1 | Bebé anhelado | Parte 2

1597 Words
—¿Para qué querías verme? Mi padre colocó el pañuelo a un lado de la computadora y me miró a través de las pequeñas rendijas en sus párpados. —Quiero pedirte un favor, algo que solo tú puedes hacer. Sabía que hablaríamos de dirigir la compañía, así que de inmediato me negué a tocar el tema. No quería que mi padre sintiera decepcionado en esas condiciones. Él no era un hombre que se dejara apabullar por las decepciones ni que temiera decir lo que pensaba, pero yo tampoco era el joven que moldearon a su antojo. Tenía mi propio negocio, mis acciones y mis decisiones. Ya no dependía del estado de humor de mi padre ni de aquellas acciones que nos mantenían unidos en sociedad. —No quiero hablarte de la empresa. —Respiró profundo y exhaló por la boca—. Quiero hablarte de tu matrimonio. Winter y yo nos miramos. Mi padre debía estar bastante enfermo para hablar de mi matrimonio, uno al que no quisieron ir. Se rehusaron a ser partícipes de una acción que llamaron un grito de auxilio. Los periodistas buscaron a mi madre para entrevistarla con relación a eso, pero se negó más veces de las que quisiera contar. Y aunque amaba las cámaras, ser conocida como la madre que no fue a la boda de su hijo, no era su deseo. —¿Quieres hablar de nuestro matrimonio? Mi padre inclinó su cuerpo hacia delante y colocó los codos sobre el escritorio. No tenía rastros de estómago, ni de mentón. —Cuando tu madre y yo nos casamos, queríamos tener una familia. Soñábamos con tenerla, pero no teníamos el dinero suficiente para mantenernos a flote y darle todo a un bebé. —Nos miró a ambos, como si quisiera trasmitirnos un mensaje—. Quiero que a ustedes les pasen cosas buenas, no solo hoy, sino cuando tengan sus hijos, porque tendrán ¿verdad? Winter no respondió, al igual que yo. Ni siquiera nos miramos. —¿Tienen algo que decirme? —inquirió mi padre. Winter no sabía qué decir, así que me dio la palabra. —Papá, acabamos de casarnos y no pensamos en eso —mentí un poco, porque realmente sí pensaba en ello—. No queremos presiones con relación a un hijo, o no por ahora. Mi padre apretó el pañuelo con ambas manos. —No te presiono, Everett. Quiero que pienses en el futuro. Tienes que pensar en que pronto tendrás cuarenta años. Ya no eres ese muchacho que tu madre protegía de los demás. Entendía hasta cierto punto la preocupación de mi padre. Winter era menor que yo, pero eso tampoco implicaba que podíamos esperar demasiado para tener un bebé. Winter no lo quería, sin embargo, no le aventaría la verdad a mi padre cuando sabía que no podía hacerlo. Sería defraudar a Winter. —¿Pueden, por favor, darme un nieto? —inquirió papá. Winter inclinó un cuerpo adelante y se encargó de responder. —Lamento mucho su situación de salud. Mis padres no están y sé que les hubiera encantado tener un nieto, pero a mis tiempos, cuando lo decidiera. Siento que esto que hace es injusto para Everett. Él no merece preocuparse por eso. Winter me defendió aun cuando no necesitaba defensa. —Winter, tienes que darle un hijo a Everett. Mi padre insistía muchísimo en el tema. Él quería postergar su legado, diciéndome que necesitaba un hijo al cual le dejaría la fortuna que estaba seguro obtendría. Winter no estaba conforme con el rumbo de la conversación e incluso en sus palabras se percibió un deje de molestia por ello. —Quiero un nieto, Everett —susurró mi padre—, así como quiero que te quedes conmigo en la empresa hasta el final. —Papá, sabes que no puedo. Tengo mis propios negocios. Los resorts marchaban a toda máquina, no obstante, dejarlos en ese momento sería casi mi ruina. Y quería que mi padre entendiera que no estábamos preparados para enfrentarnos de nuevo por un poder que decliné. No pelearía con él, pero si defendería mis derechos. Estaba en la obligación de aceptar mis decisiones, así como lo hice con las suyas. —¿Esperarás hasta que muera para cambiar de opinión? Una parte de mí sentía que estaba manipulándome. La enfermedad de mi padre no era un juego, así como tampoco lo era nada de lo que sucedía entre nosotros. Si le decía a mi padre que no usara su muerte como algo que me llevaría a doblar el brazo, pensaría que estaba ideando algo para enojarlo. —Papá, cuando me marché de aquí y me despedí de todas mis acciones, te dije que no volvería, que haría algo por mi