Lo que mis ojos ven, me dejan estupefacta. La señora Suite Entertainment, con dos dormitorios, camas extra grandes, y vista a las Vegas Strip nos da la bienvenida.
La ostentosa Suite tiene un costo de más de dos mil dólares por noche. Con el trabajo que tengo, jamás de los jamases podría haber pagado por algo así.
Justo en este momento de mi vida, me siento dichosa de ser la mejor amiga de una estrella del maquillaje, y su prometido abogado, de familia religiosa, pero millonaria.
—¡Esto es una locura! —digo admirando la decoración. Esto es una casa. Hay unos bellos muebles en color beige, combinados con un gran juego modular en cuero más claro. Todo el piso es de mármol, y debajo de los muebles, hay una gran alfombra en dorado haciendo juego con ellos. Una mesa de centro, que se dividen en dos piezas; una color beige, y la otra negra.
Hasta los simples cojines decorativos, se ven que cuestan una fortuna.
Hay una gran ventana que te ofrece una preciosa vista, y también un pequeño balcón. Cada lámpara, cada cuadro decorativo es más bello que otro. Si esto es así, no me quiero imaginar las habitaciones.
—Esta vez, Leo se excedió —dice mi amiga entre el asombro y la risa—. No me alcanzarán las noches de sexo para recompensar esta locura.
—Dime por favor, que no pasarás estos cinco días hablando de tu magistral sexo con Leonardo…
—Tienes razón —me muestra el dedo meñique—. Prometo no mencionar nada íntimo entre Leo y yo por estos cinco días —entrelazo mi dedo con el de ella y cada una le da un beso, para así sellar nuestra promesa.
—Bueno, me urge ver mi habitación. ¿Salimos en dos? —pregunto.
—Salimos en dos… —confirma.
Salgo casi que corriendo y cuando abro la puerta y veo mi habitación, pego un grito cargado de emoción.
Esto es indescriptible, ostentoso, una total locura. Mis ganas de tocar todo, de deleitarme en la preciosa tina que veo desde donde me encuentro, revisar cada gaveta del baño y oler cada perfume, fragancia y demás me invaden. Digamos que tengo una leve fascinación con oler los productos de higiene intima. Hanna le llama fetiche. Puedo pasar hasta más de tres horas, tirada en el suelo, probando cada uno sin importarme nada más.
La puerta de mi habitación se abre de forma abrupta que me hace gritar y dar un salto.
—¡Hanna! ¡Me asustaste!
—Salimos en dos —enfatiza y la veo poner en la cama el vestido que le pedí prestado—. En dos, Arita. Deja tu fetiche para mañana cuando te estés muriendo con la resaca.
—Yo no… —no me da tiempo a responder, sale de la habitación cerrando la puerta con fuerza y gritándome nuevamente que salimos en dos horas.
Dejo a un lado mis ganas de probar cada cosa, y coloco mi maleta en la cama, la abro y junto al vestido, coloco mis tacones dorados y nada más. Por lo delgado de la tela, no necesito usar ropa interior, así que esta noche, sentiré la fresca brisa de Las Vegas, en todo mi interior.
Me desprendo de mi ropa a toda prisa, y entro a la ducha para darme un baño. Conozco a Hanna, y para maquillarme, necesitará sus minutos, sin contar con que ella también debe de arreglarse, así que, me apuro lo más que puedo y comienzo a ducharme y depilarme como si estuviese un una carrera.
[…]
Casi media hora después, y salgo de la ducha con mi cuerpo cubierto en una suave toalla. Hasta la simple toalla vale más que mi sueldo por hora. Esto que estoy viviendo, debe ser una prueba. Toda mi vida me he esforzado en dar lo mejor de mí, en ser la mejor en todo, en sobresalir, estudiar, conocer el mundo donde deseo crecer como profesional. Todo este tiempo me estuve preparando, sé hablar tres idiomas, conozco el mercado, ¿y para qué? Para terminar siendo la asistente de un hombre gordo, lleno de barba que no se casa de ver mis tetas, y eso que voy con ropa muy formal a la oficina.
Así que, por primera vez en la vida, le hago caso a mi amiga y dejo toda la miseria que estoy viviendo allá en Seattle, aquí en Las Vegas, seré una Aria distinta, dispuesta a disfrutar y olvidarme por cinco días de mi mala racha.
Saco la Body Lotion Mademoiselle de Coco Chanel que me obsequió Hanna el año pasado, por motivo de mi cumpleaños. Aplico en mi palma y comienzo a untar mis piernas, abdomen, pecho, hombros, cuello, y hasta por donde no llega el sol.
Es exquisita, su aroma es cautivador y como me siento así, pues así quiero oler también.
No me coloco ropa interior, porque con este diminuto vestido no se puede. Lo tomo y comienzo a entrar en el, frente al gran espejo que adorna la habitación. Me queda perfecto, se ajusta a mi cuerpo y el escote que tiene en el pecho me hace ver diva, junto con el de la espalda, dejándola toda descubierta, empoderada y lista para bailar.
