucedió entre nosotros... sería mejor olvidarlo, ¿te parece? Me acerco un poco más, sin intención de retroceder. —No, Samantha. No me parece. Tampoco quiero olvidar esa noche, porque significó algo para mí —miro sus ojos con intensidad—. Lo que necesito es una respuesta sincera. ¿Por qué sigues escapando? ¿Crees que mis intenciones son distintas a lo que digo? Ella suspira, pero su tono es firme y cortante. —Por supuesto que tienes otras intenciones, Collin. Lo único que quieres es llevarme a la cama y tener sexo sin compromisos. Me inclino un poco más, atrapado entre sus palabras y la tensión del momento. —Sabes que esto no se trata solo de sexo, Samantha. Ni de lo que ha pasado entre nosotros. Estoy hablando de lo que temes. De que no quieres mostrarme quién eres en realidad. ¿De verdad crees que estoy jugando contigo? Suelto sin medir palabras, necesito saber que terreno estoy pisando, pero el azul de su mirada refleja algo que no puedo definir y que me deja sumido en un mar de dudas.

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