Amor en silencio.

1613 Words
Seis años después. —Me enteré de algo interesante hoy —musitó Aldo en un tono cargado de sarcasmo—. ¿Así que estás peleando por la libertad condicional de ese criminal? María Isabel sintió un nudo en el estómago. Sabía que esta conversación era inevitable, pero no esperaba que sucediera tan pronto. —Sí, estoy trabajando en su caso —respondió, intentando mantener la voz firme. Aldo se acercó, su expresión se volvía más oscura. —¿Te das cuenta de lo que estás haciendo? Ese hombre es peligroso, y tú estás poniendo en riesgo tu carrera por él. María Isabel dejó su computador a un lado, girándose para enfrentarlo. —Tommy tiene derecho a una segunda oportunidad. Ha pagado por sus errores y merece redimirse, es cierto luchamos por hacer justicia, pero cuando vemos el cambio en las personas, consideramos que tienen derecho a la redención. Aldo soltó una risa amarga. —¿Redimirse? ¿Es eso lo que llamas ayudar a un criminal a salir de prisión? No puedo creer que te estés involucrando tanto con él. ¿Qué es lo que te pasa, Mabel? El corazón de María Isabel latía con fuerza. Sabía que Aldo no entendía, que no podía entender la complejidad de su relación con Tommy, pero sus palabras aún dolían. —Estoy haciendo mi trabajo, Aldo. Y más allá de eso, creo que Tommy merece una oportunidad de redención. No es solo un criminal, es una persona que ha sufrido y está tratando de cambiar. Aldo se acercó más, invadiendo su espacio personal. —¿Y qué pasa con nosotros, Mabel? ¿Dónde quedamos nosotros en todo esto? ¿Realmente piensas que un hombre como él puede cambiar? ¿O hay algo más que no me estás contando? La acusación implícita en sus palabras hizo que María Isabel sintiera una punzada de ira. —¿Qué estás insinuando? —preguntó, alzando la voz—. ¿Qué tengo algún tipo de interés personal en él? ¡Por favor, Aldo! Estoy tratando de hacer lo correcto, de seguir mis principios. No todo es blanco y n***o. Aldo la miró fijamente, su expresión se endureció. —Tal vez no todo es blanco y n***o, pero no quiero ser parte de un escenario donde mi novia defiende a un delincuente. No quiero estar con alguien que pone en riesgo todo por un criminal. María Isabel sintió las lágrimas arder en sus ojos, pero se mantuvo firme. —Tommy no es solo un delincuente. Es una persona con una historia, con motivos. Y yo... yo solo quiero darle una oportunidad para redimirse. Si no puedes entender eso, entonces tal vez tienes razón, tal vez no deberíamos estar juntos. Aldo se quedó en silencio por un momento, mirándola con una mezcla de incredulidad y furia. —No puedo creer que estés eligiendo esto. Lo estás poniendo a él por encima de nosotros. —No estoy eligiendo a nadie —respondió María Isabel, su voz era entrecortada pero decidida—. Estoy eligiendo hacer lo que creo que es correcto. Si no puedes respetar eso, entonces tal vez deberíamos replantearnos nuestra relación. Aldo tomó su maletín con un movimiento brusco. —Tal vez tienes razón. Tal vez deberíamos —musitó antes de salir del apartamento, dejando a María Isabel sola, con el corazón pesado y la mente llena de dudas. María Isabel se quedó en el comedor, escuchando el eco de la puerta cerrarse. Sentía una mezcla de alivio y tristeza. Sabía que había tomado una decisión difícil, pero también sabía que era la correcta. Su compromiso con la justicia y con Tommy era fuerte, y no permitiría que nadie la desviara de su camino. *** Tommy despertó de una de las pesadillas que lo atormentaba. Abrió los ojos y se encontró en la fría y sombría celda de la prisión. Ya llevaba ahí varios años, pero los remordimientos lo perseguían sin tregua. Se incorporó lento, apoyándose en el catre duro y desvencijado, mientras sus pensamientos giraban al daño que le hizo a Gianna y Joaquín. La luz tenue de la mañana apenas se filtraba por la pequeña ventana enrejada. Tommy se frotó los ojos y suspiró. Recordaba con nitidez aquel encuentro, la furia en los ojos de Gianna, su desprecio, y la profunda herida que había causado. No podía escapar de esos recuerdos, eran su compañía constante en aquel lugar. Se levantó con pesadez y caminó hacia la puerta de la celda, observando los muros grises y fríos que lo rodeaban. Cada día allí era un recordatorio de su culpa, de los errores que lo habían llevado a perderlo todo. La culpa lo consumía, y el arrepentimiento era un peso que no podía sacudirse. Tommy se dejó caer en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, y se quedó mirando al techo. Sabía que no había manera de deshacer el daño que había causado, y el peso de sus acciones lo hundía en un abismo