Preludio
La espalda desnuda de mi esposa fue contemplada bajo la luz natural del amanecer. El cabello de Winter reposaba tranquilo sobre la almohada. Giré sobre mi brazo y le quité las hebras caramelo del rostro. Ella lucía serena, hermosa, delicada, completamente diferente a la mujer salvaje de la noche anterior. Todas mis decisiones me llevaron de regreso a ella. No fue un camino sencillo, ni plácido. Sufrimos, lloramos, nos odiamos por momentos, hasta encontrar ese hermoso punto medio donde nos tumbamos a ver el atardecer a la orilla de la playa.
Si me hubiesen dado a elegir entre cambiar todo el pasado o volver a cometer los errores, decir las mentiras, enfrentarme a mi familia y olvidar mi herencia, o quedarme plácidamente tranquilo en mi pent-house con una mujer diferente a la que dormía en mi cama, habría elegido a Winter por encima de cualquier cosa. Aunque esa pequeña barista que conocí dos años atrás era la mujer más feroz de mi vida, logramos consolidar algo más que un departamento o unas cortinas. Encontramos nuestra enorme felicidad en tan poco, que me sorprendía cada día de lo acostumbrado que estaba de vivir así.
Mis padres me desheredaron, me quitaron todo el dinero que podía obtener de ellos y menospreciaron a Winter cuando decidimos casarnos formalmente. Y aunque eso sucedió seis meses atrás, su decisión se mantuvo impoluta e incorruptible. Mi padre se hizo cargo de la empresa, mientras mi madre derrochaba el dinero de su esposo. Una vez al mes recibía una llamada de mi madre para saber si continuaba con vida. No eran las llamadas más agradables que podía atender, pero me hacían sentir en casa por cinco minutos. Era bonito a su manera retorcida. Lo único realmente hermoso era mi esposa.
—Deja de mirarme como un depravado —susurró ella.
Inserté mi mano bajo su cuerpo y la elevé. La acosté sobre mi pecho. El cuerpo caliente de Winter respiraba lentamente sobre mi esternón. Ella llevó sus manos a mis mejillas y las palmeó. Winter tenía una niña en su interior, gritando por salir.
—Despierta —pronuncié—. Tenemos cosas que hacer.
Winter se removió.
—Puedes hacértelas tú solo —bromeó.
Reí. Ella también lo hizo. Sus ojos continuaban cerrados. La elevé para que su rostro reposara sobre mi hombro. Nos podríamos quedar así un par de horas, sin embargo, el teléfono en la mesa a mi lado sonó tan ruidoso como siempre. El tono que Winter eligió para las llamadas, despertaría a medio edificio. Miré el reloj en la pared frente a la cama. Eran las ocho quince.
—Calla eso —sollozó con las manos en las orejas.
Extendí el brazo para alcanzarlo en la mesa. Cuando elevé el teléfono, revisé el nombre que aparecía en la pantalla.
—Es mi padre —le comuniqué a Winter.
Ella despegó el rostro de mi hombro. Sus ojos perezosos por el sueño apenas se abrieron un poco.
—¿Qué? —inquirió con una mueca.
—Es mi padre —repetí—. ¿Debería contestar?
Winter movió los hombros.
—Hazlo si estás seguro.
Cuando no toleré más el sonido de la banda de rock pesado que a Winter le encantaba, deslicé el dedo para responder.
—Hola.
—Everett, es tu padre. —Sabía que era él—. Necesito que vuelvas a Nueva York tan pronto te sea posible.
No sabía nada de mi padre en más de seis meses. ¿Cómo podía llamarme y exigirme que regresara a Nueva York cuando fue él quien me desterró de la familia? No podía concebirlo.
—¿Por qué? —indagué—. No me compete nada de la empresa.
—Te equivocas. Tienes acciones en Armstrong Enterprise.
Acaricié el cabello de Winter.
—Son minoría. Pueden elegir sin mí.
Miré los hombros de Winter moverse por las respiraciones. Estaba tranquila, con los ojos cerrados, pero no dormía. Esperaba cualquier desagradable sorpresa de mi familia.
—Creo que no entiendes lo que digo —pronunció mi padre elevando dos decibeles la voz—. Tu herencia esta aquí.
