Después de viajar a Nueva York para hablar con mi padre sobre el nieto que no le daría, regresamos a Hawái. Cuando llegamos encontramos a una Mónica bastante alterada por un comentario de unas de las empleadas. No sabíamos al momento de qué trataba, hasta que hablé con Greg y Winter con ella. Durante el día trabajé en el resort, quería dejar todo en orden para el viaje a París en unas semanas, pero al llegar la noche, cuando Winter me esperaba en el pent-house del resort, me hizo una deliciosa comida y en lugar de hablar de nosotros, conversamos sobre la extraña situación de Mónica y Greg.
—¿Crees que lo resuelvan? —inquirió—. Pasaron meses.
Nos sentamos sobre los taburetes, con una copa de vino blanco en las manos y un postre digno de degustar.
—Creo que Mónica lo pone a prueba —respondió Winter con un trozo de dona en la boca—. Es como si lo tentara.
Winter amaba aún más las donas que meses atrás, por eso teníamos una enorme colección de donas en el pent-house.
—¿A qué? —Bebí un poco de vino—. ¿A qué lo tienta?
—A ver qué tan fuerte es y si soporta una adversidad.
Mientras Winter comía su postre y bebía el vino, pensé en sus palabras. No sonaba como una persona que hablara en tono jocoso. Ella realmente estaba segura de sus palabras, lo que me hizo pensar que Winter lo hizo conmigo. Probó hasta cierto punto mi paciencia, mi tolerancia, cuando imaginé que eran cuestiones del destino. Las mujeres eran malas cuando querían provocar daño, y aunque Winter no me hizo daño de manera premeditada, fueron esas pequeñas cosas las que me hicieron aún más pegado a ella, a nuestro amor, a que podíamos lograrlo.
—¿Tú lo hiciste? —inquirí—. ¿Probaste mi paciencia?
Winter frotó sus dedos para quitarse el azúcar.
—Todos los días. —Lamió el resto de azúcar de sus dedos—. Soy malvada, lo sabes, Everett.
Tiré de su muñeca y la acerqué a mi pecho. Lo que Winter pensó que haría no sucedió. Clavé mis uñas en sus costillas y le hice muchas costillas. Su risa resonó en el salón. Winter cayó sobre la alfombra, igual que la copa de vino. No se quebró, por lo que a Winter no le importó rodar como un perro hasta la caldera. Estaba encendida, con pequeños troncos quemándose.
—¡Detente! —suplicó—. Hablábamos de Mónica y Greg.
Me cerní sobre ella como una mole, mientras Winter continuaba retorciéndose. La miré a los ojos. Las sombras de las llamas creaban formas en su piel, mientras su pecho subía y bajaba con rapidez. Sus manos llegaron a mis brazos y sus respiraciones se calmaron. Hacer eso no era lo mejor, considerando que no teníamos más de ocho meses de operados, pero ansiábamos volver a nuestra antigua vida.
—Hablamos suficiente —susurré sobre sus labios.
Por esos momentos éramos plenos, completamente ajenos a lo que sucedió dos días después cuando fuimos al doctor. Tomamos el primer avión a Boston y nos vimos con un doctor experto en fertilidad. Nos quedamos en el resort después de los exámenes y regresamos el siguiente día por los resultados. No estábamos nerviosos ni asustados. Sabíamos que todo iría bien, aunque obviamos muchas cosas que el doctor nos contó.
—¿Qué clase de anticonceptivos usan? —preguntó.
—No usamos —respondió Winter—. Tenemos una fórmula.
Winter le contó que hacíamos un par de cosas para no usar anticonceptivos y que hasta ese momento funcionaban perfectamente. El doctor mantuvo su rostro de póker mientras Winter le contaba, sin embargo, lo que imaginamos que sería un excelente método, no lo era. Era algo mucho más grave.
