—¿Dejarme en paz? —pregunto Danielle inquieta, allí en medio del baño, ya sin el miedo y la preocupación de que Frederick la viera desnuda.
—Si Danielle. Tengo que dejarte en paz. Eres demasiado buena, inocente y mi madre...
—Yo prometí ayudarle, aunque sigo sin comprender muy bien como, pero no me pienso ir.
—Y no tienes idea de lo mucho que te agradezco que seas tan noble y no tengas miedo, pero no puedo poner en riesgo tu integridad.
—Me hizo prometerle no salir de casa y mantenerme cerca a usted o los guardias, yo cumplo lo que prometo.
Danielle se enrollo una toalla en su cuerpo y salió de la ducha, se vistió con la ropa más linda que encontró en el enorme armario que Fredrick había ordenado le prepararan. A pesar de su fingida indiferencia, el consideraba que esa mujer merecía lo mejor y no pensaba darle menos.
—Te vez hermosa, eres hermosa, Danielle.
Frederick no mentía, sus ojos se veían más brillantes con solo mirarla, y ahora que la tenía cerca y no estaba obligado a mirarla en la distancia cuando ella observaba el amanecer, se sentía feliz.
Tenía que admitir que por primera vez se sentía realmente feliz. Aunque su mirada seria dijera lo contrario.
—Gracias, creo que es hora de que usted se vista también —le dijo sin poder mirarlo a los ojos.
—Si.
Frederick se retiro a su habitación y la dejo allí divagando y meditando sobre lo que todo eso podía significar, sin embargo una sola idea se mantenía en su cabeza, el la observaba desde hacía mucho, el sabía de ella y sin embargo nunca se acerco, al menos no durante su primer año en esa casa.
Se fue al comedor a desayunar recordó que en lugar de ver el amanecer, sus sentidos se habían perdido en el aroma del cuerpo de Frederick y una sonrisa le ilumino el rostro mientras bebía el jugo de naranja.
—Daría mi fortuna, que no es mucha, para saber la razón de tan linda sonrisa —fue la voz de Sam con su mirada tan agradable cómo siempre, el que interrumpió la divagación de Danielle.
—Señor Sam, buenos días.
—No me digas señor, soy solo Sam. ¿Cómo estás?
Un rayo de sol ilumino perfectamente el rostro de Danielle y Sam se levanto de su silla de golpe, la hinchazón estaba allí, era pequeña y un poco roja, pero el sabía que aquello no era una casualidad. Sus pasos lo llevaron hasta la habitación de Frederick y allí lo acorralo contra la pared tomándolo por el saco deportivo e informal que tenía puesto, nunca lo había visto vestir de esa manera.
—¿Qué le hiciste?
—Fue un accidente, maldita sea. ¡Suéltame! Eres mi amigo, pero aún soy tu puto jefe.
—¡No! —Sam lo sacudió con más fuerza contra la pared —Dime, ¿Qué le hiciste Frederick?
Una bocanada profunda de aire tomo el joven que estaba casi indefenso contra la pared y le narro uno a uno los eventos de la madrugada, omitiendo la noche junto a Danielle y la ducha que habían tomado juntos en la que había confesado parte de sus tímidos sentimientos.
—Eres un bruto y un pervertido. La chica es virgen.
—Pero es una diosa. Estoy embelesado con ella —tal vez Fredrick hubiese querido confesarle más sobre sus sentimientos a su amigo, pero el no ere así, Frederick no, Fredrick guardaba todo aquello que lo hacía ver débil solo para él.
—Contrólate, no la lastimes más de lo que ya has hecho.
—Mi madre vino. La amenazo.
—Te lo dije, nadie controla a esa mujer y ahora que "tu esposa" —dijo eso ultimo sarcásticamente— tiene rostro, no dudara en buscar todos los medios para dañarla.
—No es "mi esposa" —Frederick imito la voz de su amigo—. Es MI ESPOSA —dijo con mucha firmeza y confianza—, y confío en ella, prometió no salir de aquí y se que lo va a hacer.
—Esta desayunando.
—Sam, prométeme que si algo me sucede, la cuidaras.
—Sin duda. Pero nada te puede pasar o tu madre arrasara con todo.
—A ella no le importara dañarme con tal de dañar a Danielle. A esta hora ya debe conocer de su humilde origen así que es cuestión de tiempo para que empiece a atacar y lo primero que va a hacer será acudir a la prensa. Tenemos que adelantarnos, haz que preparen el chalet en Aspen.
—No creo que sea buena idea, ella apenas esta asimilando ser la señora de todo esto.
—Y es una buena estrategia, mataríamos dos pájaros de una solo tiro, la prensa amarillista y empezaremos a mostrarle una a una mis propiedades que ahora son de ella.
—Me voy para la oficina, para comenzar a preparar todo y que mi publicista se encargue del show, partes en dos horas.
Frederick llego al comedor del exterior, en el que habían servido el desayuno, Danielle ya había acabado con una buena parte de lo que estaba servido en la mesa, eran manjares para ella.
—Tienes buen apetito ¿Cómo conservas esa figura tan esbelta? —justo estaba por comerse el quinto panecillo relleno de chocolate.
—Bueno, antes lo lograba con trabajo, acá habían muchas cosas por hacer, pero ahora, ahora creo que por fin engordare.
—Creo que serías igual de hermosa.
—No mienta, después de que ya no se vea mi cuello, creo que no diría lo mismo.
Entonces ella lo vio reírse, fue corto el momento, pero para ella fue suficiente aquello, era hermoso, sin duda era aún más hermoso cuando reía.
—Nos vamos en menos de dos horas —le dijo mientras llevo una tasa de café a su boca.
—¿A dónde?
—Aspen, ya están alistando tu maleta y...
—No, yo puedo hacer eso.
—Ya no más, ahora lo hacen por ti, sigue comiendo.
—¿Y usted?
—¿Yo que?
—¿No come? desde que llego ha tomado dos sorbos de café.
—Mi desayuno desde hace muchos años es café y solo café.
—Con razón el genio.
—¿Qué? —la mirada de arrepentimiento de Danielle, le causo gracia.
—Lo siento, no quise ser grosera.
—Tienes razón. ¿Qué me sugieres? —le pregunto señalando la mesa.
—Para empezar unos huevos, unos panecillos y fruta.
—Es demasiado.
—Inténtelo, tal vez pueda con todo.
Frederick hizo caso y casi chupa sus dedos, no recordaba la última vez que había tomado un desayuno tan agradable y con tanto sabor, sonrío solo para él y agradecí que la vida le estuviese dando una oportunidad de sentirse cálido y aunque pareciera raro, agradeció por por fin tener algo parecido a una familia, aunque aquella mujer fuese solo un contrato.
—Hoy no viste el amanecer por mi culpa, así que en Aspen te prometo que por 3 días verás los más lindos.
Sus ojos infantiles y picaros lo miraron con algo de devoción y agradeció con un leve movimiento de cabeza.
—Con tus ojos me dices mucho.
—Las palabras de los ojos —le dijo.
—¿Qué?
—Así decía mi padre a mi madre, que las palabras de los ojos eran más reales que las contenidas en los libros. El podía hablar con ella solo con mirarse y eso era magia para mi y mi hermana —Frederick quiso imaginarse como habría sido aquello si su padre y su madre le hubiesen dado una familia.
Cuando pronuncio hermana, el hombre frente a ella se removió inquieto, no le gusto, pero sabía que no era momento de hablar con ella de ese tema, no aún.
—Vamos, debemos llegar al aeropuerto o de lo contrario perderemos el vuelo.