3 | Nuevo Resort

1653 Words
—Tengo que viajar por negocios, pero volveré en un par de días. —Besé su frente y la atraje a mi pecho—. Sabes que no me iría sin ti si no fuera necesario, pero necesito que termines tus exámenes para que nos mudemos a París el próximo año. Winter me apretó las costillas y me deseó buen viaje. Desde que nos casamos, íbamos a todos lados juntos. Mis empleados comenzaron a pensar que uno de los dos estaba secuestrado por el otro, sin embargo, no era más que el deseo de estar juntos. Mi viaje a Indonesia para comprar la propiedad en Bali fue imprevisto. El dueño del terreno necesitaba estipular ciertas cláusulas en persona, lo que significaba un repentino viaje de negocios al que Winter no podría asistir por sus clases. Tomaba clases en línea con una mujer bastante rellena y un hombre calvo. No eran los profesores más hermosos de la universidad, pero eran quienes más sabían y los únicos que accedieron a impartir sus clases por internet exclusivamente para ella. Cuando nos debatíamos lo que haríamos, en persona hablé con más de un docente para que le diera clases privadas a Winter, pero casi todos se negaron. Dijeron que no era ético que por mi dinero Winter no asistiera a las clases. Fue un tema bastante polémico incluso con el decano, quien generosamente se ofreció a ayudarnos con nuestro problema. No podíamos vivir en California los meses que le quedaban a Winter, así que elegimos y preferimos Hawái para estar al pendiente del resort y por las hermosas vistas. Desde allí nos encargábamos de manejarlo todo, mientras Mónica hacía un traslado de lugar. La quería en Boston, pero como Greg era el jefe de seguridad, prefirió irse conmigo a Hawái al menos hasta que su problema sentimental se solucionara por completo. Así que con clases en línea, Winter obtendría su calificación para la graduación. No necesitaba un promedio demasiado alto, pero al ser la mujer competitiva de la que me enamoré, no podía graduarse con un ocho punto cinco, ni siquiera con un nueve. Lucharía hasta el diez, y estaba orgulloso de que así fuera. —Vuelve pronto —susurró en mi cuello. —Serán tres días máximo. —La separé—. Cuando regrese podremos hablar de lo que haremos para unir a Greg y Mónica. Estoy cansado de sus problemas. Interfiere con mi negocio. Winter me sonrió. —¿Desde cuándo te importa más un negocio que la vida de tus amigos? —Fue un comentario jocoso—. Ellos sufren. ¿Recuerdas que nosotros también sufrimos mucho? Apreté su cintura. —Trato de no recordarlo. —Tenemos cicatrices que no los recuerdan a diario —susurró al elevarse en puntillas y besar mi mejilla—. Ten un buen viaje. La perseguí por todo el piso para que me diera mi beso de despedida, y cuando finalmente saltó sobre mis brazos, el chofer del resort llegó por mí. Winter bajó, limpió mis labios y movió los ojos. Miramos por el ventanal y vimos el mar. —Vete o perderás el vuelo —articuló al empujarme. Sujeté la manija de la maleta. —Necesitamos un avión. Winter colocó sus manos en su espalda. —Después que tengamos un auto propio. Como no me iba, me empujó hasta el ascensor y cuando las puertas se cerraron, no deseé haberme ido, quería quedarme con ella, con ese hermoso cabello color caramelo que me encantaba y la sonrisa cálida que me recibía cada tarde después del trabajo. Ella era mi todo, y aunque podría vivir sin ella porque por un tiempo lo hice, la vida era más brillante, colorida, cálida y suave cuando estaba a mi lado y en mi corazón. —Al aeropuerto —demandé al subir—. No haremos parada. —Lo que ordene, señor. Extrañaba a Greg como mi chofer. Él además de ser la persona que me llevaba a todas partes, era mi amigo. Extrañaba casi todo lo que conformaba a Greg, hasta su oscuro sentido del humor y el inherente pesimismo que lo acompañaba cada día. Por eso quería solucionarlo. Mi vida estaba mejor cuando las personas que me rodeaban eran igual de felices que yo. Y si una vez fue algo similar a un cupido, podría volver a serlo. Esos tres días que estuve fuera fueron eternos. No hablaba indonesio, así que buscamos un traductor. En ese momento me habría encantado usar uno de los aparatos que mi padre vendía como un traductor, pero al suponer que el hombre hablaba inglés, creí que no era necesario. Y después de encontrar a un hombre que manejaba ambos idiomas, logramos entender que no queríamos lo mismo. Él pensó que usaría el lugar para hacer chozas para la playa, pero no lo quería para eso. Quería un resort como los otros dos, y eso era algo que él no entendía. —El señor dice que no puede venderle —habló el traductor