Capitulo 1
—Joder, ¿qué habitación es?—Preguntó Janice, con impaciencia .
—Dos, cero, uno—.
Agarró el brazo del galán que había recogido en el Bar y se tambaleó a su lado. Estaba cachonda. Tenía picazón que necesitaba rascarse. Y Scott (¿o era Sean?) había dado la impresión de que estaría preparado para el trabajo.
Más que dispuesto a ello, y además era muy sexy.
Estudió una placa numerada y luego señaló hacia la izquierda al final del pasillo. —De esa manera... Scott—.
—Es Sean—, gruñó. —Me llamo sean.—
—Eh, sí, por supuesto. Vamos, Sean, vamos al minibar.
Envolvió su grueso brazo alrededor de su cintura, prácticamente levantándola del suelo mientras doblaban la esquina. —Ya hemos bebido suficiente, hay antojos más importantes que satisfacer, ¿no crees?—
Ella se rió, disfrutando de estar abrazada a su cuerpo tonificado y calido. A través de su camisa de algodón negra podía sentir el contorno de su torso y, maldita sea, supuso que quedaría muy impresionada cuando lo viera.
—¿Vienes a Londres a menudo?— ella preguntó. Si fuera un polvo decente tal vez podrían encontrarse de nuevo.
—Ocasionalmente.— Su voz era áspera.
—Entonces, ¿cuándo volverás a la ciudad?—
Se detuvieron frente a la habitación doscientos uno. Sacó la tarjeta de acceso de una billetera de cuero n***o. —No por un tiempo.—
—¿Por qué? ¿Estás de vacaciones?
—Trabajo.— Abrió la puerta y la sostuvo con la palma de la mano. Tenía el ceño fruncido y sus ojos oscuros entrecerrados. Le hizo un gesto para que entrara.
—¿Qué es lo que haces de nuevo?— Cuando ella le había preguntado antes, él había sido vago.
—Te lo dije, seguridad—.
—Ah, sí.— Ella entró y, en el momento en que pasó junto a él, la puerta se cerró con un sonoro clic.
Lo siguiente que supo fue que estaba encerrada contra él. Su boca golpeó la de ella y gimió, aparentemente aliviado de estar cediendo a sus deseos.
Janice se acercó más. Sabía a whisky turboso que acababa de beber, y a hombre caliente y hambriento. Un estremecimiento la recorrió, apretando su vientre y humedeciendo sus bragas.
—Joder, eres sexy—, dijo, besándola en la mejilla y al mismo tiempo apretando su pecho derecho sobre su blusa.
Estaba sin aliento, con el corazón martilleando, se quitó los tacones de aguja y luego alcanzó su camisa, arrastrándola de la cintura de sus jeans negros con movimientos bruscos y frenéticos.
—Si quieres detenerte…— murmuró, —dílo ahora porque estoy casi en el punto sin retorno—.
Ella tiró de su camisa hacia arriba.
—No quiero detenerte, y si te detienes, te mataré—.
—Eh, puedes intentarlo—. Dio un paso atrás, se quitó la camisa y la arrojó hacia las sombras aterciopeladas. Tiró de su cinturón y lo rompió a través de la hebilla.
¡Mierda! Su mirada descendió por su cuerpo. El tipo estaba destrozado. Ella había ganado el premio gordo. Tenía los hombros y el pecho anchos, los bíceps abultados y los abdominales como una pared de ladrillos. Tenía un tatuaje oscuro en el pectoral derecho, una daga simplemente desenvainada con una serpiente enrollada alrededor de la hoja.
—Desnúdate—, dijo con brusquedad y se bajó los pantalones por las piernas. Sus boxers de Calvin Klein también eran negros. —A menos que quieras que te hagan trizas la ropa—.
Janice no necesitaba que se lo dijeran dos veces. Se quitó la camisa de seda azul eléctrico y luego los pantalones de cuero. Una oleada de frustración la atravesó cuando tardaron más de lo que esperaba en eliminarlos.
Pero él estaba allí, agachado y tirando de ellos, poniéndolos sobre sus pies.
—Jesús—, murmuró, —he estado duro como una piedra esta última hora en el bar—. Él la levantó, sus brazos alrededor de su cintura y su sujetador aplastado contra su pecho. —Muy incómodo si soy honesto—.
—Espero que te mantengas duro por un tiempo más—, dijo y pasó las manos por su cabello corto y puntiagudo.
—No te preocupes, no tengo ningún problema de resistencia—. Él le dio una sonrisa perversamente sexy. —Nunca tuve ninguna queja tampoco Clare—.
—Janice.—
Él se rió entre dientes. Bastardo se había equivocado de nombre a propósito.
Las cortinas no estaban del todo corridas y un lápiz de luz mantecosa de Londres se derramaba sobre las sábanas blancas. La dejó caer sobre la cama, se recostó sobre ella al instante y la besó de nuevo.
Su peso era delicioso y el calor de su cuerpo se extendía por su piel.
Ella abrió las piernas y dejó que él se acomodara entre sus muslos. A través de su ropa interior se conectaron. La sensación de su cuerpo, grande y acerada, provocó un gemido de anhelo en su pecho.
—Hazme tuya. Ella lo agarró por los hombros y le clavó las uñas. —Lo necesito—.
—Eres una cosita salvaje, ¿lo sabías?— Le quitó el sujetador y luego se agachó para llevarse el pezón derecho a la boca.
—Me han… dicho eso antes—. La sensación de su cálida y húmeda lengua lamiendo envió cálidos cosquilleos de placer sobre su piel.
—¿Te han dicho antes que eres salvaje, traviesa e imprudente?—
—¿Imprudente?—
—Sí, no me conoces. Podría ser un pervertido con malas intenciones—.
—Eso es lo que espero—.
Levantó la cabeza y fijó su mirada en la de ella por un segundo, sus ojos brillaron en la franja de luz y su respiración se aceleró. —Tal riesgo merece una paliza—.
—El sexo primero—. Ella sonrió. El tipo era guapo, de un estilo rudo, capaz y completamente masculino. Realmente había tenido suerte esta noche.
—Lo entendiste.—
Un apretón alrededor de sus caderas, luego un sonido desgarrador. Sus bragas habían mordido el polvo.
—Y es Sean, recuerda—, dijo, quitándose los boxers. —Para cuando estés gritando mi nombre en unos minutos—.
—Sigue adelante... oh...—
Con un gesto firme, él elevó su pierna derecha y delicadamente la deslizó sobre su antebrazo, mientras la mirada intensa de él se posaba sobre ella. La punta de su m*****o, envuelto en un condón, presionaba contra su entrada, despertando un latido en su mejilla.