María Isabel llegó a Requena al caer la tarde. Sus pasos eran lentos mientras se acercaba a la casa que sus padres habían rentado. Al entrar, vio a su papá, Salvador, con una expresión seria, fumando su puro en el salón.
—Si mamá llega y huele a tabaco, te irá mal —advirtió María Isabel con una sonrisa, tratando de aliviar la tensión—, y no tendrás argumentos para la defensa, porque el aroma te delata.
Salvador levantó la vista, sonriendo, y se levantó para recibirla con un fuerte abrazo que ella correspondió con cariño.
—Siempre sabes cómo hacerme reír, Mabel —respondió él, antes de apartarse y mirarla con seriedad—. Pero tenemos que hablar.
María Isabel asintió, sabiendo que la conversación sería inevitable. Se sentaron en el salón, y Salvador apagó su puro, dejando de lado la facet
