Tommy salió del apartamento, la angustia y el dolor de no poder tenerla a su lado estrujaba su corazón. Sabía que no podía quedarse de brazos cruzados, que debía encontrar una manera de enfrentarse a Aldo y liberar a María Isabel de sus ataduras. Con determinación, sacó su teléfono y llamó a los hombres misteriosos. —Necesito hablar con ustedes. Es urgente —ordenó Tommy con firmeza. Después de unos momentos de silencio, una voz respondió. —Muy bien. Nos encontraremos en el lugar de siempre. Tommy asintió y se dirigió a la calle, esperando la llegada de los hombres. No pasó mucho tiempo antes de que un coche oscuro se detuviera frente a él. Lo subieron al vehículo y, como de costumbre, le vendaron los ojos. El auto comenzó a moverse, y Tommy sintió las ya familiares vueltas y giros mien