EL HOMBRE MISTERIOSO.
—Danielle, tienes que comprender que al joven le gustan las sábanas blancas.
La chica tenía sus dedos tallados de dolor y casi estaban temblando sus manos, pues el frío del agua con el que lavaba las sábanas manchadas de vino.
—¿Por qué tengo que lavar esto yo? Se supone que hago limpieza de la casa, no de sábanas.
—Niña por Dios, deja de quejarte.
—Pero Lily, como no quejarme si y a casi no tengo manos. Estoy segura que el señor podrá comprar unas sábanas sin ningún problema.
—No es nuestro problema, por favor termina tu trabajo y ve a tender esa cama, el joven no demora en llegar.
—Oye, llevo un año trabajando aquí y nunca lo he visto. ¿Por qué? —Lily alzó sus brazos de manera despreocupada.
—Danielle, él es un hombre que no le gusta hablar con nadie y estoy segura de que tampoco te pierdes de mucho, pues casi nunca habla, salvo para dar órdenes.
—Debe ser muy aburrido.
—¿El qué?
—Vivir así, con tantas cosas alrededor y no disfrutar de nada de esto.
—Estoy segura que si mi niño tuviera una esposa linda y unos hijos corriendo por aquí sería diferente.
—Bueno, no creo que eso cambie a la gente. El debe ser feliz por él, no por una esposa y unos niños que tal vez ni quiera.
—Callate, Danielle —había hecho reír a Lily.
Porque así era Danielle, hacía reír a todas las personas a su alrededor, no le gustaba ver a la gente sufrir o estando triste, ella prefería que las personas sonrieran porque ella siempre veía lo bueno en todo lo que para los demás era malo.
Llevaba un año trabajando en aquella casa de interna, no había salido de allí ni siquiera en las dos ocasiones que tuvo derecho a vacaciones. En realidad permanecía allí encerrada, porque tampoco tenía ningún lugar al que ir, quería estudiar, quería poder salir adelante y ser una mujer de mundo como su hermana, pero ella no era ni tan valiente y no se creía tan bonita como Amalia que era de ojos claros y rubia, tenía un cuerpo escultural.
Entonces cuando consiguió ese trabajo en el que debía mantener limpia una casa de 8 habitaciones, diez baños, cocina, gimnasio, terrazas, dos salas y dos comedores, sintió que allí podría escapar un poco de la tristeza de haber perdido a sus padres tan trágicamente en un accidente que parecía más provocado que una casualidad. Pero ella no se aferraba a las cosas malas y decidió seguir con su vida, su hermana se había ido de casa hacía un par de meses en busca de fortuna y el amor de un hombre rico que la sacara de la pobreza en la que ella se creía sumida.
Pero aunque sus padres no eran precisamente los más acomodados, a ellas nunca les faltó absolutamente nada. Ni comida, ni ropa, ni televisión, ni juguetes, sin embargo Amalia no era una mujer que se conformaba con pocas cosas.
Su vida a través de los días en aquella casa eran calmada, no tenía afanes y lo que más le gustaba era poder salir al jardín todas las madrugadas, porque todo allí estaba en un estado de total calma, no importaba si era primavera, otoño, verano o invierno, ella disfrutaba salir a contemplar los amaneceres que desde allí podía ver.
Se sentaba junto a una taza de café y descalza, pues amaba recorrer el pasto y sentirse viva.
Nunca había visto al hombre dueño de la casa y la única persona que vivía allí, a parte de los empleados, que eran además de ella, el jardinero, el cocinero, la señora Lily, un conductor y dos guardaespaldas.
Todos ellos se conocían, todos ellos eran amigos y todos eran como una gran familia, en realidad lo que pasaba en aquella casa enorme era eso, que los empleados eran una familia porque el dueño y señor no tenía la capacidad de tener una y odiaba con todas sus fuerzas la que ya tenía.
La última madrugada que Danielle fue feliz, se sentó sobre el pasto un rato, contempló la oscuridad que aún envolvía aquel hermoso lugar y entonces se puso unos audífonos baratos y de mala calidad que tenía, colocó una melodía y se paró a bailar, estaba bailando y estaba feliz, de ser libre allí encerrada en esa gran casa.
Sintió como con fuerza la tomaron de la mano y la detuvieron.
—¿Qué haces?
—Suélteme.
—¿Qué haces? —el hombre apretaba con fuerza y le estaba haciendo daño a Danielle.
—Bailo y espero que salga el sol para comenzar con mi trabajo. Soy empleada de la casa. Mire si usted es nuevo yo puedo hablar con los demás guardias para que le expliquen la rutina del jefe y sus horas de comida, pero suélteme, que me esta lastimando.
El hombre se dio cuenta de que la estaba mirando, la soltó y vio sus dedos marcados allí en ese delicado brazo, algo de satisfacción le dio ver aquellas marcas en esa blanca piel, se relamió los labios y se desordenó el cabello.
Daniella no había visto nunca un hombre tan hermoso en su vida, ojos claros azules como el cielo en sus mejores días, barba, pelo oscuro y peinado hacía atrás, musculoso y mucho más grande que ella.
—Enseñame.
—Si, vamos con los guardias.
—No, el amanecer, eso que dices ver desde aquí —Danielle miró su reloj y le quedaban exactamente 20 minutos de tiempo libre.
—Si claro, siéntese.