Tomo los tacones dorados que traje, y me los ajusto en mis pies. Son de punta fina y la delgada correa me hacen lucir las piernas estilizadas.
Miro mi reflejo en el espejo y sonrío. Me gusta lo que veo, primera vez uso algo tan sexy y atrevido y me gusta.
Mi cabello lo dejo lacio, no lo tengo tan largo, así que no cubrirá mi espalda. Unos pequeños pendientes de algún diamante desconocido para mí, que me regaló Leonardo también en mi cumpleaños me los coloco. Vuelvo a rociar perfume, y salgo de la habitación para que Hanna me maquille y así terminar la transformación como se debe.
—¡Wow! —es lo primero que digo cuando entro a la habitación de rubiales. Está como toda una reina del estilismo. Enfundada en un vestido transparente, con parches de lentejuelas plateadas en lugares estratégicos, para no mostrar más de lo que debería. Unas botas plateadas altas, y un abrigo gigante color n***o, al mejor estilo Las Vegas, modela mi amiga en cuanto me ve entrar.
—¡Wow! ¿Quién eres y que hiciste con mi amiga la conservadora?
—Se quedó en Seattle —respondo con una ceja alzada.
—¡Así se habla! —se acerca y me levanta el vestido, como puedo, me cubro mi feminidad con las manos, mientras peleo con ella—. ¡Arita! Ojalá no te agarre un viento fresco.
—¡Hanna! Debería de ir y...
—Silencio —pone su dedo índice en mis labios—. Así se usa, así se queda. Repite conmigo.
Y como si ella me hipnotizara, repito las palabras una y otra vez hasta no sentirme pervertida por andar sin ropa interior en plena, Vegas.
—Chica buena —ruedo mis ojos—. Toma, brindemos, te concedo los honores.
Tomo la fina copa de cristal y ojeo en líquido dorado burbujeante y la alzo.
—Porque esta noche, sea el comienzo de noches maravillosas para ambas. El comienzo de una nueva vida, y el abre boca de lo que será la vida de casada. Te amo mi Hanna, la rubia más loca, desquiciada y fiestera que conozco; pero, también la más centrada, trabajadora y pasional que existe. ¡Porque está noche, sea inolvidable!
—¡Amén hermana!
Nos reímos y bebemos del delicioso champán al mismo tiempo.
Esta noche seré otra Aria, esta noche disfrutaré con mi amiga e incluso le demostraré, que no necesito de alcohol, para ser divertida.
[…]
—¿No es una broma, verdad? —pregunto una vez bajadas del taxi. Estamos frente a la entrada y tengo pánico de entrar ahí—. ¿Acaso no tienes miedo de que Leonardo se entere?
—Arita linda, Leonardo está aquí en la ciudad con sus amigos, en algún club de mujeres nudistas, disfrutando de su despedida de soltero también.
—¿¡Que!? —abro mis ojos bien grandes y ella se ríe.
—Aria, Leonardo sabe muy bien que si tan solo toca a una de esas mujeres, es hombre muerto.
—¿Cómo puedes estar tan segura de eso? —me cruzo de brazos y la encaro.
—Cuando estás con un hombre por tantos años, sabes muy bien si te miente o no. Créeme, ojo de loca, no se equivoca Spencer —me guiña un ojo
La observo, la analizo y aprendo. Mi Hanna podrá verse como una rubia sin cerebro, pero no lo es. Estoy más que segura, que incluso el diablo la busca para pedirle consejo.
Tomo su mano y ambas caminamos para entrar al club. Sus luces azules me llaman la atención, digamos que te marean, o soy yo la mareada, no lo sé.
Al entrar, la música nos da la bienvenida. Las luces por doquier, los colores azul, blanco y rojo en neón, son los que predominan. Un hombre bastante musculoso nos lleva a una de más mesas. Todas están acomodadas al frente de un escenario, y a nuestra izquierda, está la barra donde hay personas bebiendo y otras esperando ser atendidas.
—No pienso beber más —declaro luego de haberme tomado un trago de Brandy de Jerez.
De pronto las luces se apagan y todas las mujeres locas de mi alrededor comienzan a gritar. El escenario es enfocado. Una música inunda el lugar y debo de parpadear varias veces para poder mantener mis ojos quietos. El efecto de las luces me está mareando demasiado y siento mi pulso acelerarse.
—¡Prometo no insistir más! —me dice Hanna al oído ofreciéndome otro trago. Grita, pues el alto volumen, junto con los alaridos de cientos de mujeres, es imposible hablar sin hacerlo. Fijo mi mis ojos en el pequeño baso, y sin darle muchas vueltas, lo tomo y bebo todo el contenido. El líquido arde y quema mi garganta a medida que baja hasta mi estómago, luego fijo mis ojos en el escenario y lo que veo me deja atónita.
