Después de una ardua investigación y aclarar todos los puntos necesarios, logré firmar la compra de la propiedad en Indonesia. No sería un resort enorme como el que tenía planeado, sino algo pequeño y que pudiera amoldarse a lo que ellos querían. Tardé una semana en decidir y cuando finalmente lo hice, los bosquejos de Winter comenzaban a ver la luz. Eran hermosos, aunque algo colorido para mi gusto. Era una línea inspirada en primavera, con muchísimas flores por todas partes y con un hermoso nombre de colección. Lo que aún no decidía era su nombre de diseñadora, pero aún tenía tiempo.
—¿Qué te parece este? —me preguntó al elevarlo.
Era un vestido naranja atardecer, con flores rosas pastel y pequeñas hojas otoñales. Tenía un corsé y una falda amplia. No llegaba hasta el suelo. Las piernas delgadas de la mujer se veían de las rodillas hacia abajo. Sujeté el papel con ambas manos y lo coloqué contra la ventana. La luz refulgía como una fotografía.
—Es hermoso —susurré afirmé al ver los trazos.
—Dice eso de todos. —Me lo quitó—. No eres objetivo.
Se lo volví a quitar y lo coloqué detrás de mi espalda.
—Soy tan objetivo como mi masculinidad me lo permite. —Apreté su cintura con la mano libre—. Si fuese mujer lo usaría.
Winter soltó una sonora carcajada.
—Podría hacerte uno para Bali —bromeó.
Me incliné para besarla.
—No quiero —repliqué sobre sus labios.
Quería profundizar el beso, pero Winter tenía trabajo, al igual que yo, solo que no quería trabajar pero ella sí, así que la dejé sola. Bajé para revisar los números de los dos últimos días y recibí una llamada importante, una que sí cambió mi vida Creí que no cambiaría demasiado, hasta que noté que sí lo haría.
—Everett —habló mi madre—. Tu padre esta muy grave. Quiere verte antes de que sea demasiado tarde.
Ni siquiera pensé en subir las escaleras y avisarle a Winter. La llamé y le dije que bajara rápido, que era una emergencia. Tiré de su brazo y le pedí al chofer que nos llevara al aeropuerto.
—¿Qué ocurre? —preguntó al sentarse a mi lado.
—Mi padre esta grave. Quiere verme.
Winter despegó los labios y pestañeó varias veces.
—¿Hace cuánto fuimos a verlo? —Movió los ojos—. ¿Tres semanas? ¿Por qué empeoró tan rápido?
No conocía la respuesta a ninguna de sus preguntas, así que callé. Solo lo sabríamos cuando llegáramos. Y ese momento que vivimos me llevó a pensar una vez más que necesitábamos un avión o vivir más cerca de ellos, aunque me inclinaba más por el avión. Podríamos alquilar uno, pero sería aún más costoso. Tampoco sabía por qué pensaba en aviones cuando mi padre estaba atascado a un lado de la tumba, casi moribundo.
Durante el vuelo esperaba llegar y encontrarlo vivo. Sabía que ambos fuimos duros en nuestra última conversación. Ni siquiera le pregunté cómo estaba y si sentía dolor. Me enojé conmigo mismo durante todo el vuelo. No quería eso. Nunca quise que muriera ni que sufriera ningún dolor como el que vivía con el cáncer, y me dolía aún más que la familia se separara por ello. Ya no estaba en la etapa de mi vida en la que elegía quedarme o no con Winter, sino quedarme o no con mi familia.
—Estará bien —susurró Winter.
Unió nuestros dedos y me sonrió. Vi la preocupación en su mirada, porque aunque no fueran las personas más amables con ella, Winter conocía el dolor de perder a un padre y no quería que eso me sucediera. Era normal su pensar, uno de alguien que no quería que sufriera, sin embargo, la muerte estuvo presente desde el instante que fue diagnosticado. No era justamente lo que imaginé que sería el final de un Armstrong, pero se asemejaba bastante a una de mis peores pesadillas.
—Gracias por estar aquí —susurré.
—Siempre.
Recostó mi cabeza en su hombro y esperamos el aterrizaje. Fue súper rápido, pero la ansiedad lo hizo sentir como algo lento, constante, como el gotero de una solución. Y justamente era eso lo que mi padre tenía en el brazo cuando llegamos. No tenía el gorro en su cabeza, ni un cabello adherido a ella. Su piel estaba más pálida, sus manos delgadas y su respiración se escuchaba sonora, como si tuviese agua en los pulmones.
—Everett —susurró apenas audible cuando me vio llegar.
Mi madre se levantó de la silla conjunta y me abrazó. Sentí el golpeteo de su corazón en mi pecho y las respiraciones controladas. Sufría por él, por la ausencia que dejaría con su partida. Cuando se separó me sonrió y apretó mis mejillas.