El hombre se sentó junto a ella y cruzó sus piernas, ella delicadamente señalo con un dedo el lugar por el que salía el sol, el hombre se fijó que era la misma mano que había apretado con fuerza, ahora sus dedos parecían la marca de algo que dolería más tarde, se lamentó y se dio cuenta de que era un salvaje, sin embargo ella no se quejaba.
—Te duele ¿verdad?
—¿Qué? ¿de qué habla? le estoy enseñando lo que vengo a ver aquí cada mañana.
—Tu brazo, te lastime.
Danielle se miró despreocupada la marca que tenía ahora en el brazo y le sonrío.
—No es nada, supongo que se asustó de que una loca estuviera bailando en el jardín del jefe, estaba haciendo su trabajo.
—Pero fui un salvaje.
—No, solo estaba haciendo su trabajo, no se preocupe, ahora préstame atención debe mirar al frente...
El hombre se perdió en las palabras que salían de los labios carnosos y pequeños de la chica allí sentada, tenía unos ojos hermosos y oscuros, de pestañas tupidas, era blanca como la nieve y de pelo castaño, su nariz era pequeña y le parecía hermosa, allí ante la poca luz del amanecer y el reflejo de unos insípidos rayos de luz.
—Mire, allí viene.
—¿Qué?
—El sol, tiene que prestar atención o le va a ir muy mal en su trabajo. El jefe es muy exigente con cada cosa que pide.
—¿Qué tan exigente? —pregunto curioso.
—En realidad, bastante, lo blanco debe ser blanco, no puede haber polvo, la comida tiene que estar perfectamente equilibrada, aunque si a mi me lo pregunta, un poco de sabor no sobra, nada de fotos y todo en colores neutros, tienes que tener buena memoria porque él no repite y las cosas deben estar en el orden que a él le gusta.
—¿Tanto así lo conoces? —Aquella pregunta le saco una risilla traviesa a Danielle.
—No, tonto. Yo no lo conozco, solo habla con la señora Lily, pero ella nos da instrucciones muy precisas de todo lo que quiere.
—¿Y qué piensas de esas instrucciones? ¿De qué sea tan estricto?
—Pienso que debe ser muy triste vivir así. Todo tan controlado, sin derecho a divertirse, me da un poco de tristeza, pero con esta vista ¿Quién puede sentirse triste?
Ambos volvieron la vista al frente, el sol estaba entre nubes y los colores con los que se pintaba el cielo, era una magnificencia.
—Así es todos los días, no importa si llueve, todos los días los colores cambian, por eso no me aburro porque los colores son siempre diferentes.
—Gracias —el hombre se puso de pie.
—¿Por qué?
—No lo sé aún, pero gracias.
Se fue y Danielle quedó un poco desconcertada, se miró el brazo y las marces seguían allí, sin embargo estaba feliz, por fin había hablado con alguien diferente a sus compañeros habituales.
—Falta el chico nuevo.
—¿Cual chico nuevo? —preguntó la señora Lily extrañada, pues no se le había informado nada.
—Esta mañana cuando estaba viendo el sol salir, me lo encontré, pensó que yo era una especie de intruso y fue algo brusco, pero es el nuevo.
—Danielle, no tenemos ningún personal nuevo —dijo con firmeza la mujer.
—No puede ser, yo lo vi con mis ojos, a no ser que me este volviendo loca.
—Es una alternativa más real, tanto encierro te esta nublando el juicio. Tienes que salir al mundo niña.
—Afuera no queda mucho para mi señora Lily y aquí soy feliz.
Le dio esa cálida sonrisa que hacía a todos sonreír, siempre.
Entonces la nueva jornada comenzaba y las instrucciones para todos fueron claras, nadie debía acercarse a la habitación principal pues el joven no tenía planes de salir a nada, no quería que nadie lo viera y tomaría sus comidas allí adentro.
—¿Por qué no sale?
—No quiere.
—Tiene una casa hermosa, debería disfrutarla y esa piscina —Danielle suspiro mirando para afuera.
Las puertas principales sonaron y un batallón de hombres con portafolios en mano ingresaron, la señora Lily los conocía y sabía que si estaba allí era por que nada bueno estaría por suceder.
—No quiere que nadie lo moleste. ¿Qué hacen acá?
—Fue él quien no llamo, por favor avísele que hemos llegado.
—Danielle, conduce a los caballeros a la biblioteca, sirveles mientras que regreso.
—Claro, síganme caballeros.
Les preparo el té, con unas pequeñas galletas y les sirvió a todos, entonces la señora Lily la llamo nuevamente.
—Danielle, prometeme algo.
—¿Esta todo bien?
—Niña, nunca dejaras de ser feliz. ¿Puedes hacerme ese favor?
—Si claro.
La señora Lily la abrazó y le beso la frente.
—El jefe te llamara en un rato y debes acudir a la biblioteca, justo donde están todos esos abogados.
—Señora Lily si es por el incidente con el hombre nuevo o porque yo no puedo usar el jardín para ver el amanecer, entonces no lo haré de nuevo, pero no permita que me despidan, usted sabe que amo mi trabajo.
—Mi niña, si tan solo pudiera decirte.
—Ve a cambiarte el uniforme, debes estar impecable cuando te vea.
Danielle obedeció, era una chica sumisa y algo miedosa, sin embargo estaba allí para cumplir órdenes. Aunque esas la hicieran vivir en un verdadero infierno.