LO QUE NO TE DIJE.

1483 Words
Danielle, estaba en el baño un poco aturdida por el golpe, desde que había conocido a Frederick dos veces su integridad física se había visto afectada, ponía agua fría sobre su nariz para que dejara de sangrar, en la mañana dolería. —Danielle lo siento mucho, estaba soñado y... —Esta bien, fue mi culpa por meterme así a su cama a despertarlo, pensé que estaba enfermo. Frederick le respondió que si, pero no con palabras, solo la miro fijamente a través del espero, pero el sabía que era así, así se sentía como un enfermo, por estar soñando cosas indebidas con ella, con su cuerpo, con su boca y deseando allí de pie, que fuesen reales. —Voy a ir por hielo a la cocina. —No es necesario, yo puedo hacerlo, usted debe dormir. —Yo te lastime, al menos esto debo hacer. Lo contemplo marcharse y una ligera sonrisa broto de sus labios, no había podido conciliar el sueño, la idea de su suegra, le rondaba la cabeza, la amenaza y el vino que se convertiría en sangre, tenía miedo. Pero entonces empezó a escuchar un jadeo en la otra habitación, pensó que eran alucinaciones suyas, pero luego se dio cuenta que no era así, que era Frederick, abrió con cuidado la puertecilla que le daba acceso a la habitación y lo voy removerse en la cama, se acerco más y prendió la lampara, vio su frente perlada en sudor y sus manos estaban fuertemente agarradas de la sabana. —Danielle. —Danielle. —Danielle. Vio esos sensuales labios moverse ligeramente mientras la llamaba, no sabía si podía ser fiebre y el pobre estaba delirando, así que la intentar despertarlo fue que todo ese incidente ocurrió. —Mira, creí que esto era mejor que una compresa de hielo. Le extendió un tarro de helado y una cuchara. —¿Helado? —Lo puedo cambiar, es que creí que sería más divertido. Danielle no sabía si Frederick estaba bromeando o hablaba en serio su rostro denotaba una seriedad y formalismo, pero su voz era casi la de un niño pequeño y tímido. —Helado esta bien. Se encamino a su habitación y cuando iba a abrir la puerta, se detuvo. —Quédate conmigo, por favor —los ojos de Danielle estaban confundidos—. No quiero sentirme culpable en la mañana si algo te sucede por mi culpa, el dolor o tal vez más sangre. —¿Quiere que me quede por su sentimiento de culpa? —Danielle, te he lastimado dos veces. —Y estoy bien, fueron simples accidentes, yo no debí meter mi cara y mucho menos meterme a esta habitación sin permiso. Los ojos de la chica estaban demostrando algo que Frederick no comprendía, pero era rabia, Daniele era una chica dulce y amable con todos, pero si había algo que no soportaba era ser tratada con lastima o por compasión. Sabía que era lo suficientemente fuerte para soportar lo que a la vida se le diera la gana de ponerle en su camino. Pero no estaba dispuesta a dejarse ver como una frágil niña que necesitaba ayuda y eso fue justo lo que sintió con el comentario displicente de Frederick. —No podre conciliar el sueño —la interrumpió Frederick en medio de sus divagaciones. —Para eso está la leche caliente con Brandy, es un buen remedio. —Danielle, por favor. —No. Yo tengo mi habitación y allí voy a quedarme. —Entonces dormiré contigo. —¿Qué? No. Usted debe respetar mi espacio personal. Frederick no dijo nada más y camino hasta la cama de la chica en la que se acostó no sin antes poner dos almohadas en medio de ambos. —No voy a hacerte nada, lo prometo. Sólo necesito saber que estas bien. —Yo...no... —A dormir. Entonces apago la luz desde el lugar donde estaba, era una casa inteligente y eso fue una tarea fácil, desde el pequeño control remoto, a Danielle no le quedo más opción que ir a la cama mientras colocaba la ultima cucharada de helado en su boca. La habitación estaba demasiado silenciosa, pero no era algo incomodo en realidad para ninguno de los dos, que poco a poco sentían esa calidez que proporciona una cama cuando se esta acompañado y aunque no se tocaran, esa ligereza los hizo sentirse reconfortados de alguna manera y caer en los brazos de Morfeo. Fue un sueño