María Isabel se dirigió una vez más a la prisión, esta vez con una pequeña bolsa de dulces y un libro de leyes bajo el brazo. Sabía que Tommy estaba finalizando la carrera de abogacía, y quería apoyarlo en su esfuerzo por redimirse. Cuando llegó a la sala de visitas, un guardia la escoltó hasta la mesa donde Tommy ya la esperaba. Él se levantó al verla, sus ojos verdes brillaron con una mezcla de esperanza, gratitud y algo más profundo que no se atrevía a expresar en palabras.
—Buenas tardes, Tommy —expresó María Isabel con una sonrisa suave mientras se sentaba y colocaba la bolsa de dulces y el libro sobre la mesa.
—Buenas tardes, Mabel —respondió Tommy, utilizando el apodo que solo su familia y los más cercanos usaban. La familiaridad en su voz provocó un leve sonrojo en ella.
María Isabel sacó algunos documentos de su maletín, pero primero empujó la bolsa de dulces hacia él.
Tommy abrió la bolsa y sonrió, tomó uno de los dulces y lo saboreó lentamente. Mientras lo hacía, los ojos de Mabel se enfocaron en los carnosos labios de él. La forma en que se movían, la suavidad con la que degustaba el dulce provocó en ella un hormigueo y una serie de pensamientos que no pudo contener. Se imaginó, aunque fuera por un breve instante, lo que sería besarlo. La idea la sorprendió y la hizo sentir culpable, pero no pudo evitarlo.
—Gracias. Son mis favoritos, y el libro... realmente lo necesito —mencionó, notó las mejillas sonrojadas de Mabel, frunció el ceño, la curiosidad en sus ojos era evidente—. Mabel, ¿por qué lo haces? ¿Por qué me ayudas si tú misma me condenaste? ¿Crees en mí? —preguntó Tommy, colocando su mano sobre la de ella.
En el momento en que sus manos se tocaron, ambos sintieron una intensa electricidad. Sus corazones latieron con fuerza, retumbando en sus pechos como tambores.
María Isabel sintió un calor recorrer su cuerpo, sus pensamientos se nublaron por un instante mientras imaginaba lo que sería estar más cerca de él, sentir sus labios sobre los suyos.
Tommy, por su parte, sentía una mezcla de esperanza, gratitud y un profundo amor que crecía día a día. La suavidad de la mano de María Isabel bajo la suya, la calidez de su piel, le dieron una sensación de consuelo y conexión que no había experimentado en mucho tiempo.
—Sí, Tommy, creo en ti —afirmó María Isabel con total seguridad.
Ambos se quedaron en silencio, sus miradas parecían atrapadas en un lazo invisible que los unía. Cada latido de sus corazones era un recordatorio de lo que sentían el uno por el otro. Aunque las palabras no se pronunciaban, sus ojos y su contacto físico lo decían todo.
María Isabel retiró su mano lentamente, tratando de recuperar la compostura. Sabía que no podía permitirse dejarse llevar por sus sentimientos en ese momento, aunque la atracción y la conexión con Tommy fueran innegables.
—Sé que cometí errores terribles, Mabel. No estoy tratando de excusar mis acciones, pero todo lo que hice fue por miedo y desesperación. Quería proteger a mi madre.
—Lo sé, Tommy. Y es por eso por lo que estoy haciendo todo lo posible para conseguir tu libertad condicional. Creo que mereces una oportunidad para redimirte, para demostrar que puedes ser mejor —mencionó.
Tommy la miraba con ojos llenos de amor, un sentimiento que crecía en silencio, lleno de respeto y admiración. María Isabel, aunque sentía algo por él, se negaba a darse cuenta, manteniendo su enfoque en la justicia y la redención.
—No sé cómo agradecerte todo esto —expresó Tommy, con la voz entrecortada.
—No necesitas agradecerme. Solo haz lo correcto cuando llegue el momento. Eso será suficiente —respondió María Isabel, sonriendo con ternura.
En ese momento, se dieron cuenta de que, a pesar de las barreras que los separaban, había una conexión innegable entre ellos. Ambos sabían que el camino por delante sería difícil, pero mientras mantuvieran la esperanza y la determinación, había una posibilidad de redención y, tal vez, de un nuevo comienzo.
