El hombre me queda mirando a los ojos sin poder creer que he tenido un orgasmo en lleno escenario, y para colmo, enrollada en su cadera.
Un leve suspiro se escapa de mi boca, y muerdo mi labio inferior debido a la alta excitación y la vergüenza. No me dice nada, me sigue sosteniendo y simplemente opta por bajar del escenario conmigo encima.
Todas gritan, y le ruego a Dios que nadie se haya percatado de ese momento. Veo que los otros prostitutos suben al escenario y el show continua cómo si nada. Nos vamos al backstage y él camina aun sin bajarme.
No sé que me ocurre que tampoco deseo bajarme. Siento un deseo s****l tremendo, mi cuerpo arde y mi centro palpita. Mi cuerpo bajado, y tengo que poner de todo mi esfuerzo para no tambalearme y caer. Me doy cuenta que estamos en una habitación que parece un camerino o algo así.
—¿Quién eres? —me pregunta con una sonreía de oreja a oreja.
Nos quedamos mirando fijamente. Él con cara de casanova, yo con cara lasciva. ¿debería de decirle mi nombre, a un prostituto desconocido? No, no lo creo…
La puerta es abierta de sopetón, pero ninguno de los dos voltea s ver quien ha llegado.
—Estupendo, como siempre! —dice el hombre con alevosía. Se percata de mi presencia y se detiene—. Ya veo que estas ocupado… bueno, te dejaré esto por acá y me retiro.
Me obligo a mirarle. Deja un vaso con lo que supongo es alcohol. El prostituto lo toma sin dejar de mirarme y bebe de él con total confianza. Volteo y veo al recién llegado irse, cerrando la puerta tras de sí.
Dejo a un lado por esta noche a la Aria perfecta, meticulosa, cuidadosa y amargada. Le quito el vaso y de un solo trago me bebo el resto del contenido y lo tiro a no se de donde, oyendo como se hace añicos.
A la mierda
Me prendo de sus labios y los devoro con ímpetu. No sé que me pasa, pero justo en ese momento siento un deseo s****l tremendo y no me voy a detener hasta conseguirlo.
El hombre me carga en sus brazos y corresponde a mi beso con una ferocidad que me enciende, me queda y hace que mi centro arda.
Estoy húmeda, deseosa y necesitada de una buena sesión de sexo.
Mi espalda impacta contra la pared y un gemido sale de mis labios. Siento como sube mi vestido y por no tener nada debajo, siento todo piel contra piel.
Sus manos aprietan mis gruesas piernas en medio de un intenso beso. No sé en que comento ocurre, este prostituto es un experto en lo que hace, porque siento su m*****o erecto rozar mi centro y eso me vuelve loca, una loca necesitada de acción.
—¿Cómo te llamas? —pregunta con sus labios legados a los mío.
—Eso no es relevante ahora… —respondo entre gemidos.
—Bueno, yo soy Mike y justo ahora te voy a dar la follada de tu vida.
—¡Ah! —gimo cuando me penetra sin un ápice de delicadeza, para luego moverse de donde estamos y así tirar mi cuerpo en una superficie fría, haciendo que mi espalda impacte nuevamente. Jadeo por el dolor, peor también por el placer de eso. Es lo más loco que he hecho en toda mi vida y no pienso detenerme.
—No quiero lamento mañana —me dice besando mi cuello.
—No los tendrás —respondo agitada mientras subo el vestido con la desesperación de ser embestida aquí y ahora.
Cuando siento la segunda estocada, gimo, entierro mis uñas en su espalda denuda y cierro mis ojos. Dejo que el deseo s****l se apodere de mi mente, con la bruma de al fin experimentar y vivir la experiencia como una rubia por ahí me ha aconsejado.
[…]
Un molesto tono de llamada no se cansa de sonar. Mi cabeza quiere explotar. Me duele todo el cuerpo y debo de tapar mis oídos para no escuchar nada.
—¡Hanna! ¡Apágalo ya! —me quejo, pero el tono vuelve a sonar y me tengo que obligar a abrir mis ojos. Mi cerebro duele, al igual que mi cuerpo y mi alma.
Los abro lentamente y observo el techo. Es de madera, no recuerdo que mi habitación tuviera techo de madera, eso es imposible. Me obligo a estabilizar mi mente, pero no recuerdo nada. El pánico se apodera de mí y me levanto de un solo golpe.
—No, no, no, no, no —estoy desnuda, en la habitación de algún hotel de mala muerte. Mi vestido está roto tirado en el suelo y no veo mi bolso, y mucho menos mi móvil. Quiero llorar, mis manos tiemblan y no quiero pensar lo peor—. ¡Hanna!
Grito histérica.
—¡Deja de gritar Laura! —¡Ay carajo! Volteo hacia la cama con el pánico en mi pecho y lo veo.
Acostado boca abajo, mostrando una panorámica de su cuerpo, está mi secuestrador plácidamente dormido.
No pienso, no coordino, actúo bajo el miedo y tomo mi tacón dorado y se lo pego en la cabeza con la ilusión de matarlo.
—¡Maldición! —se pone de pie en segundos y todo desorientado busca a su atacante. Vuelvo a tomar el otro tacón y lo apunto con la parte puntiaguda—. ¿Estás loca?
—¡Tú me has secuestrado y violado! ¿¡Qué esperabas!?
—¿¡Qué!? —es un buen actor. Pero no bajo la guardia. Lo veo mirarme de arriba abajo y caigo en cuenta que estoy desnuda.
—Los ojos arriba idiota —acata —. No sé quien eres, no sé donde estoy, así que voy a gritar como loca hasta que alguien venga a mi rescate.
—Estamos iguales. Puedo yo gritar también y decir que tú me has violado.
Me río con ganas y él aprovecha ese descuido mío y se acerca y me arrebata el tacón.
Grito, pataleo, pido ayuda como si mi vida dependiera de ello. Ambos forcejeamos. Lo muerdo, él intenta tapar mi boca pidiéndome que me calme, pero estoy fuera de mí así que no hago otra cosa que no sea gritar. Lo empujo, lo araño y hasta intento en darle en su entrepierna, pero él tiene más fuerza que yo.
La puerta se abre de par en par de forma abrupta y entra un oficial apuntándonos a ambos y otro señor con un juego de llaves en su mano.
—¡Arriba las manos! —ambos lo hacemos. Quedo estática sin poder decir alguna palabra. Jamás había visto un arma tan de cerca, y mucho menos que me apuntaran con ella.
—Señores Phill ¿¡Qué sucede!? —¿Acaba de decir “señores Phill”!?
—¡Oficial! ¡Este hombre me ha secuestrado!
—¿Qué dice señora Aria? ¡Ese hombre es su esposo! —me quedo fría, confundida, sin palabras y perpleja—. Anoche se casaron en mi capilla, lucían bastante enamorados y pasionales.
—¿Está seguro señor? —pregunta el oficial aun apuntándonos.
—¡Por supuesto! ¡Yo los casé vestido de Elvis! Mire —señala la mesa ratona—. Ahí está el acta de matrimonio firmada por los dos.
—Carajo —dice el hombre desnudo a mi lado.
—Turistas… —declara el oficial con fastidio bajando el arma.
¿Y yo? Yo deseo que me trague la tierra justa ahora.
¿Qué hice?