Sus labios quedaron peligrosamente cercanos, tan próximos que podían sentir el aliento del otro. Tommy, tratando de controlar la marea de emociones que lo invadía, sintió que cierta parte de su cuerpo comenzaba a despertar con la cercanía de María Isabel. Era una reacción que no podía controlar, intensificada por el contacto y la conexión que compartían en ese momento.
María Isabel, sintiendo la tensión creciente entre ellos, no pudo evitar dejar que su mirada se deslizara por el rostro de Tommy hasta sus labios, imaginando por un instante lo que sería besarlo. Su respiración se volvió más rápida, y sus pensamientos vagaron hacia imágenes candentes que no podía evitar. Sorprendida por la intensidad del momento, intentó recomponerse. Se dio cuenta de lo cerca que estaban y cómo sus cuerpos se tocaban, creando una conexión que iba más allá de lo físico.
—Tommy, yo... —comenzó, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta.
Ambos se quedaron inmóviles por un instante, sintiendo la tensión y la atracción que los envolvía. Pero, sabiendo que no era el momento adecuado, se frenaron mutuamente.
Ambos sabían que eso era incorrecto, que no era el momento ni el lugar, pero la atracción era casi abrumadora. Con un esfuerzo consciente, Tommy se separó ligeramente, intentando recuperar la compostura sin apartar del todo su contacto.
—Lo siento —susurró intentando normalizar sus emociones—. No quería que esto pasara.
María Isabel, también luchando por calmar sus emociones, sonrió suavemente.
—No te preocupes, Tommy. Estas cosas pasan —respondió, tratando de sonar casual, aunque su corazón seguía latiendo con fuerza.
Ambos se levantaron, aun sintiendo la intensidad del momento en sus cuerpos. Tommy, empapado y sintiéndose incómodo, decidió quitarse la camiseta, revelando su firme pectoral. María Isabel no pudo evitar recorrer con sus ojos su musculoso torso, notando cómo las gotas de agua resbalaban por su pecho. Sintió que se derretía por dentro, imaginando cosas más íntimas de lo que se atrevía a admitir.
—Déjame buscarte una toalla —expresó ella rápidamente, tratando de distraerse de sus pensamientos.
Cuando regresó con la toalla, Tommy se la agradeció y comenzó a secarse. María Isabel trató de concentrarse en cualquier cosa menos en el cuerpo de él, pero cada vez que veía una gota de agua resbalando por su piel, su imaginación se desbordaba.
—Gracias por la toalla —expresó Tommy rompiendo el silencio.
—De nada —respondió María Isabel, intentando sonreír con naturalidad—. ¿Cómo va la tubería?
Tommy miró la tubería y luego a ella.
—Creo que está casi lista. Solo necesito ajustar un par de cosas más y debería estar bien.
María Isabel asintió, todavía sintiendo el calor de la tensión entre ellos.
—Está bien. Si necesitas algo más, avísame —solicitó tratando de mantener la profesionalidad, aunque su mente seguía imaginando escenarios más íntimos.
Finalmente, Tommy terminó de arreglar la tubería y se giró hacia María Isabel, sonriendo.
—Listo. Creo que ya no habrá más fugas —dijo con orgullo.
—Debes quitarte esa ropa mojada —recomendó y ponerte la que compramos, ven te indico donde queda el baño —expresó ella.
Tommy asintió, también la contempló, tenía la falda pegada a sus firmes y espectaculares piernas, la blusa se ceñía sobre sus voluptuosos senos, también se imaginó deslizando su lengua por ese par de montañas, de pronto reaccionó y sacudió la cabeza.
—También debes quitarte esa ropa.
Fue en ese momento que María Isabel reaccionó y se dio cuenta que también estaba empapada. Sonrió.
—Creo que ambos necesitamos una ducha después de este desastre —dijo María Isabel, tratando de aligerar el ambiente.
—Sí, definitivamente —respondió Tommy, sintiendo la incomodidad de la ropa mojada pegada a su piel.
María Isabel lo guio hacia el baño de invitados y le dejó una toalla limpia y una muda de ropa.
—Puedes ducharte aquí. Yo usaré el baño de mi habitación —dijo ella, señalando la puerta del baño de invitados.
—Gracias, Mabel —dijo Tommy, agradecido.
María Isabel se retiró a su habitación, dejando a Tommy en el baño de invitados. Mientras el agua caliente caía sobre su cuerpo, él cerró los ojos y no pudo evitar que sus pensamientos vagaran hacia María Isabel.
En su mente, se imaginó el momento en que la sostuvo después de caer. Recordaba la suavidad de su piel, el perfume embriagador y la cercanía de sus labios. Mientras el agua corría por su cuerpo, la imagen de María Isabel se hizo más vívida. Imaginó cómo sería sentir sus labios contra los suyos, cómo sería tenerla completamente.
La fantasía se intensificó. En su mente, María Isabel se acercaba a él bajo la ducha, su cuerpo desnudo presionaba contra el suyo. Podía sentir el calor de su piel, el roce de sus pechos contra su pecho. Las gotas de agua caían sobre ellos, creando una atmósfera íntima y cargada de deseo.
—Tommy... —imaginaba que susurraba ella, sus labios a milímetros de los suyos.
La imagen de sus cuerpos entrelazados bajo el agua lo hacía desearla más intensamente. Sus manos recorrían el cuerpo de María Isabel, acariciando cada curva, cada línea. Sentía cómo ella respondía a su toque, sus gemidos suaves llenando el baño. Mientras la mano de él se deslizaba por su firme falo. El deseo se hacía casi insoportable. Se imaginaba a sí mismo explorando cada parte de su cuerpo.
María Isabel se entregaba completamente, su cuerpo moviéndose contra el de él, en una danza apasionada.
La mano de él sobre su endurecido miembr0 aceleró los movimientos. La fantasía alcanzó su clímax cuando imaginó a María Isabel mirándolo con esos ojos llenos de deseo y amor, temblando bajo su cuerpo.
Tommy soltó un gruñido, pegó su frente a la ducha, mientras alcanzaba su propia liberación. Sabía que debía mantener esos pensamientos bajo control, pero la intensidad de sus sentimientos por María Isabel era innegable.
Terminó de ducharse y se vistió con la ropa limpia que ella le había dejado. Se sentía renovado y más decidido que nunca a demostrarle que podía ser el hombre que ella necesitaba, alguien digno de su amor y respeto.
Mientras tanto, María Isabel también en su alcoba, trataba de ordenar sus propios pensamientos y emociones. Sabía que la atracción entre ellos era fuerte, pero también sabía que debían ser cuidadosos y respetar los límites que se habían impuesto.
De pronto el timbre del apartamento sonó, María Isabel ya se había duchado, su cuerpo estaba envuelto en un albornoz, entonces salió a abrir.
—¡Papá! —exclamó sorprendida al ver a Salvador Arismendi, su padre, parado en la puerta.
En el preciso momento que Salvador entró al apartamento Tommy apareció en la sala, también con el cabello mojado y sin camisa, oliendo al mismo jabón de tocador. Al ver al importante abogado se quedó congelado.
Salvador frunció el ceño, observando a Tommy y luego a su hija. La situación le parecía más que sospechosa, y no estaba dispuesto a ignorar lo evidente.
—¿Qué está pasando aquí, María Isabel? —preguntó Salvador elevando el tono de su voz.