de desesperación. La imagen de Gianna, sus lágrimas, su dolor, estaban grabados a fuego en su memoria. El guardia pasó por delante de su celda, echándole una mirada rápida antes de seguir su ronda. Tommy cerró los ojos, tratando de encontrar algún alivio en la oscuridad, pero los remordimientos eran implacables. No había escapatoria, y la prisión no era solo física, sino también mental y emocional. En ese momento, Tommy se dio cuenta de que su castigo no era solo estar allí, sino vivir cada día con el recuerdo de lo que había hecho. Y esa era una prisión de la que no podía escapar, no importa cuántos años pasaran. Tommy recordó el bello rostro de la única mujer que lo había ayudado, su ángel guardián: María Isabel Arismendi, la misma abogada que lo había condenado, ahora buscaba su redención. El día que la conoció estaba grabado en su memoria: era hermosa, de facciones suaves y dulces, alta, delgada, de piel clara, cabello castaño claro, y ojos verdes. En aquel momento, Tommy tenía un par de costillas rotas y unos cuantos hematomas en el rostro. Se veía fatal. Recostado en la cama del hospital, con los ojos cerrados, Tommy intentaba descansar cuando la puerta de la habitación se abrió. El ruido de unos tacones de mujer alertó sus sentidos. Pensó que se trataba de Francesca, pero al abrir los ojos, su mirada se encontró con el rostro más bello que jamás había visto. Parecía una aparición divina, como un ángel. La piel de aquella mujer era fina y nacarada, sus facciones delicadas, sus ojos eran verdes y su cabello castaño claro. —Vengo a exigir que retires la denuncia en contra de Joaquín Zapata, caso contrario te demandaremos por acoso —había enfatizado ella. Tommy había reaccionado, sacudiendo la cabeza para despejar sus pensamientos. —¿Qué has dicho? —había preguntado ella. —No te hagas el inocente conmigo. Sabes bien a lo que me refiero. No vengo a pedirte ningún favor, sino a exigirte que te amarres bien los pantalones y digas la verdad —había enfatizado María Isabel, observándolo con profunda seriedad, sus ojos centelleantes de ira. Solía poner aquella misma mirada gélida que su padre. Tommy la había contemplado, admirando su temple de acero pese a su juventud. «Fascinante», pensó, antes de reaccionar. Tommy en ese momento había sentido una mezcla de respeto y temor hacia ella. En ese instante había comprendido que María Isabel no era una abogada cualquiera. Ella era fuerte, decidida y no se dejaba intimidar. Su presencia había dejado un impacto profundo en él, y aunque en ese instante no lo sabía, esa mujer se había convertido en pieza clave en su camino hacia la redención. Con el paso del tiempo, él se había enamorado de la abogada en silencio. Sabía que era un amor prohibido: él era un delincuente, y ella una mujer que luchaba por la justicia, además estaba en medio Aldo Montemar, el odioso novio. En su celda, Tommy reflexionaba sobre todo esto. Recordaba las palabras y las miradas de María Isabel, la firmeza en su voz, y la determinación en sus ojos. Ella no era simplemente una profesional haciendo su trabajo; parecía tener una misión personal en ayudarlo, aunque él no entendía completamente sus motivos. «¿Por qué lo hace?», pensaba Tommy mientras se recostaba en su catre. «¿Por qué alguien como ella, con un futuro brillante y una vida ordenada, se preocupa por alguien como yo?». La incertidumbre lo corroía, pero al mismo tiempo, se aferraba a la esperanza que María Isabel le ofrecía. Cada visita de ella era un recordatorio de que no estaba solo en su lucha por la redención. Con cada palabra, cada gesto de apoyo, Tommy sentía que su vida tomaba un rumbo distinto. Ella sin darse cuenta le daba las fuerzas para luchar adelante. Pero también sabía que sus sentimientos hacia María Isabel eran complicados. Se había enamorado en silencio, una emoción que mantenía oculta y reprimida, consciente de las barreras insalvables que los separaban. Tommy suspiró, sus pensamientos vagaban entre el amor y la culpa, la esperanza y el temor. Sabía que el camino hacia su redención no sería fácil, pero con María Isabel a su lado, al menos tenía una oportunidad. Y aunque sus sentimientos debían permanecer en la oscuridad, eran un faro que lo guiaba, una razón más para intentar ser un hombre mejor. Mientras se preparaba para su próximo encuentro con ella, Tommy se juró a sí mismo que no la defraudaría. «Haré todo lo posible por demostrar que merezco una segunda oportunidad, aunque el precio sea mantener este amor en silencio» Sabiendo que nunca podría ser correspondido.
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