—¡Joder, joder, joder!— Janice miró el reloj digital que había al lado de la cama del hotel. ¿Cómo diablos había logrado dormir hasta la hora del almuerzo? Y hoy es la hora del almuerzo de todos los días.
Su madre se pondría furiosa y, de todos modos, en general estaba ligeramente decepcionada con Janice.
—Ah bien, estás despierto—. Sean estaba frente a ella. Vestía elegantemente, casi como si hubiera vuelto a planchar su camisa y sus pantalones. Quedaba una ráfaga de gel de ducha y champú del hotel, demasiado jabonosos y con aroma a pino. —La salida es al mediodía. Tienes dos minutos—.
—¿Por qué no me despertaste?— Saltó desnuda de la cama.
—Pensé que necesitarías descansar después de ese orgasmo temprano en la mañana—. Cogió su teléfono y su billetera y los deslizó en sus bolsillos.
Se agachó y cogió sus bragas. —Oh, Demonios—. Estaban rotos y no servían para nada. —Gracias por eso.— Los arrojó en dirección al contenedor. Aterrizaron medio encima.
—Te lo advertí—.
Ella gruñó y agarró su sostén, se lo puso rápidamente y luego encontró su camisa.
—Tengo que irme—, dijo, tocando su reloj. —Tengo un lugar donde estar—.
—¿Oh sí?— Se metió los brazos en la camisa y se miró en el espejo. Ella gimió. Su cabello tenía ese estilo 'bien y verdaderamente jodido' que tan a menudo lucía los domingos por la mañana.
—Sí, entonces nos vemos por ahí—. Hizo un gesto hacia la puerta.
—Lo que sea.— ¿Dónde diablos se habían ido sus pantalones? Tosió mientras continuaba buscando.
—Janice.—
Ah, allí estaban, arrugados junto al espejo de cuerpo entero. Ella rodeó la cama y los agarró.
—Janice.— Su voz era profunda y fuerte.
—¿Qué?— Ella le frunció el ceño y, con manos torpes, intentó cambiarse los pantalones del modo correcto.
—Lo digo en serio, ten cuidado al divertirte con extraños. Eres una chica agradable, atractiva y una maldita gata salvaje en la cama, y tengo las heridas para demostrarlo. Extendió la mano por encima del hombro derecho e hizo una mueca. —Estoy seguro de que podrías tener al chico que elijas, una relación a largo plazo no sería algo malo—. Sus cejas oscuras se arquearon. —¿Verdad?—
—¿Por qué? ¿Estás ofreciendote?
—Eh... no.— Había hablado rápido, definitivamente. —Exactamente mi punto.—
—No quiero decir... es sólo con mi trabajo y...—
—Las aventuras de una noche también me quedan bien. A los hombres nos gusta eso.
—Yo sé eso. Y que conste que eres un gran cabrón.
—Vaya, gracias por el cumplido—.
Él suspiró y pasó junto a ella, hacia la puerta. —Solo digo que tengas cuidado, está bien, quizás adquieras el hábito de decirle a alguien en quien confíes dónde estarás y a qué hora volverás a casa—.
—¿Qué vas actuar? ¿Como mi madre? Ella se puso los pantalones. —Quien, por cierto, sólo me va a aumentar la resaca porque tengo que ir a verla ahora—.
Él abrió la puerta. —Tienes suerte de estar viendo a la familia. He tenido que despedirme del mío por un tiempo—. —¿Tienes?—
—Sí, esto del trabajo—. Le hizo una señal para que saliera de la habitación.
Frunció el ceño, recogió sus zapatos, su teléfono y su bolso y luego caminó descalza por el pasillo alfombrado. —Trabajo de seguridad, ¿verdad?—
—Bien.—
Janice entró en su apartamento. El familiar olor a moho la golpeó. El maldito casero estaba siendo un fastidio con lo de arreglar el tejado. El lugar se estaba volviendo inhabitable. No es de extrañar que se despertara con tos la mayoría de las mañanas y que la ropa en el fondo del armario necesitara un lavado antes y después de usarla.
Después de dejar las llaves en un recipiente comprado en Benidorm el año anterior, se desnudó y se dirigió al baño. Por encima de ella sonaba la música. A sus vecinos les gustaba empezar temprano los domingos, otra razón para encontrar una conexión el sábado por la noche y quedarse fuera.
Ella miró fijamente su reflejo. Tenía los ojos enrojecidos, pero nada que un par de cafés no pudieran arreglar, y necesitaba que le quitaran el cabello de su estado enredado. Con un gemido, vio un chupetón morado y amoratado en el lado derecho de su cuello. Su madre ponía los ojos en blanco y murmuraba cuando lo veía.
—Maldición.— Janice se preparó y se metió bajo el agua de la ducha; últimamente siempre hacía frío, no tenía idea de por qué. Pero eso significaba que no se demoraría, y el tiempo era esencial.
Al cabo de veinte minutos, había tomado unas cuantas dosis de cafeína, se había peinado el pelo con el secador de pelo y se había vestido con una falda vaquera y una camisa de lunares rojos y blancos con el cuello levantado, con la esperanza de ocultar el chupetón ahora empolvado.
Mientras llamaba a un taxi, metió maquillaje en una bolsa; Tendría que arreglarse la cara de camino al restaurante.
— Covent Garden, ¿verdad?— dijo y saltó a su Uber.
—¿Janice Morris?—
—Sí. Date prisa, por favor, llego tarde a un almuerzo familiar—.
—Lo haré lo mejor que pueda.—
El conductor pisó el acelerador y se incorporaron al tráfico.
Janice se puso a trabajar en su rostro usando un pequeño espejo compacto. Comida familiar. Era extraño decir eso, especialmente cuando nunca había conocido a su nueva familia.