con un extraño acento—. Esta es una zona turística, con variedades de culturas, pero un resort no entra en esa variedad. —¿Cómo no va a entrar? —Apreté mi puño detrás de mi espalda—. Viajé hasta aquí para firmar un contrato. ¿Por qué ahora me dice que no me quiere vender la propiedad? Sufrí muchísimo para llegar a la isla. Fueron dieciocho horas de vuelo continuo para llegar a Makassar, desde donde tomé otro vuelo comercial hasta un punto intermedio y de allí llegué en barco hasta la isla. Estuve casi veinticuatro horas moviéndome para llegar a un lugar donde un hombre no era capaz de firmar el contrato que le fue enviado con anterioridad y que solamente ser discutirían términos legales, no una rescisión de contrato sin siquiera firmarlo. El traductor le dijo al hombre delgado y de estatura baja lo mismo que le comenté, pero en su idioma. El hombre llegó con dos guardaespaldas, uno más grande y fornido que el otro. Tenían esa mirada penetrante de que en algún momento te harán picadillo y te arrojarán para que te coman las pirañas, pero el hombre, que era quien me importaba, no se veía así. Aunque admitiría que se veía algo enojado por la forma en la que movía las manos y las cejas pobladas sobre sus ojos lineales. —El señor dice que usted no especificó lo que haría con la propiedad, que solo dijo que era entretenimiento, pero que en los lineamientos de la isla prohíben edificaciones grandes. —Hizo una pausa para que el hombre continuara hablando—. Que si quiere la propiedad, tendrá que modificar lo que hará con ella. Eso no estaba en discusión. No viajé para cambiar mis planes, sin embargo, me obligaban a hacerlo. Incluso me comentó que si accedía a cambiar los planos y hablaba con los ingenieros, reduciría el costo de la propiedad, mientras fuese algo más terapéutico y relajante al estilo Bali. Era algo que debía planear y hablarlo con Winter, así que le comenté que volvería para la respuesta definitiva, pero no sería pronto. Nos despedimos y regresé a Estados Unidos. Fueron otras veinticuatro horas de recorrido hasta llegar a mi cama y a hablarlo con mi esposa. —No me parece una mala idea —articuló con el bolígrafo tocando sus labios—. Solo debes reducirlo y amoldarlo a ellos. —Pero no es lo que quiero. Eso no es lo que deseo para mí. Winter golpeó su labio con el bolígrafo. —Sé que no es lo que quieres, pero a veces la vida no es como queremos. Y si realmente anhelas tener una parte de Bali en tu cuenta bancaria, tendrás que sacrificar una parte de tus sueños. No diría que Winter no entendía. De todas las personas que me rodeaban, era quien más entendía. Ella conocía mis aspiraciones, mis deseos más profundos y mis miedos más aferrados. Si había alguien en quien podía confiar, era en ella. Y una parte de mía sabía que era una buena idea por la cantidad de turistas que llegaban al lugar, sin embargo, acceder sería dejar una parte de mi esencia y de aquello que me posicionó como uno de los empresarios emergentes más importante del último año. Y no era por gloria, era seguir mi decisión. —Lo pensaré —respondí—. Mejor hablemos de ti. Winter me contó que tendría que diseñar una colección completa con nombre, colores, estilos y su propio sello para presentarlo como trabajo final en menos de dos semanas. Era muchísimo trabajo, así que hablé con Katherine para que adaptara una de las habitaciones del pent-house para hacer un pequeño estudio para ella. No sería más grande que el que tenía en California, pero estaría mejor amoblado y con una vista espectacular. Ese fue mi regalo de graduación adelantado. —¿Cuánto tardará? —le pregunté a ella. —Menos de cuatro días. —Guardó la cinta métrica en su cinturón—. Si lo quiere antes lo podemos tener antes. —Por favor. Quería que estuviera listo tan pronto fuera posible, para darle la mejor bienvenida a su nueva vida, una donde nos haría ropas a juego que no me gustarían y quizá, si así lo quería, la ropa de nuestro hijo en un par de años. Y aunque imaginármelo era asombroso, reprimía mucho ese sentimiento. No quería que el sentimiento de la paternidad me embargara al punto de presionarla para tener un bebé. Además, si dejaba que se colara por las rendijas, ella supondría que se trataba de un sentimiento colateral por la enfermedad de mi padre y su deseo de un nieto. Lo mejor para ambos era dejar que el tiempo pasara, que las personas continuaran viviendo y nosotros amándonos. La amaría aunque no lo quisiera nunca, pero internamente, la parte más profunda y recóndita, deseaba que sí lo quisiera.
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