cuenta. Mi padre arrastró su cuerpo hacia atrás. —Tienes una obligación con nosotros, Everett. Debes hacer lo que demanda tu padre. Es tu deber como un Armstrong. Esa vez fue Winter la que se colocó de pie. —¿Un Armstrong? ¿Ahora sí es un Armstrong para ustedes? —inquirió levemente enojada—. ¿Por qué no lo fue hace seis meses? ¿Por qué ahora? Entiendo que este enfermo y que no desee dejar su empresa en manos de ningún desquiciado, pero cuando le dijeron adiós a Everett, también lo hicieron a todo lo que él defendía. No puede borrar todas sus palabras ahora. Debió pensarlo mejor antes de desechar a su propio hijo. Las palabras de Winter brotaron como una erupción. No se contuvo, no midió lo que le dijo, llevando a mi padre a colocarse de pie y sentenciar ese momento como el comienzo de nuestras desdichas matrimoniales. Ambos fueron severamente reprendidos por él, que al catalogarnos como más jóvenes que él, usó eso en nuestra contra para acabar con la paz. —Me darás un hijo porque sí, porque debes hacerlo —afirmó mi padre—. Es tu deber y no me moriré hasta que no me lo des. No sonó nada bien lo que dijo. Era obvio que mi padre ejercería su voluntad a como diera lugar, y no aceptaría un no por respuesta, lo que no solo enojaba a Winter, sino que lo volvía a colocar en el mismo escalón del que la enfermedad lo sacó. Aunque mi padre estuviera al borde de la muerte, no lo complacería, no era esa clase de hombre en ese instante. —Tenemos que irnos —comunicó Winter al elevarse de la silla—. Esta conversación no tiene sentido. Ninguno cederá. —Lo harán, querida —farfulló mi padre—. Cederán ante mí. —Te equivocas, papá. —También me levanté—. No lo haré. Sujeté la mano de Winter y abandonamos su oficina. No soportaría más tiempo discutir por algo que tenía una simple solución. Igual tampoco me importaba si mi padre continuaba quitándome lo que por sangre me pertenecía. No tenía tiempo para eso. Y aunque me dolería la muerte de mi padre, no lo complacería. La decisión de un hijo no era solo mía, también involucraba a Winter y lo que ella quería. Y sabía que mi Winter no quería un hijo, cuando estábamos a nada de mudarnos a Francia para que ella colocara una tienda de ropa en París. Sujeté su mano con tanta fuerza, que cuando salimos de la empresa y recorrimos nuestros pasos de regreso, Winter se soltó de mi mano. Estaba cegado por la ira de no ser tomado en cuenta y no importar en esa familia. Ambos me detestaban por igual y no conformes con eso me pedían ceder a sus caprichos. No les daría un nieto, ni en ese momento ni nunca. Winter tampoco lo quería, y me lo hizo saber mientras caminábamos de regreso al hotel para buscar nuestras cosas. —¿Seguro que no quieres darle un nieto? Winter se sentó en el borde de la cama. Sus manos estaban sobre la maleta que ni siquiera desempacamos. Creíamos que tardaríamos un poco más, pero tuvimos suficiente. —Quiero lo que tú quieres —susurré al acercarme y agacharme—, y sé que no quieres un hijo. Winter metió sus dedos entre mi cabello. —Aprecio que me coloques por encima de tu familia, pero también lo he pensado. Tienes que dejarle a alguien tu legado. Y sé ahora que es lo mismo que quiere tu padre. No entendía cómo discutíamos eso cuando en la oficina se tornó hostil por el tema. Nunca lo discutimos, excepto la vez que me aseguró que no era lo que quería en ese momento. —¿Lo hablamos recuerdas? —Apreté sus rodillas—. No lo querías. ¿Qué te hace pensarlo ahora? Winter elevó mi rostro con ambas manos. —No quiero uno ahora, eso te dije, pero sí quiero saber si podemos tener uno. —Mordió su labio—. Quiero saber si cuando lo desee, podremos tener un mini Everett. No podía oponerme a ello. Si Winter quería averiguarlo, lo haríamos, sin embargo, no estaba completamente seguro del motivo por el que lo quería. La conocía tan bien, que la simple idea de plantearse esa interrogante era suficiente para causarme cierto ruido no deseado. Quizá Winter sabía algo que yo no, pero en ese momento solo quería complacerla. —Iremos mañana si quieres —murmuré. Se inclinó sobre mis labios. —Perfecto —afirmó en un susurro. No sabíamos lo que nos deparaba el futuro, pero sí sabíamos que lo que fuera lo solucionaríamos juntos, como el matrimonio feliz que fuimos después de meses de distanciamiento.
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