2 | Hijo herido | Parte 2

1930 Words
Nos encaminamos al auto y regresamos al aeropuerto. Estábamos en la sala de espera cuando mi madre me envió un mensaje con su asistente. Quería verme. Se lo mostré a Winter y sus ojos cambiaron de compasión a enojo. —¿Es en serio que ahora es tu madre la que quiere verte? —Tengo que hacerlo. Guardé el teléfono en el bolsillo de mi chaqueta. Winter asintió y mordió sus labios. Aunque no le agradaba la idea, me apoyaría igual que siempre y me lo demostró con una sonrisa. —Esta bien, pero no iré contigo. Se colocó de pie y fue hasta la sala de abordaje. La enviaron de regreso a taquilla para cambiar la hora del vuelo. Lo postergaron siete horas más tarde. Como no quería que Winter esperara en el aeropuerto, reservamos una habitación por un par de horas en Nueva York. Tuvimos que tomar un tren hasta Nueva York. Fue divertido. El movimiento del tren sobre los rieles, la luz dentro del vagón y la sonrisa de Winter me impulsaron a no pensar demasiado cuando no el tren se detuvo. —Pediré la cena —susurró al desprenderse de mi mano—. Cuando viajamos, nunca sabemos dónde terminaremos. Me guiñó el ojo derecho y subió las escaleras. Miré mi reloj y volví a subir al taxi. El portero se encargó de acompañar a Winter hasta recepción. La extrañaría, pero necesitaba terminar de una vez por todas con el tema de mis padres. La mansión de mis padres estaba a menos de veinte minutos del hotel, así que con un taxi a velocidad media estuve allí en quince. —Buenas tardes, señor Armstrong —saludó el ama de llaves. —Hola, Olivia. Me permitió el acceso y me indicó donde estaba mi madre. Supuse que por la hora mi padre no estaría en la mansión, y así fue, porque cuando llegué al borde del salón, mi madre tomaba café con una de sus amigas del club. La mujer me sonrió, se levantó de la silla y me besó. Me dijo que estaba más guapo y más grande, lo que no era cierto ni siquiera un poco. De igual forma le agradecí sus buenas palabras, aunque no creía que pudiera decirlo si me hubiese visto cuando estaba amoratado en el hospital, con vendas y gasas, cables, tubos, batas y heridas por todas partes. Justo allí no era la persona más hermosa. —Te veré luego —se despidió mi madre. La mujer besó las dos mejillas de mamá. —Adiós, Everett —susurró y apretó mi mejilla. Fue una mirada bastante rara y un toque aun peor. No sabía ni siquiera lo que sentí cuando la mujer me tocó, pero fue un sentimiento bastante extraño. Nunca me habló de una forma que pudiera considerar inapropiada, sin embargo, ese toque fue diferente e incluso mi madre lo notó. Ella ocultó su mueca con la tasa de café y movió la cabeza para que me sentara en el mismo lugar que su amiga ocupó segundos atrás. —Algunas cosas cambiaron —comenté. —Lo noto. —Enarcó una ceja—. Primero tu segundo matrimonio y ahora eres la debilidad de una de mis amigas. Sí que cambian las cosas en poco tiempo, ¿o no, Everett? La mucama personal de mi madre rellenó su taza de café y me ofreció una con un par de galletas integrales. Si había algo peor que tomar café sin azúcar, era comer galles integrales. —Se las recetó el doctor a tu padre —comentó al verme morder—. No son deliciosas, pero serán buenas para él. Dejé la galleta a medio morder sobre el plato y bajé la taza. —No sé por qué estoy aquí, pero no creo que sea para hablar de galletas. —Crucé la pierna—. ¿Para qué me llamaste? También bajó su taza. —Tu padre me contó que se comportó algo agresivo contigo hace un par de días. Sé que no siempre nos llevamos bien, Everett, pero entiendo a tu padre y su deseo de tener un nieto. Que Margot admitiera que no siempre se comportaba de la mejor manera, era un avance en nuestra relación. No siempre sería sencillo lidiar con ellos. Pensábamos diferente, hablábamos diferente. Mis pensamientos y los suyos no eran los mismos, pero si lográbamos acoplarnos seríamos perfectos. —No quiero que la familia se desuna aún más por las aspiraciones de tu padre, pero si puedes complacerlo un poco, sería bastante bueno. —Ella guardó silencio—. Al menos dime que lo pensarán. No pido mucho, Everett. Solo que le dirás a Winter que lo pensarán. Sería de mucha ayuda para él. Nosotros lo pensábamos. No nos cerramos completamente a la posibilidad, así como tampoco le dijimos que no a mi padre. Le dijimos que no era posible en ese momento. —Tenemos otros planes, mamá —comuniqué—. Winter tendrá una boutique en París en unos meses. Esta llena de planes, de bosquejos, que no piensa en un hijo justo ahora. Margot asintió con la cabeza. —¿Y tú qué piensas? —preguntó—. ¿Tú qué quieres? Lo que yo quisiera no importaba en ese momento. Cuando era más joven me importaban las fiestas, las mujeres, los viajes. Luego me importó el trabajo, los negocios, las finanzas. Cuando me mudé a California quería algo más, algo que no tenía en ese momento. Y luego la conocí a ella. No diría que imaginé una vida con hijos y un enorme jardín con perro, pero sí quería a alguien más que no fuésemos nosotros, sin embargo, sería cuando ella lo quisiera y cuando el tiempo nos favoreciera. —Yo quiero hacerla feliz —respondí—. Y sé que su felicidad no es tener un hijo justo en este momento. Esa no sería ella. Margot se levantó de la