Danielle estaba sentada en el tocador de su nueva habitación, miraba su ropa llena de vino, ya no se sentía tan hermosa y pulcra para Frederick, un ligero escalofrió la recorrió, no sabía como interpretar esa amenaza, no sabía si era el impulso de una mala jugada de la señora o eran amenazas reales, en todo casi, tendría sonrío un poco pensando en lo mucho que tendría que restregar aquello para que volviera a quedar blanco y como nuevo.
—¿Puedo pasar? —los golpes en la puerta y las palabras de Frederick, la sacaron de sus pensamientos.
—No creo que sea buena idea —estaba sucia, no se sentía bien para que la mirara.
Todo permaneció en silencio, se levanto y camino hacía su armario del que tomo una de las finas pijamas de las que ahora era dueña, se quito los pantalones y se coloco aquel short de seda, se quito la blusa y luego el sostén, pero entonces aquella rutina silenciosa se rompió cuando Frederick abruptamente abrió la puerta y la vio.
Su corazón paso de estar tranquilo a acelerado, se cubrió tan rápido como pudo, pero las lagrimas que caían sobre su rostro fueron imposibles de tapar, porque ni siquiera ella se había dado cuenta del momento en el que habían empezado a rodar por sus ojos.
—Lo siento.
—¿Por qué pides disculpas? —Frederick la miraba con mucha calma.
Se acercaba lentamente a ella y cada paso que daba arrastraba un deseo incontrolable de limpiar esas lagrimas y hacerle entender que ella nunca tendría que pedirle disculpas a él, que no habían en el mundo razones para eso.
—No sabía que iba a entrar y me vio...
—Tengo que pedir disculpas yo, fui yo el que te interrumpió, el que paso sin ser autorizado y el que tiene una madre loca y obsesionada con el poder. Quería que supieras que estarás a salvo conmigo y que no voy a permitir que nada te pase.
Ya estaban demasiado cerca, Frederick aún tenía puesta la ropa del día, pero la camisa estaba abierta y ese aire desordenado le regalaba una gracia que Danielle no le había visto. Al estirar su mano, logro limpiar el rastro de esas lagrimas, pero con solo tocar esa delicada piel de las mejillas, no pudo contenerse y la abrazo.
Los ojos de Danielle se abrieron de par en par, estaba asombrada y algo extrañada, era la segunda vez que tenía tan cerca a Fredrick, pero sentía que era la primera, porque el beso de su boda fue algo que tenía que pasar. Sentir el calor del cuerpo de ese hombre, despertó una sensación que nunca antes había tenido, le gusto eso, quería seguir allí, pero sabía que era un momento, sabía que aquel abrazo correspondía a la culpabilidad que sentía Frederick por lo que había pasado.
—Me gustaría vestirme.
—Claro, lo siento. Si quieres hablar estaré en mi habitación, solo tienes que, ya sabes abrir mi puerta.
Nuevamente se encontraba sola y pudo terminar de vestirse, se lavo el rostro, tal vez de esa manera lograría despejar sus locas ideas o esas tormentas que se le estaban formando en la cabeza. Pero no era tonta, sabía que estaba en el ojo del huracán tras haber aceptado la propuesta de ser la acompañante de un hombre tan poderoso.
Poderoso como el sentimiento que estaba invadiendo a Frederick en la otra habitación, en la habitación principal, decorada en tonos neutros y oscuros, tenía cosas mínimas expuestas allí. Era controlador y le gustaban las cosas pulcras, por ende no tenía nada que no fuera necesario, pero de alguna manera tener a Danielle se le estaba volviendo una necesidad, un placer culposos, verla acompañarlo a cenar o desayunar lo hacía creerse menos solo de lo que en realidad estaba. Aunque creía que era una falsa compañía.