Un espectáculo coreografiado de hombres, bailando de manera sensual, despojándose de sus prendas, moviendo sus caderas de una manera que te embelesa y te es imposible quitar los ojos de sus notorios paquetes.
Hanna silva, grita, se alborota y se parte de la risa disfrutando el show. Yo, en cambio, me siento extraña, muy acalorada y también bastante liviana.
Uno de los hombres, que se encuentra sin camisa, nada más con un pantalón bastante ajustado, donde se le marca de manera explícita su paquete, busca entre las presentes a una mujer. Todas gritan, todas alzan las manos, incluso Hanna se ofrece como tributo y yo le bajo sus manos más de una vez.
—¡Hanna! ¡Basta! —le digo al oído.
—No alzo mis manos por mi Aria, lo hago por ti —me dice entre risas y yo la miro confundida.
—¿Qué?... —no me da tiempo de preguntar nada más. Siento que me toman de la mano y me hacen poner de pie—. ¡No! No, no, no ¡Por favor, no! —le digo al hombre que al parecer suda aceite, porque su piel se ve demasiado reluciente para ser sudor normal.
No habla, tampoco es que puedo verle bien el rostro a causa de tantos efectos de luz.
Hanna me insta a subir, me aplaude y me repite varias veces que viva la experiencia.
Todas me instan a seguir al hombre y por estar bajo presión, accedo.
Cuando ambos caminamos al escenario, sujeto su mano con fuerza. Me tiemblan y no lo puedo evitar, así que me aferro a este prostituto para no desmayarme.
—Tranquila, solo relájate —¡Madre mía! Su voz varonil, sensual y gruesa me ha disparado el pulso en segundos.
Hago lo que me pide, me siento donde me ordena y haciendo uso de su consejo, me relajo.
Estoy con mis manos atadas hacia atrás, otro prostituto me las ató mientras yo trataba de ver al que me eligió para este numerito. Comenzó bailándome a cierta distancia, así que no comprendí por qué me ataron.
Pero ahora, está sentado encima de mí y ha comenzado a mover su cadera en medio de un baile, donde da a entender que me estaba embistiendo con ropa.
Lentamente sube y baja. Siento si m*****o duro y erecto rozar mi vientre. Las luces me enceguecen, pero puedo oír los gritos de Hanna diciendo “saca la perra que llevas dentro”
Ignoro eso, incluso ignoro el show de este tipo que ni siquiera conozco, con mi vista fija en las luces.
—¡Vaya! Tenemos una puritana en el escenario —me dice al oído con burla. Mi mal genio se hace presente y lo enfrento. Fijo mis ojos en los suyos con todo mi esfuerzo porque estoy bastante mareada. Son grises y se notan bastante dilatados.
—Tú fuiste quien me eligió.
—En realidad, iba por la rubia —hago a darle una patada en su entre pierna, pero él es más rápido y hace uso de todo su peso sentándose en mis piernas.
—Entonces no eres tan bueno como quieres aparentarlo —mi respuesta lo confunde un poco—. Digo, porque si no puedes hacer que esta puritana se excite, dudo mucho que ni logres con mi amiga la rubia, esa mujer es hija de la perversidad, y aparte, ya tiene dueño.
Sonríe con maldad y yo trago grueso. Nadie creería jamás que en medio de este show, hay una pelea bastante interesante. Todas están a la expectativa de lo que sucederá, pues el Magic Mike que está sentado en mis piernas, sigue sonriendo y haciendo movimientos sensuales en mí.
—Ya verás como te vas a ir toda mojada de aquí.
¡Ayuda!
Todo ocurre muy rápido, se pone de pie y me levanta de la silla para luego acostarme en el suelo. Lo maldigo más de una vez, pero entre la bulla y la música, las personas supondrán que, estoy gritando de la emoción.
Se tumba arriba de mí y me lleva los brazos arriba de mi cabeza. Comienza a mover en círculos su cadera, rozando su hombría en mi feminidad. Luego se levanta y me pone de espalda y azota mi trasero.
Grito por el dolor, pero al mismo tiempo me río y gozo queriendo más. ¿¡Qué mierdas me está pasando!?
Los gritos de la gente me están contagiando. Mi cuerpo vuelve a ser volteado y esta vez me carga, siento que no peso nada. Enrollo mis piernas en su cuerpo y siento el contacto piel contra piel.
¡Carajo!
—Al parecer, alguien no están puritana después de todo —me siento roja, caliente, excitada y molesta. No te tengo nada de ropa interior debajo, y en la posición que estoy, mi v****a está chocando con su abdomen. Estoy húmeda pero también bastante avergonzada. Siento sus manos sostenerme por debajo de ni vestido, y para colmo, el muy desgraciado aprieta ambos glúteos con descaro.
Pasa su lengua por mi cuello y es ahí donde no llego ni a primera base. Un orgasmo me invade, y la ola de éxtasis, placer y delirio me estremecen. Él lo nota, el muy desgraciado lo nota porque me mira no dando crédito a esto.