—Tengo tus resultados, Winter. —Mostró el documento—. Tus ovarios no producen óvulos. Por eso no te embarazas.
Desvié la mirada del doctor a Winter.
—¿Qué significa, doctor?
El hombre nos explicó que debido a un defecto congénito que afectaba su tracto reproductor, Winter era casi infértil. También tenía quistes ováricos y desequilibrios hormonales. Winter mantuvo su rostro inanimado, pero la conocía y cuando toqué su mano, sus dedos temblaban. Winter no me miró a los ojos ni me permitió ser su hombro ni apoyo en ese momento. Ella quiso hacerlo por sí sola, como la enorme guerrera que era.
—¿Qué hay de Everett? ¿Él esta bien?
—Su esposo esta perfecto. —Asintió con la cabeza hacia mí y la miró a ella—. El problema es usted.
Sentía como las palabras le dolían a Winter. Y más cuando el doctore continuó contándonos que si queríamos tener un bebé debíamos tener relaciones cada dos días, porque el ovulo solo puede ser fecundado de doce o veinticuatro horas máximo después de ser liberado. Tampoco nos cerró las puertas.
—Una de cada cinco parejas a las que se le diagnostica infertilidad logran quedar embarazados sin tratamiento, pero en tu caso y como aun no alcanzas los treinta y cinco, podemos probar con varios métodos si quieres quedar embarazada.
Ambos miramos a Winter. Ella tragó saliva, movió su cuerpo y elevó el mentón. Ella no estaba segura de lo que haría, sin embargo, tampoco dobló sus pensamientos cuando no debía.
—No, no, doctor. No quiero un embarazo. —Me miró con melancolía—. Solo quería salir de dudas.
El doctor asintió y guardó los documentos en un sobre.
—De igual forma debes someterte a un tratamiento para que ovules a tiempo. Eso regulará tu periodo.
Winter no quiso preguntar, pero yo tenía más.
—¿Y qué hay de lo otro? Su defecto congénito.
—Tendrá que someterse a una ligera operación, pero será cuando lo decidas y después de destruir tus quistes.
Winter la asintió y le sonrió. No estaba cómoda con la conversación, así que nos levantamos y despedimos del doctor. Cuando salimos Winter respiró aire fresco. La vi cerrar los ojos y respirar profundo. No me miró y tampoco la toqué. Esperé hasta que ella decidiera hablar por sí sola.
—¿Es un castigo? —Giró hacia mí—. ¿Es un castigo por no querer tener hijos o me están dando lo que quiero?
Me acerqué a ella.
—¿Por qué dices eso?
Winter movió los hombros.
—No lo sé, Everett. —Tocó su cabeza—. Esto me esta descontrolando. No quiero que no tengamos hijos en un futuro. Te dije que no los quería ahora, pero cuando el doctor me dijo que quizá no pueda tenerlos, me hizo replantearme las cosas.
Cerró los ojos y lamió sus labios.
—¿Qué sucederá si no podemos? —Sus ojos se humedecieron—. Sé que no quieres quedarte solo conmigo.
—Nunca dije eso. —Apreté sus mejillas—. Eres suficiente para mí. Y no me importa si no podemos tenerlos. Luchamos mucho para estar juntos como para rendirnos ahora.
La apreté a mi pecho. Acaricié su cabeza y conduje su rostro a mi cuello. No quería que se preocupara por eso. Fuimos a ver un doctor porque ella lo quiso, no porque buscáramos un bebé.
—No te preocupes por eso ahora, amor. —Apreté su espalda—. Estaremos bien. ¿Sobrevivimos o no?
Winter limpió sus mejillas al separarse.
—No es lo mismo un s*******o a una infertilidad —replicó.
—No solo fue un s*******o. Estuvimos a punto de morir más de una vez. —Limpié la lágrima en su mejilla—. Si pudimos con eso, podremos con todo lo que suceda de aquí en adelante.
Besé su frente.
—Te lo prometo.