Sentí que mi cerebro se confundía. Los mensajes de mi padre eran completamente opuestos a lo que sucedía. Él me sacó de la empresa, me quitó su apellido, me repitió siete veces que podía olvidarme de ellos, que no contara ni con un centavo de la herencia de los Armstrong, y luego de meses me decía que tenía acciones en la empresa y que debía volver por ellas. Si mi padre quería enloquecerme, lo conseguía con facilidad.
—Me parece que tú no me entiendes —repliqué acariciando el hombro de Winter—. Cuando elegí a Winter Reed me quitaron todo lo que pertenecía a la familia. Recuerdo claramente cuando me dijiste que olvidara que era un Armstrong.
—Eso fue en el pasado —replicó—. Necesito a mi hijo.
Un rastro de ira que creí haber destruido, resurgió. Después de meses volvía a ser su hijo. Ahogué la risa irónica que brotaría si no controlaba mis sentimientos. Mi padre era un desconocido para mí. Cuando creía que no podía suceder algo peor, él llamaba para destruir mi tranquilidad.
—Puedes hacerlo solo —respondí.
Escuché a su padre suspirar.
—Estoy enfermo, Everett —susurró—. Tengo cáncer.
¿Cáncer? ¿Cómo un hombre como mi padre podía tener cáncer? Me elevé de la cama con Winter en mi pecho. Ella se removió y enderezó la columna. Apartó el cabello del rostro, bostezó y miró mis ojos. Frunció el ceño. Imaginaba mi expresión después de la noticia. Winter se sentó sobre mi torso, con las manos en mi pecho. Me preguntó en un susurro qué sucedía, pero no pude responder. Estaba en shock.
—¿Podrías venir la próxima semana?
Tragué, miré a Winter y apreté el teléfono. Cualquier rastro de ira por lo sucedido en el pasado, quedó cuando entre líneas me susurró que podría morir pronto. No tenía nada que pensar. Si mi padre moribundo necesitaba que fuera a su lado para hacerme cargo del algo que detestaba, tendría la respuesta.
—No —respondí decidido—. Estaré allí esta misma tarde.
Mi padre me agradeció ir a verlo. Colgué, lancé la sábana a un lado y me levanté de la cama. Saqué la maleta del armario, arrojé un par de sudaderas en la cama, un par de zapatos, pantalones y ropa interior. No necesitaba demasiadas cosas. Sería un viaje corto, conciso, a menos que su enfermedad estuviese adelantada. La última vez que lo vi lucía sano. No podría deteriorarse en tan poco tiempo, o eso me obligué a creer.
—¿A dónde vas? —preguntó ella.
Al terminar de arrojar las cosas sobre la cama, coloqué las manos en mi cintura. El sol se proyectaba en su espalda.
—Tenemos que irnos.
El cabello de Winter cubría su pecho desnudo. Sacó el resto de su cuerpo de la sábana y se sentó sobre sus piernas.
—¿Por qué?
Respiré profundo.
—Mi padre esta enfermo.
Winter sonrió. Movió las cejas y cruzó los brazos.
—¿No tiene suficiente dinero para pagarse un doctor?
Era entendible que pensara eso. La trataron horrible.
—No es eso. —Cerré los ojos—. Tiene cáncer.
La sonrisa de Winter se eliminó de inmediato. Se levantó de la cama y rodeó mi cuerpo con sus brazos. No dudó en darme el consuelo necesario. Aunque no conocíamos los detalles, sabíamos que el cáncer era una enfermedad triste, deterioraría, donde ves al ser que amas ser consumido por ella.
—Lo siento mucho, Everett —susurró en mi cuello.
La abracé. Ella era todo lo que tenía en ese momento.
—Te ayudaré a empacar.
—No. —La abracé más fuerte—. Vendrás conmigo.
Winter elevó el rostro y me miró a los ojos.
—Eres mi esposa. Estarás conmigo hasta el final.
La necesitaba a mi lado. No quería que sucediera nada malo, sin embargo, así como la muerte, el cáncer era igual de impredecible. Winter me sonrió levemente, se colocó en puntillas y me besó. Esa misma tarde volamos de regreso a Nueva York, donde no solo enfrenté su enfermedad, sino a mi madre, los socios y todas las personas que consideraban mi relación como algo fallido. Lo que ellos no sabían era que Winter no solo era mi esposa, era mi único legado.