—Gracias por venir. —Miró a Winter—. Hola, Winter.
—¿Cómo esta, señora?
Mi madre le sonrió entristecida.
—Mejor ahora que mi hijo esta aquí.
Me soltó y tiró de mi mano para acercarme a la cama. El hombre acostado no era mi padre. Era un fantasma que se hizo presente cuando empeoró. Sus ojos estaban cristalinos y hundidos y la máscara de oxígeno cubría la mitad de su rostro.
—Los dejaré hablar —articuló mi madre—. Me llevaré a Winter a la cafetería por uno de esos asquerosos cafés.
Apretó la mano de papá y le sonrió.
—Volveré pronto —farfulló.
Winter no se veía preocupada ni molesta por irse con mi madre. Era lo mejor que podía hacer para ayudar. Cuando ambas abandonaron la habitación, miré la cortina ondearse por el viento y a mi padre erizado de los brazos. Cerré la ventana y me acerqué a la silla que mi madre ocupaba cuando llegamos.
—¿Qué te sucedió, papá? —pregunté.
Mi padre pestañeaba lento, respiraba hondo y movía el pecho.
—No creo que dure mucho —respondió por lo bajo—. Nada de lo que me hacen funciona. Moriré en unos días.
El dolor que pugnaba mi pecho se hizo más prominente cuando me comentó que le practicaron quimio y radio, pero no mermaban la metástasis en su sistema. Tardó para contarme que él sabía que algo andaba mal desde hace un par de años, pero no quiso preocupar a mi madre y por ello no le dijo nada.
—Debiste decirle —pronuncié—. No estaríamos aquí si no fuera porque lo callaste demasiado tiempo.
Estaba un poco enojado. Mi padre era un hombre que pensaba primero en los negocios que en la familia y en su propia salud. Por ello mi madre le decía que el trabajo lo mataría. Le pregunté por qué no lo dijo, ajeno a que no quería preocuparla.
—Teníamos nuevos socios. Tú te ibas a encargar de la empresa, pero decidiste seguir tu vida. —No me reclamaba, me daba una explicación—. Cuando te fuiste, cuando decidiste construir tu propia vida, tu destino y casarte con esa mujer, volví al trabajo y el doctor dice que eso aceleró mi enfermedad.
Entendía que no buscaba hacerme sentir culpable, pero yo mismo me culpaba. No hice algo por mí mismo en años, y cuando lo hice llevé a mi padre a la tumba. ¿Había algo peor?
—Lo lamento mucho, papá —farfullé con las manos en la suya—. Nunca intenté hacerte daño con mis elecciones.
—Lo sé, Everett. Y no te culpo. Solo quería que siguieras mi legado, que dirigieras mi empresa. No quería dejarla en manos de nadie más. —Vi sus ojos llenos de lágrimas—. Eres mi orgullo, aunque pocas veces te lo dije. Estoy muy orgulloso del hombre en el que te convertiste sin usarme para ello. Te labraste un futuro solo, tal como yo lo hice y sé que tu hijo lo hará.
Estrujó mi corazón con sus palabras. Me dolió escuchar que era lo que él quería que fuera, más aún cuando me comentó que hizo todo lo que pudo para alejarme de Winter, pero mi determinación los llevó a descubrir que ella era la persona que debía estar a mi lado. Dolerme era un eufemismo. Sus palabras me quemaban como un malvavisco al fuego. Fue lo mejor y lo peor que escuché de mi padre en los últimos años.
—¿Por qué no aceptarla desde un principio?
Carraspeó su garganta y tosió un poco. Su respiración continuaba escuchándose como cuando una persona se estaba ahogando y sale del agua, desesperado por recuperar oxígeno. No se veía ahogado, pero se escuchaba como uno. Temí que sufriera un paro, así que le pedí que no se esforzara, que en su lugar me dejara hablar, pero como era un hombre que nunca aceptaba un no ni permitía que lo desbancaran, continuó.
—Hablaré lento, Everett —pronunció—. Aún no he muerto.
Intentó sonreír, pero la mascarilla no lo dejó.
—Como sé que te dijo tu madre, no fuimos a tu matrimonio porque convertimos tu elección en un berrinche. —Hizo una pausa—. Creíamos que si no estábamos de acuerdo lo replantearías. Vimos el dolor que ella te causó. Winter te hirió, Everett, pero también fue un detonante para tu cambio.
Respiró profundo.
—Por eso cuando inauguraste tu primer resort, le dije a tu madre que debíamos ir a apoyarte. Sabíamos que ella no estaría y que necesitarías a tu familia. —Hizo un sonido como de alguien que intenta decir algo y no puede—. Lamento llegar tarde.
—No. —Moví la cabeza—. Nunca es tarde.
