Winter no solo se conformaría con muchísimo vino, ella quería algo más, quizás una noche diferente a las últimas vidas. Nuestra vida no era como la que teníamos en California ni aquella majestuosidad que vivimos en Hawái un par de meses. El cansancio por el trabajo, las múltiples obligaciones de Winter y la infinidad de situaciones nos llevaron a volvernos un tanto rutinarios y aburridos. Extrañaba la emoción de una noche loca de copas y un par de sonidos al oído. Extrañaba tanto a mi esposa, la real, aquella que conocí en Santa Mónica, que en lugar de dejarla que hiciera lo que fuese que pensaba, tomé la iniciativa. No sería uno de esos esposos aburridos que están tan cansados que apenas logran terminar la cena cada noche. —Entremos —susurré en su oído. Los ojos cristalinos de Winter me