silla y miró la pequeña biblioteca. —¿Cuántas veces te mostré nuestro álbum familiar? —Incontables veces cuando era un niño. Lo extrajo una vez más del librero. —Veámoslo una vez más. Por ese instante olvidé que mi madre era una mujer cruel, que no contaba con empatía. Cuando hablábamos de hijos, de bebés, algo en ella cambiaba, pero no lo descubrí hasta ese momento. —Siempre quise una familia grande, pero no pudimos —susurró al delinear mi rostro en la fotografía—. Quería más hijos que corrieran por los pasillos, que me hicieran soltarlos de una pelea. No quería que estuvieras solo. Y cuando al fin te tuve, cuando te hiciste un hombre, no quise nada más que tener nietos, pero jamás los pedí porque sabía que no eras esa clase de hombre que pensaba en una familia ni en un matrimonio. No era extraña su confesión. Durante años les saqué canas de preocupación por mi vida extravagante, por mis mujeres fortuitas, por los viajes espontáneos que no sabía dónde terminarían. Fue una sorpresa que sentara cabeza, cuando era el soltero más codiciado de Nueva York. No era algo que me agradaba del todo, nunca lo hizo, pero me llevó a ella. Mi madre tenía una expresión similar a la tristeza. Le preocupaba que su sueño jamás se cumpliera, así como le preocupaba la salud de mi padre. Ambos panoramas no pintaban del todo bien, así como tampoco resultarían satisfactorios. Por lamentable que sonara, mi padre tenía los días contados en el almanaque. Y aunque no lo admitiera, a mi madre le preocupaba quedarse sola en una enorme mansión. Vi sus ojos tristes, la melancolía con la que acariciaba las fotografías y la única lágrima que cayó sobre el plástico poco antes de cerrarlo. Limpió el residuo, quitó el polvo inexistente y lo colocó de regreso. Si había algo que Margot odiaba, eran las lágrimas y la condescendencia que tenían las personas cuando alguien sufría a su lado. En su lugar volvió a su café término medio y miró mis manos sobre mis muslos. —No quiero presionarte, Everett. —Respiró profundo—. Solo quiero que lo pienses un poco antes de tomar una mala decisión. Le sonreí. —No tener hijos no es una mala decisión —repliqué, no enojado, sino defendiendo lo que muchas personas pensaban—. Y no es un no definitivo. Es un no por ahora. Me coloqué de pie. Quería pedirle tantas explicaciones y pensé en no preguntarle nada, pero eran demasiadas para una tarde de café. Mi madre elevó la mirada al notar que continuaba detenido junto a la silla. Ella sabía que algo no estaba bien. —¿Por qué no fuiste a mi matrimonio? —inquirí—. ¿Era demasiado pedir para ustedes? ¿Era demasiado acompañar a su único hijo en el momento más importante de su vida? Mi madre volvió a colocarse de pie. —No es tan importante si te has casado dos veces —replicó con una ceja alzada—, pero no fuimos por otra razón. Guardé silencio para que continuara. —Ambos vimos lo que Winter te llevó a hacer. Te sacaste un órgano para dárselo, nos mentiste a todos por ella, la hiciste más importante de lo que era y te hizo muchísimo daño, Everett. —Apretó mis hombros—. Sufriste muchísimo por ella tiempo atrás, que no veo justo que continúes haciéndolo. Conozco bien el daño que Winter me hizo, como también conozco el daño que le hice. Fueron daños diferentes, pero fueron puentes que nos condujeron a mejores lugares. Si alguien se hubiese presentado ante mí con una máquina del tiempo para cambiar mi destino, no la habría aceptado. Quizá hubiese conocido a otra mujer, otra Winter, pero ninguna persona sería como ella, así como no había un segundo Everett. —Sé que se preocupan por mí, pero ella es mi elección. —Apreté mi mandíbula—. Quería contar con su apoyo. Son mis padres, mi única familia. Me duele que me dieran la espalda. Mi madre no comentó nada más. Soltó mis hombros y se encaminó a la puerta principal. Era una invitación a marcharme, no solo de su mansión, sino de todas las preguntas que pudiera tener. Toqué la manija de la puerta y la miré. —Hablaremos cuando lo prefieras. Fueron mis palabras de despedida para mi madre. No siempre podíamos arreglar todo por voluntad. No todas las elecciones eran sencillas, así como tampoco lo éramos nosotros. Una persona no era sencilla, tenía facetas y mis padres se perdieron las mías. No era el Everett de las fotografías. Era diferente. Cuando regresé al hotel, Winter estaba dormida. Me acosté a su lado, la atraje a mi cuerpo y recosté su cabeza en mi pecho. No importaba que mi familia me despreciara, mientras ella se quedara conmigo. No importaba si quería un hijo en ese momento, porque sabía que ella no lo quería. Siente la antepuse, coloqué su vida por encima de la mía y no me arrepentía de ello. —Todo estará bien, Everett —me susurró—. Te amo. Apreté su espalda y besé su cabeza. —Sé que estará bien, porque también te amo. No importaba lo que sucediera. Nada sería peor que lo vivido. Nada sería más cruel, doloroso ni imposible de sobrellevar que lo vivido meses atrás. Si de algo estaba seguro en esa vida, era de que Winter nunca más me dejaría, o no en esa vida. Y si llegábamos a encontrarnos en la siguiente, estaríamos aún más unidos, porque aprendería que nada florece en la mentira.
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