El guardia apareció en la puerta, indicando que el tiempo de la visita se había terminado. María Isabel recogió sus documentos, sus dedos rozaron brevemente los de Tommy, fue un contacto que envió una chispa de electricidad a través de ambos.
—Nos veremos pronto —mencionó ella.
—Hasta pronto, Mabel —respondió Tommy, viéndola salir apretó los puños ansiando salir de prisión y limpiar su nombre, al menos de la acusación que pesaba sobre él de haber asesinado a ese hombre en prisión.
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María Isabel llegó a su despacho, aun sintiendo esa carga sobre sus hombros por la situación de Tommy y la apelación de su caso. Al abrir la puerta, se encontró con una escena inesperada. Su padre, Salvador Arismendi, el abogado más temido y respetado del mundo, estaba allí junto a su primo Joaquín. Ambos la miraron con seriedad.
—Papá, Joaquín —saludó, tratando de mantener la calma.
Salvador Arismendi se acercó, su presencia imponente llenó la habitación.
—Mabel, Aldo me ha contado algo que necesito que me aclares —comenzó Salvador, su voz era grave y autoritaria—. ¿Es cierto que estás intentando liberar a Thomas Moore?
María Isabel sintió un nudo en el estómago. Antes de que pudiera responder, Joaquín se adelantó, su rostro estaba lleno de indignación.
—¡¿Cómo puedes ayudar al hombre que nos hizo tanto daño a mí, a Gianna y a los niños?! —exclamó Joaquín, su mandíbula temblaba de rabia—. ¡Ese hombre arruinó nuestras vidas y ahora lo están acusando de matar a alguien en prisión!
María Isabel respiró hondo, tratando de mantener la compostura.
—Joaquín, entiendo tu dolor y tu enojo, pero hay cosas que no sabes. Tommy no mató a ese hombre en prisión. Fue una trampa —aseguró mirando a su primo a los ojos.
Salvador frunció el ceño.
—¿Una trampa? ¿De qué estás hablando, Mabel? —preguntó.
María Isabel dirigió su mirada a su padre.
—Papá, Tommy ha sido víctima de manipulaciones y falsas acusaciones. No es el monstruo que todos creen. Ha cometido errores, sí, pero hay circunstancias que deben considerarse. He descubierto que alguien está intentando incriminarlo para mantenerlo en prisión.
Joaquín no pudo contener su furia.
—¿Y qué hay de lo que nos hizo a nosotros? ¿De los niños? ¡Nos destrozó la vida! —gritó, su voz se volvió ronca, lleno de impotencia.
—Joaquín, sé que lo que pasó fue terrible, y nada puede cambiar eso. Pero Tommy también ha sufrido. Su padrastro lo manipuló, amenazó la vida de su madre. Estoy luchando por su redención porque creo que merece una segunda oportunidad —respondió María Isabel, con firmeza, pero con empatía.
Salvador la miró con una mezcla de preocupación y decepción.
—Mabel, ayudar a alguien como Tommy va en contra de todo lo que hemos defendido. ¿Estás segura de que estás haciendo lo correcto?
María Isabel sostuvo la mirada de su padre, con determinación en sus ojos.
—Sí, papá, estoy segura. Sé que es difícil de entender, pero creo en la justicia y en la redención. Y creo que Tommy merece esa oportunidad.
Joaquín negó con la cabeza, soltó un resoplido.
—No puedo entender cómo puedes defenderlo después de todo lo que nos hizo. No puedo perdonarlo.
María Isabel se acercó a Joaquín, poniendo una mano en su hombro.
—No te pido que lo perdones, Joaquín. Solo te pido que confíes en mí. Haré todo lo posible por asegurarme que no los vuelva a lastimar.
Salvador suspiró, su expresión se suavizó.
—Espero que sepas lo que estás haciendo, Mabel. Este caso no solo pone en riesgo tu carrera, sino también nuestra reputación.
María Isabel asintió, consciente del peso de sus decisiones.
—Lo sé, papá. Pero estoy dispuesta a asumir ese riesgo. Porque si no lucho por lo que creo, entonces no soy la abogada ni la persona que quiero ser.
El silencio llenó la habitación, mientras las palabras de María Isabel retumbaban en el aire. Sabía que la batalla por la redención de Tommy no sólo era legal, sino también personal y emocional. Pero estaba decidida a seguir adelante, sin importar los obstáculos que se presentaran