profundo para ambos, tan profundo que cuando se despertaron eran cerca de las 8 de la mañana y Danielle que dormía siempre como si fuese una niña pequeña, tenía una de sus piernas enredada entre las de Frederick y su pequeño brazo sobre el pecho del chico. Los rayos de luz no entraban por las ventanas que estaban bien provistas y cubiertas por unas finas cortinas. Pero fue el calor, fue la pesadez del uno casi abrazado al otro, lo que los hizo removerse en sus lugares y empezar a sentirse despiertos, pero también a sentir la cercanía del otro. La primera en abrir los ojos fue Danielle, estaba inmóvil, casi parecía una estatua cuando se dio cuenta que algunas partes de su anatomía estaban sobre Frederick, así que lentamente empezó a quitar la pierna y lo logro con éxito, después intento lo mismo con el brazo y justo cuando estaba por lograrlo fue él quien tomo su mano y la pego a sus labios. —Buenos días. ¿A dónde pensabas escapar? —Yo. Buenos días, lamento que... —No lamento nada, yo no lo lamento. Hace mucho tiempo no dormía tan bien. Gracias. —Esto no puede volver a pasar. Usted tiene su cama y yo la mía. —Si, pero eres mi esposa. —Sólo de papel. —Danielle, mírame —la chica tenía la vista clavada en la pared, no quería mirarlo, no quería que su tonta cabeza se siguiera llenando de tontas ideas y cucarachas de algo que nunca iba a pasar. —Debo ir a bañarme. Con fuerza y algo de frustración se zafó de la mano de Frederick, se metió a su elegante y mediano baño, abrió el agua fría y se desnudo, allí bajo ese chorro que caía como lluvia se mantuvo unos pocos minutos, que para Frederick parecieron una eternidad. La siguió en completo silencio y la observo quitarse la ropa, el sabía que todo eso estaba mal, sabía que no podía verla sin su permiso, sabía que era morboso y enfermo, pero estaba hipnotizado por la belleza de Danielle, tanto que estaba rompiendo todos los limites que aseguro no rompería. Pero tampoco podía culparse por aquellos, pues llevaba mucho tiempo sin poder sacar a la chiquilla de su cabeza, tanto tiempo que sería vergonzoso reconocerlo. Se acerco a la ducha y abrió la puerta de cristal ingreso con el pantalón gris que colgaba de sus caderas y se sentó en el piso bajo el agua. —No debo verte, estoy pasando muchos limites, pero tengo que confesar cosas que no quiero seguir ocultando. —No quiero escucharlo y le pido que no vuelva a interrumpir mi privacidad. Danielle estaba de pie cubriéndose con sus delgados brazos como podía la intimidad y vulnerabilidad que sentía con su cuerpo, pero Frederick tenía sus ojos clavados en el piso, por su puesto que antes había admirado ese cuerpo que hacía sentir que por su garganta pasara arena. —Tienes que escucharme. —No, tenemos que continuar... —¡No quiero! —Frederick saltó del lugar en el que estaba y la sacudió con firmeza de los hombros—. No entiendes, que no puedo, no quiero controlarme cuando estoy contigo, se que debo hacerlo y no tienes idea de lo mucho que me ha costado, pero desde el primer día que llegaste a casa no he podido parar de mirarte, como si fuese un enfermo, un acosador. Y tu no lo sabías, ni siquiera lo imaginaste, por tu cabeza no ha pasado ni una sola vez que yo, el dueño de esta casa he anhelado tus besos, tu cuerpo, pero sobre todo tu sonrisa, esa que tengo que ver todos los días antes de irme a trabajar. Tengo que verte cuando estas afuera jugando a admirar el amanecer, que debe sentir envidia de tu belleza y es él el que te regala colores diferentes todos los días, solo para que nunca dejes de observarlo. Danielle bajo sus manos y bajo la guardia, no sabía que decir, sintió su pecho acelerado porque hacía menos de una semana se había casado con ese hombre que acababa de confesar cosas que no sabía como asimilar. —Entonces, no voy a negarte que lo que paso con mi madre, fue la excusa perfecta para tenerte cerca. Pero te prometo que lo que paso anoche y lo que paso con mi madre es la justificación para dejarte en paz.
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