Recordó la imagen tan perfecta cuando entro a la habitación, era como una Diosa del Olimpo. Piel blanca como la porcelana, delgada, con unos senos redondos pero no muy grandes, pezones rosados, y entonces se mordió los labios imaginándose el sabor de ellos, lo suaves que se sentirían y que sería el primero en tocarlos, besarlos, acariciarlos.
Cuando se dio cuenta estaba acostado en la cama y su mano acariciaba su pene, no sabía con exactitud cuando fue la ultima vez que sintió placer por cuenta propia, pero no pudo evitar imaginar sus manos dejando marcas en esa cintura blanca, recordó esas mejillas sonrojadas y deseo tenerlas así pero con Danielle gimiendo de placer, deseo que esos redondos senos se movieran al ritmo de las penetraciones que el le hiciera, quería meter sus dedos en esos labios y que ella los chupara, quería sujetarla de las piernas y quitarle toda posibilidad de moverse, quería torturarla hasta que llegara al orgasmo y las lagrimas inundaran su rostro por no poder controlar su cuerpo o los espasmo que la recorrieran entera.
Sentía su cuerpo caliente, necesitaba descargar toda esa pasión y deseo que lo estaba haciendo masturbarse como un adolescente, estaba completamente descontrolado sobre su cama, quería sentir ese contacto y ese calor que ella le brindaba, la había tenido cerca muy pocas veces, cuando la aprisiono del brazo, el día de la boda que la beso y esa noche que la vio tan frágil, con ese hermoso pecho desnudo, su frente estaba perlada en sudor, estaba siendo presa de las hormonas como nunca se lo había permitido ni siquiera en la adolescencia.
Se quedo dormido luego de aquel intenso pero breve episodio. Por primera vez en años no necesito de las melodías de Frédéric Chopin para conciliar el sueño.
De repente sintió unos suaves labios recorrerle el cuello, eran como si un pedazo de terciopelo lo rozara, luego unas pequeñas y rasposas manos pasaron por su pecho firme y desnudo, bajaron hasta su pelvis y allí con mucha delicadeza, sintió como empezaba a rodar el pantalón de su pijama. Al abrir los ojos, la vio.
—Danielle, ¿Qué haces aquí?
Una sonrisa, eso fue todo lao que la chica le brindo, una sonrisa y un beso, uno igual de delicado al del día de la boda, que se volvió lascivo, era como si ella lo estuviese absorbiendo por completo. Era como si ella lo necesitara.
La tomo por el cuello, para pegarla más a su cuerpo, sintió sus senos desnudos sobre su pecho y su erección comenzó a hacerse cada vez más dura, la mordió, recorrió su cuello, su clavícula, la beso en medio de sus senos, era sublime, casi parecía estar haciendo una travesura, el afán por tomar todo lo que ese cuerpo le brindaba estaba acabando con las pulsaciones de su corazón.
Se detuvo para respirar jadeando de deseo, la miro nuevamente a los ojos, era ella, era Danielle, allí lista para entregarse a él, sabía que ambos habían sentido esa conexión. La coloco entonces sobre el colcho y cuando estuvo por colocarse entre sus piernas, se le fue de entre las manos, estaba junto a la ventana donde las cortinas envolvían su desnudez, se levanto para seguirla, su cuerpo iluminado a la luz de la luna era más hermoso que una escultura de Da Vinci, estaba agitado, la necesitaba, sentía que corría tras ella, pero en realidad estaba a unos cuantos pasos. Y de pronto esa silueta, la silueta de su diosa, ya no estaba allí. La busco en las sombras, en la oscuridad y la llamo.
—Danielle, no juegues conmigo.
Unos brazos lo empujaron por la espalda y su cabeza golpeo algo suave que lo hizo abrir los ojos que se le llenaron de luz y luego en su campo de visión estaba allí de pie Danielle, con la nariz llena de sangre.
—Mierda, Danielle, lo siento.
La había golpeado con fuerza, cuando se levanto por que la chica lo estaba sacudiendo, lo había escuchado gemir y quejarse, se preocupo y entonces el accidente estaba allí frente a sus ojos.