Mi padre abrazó mi mano. No tenía fuerza para apretarla, sin embargo, el calor de su tacto fue suficiente para infundirme la fortaleza que necesitaba para soportar su despedida. Entendí por qué mi madre quería que fuera a verlo. Quizá no pasaría de esa noche, o de esa misma semana. Apenas lograba hablar, así que no tardaría demasiado en que su garganta se cerrara por completo. Lo vi varias veces en programas médicos.
—Ahora sabemos que ella es la indicada —continuó—, y que se quedará contigo hasta el final, y tú con ella.
Tragué la saliva en mi boca y mordí mi lengua para mantener las lágrimas a raya. Eso era una jodida despedida y odiaba las despedidas. Odiaba el dolor que sentía en el pecho cuando alguien se marchaba, el nudo en la garganta, el temblor en la voz. Odiaba cuando las personas que amaba se marchaban de mi lado sin esperanza de volverlos a ver. Siempre pensaba en panoramas horrorosos como accidentes o un infarto, pero la noticia de mi padre fue aun peor de lo que imaginaba.
—Sé que no te haré cambiar de opinión con la empresa, así que te pido que cuides de tu madre cuando no este. —Una lágrima rodó de su ojo a la almohada—. Ella finge ser fuerte, hijo, pero sabes que no lo es. Te necesitará cuando no este.
Las reprimí hasta el cansancio, pero cuando me pidió prometerle que no la dejaría desamparada sin el amor de una familia, el nudo se ajustó con más fuerza y me llegó al corazón.
—Lo prometo —susurré y las lágrimas descendieron.
Apreté su brazo y bajé la cabeza. Cerré los ojos con fuerzas y solté un suspiro. Una parte de mi mundo sería gris sin él. Me acostumbré a tener dos padres sanos y fuertes. Saber que uno podría morir rompió esa fina tela traslúcida que nos hacemos de niños cuando creemos que nuestros padres son inmortales. No había nada más mortal que Arnold Armstrong en esa cama.
—Por favor no te vayas —imploré—. ¿Qué haremos sin ti?
Mi padre movió su mano hasta mi cabeza y acarició mi cabello. Me susurró que todo estaría bien, que su trabajo y su tarea en esa vida estaban completas, que después de años de trabajar arduamente, era momento de descansar. Sería egoísta pedirle que se quedara más tiempo considerando su dolor, sin embargo, dejarlo ir en pocas horas era inimaginable.
—Sé que todo estará bien. —Me miró amoroso a los ojos—. Confío en ti, en que serás aún mejor de lo que eres.
Acarició mi mejilla.
—Te amo, Everett —susurró al final—. Estoy orgulloso de ser tu padre. Y nunca me arrepentiré de tenerte en mi vida.
Esas fueron sus últimas palabras antes de entrar en paro. Su cuerpo se mantuvo sereno, pero su corazón falló. Cuando mi madre regresó a la habitación tras escuchar el llamado de emergencia, apenas vio un par de respiraciones más antes de morir. Winter me abrazó y me consoló, pero nada de lo que me dijo fue suficiente para quitarme el dolor en el corazón.
Vi a mi madre devastada caer sobre su pecho. Le quitaron el oxígeno y se llevaron la máquina de reanimaciones. Estuvo muerto en cuanto las palabras salieron de su boca. Y aunque continuaban resonando en mis oídos, nada lo regresaría a mi lado. Pasó a una mejor vida, o eso decía la gente en su funeral. Los que se acercaron para consolar a la familia repetían que era mejor que mantenerlo en sufrimiento, pero nosotros no lo queríamos. Queríamos encontrar una solución, no dárselo a la muerte en bandeja de plata. Debimos luchar más, debí estar a su lado y fue lo mismo que le repetí a Winter cuando regresamos a Hawái por nuestras cosas para mudarnos a Nueva York.
—No puedes culparte por su muerte. —Se inclinó para quedar a mi altura—. Tu padre no te culpó. Te dijo lo que sentía.
Winter se arrodilló entre mis piernas y me abrazó. Las lágrimas no dejaban de brotar. Todo parecía una mentira; una cruel mentira de la que no puedes escapar. Yo quería solucionar todo lo que dañé, por lo que, aun adolorido por su muerte, elegí algo que cambiaba nuestros planes pero era lo que él quería.
—Tomaré el mando de la empresa —le comuniqué.
—¿Qué? —Winter apretó mi cuello—. No es lo que quieres.
—Es lo que él quería y por eso murió.
Winter continuó repitiéndome que no podía culparme, pero no dejaba de hacerlo. Las interrogantes no dejaban de punzarme en la cabeza. Y si no pude complacerlo en vida, honraría su memoria accediendo a cumplir su última voluntad.
—Delegaré el trabajo del resort. —Me coloqué de pie—. Esta decidido, Winter. Nos quedaremos en Nueva York por tiempo indefinido, así que reorganiza tus planes. Nos vamos de Hawái.